Se acumulan los estudios de expertos que declaran al actual sistema de reparto inviable, y organismos internacionales anuncian su colapso antes de mediados del presente siglo.
Dos son los abordajes clásicos del tema, el reparto y la capitalización, y ambos se utilizan en distintos países, además de modelos mixtos que intentan aprovechar las ventajas de cada uno de estos procedimientos a la vez que minimizar sus inconvenientes.
El sistema de reparto está en peligro por el declive demográfico y se ve sacudido por las crisis económicas en las que se dispara el desempleo y los sueldos bajan.
El de capitalización sufre los efectos de las convulsiones de los mercados financieros, que pueden deteriorar hasta extremos deletéreos el valor de los activos que lo sustentan.
En cuanto a los planes de pensiones privados, que se utilizan para complementar los públicos, no están al alcance de las capas de menor renta, que dependen exclusivamente del Estado para disfrutar de una jubilación digna.
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Me refiero a una redistribución eficiente de los ingresos del erario, suprimiendo todo lo que en nuestras hipertróficas Administraciones sea superfluo, clientelar o despilfarrador para destinar los recursos así liberados a lo que es necesario, beneficioso y generador de valor añadido.
La solución pasa por una redistribución eficiente de los ingresos del erario público, suprimiendo todo lo que en nuestras hipertróficas administraciones sea superfluo.
La vida consiste, como es sabido, en acertar a la hora de elegir y es inaplazable que nos enfrentemos al dilema de gastar lo que producimos con nuestro trabajo, nuestro talento y nuestro esfuerzo en mantener el leviatán insaciable del Estado autonómico y partitocrático que padecemos o en asegurar nuestro futuro cuando lleguemos a la edad del retiro.
Ese toro, como el del separatismo catalán, sólo se lidia cogiéndolo por los cuernos y para ello no valen los estafermos, se requieren diestros ágiles y valerosos. Habrá que buscarlos ¿o no?
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