LA MARIPOSA AZUL
¡Vuela..., vuela... vuela! Al fin llegó. Cuidadito, y qué cansada venía. Pero la mariposa sonrió contenta. Estaba en un jardín con muchas flores, y como a las mariposas les gustan tanto las flores, pues volvió a sonreír. Estiró los dos cuernecillos de oro. Desplegó sus alas, que eran azules como el cielo de aquel día, y después limpió sus patitas, que traían mucho polvo del camino. Luego -vuela, vuela- fue a saludar a una rosa blanca que le gustaba mucho.
-Buenos días, linda rosa.
-Hola mariposa.
La rosa se puso muy hueca, porque los cuernecillos de oro le hacían cosquillas. Pero de pronto se estremecieron sus hojitas, porque una voz, alegre cual un cascabel, gritaba:
-¡Por aquí, Toni! ¡Por aquí!
Venían los tres por la senda de los tilos. Primero, Pepín, muy colorado; luego Toni, un chicazo alto y desgarbado, que era un diablillo en persona, y detrás, Lalita, una niña muy menuda y feúcha, con unos ojos chiquirritines y muy feos.
Pepín y Lalita eran hermanos, y aquel jardín tan bonito era de sus papás. Toni era un vecino que se colaba en todos los sitios.
. . . . . . . . .
¡Ahí va, qué mariposa tan bonita! -exclamó Pepín.
-¡Dios y qué alas tiene! -dijo Toni-. Parecen de terciopelo.
-Como las nubes -peroró Lalita.
-¡Qué sabes tú, feúcha! -dijo Pepín con desprecio.
. . . . . . . . .
La mariposa agitó sus alas y dobló sus cuernecillos, diciendo:
-Buenos días, niños.
Pero ellos no entendían su lenguaje.
-¿Vamos a atraparla? -se relamió Toni.
-Sí, sí -vociferó, alegre, Pepín.
-¡No quiero! -dijo Lalita-. Es tan linda.
-Pues por eso mismo, so boba. Si fuera fea no la cazaríamos.
-¡Yo, yo! -exclamó Toni, torciendo los ojos de gusto-. A la una... A las dos... Y a las tres.
¡Ya está!
La mariposa temblaba. Sus ojitos se posaron en los tres niños, pidiendo misericordia.
-¿Yo qué os he hecho? -les dijo-. Soltadme. Que mis alas no os servirán para nada y yo vuelo con ellas lejos, muy lejos. Con ellas vuelo alto, tan alto, que muchas veces duermo en la punta de una estrella y me cantan "nanas" los angelitos.
Los niños no entendían su lenguaje. Sólo veían que el polvillo de sus alas se iba cayendo, como despidiéndose de la vida.
-¡Suéltala! -dijo Lalita, haciendo pucheros-. Quiero que la sueltes.
-¡Ya, ya! -barbotó Pepín-. Menuda me viene a mí para mi colección.
-¿Haces colección? -preguntó Toni, con un alfiler en la mano.
-¡Anda!... que te lo diga ésta.
Tengo mariposas negras, rojas, blancas. ¿Verdad, tú? Tengo una colección brutal.
-Es cierto. Tiene una colección brutalísima... Pero suéltala.
-¡Y qué repesadas son las chiquillas!
Lo mismo es mi hermana. ¡Más llorona!...
-Pues sí, ¡ea!, lloró -dijo Lalita llorando a mares. Sois muy malos y muy ladronísimos. ¡Matar a una mariposa! ¡Pobrecita! Además, ¿os gustaría a vosotros que os matasen así, con una espada grande, grande? No, ¿verdad? Pues mamá dice que eso está muy mal hecho, porque las vidas de todos son de Dios.
¡Ea! No la matéis.
Ya cerraba sus ojitos esperando la muerte y decía lastimera:
-¡Adiós, rosa blanca!
¡Adiós, cielo bonito!
Lalita gritó:
-¡No la matéis! Os doy... Os doy...
-¿El qué? -dijo Pepín, reluciéndole los ojos.
-Todo lo de mi hucha -habló Lalita entre lágrimas.
-¡Es de mentirijillas!-dijo Toni amenazador.
-¡De verdá! ¡De verdá!
-Pues, ¡hala! ¡Menudito balón nos vamos a comprar! ¿Eh, chaval?
. . . . . . . . .
-¡Vuela! ¡Vuela! ¡Vuela! La mariposa fue a posarse otra vez en la rosa blanca. Estaba temblorosa. Lalita secó sus lágrimas. Entonces la mariposa tendió sus alas y vino suavemente a rozar los ojos de la niña. Primero, uno. Luego, otro. Fueron dos besos. Y, ¡oh prodigio!, los ojos de Lalita, chiquirritines y feos, desaparecieron, quedando en su lugar otros hermosísimos, de color de las alas de la mariposa.
Así premió Dios su buen corazón.
. . . . . . . . .
Y desde entonces, las mariposas y las niñas son hermanas.
Fly... fly... fly... fly... fly! Fly! At last it arrived. Careful, and how tired she came. But the butterfly smiled happily. It was in a garden with many flowers, and since butterflies love flowers so much, it smiled again. It stretched out its two little golden horns. She spread out her wings, which were as blue as the sky that day, and then she wiped her little feet, which were dusty from the road. Then - fly, fly - he went to greet a white rose that he liked very much.
-Good morning, pretty rose.
-Hello butterfly.
The rose became very hollow, because the little golden horns tickled it. But suddenly its leaves trembled, for a voice, as merry as a rattle, cried out:
-This way, Toni, this way!
The three of them came along the path of the lime trees. First, Pepín, very red; then Toni, a tall, gangly boy, who was a little devil himself, and behind him, Lalita, a very small, ugly girl, with very small, very ugly eyes.
Pepín and Lalita were brother and sister, and that beautiful garden belonged to their parents. Toni was a neighbour who used to sneak into every place.
. . . . . . . . .
There she goes, what a beautiful butterfly! -Pepín exclaimed.
-God, and what wings it has! -said Toni. They look like velvet.
-Like clouds," said Lalita.
-What do you know, you ugly girl! -said Pepín with contempt.
. . . . . . . . .
The butterfly flapped its wings and folded its little horns, saying:
-Good morning, children.
But they did not understand her language.
-Are we going to catch it? -Toni chuckled.
-Yes, yes," said Pepín, cheerfully.
-I don't want to! -said Lalita. She's so pretty.
-Well, that's why, you fool. If she were ugly we wouldn't hunt her.
-Me, me! -exclaimed Toni, twisting his eyes with pleasure. Going once... Two o'clock... And three o'clock.
That's it!
The butterfly trembled. Its little eyes rested on the three children, begging for mercy.
-What have I done to you? -He said, "Let me go. My wings will be of no use to you, and I fly with them far, far away. With them I fly high, so high, that I often sleep on the tip of a star and the little angels sing "lullabies" to me.
The children did not understand their language. They only saw the dust on their wings falling off, as if they were saying goodbye to life.
-Let her go! -said Lalita, pouting. I want you to let her go.
-Now, now! -Pepín barked. It's a good one for my collection.
-Do you have a collection? -asked Toni, with a pin in his hand.
-Come on, let this one tell you!
I've got black, red, white butterflies, don't you? I've got a great collection.
-That's right. She's got a brutal collection... But let her go.
-And what a bunch of little girls they are! -She's my sister too!
So is my sister. She's more of a crybaby...
-Yes, she cried," said Lalita, crying her eyes out. You are very wicked and very thievish. To kill a butterfly! Poor thing! Besides, would you like to be killed like that, with a big, big sword? No, wouldn't you? Well, mother says that's very wrong, because everyone's life belongs to God.
Hey! Don't kill her.
She closed her little eyes, waiting for death, and said piteously:
-Farewell, white rose!
Farewell, beautiful sky!
Lalita cried out:
-Don't kill her! I give you... I give you...
-What? -said Pepín, his eyes shining.
-All the money in my piggy bank," said Lalita in tears.
-It's a little lie," said Toni threateningly.
-It's true! It's true!
-Well then, what a ball we're going to buy! Eh, kid?
. . . . . . . . .
-Fly! Fly! Fly! Fly! -Fly! The butterfly went to perch on the white rose again. It was trembling. Lalita wiped her tears. Then the butterfly spread its wings and came softly to brush the girl's eyes. First, one. Then another. It was two kisses. And, oh wonder, Lalita's eyes, small and ugly, disappeared, leaving in their place beautiful ones, the colour of the butterfly's wings.
Thus God rewarded her good heart.
. . . . . . . . .
And since then, butterflies and girls have been sisters.
EL LOBO – CORDERO
Nevaba. ¡Cuánto nevaba! Caían los copos blancos y menudos como inertes mariposas. Los árboles, sin hojas. Los campos, sin flores. Los nidos, sin pajaritos.
En las cocinas ardía un fuego confortador. Las viejecillas arrimaban sus manos sarmentosas, lamentándose:
-¡Qué frío, Dios mío!
Y los pequeños retozaban alrededor de las llamas.
-¡Mucho frío, abuela.
Las chispas del fuego decían:
-Crac. Crac.
Y un viejo gato soñaba:
-¡Rum! ¡Rum!
II
Allá, en lo alto del monte, quedó perdido. Era un corderito recién nacido que balaba tiritando. Apenas tenía lana en su cuerpo. Con estremecimientos dolorosos, decía:
-Beeé. Beeé.
Nadie acudía a su llamada.
Por la cuesta, erizada con guijarros y espinos, venía el lobo. A su lado la loba caminaba macilenta.
Traían fosforescentes los ojos. Inquietas las esponjosas colas, afilados los dientes y troteras las patas.
Subían, subían, y la nieve iba cayendo, cubriéndolos cual fantasmas blancos.
-Tres días sin comer, madre-loba.
-Tres días, esposo mío -rugió la loba.
-Y nuestros hijos desfallecidos de hambre.
-¡Ya!... ¡Ya!... Pobrecitos -se lamentó la loba.
Escarbando en la nieve con furiosa saña.
De pronto el lobo dio un brinco feroz. Sus pupilas echaron destellos de fuego y jadeando, dijo:
-Madre-loba. Si no me engañan los ojos, allí, al pie de aquella vieja encina, hay un cordero.
-¡Un cordero! -rugió la loba con júbilo.
-¡Un cordero! -vitoreó el lobo. Hoy comeremos.
Y dando unas zancadas, llegó el lobo.
-Espera, espera, esposo mío -suplicó la loba-. Quiero ser yo la que te ofrezca el festín. Cogeré el cordero y lo pondré a tus augustas patas.
III
Corrió la loba, saltarín el pecho de ventura. Relampagueantes las pupilas. Colgante su lengua voraz. Echóse atrás para que el salto fuese seguro, y...
-Beeé... Beeé... -dijo el corderito tembloroso. Beeé... Beeé... Madre -llamó con mimo, creyendo que la loba era una buena madre que venía a salvarlo-. Madre, tengo hambre -repitió el corderito intentando levantarse.
La loba se hizo atrás. Un dejo de dulzura apareció de pronto en sus ojos. Y el corazón latió piadoso, con amor maternal.
-Pobrecito; llama a su madre -dijo.
-¿Qué haces? -murmuró el lobo feroz-. Coges a ese animalucho, o lo devoro yo.
-Pobrecito -repitió la loba-: llama a su madre.
-Beeé... Beeé... -dijo el corderito, tendiendo una patita a la loba.
-Lo cogeré yo -rugió el lobo, centelleantes los ojos.
-No... No... Padre-lobo... Ten piedad. No lo devores... Te lo ruego..., por nuestros hijos. Por aquellos lobitos tan guapos que en la cueva tenemos.
-Tres días sin comer, madre-loba.
-Tres días... Dios proveerá, padre-lobo. ¿No sabes, marido mío, que dicen que es tan bueno Dios, que se cuida de las florecillas del campo y de los pájaros sin nido?... Pues entonces, ¿ha de abandonarnos a nosotros cuando salvamos la vida a un corderito? Dios proveerá, padre-lobo.
Sin rozarle apenas con los dientes, con cariño inmenso, llevó la loba al corderito con ellos.
IV
Le crio... Le mimó. Le enseñó a ser lobo. Y el corderito humilde, juguetón y bueno se desvivía por hacer cuanto los lobos le mandasen.
El padre-lobo le miraba al principio con recelo. Más poco a poco fue ganando su voluntad el candor y el cariño del cordero.
Con ellos salía a los montes. Con ellos merodeaba por aquellos lugares en busca de víctimas. Pero el corderito no era sanguinario. Cuando veía dar una dentellada, su corazón latía violento, y a sus ojos inocentes asomaba una lágrima.
-Este cordero no será jamás lobo -gruñía el padre.
Y la madre loba le defendía.
-¿Qué quieres? ¿No ves tú que su madre fue una oveja?
V
Los pastores estaban atemorizados. No había día que no faltase una res. Los rebaños disminuían y el terror sembrose en la aldea.
-Hay que acabar con ellos -susurró un pastor.
-Y a mí ver -dijo otro sentencioso-, que hay un lobo vestido con piel de cordero. Ese es el peor de todos. Que engaña a nuestras ovejas con su pelaje y las devora taimadamente.
-A por él -gritaron los pastores.
-Hay que hacerle tajadas.
-¡Asesino!
-¡Cobarde!
Al día siguiente subieron al monte. Nada. Ni rastro, ni huellas de la familia loba.
Más de pronto un pastor dio un grito de júbilo.
-¡El lobo-cordero, hermanos pastores!
-¡El lobo-cordero! ¡Hurra!
VI
Tranquilo, plácidamente, el corderito rumiaba unos tomillos. A él no le gustaba la carne. Para él aquellas hierbecitas campestres sabían a gloria.
-Madre-loba -había dicho-: ¿Me dejas ir a probar unas retamas fresquitas que vi ayer?
-Bueno, hijo mío. Pero cuidado con alejarte que los pastores andan al acecho.
-Despacio... Cautela... Silencio... ¡Zas! Ya caíste, lobo ladrón. Lobo asesino. Lobo maldito.
El corderito comenzó a llamar balando:
-Madre-loba. Madre-loba. Ven...
-Sí... Sí... No nos engañas con tus ardides. Hala pá abajo y allá nos pagaras todas tus fechorías.
¡Cómo tiraban de él! ¡Cómo le martirizaban!
Sangrante. Llorosos los ojos, llegó a la aldea. Se reunieron los poderosos del lugar para ver el acontecimiento.
-El lobo-cordero. Aquí está.
Y el corderito les miraba con mirada casi humana.
VII
Alrededor de la hoguera habló el mayoral.
-Cuéntanos lo que hacéis allá arriba. Cómo os apañáis para las carnicerías que tramáis. Vuestra vida. Todo. Todo.
El cordero habló humilde:
-Yo, señores pastores, no soy lobo. Yo soy... Y les contó la historia. Acabó diciendo:
-Como veis, soy un cordero, pero que quiere mucho, mucho a los lobos.
-¡Traidor! -dijo un pastor dándole un garrotazo.
-Calma, señores míos -dijo el mayoral-. Este cordero puede ser nuestra salvación. Mañana daremos una gran batida con él a la cabeza. Llamaremos a los fuertes y diestros cazadores. Nos enseñará el lobo-cordero la guarida, y juraremos que hemos de acabar con toda la familia lobuna.
-¡Juremos!
-¡Mueran los lobos!
-¡Mueran!
El corderito temblaba. Acordándose de la madre-loba, tan buena, tan materna para él, de sus hermanos los lobitos, que nunca le hicieron daño alguno, del padre-lobo, que le daba buenos consejos, y... el corderito lloró.
VIII
Amanecía. La luna se había despedido dando el último beso a la noche. Dijeron también adiós las estrellas escondiendo sus puntas doradas. Ya el sol se desperezaba, y en un bostezo de oro cubrió con sus brazos de padre a la Tierra. Abrieron las flores sus ojos adormilados. Cantaron las aguas de los ríos, y los pajarillos entonaban un himno de alegría al amanecer.
Camino del monte iban los pastores. Llevaban sendos garrotes y perros guardianes.
Los cazadores, con sus altas polainas y las escopetas al hombro, sonreían satisfechos.
-La jornada será buena.
-¡Mueran los lobos!
¡Mueran!
Con una cuerda atada al cuello, caminaba el cordero. Apenas si podía sostenerse. Tanta era su emoción. Iba a morir aquella su familia querida, y él...
Pensándolo, arrastraba las patas con lúgubre son.
-Hala, remolón. Que bien te cuesta andar. En cambio, para hacer maldades poco te costó.
-¡Bandido! A enseñarnos tu albergue maldito.
¡Pronto!
Un cazador le apuntó con la escopeta.
-Más deprisa corderito, -dijo con voz rabiosa.
Ya faltaba poco... Poco... Unos pasos... Otros.
El lobo-cordero, jadeando, se paró.
Allí estaba la cueva. Allí estaban ellos.
-¿Es aquí? -preguntaron anhelantes.
-Aquí -contestó débilmente el lobo-cordero.
Preparáronse los cazadores. Apuntaron firme en acecho a que las fieras saliesen, cuando...
El cordero, valiente, audaz, y temerario, gritó en la boca de la cueva:
-Madre-loba. Padre-lobo. Lobitos mis hermanos. Huid. Huid. Que os persiguen.
-¡Maldición! -,-rugió un cazador.
-¡Traidor! -dijo otro-. Con tu vida has de pagar la jugarreta que nos has hecho.
-Era mi madre... Era mi padre... Eran mis hermanos -susurró el lobo-cordero tambaleándose.
Esperó tranquilo la muerte. Ya los suyos se habían salvado escapando por un largo pasadizo que en la cueva había. Entornó sus ojos inocentes... Apuntaron y...
-Dejadle -gritó el mayoral, humedecidos los ojos-. Al fin y al cabo el animal no ha hecho más que cumplir con su deber. Le salvaron una vida y él salvó la de muchos.
THE WOLF - LAMB
It was snowing, it was snowing! The white, tiny flakes were falling like lifeless butterflies. The trees, without leaves. The fields, without flowers. The nests, without birds.
A comforting fire was burning in the kitchens. The little old ladies put up their wailing hands, lamenting:
-How cold, my God!
And the little ones frolicked around the flames.
-Very cold, grandmother!
The sparks from the fire said:
-Crac. Crack.
And an old cat dreamed:
-Rum! Rum! Rum!
II
There, high up on the hill, he was lost. It was a new-born lamb, bleating and shivering. He had hardly any wool on his body. With painful shudders, it said:
-Beeé. Beeé.
No one came to his call.
Down the slope, bristling with pebbles and thorns, came the wolf. Beside him, the she-wolf was walking, haggardly.
Their eyes were phosphorescent. Their fluffy tails were fidgeting, their teeth were sharp and their paws were trotting.
They climbed, they climbed, and the snow was falling, covering them like white ghosts.
-Three days without food, mother-wolf.
-Three days, my husband," roared the she-wolf.
-And our children are faint with hunger.
-Now, now, now! Poor children," wailed the she-wolf.
They ran through the bush, hungry and ravenous.
Digging in the snow with furious fury.
Suddenly the wolf gave a ferocious leap. His pupils flashed with fire and, panting, he said:
-Mother-wolf. If my eyes do not deceive me, there, at the foot of that old oak, is a lamb.
-A lamb! roared the she-wolf with joy.
-A lamb! -said the wolf. Today we shall eat.
And with a few strides, the wolf arrived.
-Wait, wait, my husband," begged the she-wolf. I want to be the one to offer you the feast. I will take the lamb and lay it at your august paws.
III
The she-wolf ran, her breast leaping with joy. Her pupils flashed. Hanging out her voracious tongue. She drew back to make the leap safe, and....
-Beeé... Beeé... -said the trembling lamb. Beeé... Beeé... Mother," he called cuddly, believing that the she-wolf was a good mother who had come to save him. Mother, I'm hungry," repeated the little lamb, trying to get up.
The she-wolf stepped back. A hint of gentleness suddenly appeared in her eyes. And the heart beat piteously, with motherly love.
-Poor little thing; call his mother," she said.
-What are you doing? -You catch that little animal, or I'll devour him.
-Poor little thing," repeated the she-wolf, "call his mother.
-Beeé... Beeé... said the little lamb, holding out a paw to the she-wolf.
-I'll get it," roared the wolf, his eyes sparkling.
-No... No... Father-wolf... Have mercy. Don't devour him... I beg you... for the sake of our children. For those cute little wolves we have in the cave.
-Three days without food, mother-wolf. -Three days without food, mother-wolf.
-Three days... God will provide, father-wolf. Don't you know, my husband, that they say that God is so good that he takes care of the little flowers of the field and the birds without nests? Well, then, will he forsake us when we save the life of a little lamb? God will provide, father-wolf.
The she-wolf took the little lamb with them, with immense affection, without even touching it with her teeth.
IV
She raised him... Pampered him. She taught him to be a wolf. And the humble, playful and good little lamb did everything the wolves told him to do.
The wolf-father looked at him with suspicion at first. But little by little, the lamb's gentleness and affection won him over.
With them he went out into the mountains. With them he prowled about in search of victims. But the little lamb was not bloodthirsty. When he saw a bite, his heart would beat violently, and a tear would come to his innocent eyes.
-This lamb will never be a wolf," growled the father.
And the mother wolf defended him.
-What do you want? Can't you see that his mother was a sheep?
V
The shepherds were terrified. There wasn't a day that went by without a sheep. The herds dwindled and terror spread through the village.
-They must be wiped out," whispered a shepherd.
-And I see," said another, "that there is a wolf in sheep's clothing. That's the worst of them all. He deceives our sheep with his coat and devours them deviously.
-Let's get him," cried the shepherds.
-Let's cut him to ribbons.
-Murderer!
-Coward!
The next day they went up the mountain. Nothing, no trace, no trace of the wolf family.
Suddenly a shepherd gave a shout of joy.
-The wolf-lamb, brother shepherds!
-The wolf-lamb! Hooray!
Quietly, peacefully, the little lamb was chewing on some thyme. He didn't like meat. For him those little country herbs tasted like glory.
-Mother-wolf," he had said, "Will you let me go and taste some of the fresh broom I saw yesterday?
-Well, my son. But be careful not to wander off, because the shepherds are on the lookout.
-Slowly... Caution... Be quiet... Wham! You're down, you thieving wolf. Killer wolf. Cursed wolf.
The little lamb began to call bleating:
-Mother-loba. Mother-wolf. Come...
-Yes... Yes... Don't fool us with your tricks. Go downstairs and there you will pay us for all your misdeeds.
How they tugged at him! How they martyred him!
Bleeding. Eyes tearful, he arrived at the village. The powerful people of the place gathered to see the event.
-The wolf-lamb. Here he is.
And the little lamb looked at them with an almost human gaze.
VII
Around the campfire the foreman spoke.
-Tell us what you do up there. How you manage the butchery that you are up to. Your life. Your life. Everything.
The lamb spoke humbly:
-I, shepherds, am not a wolf. I am... And he told them the story. He finished by saying:
-As you see, I am a lamb, but I am very, very fond of wolves.
-Traitor! -said a shepherd, striking him with a club.
-Calm down, my lords," said the foreman. This lamb may be our salvation. Tomorrow we will make a great raid with him at the head. We will call in the strong and skilful hunters. The wolf-lamb will show us the lair, and we will swear to wipe out the whole wolf-family.
-Let us swear!
-Let the wolves die!
-Die!
The little lamb trembled. Remembering his mother-wolf, so good, so motherly to him, his brothers the little wolves, who never did him any harm, his father-wolf, who gave him good advice, and... the little lamb cried.
VIII
It was dawn. The moon had said goodbye, giving the last kiss to the night. The stars also said goodbye, hiding their golden tips. Already the sun was awakening, and in a golden yawn he covered the earth with his fatherly arms. The flowers opened their sleepy eyes. The waters of the rivers sang, and the little birds sang a hymn of joy at dawn.
The shepherds were on their way to the mountain. They carried clubs and guard dogs.
The hunters, with their high gaiters and shotguns slung over their shoulders, smiled contentedly.
-The day will be good.
-Kill the wolves!
Kill the wolves!
With a rope tied around his neck, the lamb walked. He could hardly support himself. He was so excited. His beloved family was going to die, and he....
Thinking about it, he shuffled his feet with a mournful sound.
-Come on, you sluggard. How hard it is for you to walk. On the other hand, it didn't take you long to do mischief.
-Bandit! Show us your cursed shelter.
Quickly!
A hunter pointed his shotgun at him.
-Faster, little lamb," he said in an angry voice.
It wasn't long now... Just a little... A few steps... Others.
The wolf-lamb, panting, stopped.
There was the cave. There they were.
-Is this it? -they asked longingly.
-Here," answered the wolf-lamb faintly.
The hunters prepared themselves. They took firm aim at the beasts, waiting for them to come out, when....
The lamb, brave, bold, and reckless, cried out at the mouth of the cave:
-Mother-wolf. Father-wolf. Little wolves my brothers. Flee. Flee. They're chasing you.
-Damn! -roared a hunter.
-Traitor! -said another. With your life you must pay for the trick you have played on us.
-It was my mother... It was my father... They were my brothers," whispered the wolf-lamb, staggering.
He waited calmly for death. His own people had already escaped through a long passageway in the cave. He narrowed his innocent eyes... They took aim and...
-Let him go," cried the foreman, his eyes moistening. After all, the animal has only done his duty. They saved his life and he saved the lives of many.
QUICA LA PASTORA
Corría... Corría Quica la pastora. Llevaba borrachos los ojitos de tristeza, apretada la boca, meciéndose al compás de su correr, sus dos trenzas.
¡Ay, qué trenzas tenía la pastorcilla! Negras, sedosas y largas. Aquellas trenzas eran la envidia de mozas y chicas. Las viejas las palpaban con admiración.
-¡Qué trenzas tienes, muchacha! Huelen a claveles.
Y Quica sonreía feliz por sus trencitas. No las cambiaría por todo el mundo. Ella misma las miraba con orgullo, como mira su cola tornasolada un pavo real.
Corría... Corría... En su cabeza llevaba una herrada (cubo de ordeño). Las asas decían cantando:
-Tin-tin, tin-tin.
Y el corazón de Quica respondía:
-Tic-tac, tic-tac.
El cabrerillo Antón la detuvo.
-¿Dónde va la pastora de las bellas trenzas que lleva nublados los ojos?
-¡Ay, Ton! -respondió Quica-. Tengo ganas de llorar.
-¿Y eso?
-Porque madre está muy malita en cama con aquel mal que la carcome el pecho. Mis hermanitos lloran pidiendo pan, y la Roja, nuestra vaquita, va a morir.
-¿Que está mala la Roja?
-Sí, Ton; muy malita. No quiere beber hace días y el pastor ha dicho que si llega al amanecer de mañana sin que beba, se morirá. ¡Ay, Ton!
¿Qué será de nosotros sin la Roja -dijo Quica llorando-. Ella es la que da leche a madre. Ella es la que cría aquellos terneros tan guapos que a la madre le valen cuartos en la feria.
-Calla. Quica, guapa pastora. No llores. La Roja no morirá.
-Por eso -dijo Quica mirando recelosa a todos lados- voy a la choza de la tía "Menegilda".
-Sí, Ton. ¿No sabes tú que la tía "Menegilda" tiene un pozo con un agua que cura los males del ganado?
-Lo sé, Quica. Pero la gente dice... -Ton bajó la voz- que es hechicera.
-Bah, bah -rio Quica con una lucecita de esperanza. Si cura nuestra Roja, pues... Además que yo no tengo miedo, Ton -dijo la pastorcita con misterio y le enseño una minúscula medallita que llevaba colgada al cuello-. Madre dice que con la ayuda de la Virgen se vencen los peligros. ¿Y he de tener miedo a la tía "Menegilda"? Bah... Bah... Y adiós, Ton que la tarde va adelante, y antes que sea de noche tengo que estar en casa.
II
Corre, corre Quica, la linda pastora de las hermosas trenzas. Tenía miedo en los ojos. Tenía las piernas temblorosas. ¡Aquellos campos estaban solos!... Y eran tan grandes... Luego, aquellos espinos tan medrosos y entre cuyos pies cantaban escondidos los sapos.
Y los árboles tenían ojos, muchos ojos. La miraban diciendo:
-¿Dónde va la pastora de las negras trenzas?
¿Y si saliese el lobo aquel de la Caperucita roja?
La herrada (cubo de ordeño) tintineó en la cabecita, y Quica, para ahuyentar el miedo, sacó de su garganta un débil cantar:
Las bonitas golondrinas
que anidáis en mi tejado,
venid pronto a mis balcones,
que el invierno ya ha pasado.
Tralalá. Tralalá.
Acordóse de la madrecita enferma, y su paso se hizo más ligero. Luego, aquellos hermanitos... Luego, la Roja...
Y comenzó a correr, a correr.
Las bonitas golondrinas
Tralalá. Tralalá.
III
Tam... Tam... Tam... Llamó Quica con la mano en la choza de la tía "Menegilda".
-¿Quién es'?
-Yo. La pastorcita de las hermosas trenzas.
-¿Y qué viento la trae aquí a la pastora de las lindas trenzas? -barbotó una vieja muy vieja, de fieros ojos.
-Señora -contestó humilde Quica-; es que nuestra vaca está malita, y...
-Acaba -gruñó la vieja.
-Se va a morir, señora.
-Pues que se muera, y buen viaje -dijo la malvada.
-Es que -dijo trémula la niña- como usted tiene un agua muy buena que cura a las vacas, pues yo, la verdad, pues...
-¿Es que vienes a por el agua? -dijo la vieja riendo.
-Con que me llene esta herradita (cubo de ordeño), me basta.
-Pero el agua cuesta dinero. ¿Lo traes?
-¿Cuánto? -dijo valiente Quica sin recordar que no tenía nada.
-Diez pesetas la herrada (cubo de ordeño). Ni un céntimo menos.
-¡Diez pesetas! -dijo la pastora sin saber lo que decía.
-Sí... Diez... pesetas.
-Señora -dijo ella de pronto, cayendo de rodillas-: Somos pobres. Mi madre está muy malita. Mis hermanos tienen hambre. En casa no hay quien lo gane. Tenga piedad, señora.
-Y cuidar el pozo y regarlo con hierbas buenas y remover el lodo que hay en el fondo, ¿no me cuesta a mí nada? -vociferó la vieja-. ¡Hala, pequeña! Largo de aquí. Vuelve a la aldea. Busca el dinero, y entonces vienes a la choza de la tía "Menegilda".
IV
Cerróse la puerta de un golpazo, y la niña quedó allí sola, con la soledad del campo y la de su corazón.
Pero de pronto dio un brinco. Dejó la herrada en el suelo y volvió a llamar con brío: Tam... Tam... Tam... Tam...
-Abra, señora. Abra. Ya traigo el dinero.
La usurera volvió a aparecer con los ojos relucientes de codicia.
-Vengan. ¿Dónde están los cuartos? Vengan.
-Ah, señora-dijo la niña radiante de dicha-.
Me olvidaba de mis trenzas. Mire usted qué trenzas más lindas tengo. ¡Mire qué sedosas! ¡Mire qué largas! La gente dice que huelen a flores y que valen mucho dinero.
-Es verdad -peroró la vieja palpándolas, avarienta.
-Córtelas usted. Se las regalo, y en cambio me llena de agua la herradita. ¿Quiere?
-Bah... bah... -gruñó la Menegilda-. Al fin, todo es dinero. Todo es dinero.
Cerraditos los ojos para no acobardarse, sólo oyó cómo hacían las tijeras "clac, clac", mientras su débil manecita apretaba fuerte la minúscula medalla.
V
No podía correr. Pesaba mucho la herrada, y luego, si vertiese el agua, pues...
Ya iba anocheciendo. Los árboles tenían ahora negros los ojos y la decían:
-Corre, corre, pastorcita, no venga el lobo. El río cantaba: Glu..., glu.
Y las ranas: Craac, craac, craac, craac.
Las bonitas golondrinas
que anidáis en mi tejado,
Tralalá. Tralalá.
La Roja tenía mucha fiebre. Los ojos cerrados. Fatigosa la respiración. Inmóvil el cuerpo. Quica se acercó a ella, amorosa.
-Roja, vaquita mía. Bebe. Si no te morirás.
¿Sabes? Y yo no quiero que te mueras, que haces falta a madre, a mí y a mis hermanitos. Bebe, guapa, Roja, bebe...
Ansiosa, febril, voraz, bebía la Roja.
-¡Qué agua más rica! ¡Qué fresca! ¡Qué dulce! Jadeando de alegría, fue a la alcoba de la enferma.
-¡Madre, madre! ¡La vaca ha bebido! Madre, ya no se muere la Roja.
La pobre madre apretó contra su pecho a Quica.
-Hija, qué buena eres. ¡Dios te bendiga! Y un grito se escapó de su garganta:
-¡Tus trenzas! ¡Tus trenzas!
Entonces se acordó la niña. Lo había olvidado con la alegría. Besando a su madre, dijo:
-La cosa es que la Roja no se muera. Que mis trenzas... pues ya crecerán, madre... Ya crecerán.
QUICA THE SHEPHERDESS
She ran... Quica the shepherdess was running. She wore her sad little eyes drunk, her mouth tight, her two braids swaying to the rhythm of her running.
Oh, what braids the shepherdess had! Black, silky and long. Those braids were the envy of girls and girls alike. The old women admiringly felt them.
-What braids you have, girl! They smell like carnations.
And Quica smiled happily at her braids. She wouldn't trade them for the whole world. She herself looked at them with pride, as a peacock looks at her iridescent tail.
She ran... She ran... On her head she carried a horseshoe (milking pail). The handles were singing:
-Tin-tin-tin, tin-tin, tin-tin.
And Quica's heart answered:
-Tic-tac, tic-tac.
The little goat Anton stopped her.
-Where is the shepherdess with the beautiful braids and misty eyes going?
-Oh, Ton! -answered Quica. I feel like crying.
-Why is that?
-Because mother is very ill in bed with that sickness that eats away at her breast. My little brothers are crying for bread, and Roja, our little cow, is going to die.
-Red is sick?
-Yes, Ton', she's very sick. She hasn't wanted to drink for days, and the shepherd said that if she doesn't drink by dawn tomorrow, she'll die. Oh, Ton'!
What will become of us without Roja," said Quica, crying. She is the one who gives milk to mother. She's the one who raises those beautiful calves that are worth quarters to the mother at the fair.
-Quica, you beautiful shepherdess. Quica, pretty shepherdess. Don't cry. La Roja won't die.
-That's why," said Quica, looking around warily, "I'm going to Aunt Menegilda's hut.
-Yes, Ton'. Don't you know that Aunt "Menegilda" has a well with a water that cures the ills of the cattle?
-I know, Quica. But people say... -Ton lowered his voice, "that she's a sorceress.
-Bah, bah," laughed Quica with a glimmer of hope. If she cures our Roja, well... Besides, I'm not afraid, Ton," said the shepherdess with mystery and showed him a tiny medal she wore around her neck. Mother says that with the Virgin's help, dangers are overcome, and I'm not afraid of Aunt Menegilda? Bah... Bah... And goodbye, Ton', it's late afternoon, and before nightfall I must be home.
II
Run, run, Quica, the pretty shepherdess with the beautiful braids. She had fear in her eyes. Her legs were trembling. Those fields were lonely!... And they were so big... Then there were those thorns, so fearful, and between their feet the toads were singing and hiding.
And the trees had eyes, many eyes. They looked at her and said:
-Where does the shepherdess with the black braids go?
What if the wolf from Little Red Riding Hood came out?
The horseshoe (milking pail) tinkled in the little head, and Quica, to chase away her fear, let out a faint song from her throat:
The pretty swallows
who nest on my roof
come soon to my balconies,
for winter is past.
Tralala. Tralalá.
She remembered her sick little mother, and her step became lighter. Then, those little brothers... Then Roja...
And he began to run, to run.
The beautiful swallows
Tralala. Tralalá.
III
Tam... Tam... Tam... Quica called with her hand on the hut of aunt "Menegilda".
-Who is it?
-It's me. The shepherdess with the beautiful braids.
-And what wind brings the shepherdess with the beautiful braids here? -said a very old woman with fierce eyes.
-Madam," replied Quica humbly, "it is because our cow is ill, and....
-Finish it," grunted the old woman.
-She's going to die, madam.
-Well, let her die, and good riddance," said the wicked woman.
-Well," said the girl, trembling, "as you have a very good water that cures cows, well, I, to tell you the truth, well....
-Have you come for the water? -said the old woman laughing.
-As long as you fill this little horseshoe (milking pail), that's enough for me.
-But water costs money. Will you bring it?
-How much? -said Quica bravely, not remembering that she didn't have any.
-Ten pesetas a bucket. Not a cent less.
-Ten pesetas! -said the shepherdess without knowing what she was saying.
-Yes... Ten... pesetas.
-Madam," she said suddenly, falling to her knees, "we are poor. My mother is very ill. My brothers are hungry. There's no one at home to earn it. Have mercy, madam.
-And it doesn't cost me anything to look after the well and water it with good herbs and remove the mud at the bottom? -said the old woman. "Go on, little one! Get out of here. Go back to the village. Get the money, and then come to Aunt "Menegilda's" hut.
IV
The door slammed shut, and the girl stood there alone, with the loneliness of the country and the loneliness of her heart.
But suddenly she jumped up. She put the horseshoe down on the ground and called out again, "Tam! Tam... Tam... Tam...
-Open up, madam. Open up. I'll get the money.
The loan shark reappeared with her eyes glittering with greed.
-Come. -Where are the rooms? Come along.
-Ah, madam," said the girl, beaming with joy.
I forgot my tresses. Look how pretty my tresses are. Look how silky! Look how long they are! People say they smell like flowers and are worth a lot of money.
-That's true," said the old woman, feeling them, greedily.
-You cut them yourself. I'll give them to you, and in exchange you fill my little horseshoe with water. Do you want some?
-Bah... bah... -grunted Menegilda. After all, it's all money. It's all money.
Closing her eyes so as not to flinch, she only heard the scissors go "clack, clack", while her weak little hand squeezed the tiny medal tightly.
V
He couldn't run. The horseshoe was too heavy, and then, if he poured the water, well....
It was getting dark. The trees now had black eyes, and they said to her:
-Run, run, little shepherd, don't let the wolf come. The river was singing: Glu..., glu.
And the frogs: Craac, craac, craac, craac, craac.
The beautiful swallows
That nest on my roof,
Tralala. Tralala.
La Roja had a high fever. Eyes closed. Fatigued breathing. Her body immobile. Quica approached her, lovingly.
-Red, my little cow. Drink. If you don't, you'll die.
You know, and I don't want you to die, you need mother, me and my little brothers and sisters. Drink, beautiful, Red, drink...
Anxious, feverish, voracious, she drank Roja.
-What delicious water, how fresh, how sweet! Gasping with joy, she went to the sick woman's room.
-Mother, mother! The cow has drunk! Mother, Red is no longer dying.
The poor mother pressed Quica to her breast.
-Daughter, how good you are, God bless you! And a cry escaped from her throat:
-Your braids! Your braids!
Then the girl remembered. She had forgotten in her joy. Kissing her mother, she said:
-The thing is that Red doesn't die. That my plaits... well, they will grow, mother.... They will grow.
CUENTO DE NAVIDAD
Bajaban del monte cogidos de la mano, temblorosos los cuerpecillos y con una medrosa luz en los ojos…
-Teno fío, Tita- dijo Miguelín.
-¿Tienes frio corazón? Ya verás qué prontito estamos en casa. Y el nene, entonces, se sentará en aquella sillita en la cocina.
-Aúpame, Tita.
-Un poquito más hermanico. Al llegar a aquellas piedras grandotas, te aúpo. ¿Quieres?
-Chi- dijo Miguelín.
Al llegar allí, en aquellas piedras grandotas, descansó la niña. Dejó en el suelo el haz de leña que traía a sus espaldas.
Sopló los amoratados dedos que el frío congelaba, y:
-¡Hala! Miguelico.
Haciendo un esfuerzo de amor, cogió en sus brazos al niño.
Se tambaleaban a menudo las piernecillas y tropezaba en los guijarros del camino.
II
Cuando llegó a la miserable choza, ya era de noche. Margarita miró a las estrellas, que tenían el color de su pelo. Y posando, cuidadosa, la niña en el suelo llamó:
-Señora tía, ¿si quisiera alumbrar?
-Ya era hora. Holgazanota, de que allegases. Entavía los cacharros sin fregar.
-Está lejos el monte, señora.
-Lejos. Lejos- rezongó la madrastra-Lo que pasa es que te entretienes con el vuelo de una mosca. Hala pa la cocina, que hacer no te falta.
Margarita cogió la manecita de Miguelín, que chupaba un dedito asustado,
-Amos, hermanico. Ahora te sentarás allí, a mi vera.
-¿Cómo se sentará?- gruñó la madrastra -. Los críos, a la cama.
El chiquillo se echó a llorar.
-No quero. A la tama, no quero.
-Calla, guapo, majo mío- arrulló Margarita-. Calla. Al nene será bueno y se irá a la cama, y luego yo le contaré aquel cuento tan bonito “El hada del bosque”.
Miguelín sonrió entre pucheritos.
-Señora tía – habló dulcemente la niña-: ¿No habría por ahí un cachito de pan?
-No piensas más que en comer, chicuela.
-No. Si no es para mí. Yo no tengo hambre. Es para el Miguelico. Ya usté ve que en todo el día ha catao nada la criatura.
-No aguanto lecciones de nadie. Pues si no ha comío, asina espabilará más. Que el hambre aguza los sentidos.
Margarita calló, y una lágrima tembló en sus pupilas.
-Toma hambretón- gruñó la madrastra.
Miguelito hincó sus dientecillos voraces en un negro mendrugo.
Dulcemente canturreándole, le acostó…
-Nana, mi niño… Nana…
Miguelín entorno sus ojos.
III
La niña fregaba. La niña no Tenía más que once años, y la desgracia la convirtió en una mujercita.
Cuando su madre vivía, aquella choza era un paraíso; pero ahora… ¡Cuántos besos les daba aquella madrecita! ¡Qué trozos de pan tan ricos! ¡Qué ternura en sus palabras!
-¿Por qué se habrá marchao?-pensó la niña-. ¡Si volviese!...
Se oyó una algazara grande en la calle. Sonaban las zambombas con ronco son. Los panderos cantaban alegres, y los niños desgranaron un cantar.
“Esta noche es Nochebuena.
A Margarita la palpitó el corazón con fuerza. ¡Nochebuena! ¡Lo había olvidado! La noche de los niños. La de los nacimientos encantadores con sus ovejitas y sus caminitos de escarcha.
Aquella noche en que el Niño Jesús venía al mundo para dar un abrazo fuete a todos los que sufrían, y les regalaba sonrisas y esperanzas. ¡Ay el Niño Jesús en su cunita de paja! ¡Cuán lindo estaba! La brillaron los ojos. Chocaron entre sí los cacharros que resbalaban en sus manos. Se atrevió a decir:
-¡Ay, señora tía! Hoy es Navidad.
-¿Y qué?
-Yo le diría una cosa, pero…
La vocecilla tembló.
-Siempre andas con remilgos, condená de chiquilla.
-Es que…- balbuceó.
De pronto, dijo con brío:
-¡Si nos dejara usté ir a ver el nacimiento del castillo!
La madrastra puso sus manos en jarras. La miró de hito en hito con fiereza, y al fin se echó a reír.
-¡Al demonio! ¡Esta chica está loca! Va a ir al castillo. Con lo lejos qué esta… Está loca esta chica.
-Señora. Yo era por mi hermanico. ¡Se pondría el pobre tan contento! Y a más dan juguetes a los pobres.
-Te quiés callar, mona sabia- atajó la mujerona-. Ya esas dándote prisa, y a la cama, que se gasta aceite en el candil.
Calló la niña. Siguió la música de los cacharros que fregaba. Tembló su cuerpecillo entumecido, y fuera tornaron a cantar: “Esta noche es Nochebuena”…
A lo lejos sonaron pitos, zambombas y tambores.
IV
Acurrucadita entre los harapos, Margarita soñaba despierta. ¡No podía dormir! Pensaba en el nacimiento, aquel nacimiento fantástico del castillo… Cuantos lo habían admirado, hacían de él los elogios más fervientes…
Ardían sus manos… Ardían sus sienes… Adentro le punzaba el gusano del hambre…
Casi delirante, se levantó. De puntillas, miró sigilosa por la puerta. ¡La casa dormía!
Entonces, blandamente, con acento de madre, llamó:
-Miguelico, hermano mío…
El niño despertó sobresaltado.
-Chist… No llores. Vamos a ver una cosa muy guapa y al nene le darán un tambor o un tren ¿quieres?
Arrebujóle en su viejo toquillón. Cautamente, salió.
La noche, serena. Despejado el cielo…
V
Caminaba a tientas, a empujones, por la vereda. Allá, a lo lejos, en la carretera, subían borriquitos llevando en sus lomos niños dichosos. También iban a ver el nacimiento.
Margarita, siempre con su hermanito en brazos, andaba ligera… ligera…
El deseo de llegar le daba alas misteriosas.
Si ella pudiese ir por la carretera, pues algún alma buena le haría sitio en su carrito. Pero… no… No quería ser vista. Quizá la volviesen a su casa, y entonces…
Lastimadas las manos, abatido el cuerpo de cansancio, llegó… Era el amanecer… Tenía fiebre… Tenía hormigueo en el cuerpo. Tenía desvarío en la cabeza. Pero el nacimiento estaba allí. Mil veces más lindo de lo que ella soñara. Bajaban los pastores, lucientes sus ojos, cargados con ricos presentes.
Los borriquillos llevaban saquitos de harina. Un molino movía sus aspas. En el campo, junto a una hoguera, dormitaban los zagales. Y las ovejitas triscaban tomillos de verdad.
Lucecitas verdes. Lucecitas encarnadas.
-¡Jesús!- dijo Margarita creyéndose transportada a un paraíso.
Miguelín puso su dedo rosado en un lindo río.
-No tene agua, Tita.
-Claro, ¡no ves tú que es de mentirijillas!
-¿Y los coderitos dicen beeé?... y aquel bodiquito ¿es de carne?
Margarita reía. Margarita brincaba de gozo. Ya no se acordaba de su vida triste. La choza estaba muy lejos. Allí había niños, muchos niños embelesado con el nacimiento. Niños que tenían madre y recibían besos de ellas.
Margarita sintió un latigazo en el corazón, pero el árbol de Noel la distrajo. Un árbol de Noel suntuoso, grande, magnífico. De él pendían miles de juguetes, y todas las miradas de los niños estaban fijas allí.
Miguelín lo miraba absorto.
-Uno ten, Tita uno ten.
-Un coche con caballitos. Una muñeca. El niño palmoteó, reluciéndole los ojos.
VI
Abrióse una puerta del castillo. Y, escoltada por deliciosos niños, salió la dueña.
Era lindísima. Refulgían sus ojos como diamantes de bondad. Sonreía su boca feliz derramando el bien. En sus cabellos lucía una guirnalda de mirto.
-Hijos míos- hablo dulcemente-:
Hoy es Nochebuena. La noche de los niños. La noche de la caridad. Hay juguetes para todos. En el árbol de Noel tiemblan las ramitas plenas de ellos. Acercaos, buenos niños. Acercaos y pedid lo que deseéis.
Iban los niños empujados por sus madres. Llegaban tímidos. Abiertos con asombro los ojos, miraban el hechicero árbol de Noel.
-¡Una pelota!- dijo un niño rubio.
-¡Un polichinela!- susurro uno morenillo.
-Yo quiero un coche de ruedas- balbuceó un pequeñín.
-Pues yo, aquella casa de muñecas.
Todos fueron llegando. Margarita estaba allí quietecita, más tímida que nunca, tambaleándole el corazón. Miraba como en adoración a la señora del castillo. ¡Qué linda! ¡Qué buena! Su madre era así… así.
En vano suplicaba Miguelín, goloso de los juguetes.
-Amos, Tita.
-Espera, Hermanico- susurraba la niña.
Sólo ellos faltaban. Sólo… La señora linda y buena miró a Margarita intensamente, y con una seña cariñosa la llamó:
-Acércate, niña.
Margarita dio unos pasos. Sintió que un sudor frío bañaba se frente. Las piernas estaban torpes. Envuelta en sus harapos, trémula, llegó.
La señora lindísima posó sus dulces ojos en la niña. La miró intensamente, maternalmente.
-Pide, niña querida- dijo en un arrullo-. Pide lo que quieras.
Y Margarita, obsesionada por el dulce sueño que era su tormento, suplicó cayendo de rodillas:
-¡Señora!… Que vuelva nuestra madre.
CHRISTMAS STORY
They were coming down the mountain hand in hand, their little bodies trembling, and with a dreary light in their eyes...
-I have confidence, Tita," said Miguelín.
-Are you cold, sweetheart? You'll see how soon we'll be home. And then the baby will sit in that little chair in the kitchen.
-Tita, Tita, pull me up.
-A little more, little brother. When we get to those big stones, I'll hold you. Do you want me to?
-Chi," said Miguelín.
When they got there, on those big stones, the girl rested. She put down the bundle of firewood she was carrying on her back.
She blew out her bruised fingers, which the cold was freezing, and:
-Michaelico.
Making a loving effort, he took the child in his arms.
His little legs often wobbled and he stumbled on the pebbles of the road.
II
When she reached the miserable hut, it was already dark. Marguerite looked up at the stars, which were the colour of her hair. And laying her carefully on the ground, the girl called out:
-Madam aunt, would you like to give me some light?
-It's about time. It's about time, lazybones, that you came. She covered the unscrubbed pots and pans.
-It's a long way to the mountain, madam.
-Far away. Far away," grumbled the stepmother, "What's the matter is that you're amusing yourself with the flight of a fly. Off to the kitchen, you're not short of something to do.
Margarita took hold of Miguelín's little hand, who was sucking a little finger in fright,
-Come on, little brother. Now you'll sit there, next to me.
-How will he sit," growled the stepmother. The children, to bed.
The little boy burst into tears.
-I don't want to. A la tama, no quero.
-Hush, my handsome, my darling," cooed Margarita. Be quiet. The baby will be good and go to bed, and then I'll tell him that lovely story, "The fairy of the forest".
Michaelin smiled and pouted.
-Madam aunt," said the little girl sweetly, "is there not a piece of bread somewhere?
-You think of nothing but food, little girl.
-No. Not for me. I'm not hungry. It's for Miguelico. You can see that the child hasn't eaten anything all day long.
-I can't take lessons from anyone. Well, if he hasn't eaten, he'll wake up more. Hunger sharpens the senses.
Marguerite fell silent, and a tear trembled in her eyes.
-Here, hungry," growled the stepmother.
Miguelito sank his voracious little teeth into a black crust.
Sweetly humming to him, she put him to bed....
-Nana, my little boy... Nana...
Miguelín surrounded his eyes.
III
The child washed. The girl was only eleven years old, and misfortune turned her into a little woman.
When her mother was alive, that hut was a paradise; but now... How many kisses that little mother gave them! What rich pieces of bread! What tenderness in her words!
-Why has she gone away," thought the little girl, "if only she would come back!
There was a great noise in the street. The zambombas rang out hoarsely. The tambourines sang merrily, and the children sang a song.
"Tonight is Christmas Eve.
Margarita's heart was pounding, "Christmas Eve! I had forgotten! The night of children. The night of the enchanting nativity scenes with their little sheep and their little frosty paths.
That night when the Child Jesus came into the world to give a strong embrace to all those who were suffering, and gave them smiles and hope. Oh, the Child Jesus in his little straw crib, how beautiful he was! Her eyes sparkled. The jars that slipped from her hands clattered against each other. She dared to say:
-Oh, madam aunt! Today is Christmas.
-So what?
-I'd tell you one thing, but....
The little voice trembled.
-You're always prissy, you damned child.
-It's just that..." She stammered.
Suddenly she said briskly:
-If you'd only let us go and see the birth of the castle!
The stepmother put up her hands. He looked at her fiercely from one corner to the other, and at last burst out laughing.
-To hell with it, this girl is mad! She's going to the castle. As far away as she is... She's mad, this girl.
-Madam. I was for my little brother. He'd be so happy, poor thing! And moreover they give toys to the poor.
-You want to shut up, wise monkey," said the woman. Hurry up and go to bed, you're using up oil in the candle.
The girl fell silent. She followed the music of the pots and pans she was washing. Her numb little body trembled, and outside they sang again: "Tonight is Christmas Eve"....
In the distance sounded whistles, zambombas and drums.
IV
Huddled in the rags, Marguerite daydreamed. She couldn't sleep! She thought of the birth, that fantastic birth of the castle... All those who had admired it, praised it with the most fervent praise...
His hands were burning... His temples were burning... Inside him the worm of hunger was burning...
Almost delirious, he stood up. On tiptoe, she peeped stealthily through the door. The house was asleep!
Then, softly, with a mother's accent, she called out:
-"Miguelico, my brother...".
The boy woke with a start.
-Chist... Don't cry. We're going to see something very nice and the baby will get a drum or a train, will you?
She tucked him into his old toquillon. Cautiously, he went out.
The night, serene. Clear skies...
V
He groped his way along the path. There, in the distance, on the road, little donkeys were coming up, carrying happy children on their backs. They were also going to see the birth.
Marguerite, always with her little brother in her arms, walked lightly... lightly....
The desire to get there gave her mysterious wings.
If only she could go on the road, then some good soul would make room for her in his pram. But... no... She did not want to be seen. Maybe they would take her back home, and then....
Her hands hurt, her body dejected with fatigue, she arrived... It was dawn... She had a fever... Her body was tingling. His head was raving. But the birth was there. A thousand times more beautiful than she had ever dreamed. The shepherds were coming down, their eyes shining, laden with rich gifts.
The little donkeys carried sacks of flour. A mill was turning its blades. In the field, by a fire, the swains were dozing. And the sheep were threshing real thyme.
Little green lights. Little red lights.
-Jesus," said Marguerite, thinking she had been transported to paradise.
Miguelín put his pink finger in a beautiful river.
-There's no water in it, Tita.
-Of course, don't you see that it's made of lies!
-And the little elbows say "beeé"... and is that little body made of meat?
Marguerite laughed. Margarita jumped for joy. She no longer remembered her sad life. The hut was far away. There were children there, many children enraptured by the birth. Children who had mothers and received kisses from them.
Marguerite felt a pang in her heart, but the Noel tree distracted her. A sumptuous, big, magnificent Noel tree. Thousands of toys hung from it, and all the children's eyes were fixed on it.
Michaelin looked at it with rapt attention.
-One here, Tita, one here.
-A car with little horses. A doll. The child clapped his hands, his eyes sparkling.
VI
A door of the castle opened. And, escorted by delightful children, the mistress came out.
She was very beautiful. Her eyes sparkled like diamonds of goodness. Her happy mouth was smiling, pouring out goodness. Her hair wore a garland of myrtle.
-My children," she spoke sweetly:
Today is Christmas Eve. The night of the children. The night of charity. There are toys for everyone. On Noel's tree tremble the twigs full of them. Come closer, good children. Come forward and ask for what you wish.
The children were pushed by their mothers. They came timidly. Their eyes widened in astonishment as they looked at Noel's wizard tree.
-A ball," said a fair-haired boy.
-A polichinela," whispered a dark-haired boy.
-I want a wheeled carriage," babbled a little boy.
-Well, I want that doll's house.
They all began to arrive. Marguerite stood there quietly, more shy than ever, her heart trembling. She looked at the lady of the castle as if in adoration. How pretty! How good! Her mother was like that... like that.
In vain did Michaelin beg, greedy for toys.
-Master, Tita.
-Wait, Brother," whispered the little girl.
Only they were missing. Only... The pretty, good lady looked at Margarita intensely, and with an affectionate gesture called her:
-Come closer, child.
Margarita took a few steps. She felt a cold sweat beading on her forehead. Her legs were clumsy. Wrapped in her rags, trembling, she arrived.
The pretty lady rested her sweet eyes on the child. She looked at her intensely, maternally.
-Ask, dear child," she said in a coo. Ask for anything you want.
And Marguerite, obsessed by the sweet dream that was her torment, fell to her knees and begged:
-Lady!... Let our mother return.
SOL DE OCASO
Teresa dejó su faena escudriñando la huerta.
-¡Abuelo! No se esté ahí, que da mucho la solina. Véngase acá.
Salió a su encuentro, todavía húmedas las manos, llameantes los ojos de felicidad y un poco temblonas las macizas carnes de su gracioso andar.
-Cójase a mi brazo. ¡Asina! ¡Verá, bajo la parra, qué bien se está! ¡Hay una frescura! ¡Ajajá! Así sentadito. Lo mismo que un rey.
Siguiéronla los ojillos del viejo, henchidos de gratitud, mientras ella tornaba a hundir los torneados brazos en el agua retozona.
. . . . . . . . .
-¡Que buena es! -susurró señor Miguel, humedecidas las pupilas-. Y cuidao que la mi defunta la tenía enquina. El no conocerse, ¡velay! Porque es mesmamente un cacho de pan. ¡Pobre Blasa! Dios la haya perdonao.
A su recuerdo, sintió señor Miguel como una comezón dolorosa así como el martilleo del remordimiento. A su muerte creyó el pobre viejo morir. ¡Treinta años juntos sin que una mala razón turbase la paz del hogar! Juntos, muy juntos los cuerpos, y las dos almas una sola. ¡Creyó morir!
Pero el hijo le llevó a su vera... ¡Y qué bien se estaba allí! El cielo, con esplendores primaverales. Los picos de la sierra, jugueteando con las luces del sol. Ahora, azules, luego, rosados; más tarde, confundidos con los penachos de nieve.
La huerta, que era un paraíso, y luego... luego... Aquí señor Miguel sentía un nudo en la garganta: aquella mujer con los ojos siempre bailarines que, mirándole, acariciaban. Y las manos, tan suaves, que le vestían con el mimo de un recién nacido. Y lo mejor de la mesa para él. Y aquel hijo, mirándose siempre en sus ojos. Aquello era un paraíso: tanto, que el recuerdo de su muerta fue esfumándose en aquella neblina deliciosa, y vivía sin ella, ¡triste realidad!, como si no la hubiera conocido.
El corazón del señor Miguel aceleró su ritmo, y temblándole las palabras, sollozó arrepentido: -Voy a rezarla un "Páter".
II
Teresa iba y venía algo agitada. De pronto, metiendo los zafiros luminosos de sus ojos en los apagados del viejo, le habló:
-¡Abuelo! Tengo una carcoma que no me deja hasta que se lo cuente. Sabrá usted que el huerto del Portillo va a dar mucha guerra.
Señor Miguel miró a su nuera enterrando sus ojillos en la carnosidad de los párpados.
-Ese tuno de Melchor -siguió ella muy dulce- tiene mucho mala sangre. Los chopos, desmochaos. Los manzanos no se pueden mirar de compasión que dan. Todos agostaos. Las tapias, cayéndose. El día que usted lo vea se lleva un sofoco.
Seguía mirándola el viejo, más abiertos los ojos y temblonas sus manos. ¡Aquella voz era música!
-Bien podía usted mandárnoslo. Se evitaba malas razones, y el huerto daría gloria verlo.
-Es lo único que me queda -atrevióse él.
-¡Lo único! -musicó ella blandamente-.
¿Pues de quién es todo si no de usté? ¡Todo de usté! Qué más da que nos mande las tierras. Pa nosotros el amo será usté mientras que viva. ¡No faltaba más!
-¡Tengo una ley a ese huerto, Teresa! Allí conocí a la defunta y allí d'ambos nos quisimos.
-No sea tonto, abuelín. Que pal caso es lo mismo. El amo sólo usté. ¡Eso faltaba!...
La voz melodiosa tenía burbujos de emoción.
III
¡Primavera! Cantaba la huerta ávida de alegría y sol... Cantaban las mozas en el río... Cantaba arando el hijo, y la voz de Teresa se desgranaba a acoro con el chapoteo de la ropa en el agua.
Señor Miguel no cantaba. Sus ojillos, casi cerrados, soñaban con buenos tiempos que tan feliz le hicieron.
Para todos resucito la primavera; para todos, menos para él.
¿Por qué?... ¿En qué había delinquido? ... Los ojos de Teresa miraban ahora duros y cortantes. Sus manos, tocando el pobre cuerpecillo, punzaban como espinas, y las palabras tenían agrias tonalidades.
¡Ni la frescura de la parra! ¡Ni los colchones bien mullidos! ¡Todo se acabó! ¿Por qué?... ¿Por qué?
Hasta el hijo le miraba de soslayo, huyendo de su mirada, medroso de hablar con él.
Cuando a ella la encontraba, bajaba el viejo sus mortecinos ojos, como avergonzado de mirarla, encogida el alma con el hilo de aquellos zafiros, antes tan bailarines.
¡Huía!, pero ella se hacía la encontradiza, y empujándole rudamente, barbotaba:
-¡Jesús, qué hombre! ¡Parece el miércoles!
¡Siempre en medio! ¡No sirve más que de estorbo! Estorbaba. Pero, ¿por qué, Dios mío, por qué?
. . . . . . . . .
Un día suplicó lloroso:
-¡Si me llevases al huerto del Porti11o pa verlo por última vez!
Teresa jadeaba de tanto reír.
-¡Al huerto del Portillo! En eso estoy pensando. ¡No tengo otro quehacer!
Reía, reía, mientras a los ojillos del viejo subía un turbión...
Estorbaba... ¿Por qué?
¿No les había dado su corazón, su cuerpo, sus tierras todas, todas?
¡Ay, sí, sí! Todas. Ahora comprendía. Ya no le quedaba más que darles...
IV
¡Qué frescura la de la noche! En el cielo asomaban los puntitos de oro, de las estrellas con sus destellos de luz. La parra subía acariciando el corredor. Señor Miguel cabeceaba..., y de cuando en cuando su cuerpo enjuto se estremecía con la punzada del recuerdo.
¡Estorbaba! ¡No! ¡No! Había que decidirse.
Y tambaleándose fue hasta la cocina para decírselo a ella.
Acurrucóse otra vez en la silla.
¿Y aquel campo? ¿Y el bregar de los mozos entre los chirridos de las carretas y el mugir de las yuntas?... ¿Y aquella sierra? ¿Y sobre todo, aquella casita escondida entre los frondosos castaños?... ¡Allí vivió ella y murió ella! ¡Su Blasa!
¡La Blasica de su alma!
. . . . . . . . .
Reaccionó, y sintiéndose heroico tornó a levantarse.
La diría humilde:
-Mira, Teresa. Yo no quiero que por mí te quemes la sangre. Ni que "por mor" de mí haya cuestiones. Sé que te hace daño el verme y me voy a un asilo... Así. .. Así...
V
Cuando entraba, salía Teresa. Traía fieros los ojos y alborotados los cabellos.
Rabiosamente, le dijo:
-¡Hala! Duérmala. ¡Algo tiene que hacer pa ganarse el pan!
Encontróse en sus brazos, desmayados un rebujo de leche y oro. ¡Una nena gordinflona y rubia que aturdía con sus rabietas!...
Sólo aquellos brazos poseían el don de que el diablillo rosado callase, y arrugando los ojuelos y apretando sus manecitas, fuera despacio, despacio durmiéndose.
-Corazón mío, te había olvidado -masculló el abuelo, tembloroso.
Ella, muy abiertos los traviesos ojos, lloraba y tiraba de las flácidas mejillas.
Arrullóla tiernamente. Aquel tesoro valía un mundo. ¡Penas! ¡Desprecios! ¡Hambre! Todo por ella.
-Ea... Ea... Duerme, amorcito de tu abuelo.
. . . . .
El rum-rum tornábase cada vez más tenue.
Miró dulcemente las estrellas, y, como en éxtasis, suplicó:
-¡Señor! ¡Señor! Verla crecidica y morir.
-¡Ea!... ¡Ea!... ¡Ea!...
Niños adorados: Tended vuestras manos rosadas para que los viejecitos se apoyen en ellas. Habladles con dulzura. Cantadles canciones que reanimen sus corazones agostados.
Cuanto más buenos seáis con la ancianidad, tanto más ha de quereros Dios. En su libro de oro y en el cielo estarán escritos vuestros nombres.
"Sol de ocaso" se titula este último cuento, y si sol de ocaso es la vejez, yo os ruego, niños míos, que seáis para esa vejez un eterno sol de primavera.
SUN OF THE SEASON
Teresa left her work, scanning the orchard.
-Grandfather! Don't stand there, it's too sunny. Come over here.
She came out to meet him, her hands still wet, her eyes flaming with happiness, and the solid flesh of her graceful gait a little shaky.
Come on my arm. Asina! You'll see, under the vine, how nice it is! It's so cool! Aha-ha-ha! Sitting like this. Just like a king.
The old man's eyes followed her, full of gratitude, as she plunged her shapely arms back into the frolicking water.
. . . . . . . . .
-How good she is! -whispered Señor Miguel, his pupils moistening. And beware that my defunct wife had her in a corner. He doesn't know himself, alas! For she's a piece of bread, poor Blasa! God forgive her.
At the memory of her, Señor Miguel felt a painful itch as well as the hammering of remorse. At her death the poor old man thought he was dying. Thirty years together without a bad reason to disturb the peace of the home! Together, close together the bodies, and the two souls one. He thought he was dying!
But the son took him to his own side.... And how good it was there! The sky, with springtime splendours. The peaks of the mountains, playing with the sunlight. Now, blue, then pink, and later, confused with the plumes of snow.
The orchard, which was a paradise, and then ... then ... then .... Here Señor Miguel felt a lump in his throat: that woman with the ever-dancing eyes that, looking at him, caressed him. And the hands, so soft, that dressed him with the care of a newborn baby. And the best of the table for him. And that son, always looking into his eyes. It was a paradise: so much so, that the memory of her dead was fading in that delicious mist, and he lived without her, sad reality, as if he had never known her.
Mr. Michael's heart quickened its rhythm, and his words trembling, he sobbed repentantly: "I am going to say a "Pater" to her.
II
Therese came and went, somewhat agitated. Suddenly, thrusting the luminous sapphires of her eyes into the old man's dull ones, she spoke to him:
-"Grandfather! I've got a woodworm that won't leave me until I tell you. You must know that the Portillo orchard is going to give a lot of trouble.
Señor Miguel looked at his daughter-in-law, burying his little eyes in the flesh of his eyelids.
-That Melchor's donkey," she went on, very sweetly, "has a lot of bad blood in him. The poplar trees, they're all dead. The apple trees, you can't look at them for the pity they give. All withered. The walls, falling down. The day you see it, you'll have a hot flush.
The old man kept looking at her, his eyes wider and his hands trembling. That voice was music!
-You might as well send him to us. It would save bad reasons, and the orchard would be a glory to see.
-It's the only thing I've got left," he said, "the only thing I've got left.
-The only thing! -she mused softly.
Whose is it all if not yours? All yours! What difference does it make if you send us the land? You'll be master for us as long as you live. That's all there is to it!
-I have a law to that orchard, Teresa! There I met the defunta and there we both loved each other.
-Don't be silly, grandfather. It's all the same thing. The master only you. That's what was missing!....
The melodious voice was bubbling with emotion.
III
Spring! The orchard sang, eager for joy and sunshine... The wenches sang by the river... The son was singing while ploughing, and Teresa's voice was shattering with the splashing of clothes in the water.
Señor Miguel did not sing. His little eyes, almost closed, dreamed of good times that made him so happy.
For all of us spring came back to life; for all of us, except for him.
Why? ... What had he done wrong? ... Teresa's eyes now looked hard and cutting. Her hands, touching the poor little body, pricked like thorns, and the words had sour tones.
Not even the freshness of the vine! Not even the soft mattresses! It's all over! Why, why, why, why?
Even his son looked at him sideways, shying away from her gaze, afraid to speak to him.
When he met her, the old man lowered his dark eyes, as if ashamed to look at her, his soul shrinking with the thread of those sapphires, once so dancing.
He was running away, but she pretended to meet him, and, pushing him rudely, she bounced up and down:
-Jesus, what a man! It seems like Wednesday!
Always in the way! He's nothing but a hindrance! He was in the way. But why, my God, why?
. . . . . . . . .
One day he begged tearfully:
-If you would take me to Porti11o's orchard to see him for the last time!
Teresa gasped with laughter.
-To the orchard of Portillo! That's what I'm thinking of, I have nothing else to do!
She laughed, she laughed, while in the old man's little eyes a storm rose....
He was in the way... Why?
Hadn't he given them his heart, his body, his land, all of it, all of it?
Oh, yes, yes, yes, all of them! Now he understood. There was nothing left for him to give them....
IV
What a coolness of the night! In the sky the golden dots of the stars were peeping out with their sparkling light. The vines climbed up, caressing the corridor. Señor Miguel nodded..., and from time to time his wiry body shuddered with the pang of remembrance.
It was in the way! No! No! He had to make up his mind.
And he staggered to the kitchen to tell her.
He huddled back in his chair.
And that field, and the toil of the lads amidst the creaking of the carts and the mooing of the oxen, and that mountain range, and above all, that little house hidden among the leafy chestnut trees... That's where she lived and died! Her Blasa!
The Blasica of her soul!
. . . . . . . . .
He reacted, and feeling heroic he rose again.
He would say to her humbly:
-Look, Teresa. I don't want you to burn your blood for my sake. Nor that "for my sake" there should be questions. I know it hurts you to see me, and I'm going to an asylum.... Like this... Like this...
V
As I entered, Teresa came out. Her eyes were fierce and her hair was dishevelled.
Angrily, she said to him:
-She must do something to earn her bread!
She found in his arms, fainting, a bundle of milk and gold, a chubby, blonde girl who stunned him with her tantrums!
Only those arms alone possessed the gift of silencing the little pink devil, and, wrinkling his eyes and squeezing his little hands, he slowly, slowly went to sleep.
-My heart, I had forgotten you," mumbled grandfather, trembling.
She, her mischievous eyes wide open, was crying and pulling at her flabby cheeks.
He cuddled her tenderly. That treasure was worth a world. Sorrow! Scorn! Hunger! All for her.
-Ea... Now... Sleep, your grandfather's little love...
. . . . .
The rum-rum grew fainter and fainter.
He gazed sweetly at the stars, and, as if in ecstasy, pleaded:
-Lord! Lord! To see it grow and die.
-O, O, O, O, O, O, O, O, O, O!
Adored children: Stretch out your rosy hands for the little old men to lean on. Speak sweetly to them. Sing to them songs that will revive their withered hearts.
The more kind you are to old age, the more God will love you. In his golden book and in heaven your names will be written.
"Sunset sun" is the title of this last story, and if sunset sun is old age, I beg you, my children, to be for that old age an eternal spring sun.
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Josefina Bolinaga |
Más que como poeta, la escritora fue sobre todo conocida, tanto en el periodo de preguerra como después en la posguerra, como autora de cuentos infantiles, entre los que destacan Amanecer, 1934, que se llegó a convertirse antes de la Guerra en libro escolar de lectura
Josefina Bolinaga Ugarte, (Valmaseda
(Vizcaya), 1880 -¿Madrid?, c. 1965), como miembro reconocida pero
todavía por recuperar de la generación del 27, se dedicó a la
literatura, especialmente a la infantil. Tuvo una larga trayectoria
profesional y fue capaz de elaborar un amplio número de cuentos para
niños, que alcanzaron un extenso reconocimiento entre las décadas de los
años 30 y 60 del siglo XX.
Tras la guerra civil española (1936-1939) y el inicio de la dictadura franquista, su carrera tuvo que dar un vuelco. Se conoce que su obra Amanecer fue prohibida por el régimen franquista y
retirada del uso escolar. Tras sufrir una adaptación a causa de la
censura, la obra con modificaciones volvió a la circulación y a su
utilización en las aulas.
Posteriormente, Josefina todavía se
mantuvo en temas de literatura infantil, pero adaptándose a los
permitidos por la dictadura. Así, aparecieron obras como Nueva raza
(1941), Cuentos de primavera (1944), Mi patria es el mar (1951), Solo
para niñas (1957) o Ven a mi jardín (1962). Muchos de ellos,
especialmente los dos últimos, fueron empleados como recurso de lectura
en la educación de las niñas durante el periodo franquista
poetassigloveintiuno.blogspot.com
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El primero de los libros de poesía de Josefina Bolinaga, "Alma rural", salió a la luz en el año 1925, precedido de un prólogo de Wenceslao Fernández Flórez, quien, ya desde estas primeras páginas, que generalmente deberían ser elogiosas, caracteriza el poemario como “un libro sencillo, escrito para almas sencillas”, cuya nota predominante es la ternura.
Alma rural es un libro
peculiar, ya que no se ajusta de un modo exacto a las tendencias
estéticas generales observables en la poesía de autoría femenina en el
primer tercio del siglo XX.
Así, si bien se aprecia en él la
influencia de la lírica tradicional – versos de arte menor, lenguaje
sencillo, estructuras paralelísticas-, no hay tanto una exaltación de lo
popular como de lo rural, de manera que no se busca, a través de la
poesía, la esencialidad sino la reproducción de unas formas de vida
ajenas a las de la gran ciudad, cuya progresiva expansión generaba, sin
duda, el rechazo de un sector de la población española, más apegado a
las “esencias” tradicionales.
El poemario está, por lo demás,
construido siguiendo el modelo de José María Gabriel y Galán, a quien la
autora dedica el primero de los poemas, “Al eximio poeta Gabriel y
Galán”, y a quien considera su maestro.
La suya es, así, una
poesía que, al igual que la del poeta salmantino- extremeño, ensalza la
vida rural y campestre en su aspecto más tópico y superficial (frente a
la actitud crítica y, a la vez nostálgica, presente en algunos de los
autores tradicionalmente adscritos a la llamada “Generación del 98” como
Unamuno, Azorín o Baroja), recreando escenas pintorescas y
reproduciendo una forma de hablar rústica y ya claramente arcaica en un
momento como mediados de la década de los veinte.
La mayoría de
los poemas tienen, por lo demás, un carácter narrativo, siendo frecuente
la reproducción de diálogos entre personajes (generalmente entre madres
e hijas, maridos y mujeres, amigas) y que son quienes precisamente
reproducen la forma de hablar típica de ciertas áreas rurales españolas
Poemas de Josefina Bolinaga
El primer beso
-Madre, yo una cosa
decírsela debo,
que me quita el jambre,
que me quita el sueño.
¡Una cosa grande!
¡Madre, es un secreto!
¡Venga usté a l´alcoba!
¡Venga p´allá drento!
que no l´oiga padre,
que no l´oiga agüelo.
Pues verá usté, madre...,
casi no m´atrevo
a decirla todo,
y es que endemás miedo
de que usté me riña
mucho yo le tengo.
¡No se ponga seria!
¡No m´arrugue el ceño!
Mire pa otro lao...
Que me da usté miedo...
Ahora lo digo,
ahora alcomienzo.
Ayer para el campo
se vino el Usebio,
s´acercó pa mí,
y dijo, contento...
Lo de siempre, madre:
¡Que si yo le quiero!
Le dije... que sí,
que ley yo le tengo;
s´acercó él altonces
más p´hacia mi cuerpo,
juntó la su cara
casi con mi pelo...
¡No se ponga seria!
¡No m´arrugue el ceño!
Q´altonces no sigo
este mi secreto.
¡Mire pa otro lao!
pus iba diciendo
Q´ajuntándose a mí
el mocico Usebio...
¡Y altonces! ¡Altonces!
¡Ay, madre! ¡Qué miedo!
Me dio en la cara
así como un beso.
¡No me riña, madre!
Q´ha sío el primero.
¡No me riña, madre!
Que más ya no vuelvo
a dejar besarme
del mocico Usebio.
- No te riño, hijica;
no me tengas miedo.
¡Cuánto que me gusta!
¡Cuánto que m´alegro
Q´a mi m´hayas dicho
eso del Usebio!
¡Pa estar con mil ojos!
¡Pa velar por ti
y pa estar yo siendo
la tu sombra siempre
que siga a tu cuerpo!
¡Cuánto que me gusta!
¡Cuánto que m´alegro
q´a mí m´hayas dicho
ese atrevimiento...!
Ya estoy mu tranquila:
No vendrá otro beso,
que tendrá tu madre
mil ojos para ello.
Porque tú no sabes
y has de tú saberlo,
q´es mucho dañino
ese primer beso.
***
Durante un tiempo se prohibió "Amanecer", obra de Josefina Bolinaga, editada en Burgos por Hijos de Santiago Rodríguez que había recibido el tercer Premio Nacional de Literatura en la convocatoria de 1932.
Es posible que a la autora se le hiciera saber qué enmiendas o rectificaciones debía hacer, pues fue nuevamente presentado a juicio de la Comisión Dictaminadora de textos Escolares de Primera Enseñanza y fue aprobado en la orden del 27 de diciembre de 1940 (BOMEN del 10 de febrero de 1941). En 1955 lo seguía editando Hijos de Santiago Rodríguez.
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Analizamos La pastorcita rubia con ChatGPT
¡Bienvenidos al maravilloso mundo de La Pastorcita Rubia! En este cuento encontrarás una historia llena de aventuras y ternura, donde la protagonista y sus corderitos te robarán el corazón. ¡Disfruta de la lectura!
¿Cuál es el mensaje principal que transmite La Pastorcita Rubia?
No se especifica un mensaje principal en el texto proporcionado. Sin embargo, La Pastorcita Rubia es un cuento lleno de aventuras y ternura que puede transmitir valores como la bondad, la valentía y el amor por los animales.
¿Qué valores se destacan en la historia?
En el texto proporcionado no se especifican los valores que se destacan en la historia de La Pastorcita Rubia. Sin embargo, algunos valores que podrían estar presentes en la historia son la bondad, la valentía, el amor por los animales y la importancia de cuidar y proteger a los más vulnerables.
¿Cómo se relaciona la pastorcita con sus corderitos y cómo influye esto en la trama del cuento?
En el cuento de La Pastorcita Rubia, la pastorcita tiene una relación muy cercana y protectora con sus corderitos. Ella los cuida y los protege del peligro, como se puede ver cuando intenta salvar a uno de ellos del lobo. Esta relación influye en la trama del cuento porque es precisamente el amor y la preocupación de la pastorcita por sus corderitos lo que la lleva a enfrentarse al lobo y a buscar ayuda para salvarlos. Además, esta relación también muestra valores como el amor, la compasión y la importancia de cuidar a los más vulnerables.
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