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En su "Discurso sobre la servidumbre voluntaria", escrito en 1548, Étienne de La Boétie (1530-1563)
estudiaba las claves por las que los tiranos se sostenían en el poder: no tanto por su fuerza como por la complacencia de sus súbditos; incluso, por un peculiar deseo de esclavitud.
El texto de La Boétie plantea la cuestión de la legitimidad de cualquier autoridad sobre un pueblo y analiza las razones de la sumisión (relación dominación/ servidumbre).
Los numerosos ejemplos sacados de la Antigüedad clásica que —como era
costumbre en la época— aparecen en el texto, le permiten criticar, bajo
una apariencia de erudición, la situación política de su tiempo.
Si
bien La Boétie fue un servidor del orden público, es considerado por
algunos como un precursor intelectual de la desobediencia civil y del
anarquismo.
De esta manera el Discurso prefigura la teoría del contrato social*
*La teoría del contrato social dicta que las personas viven juntas en la sociedad siguiendo un contrato que establece las reglas del comportamiento moral y político. Algunas personas creen que si vivimos respetando un contrato social, podemos vivir moralmente por voluntad propia y no porque así lo dicta un ser divino.
La esencia de la teoría (cuya formulación más conocida es la propuesta por Jean-Jacques Rousseau) es la siguiente:
para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social implícito que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que dispondría en estado de naturaleza.
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778)
en "El contrato social", analiza el vínculo que existe entre el soberano y los súbditos.
El código civil sirve para que los ricos roben a los pobres.
El código penal impide que los pobres roben a los ricos.
(Aforismo francés)
Y en España está el código procesal para asegurarlo.
La pregunta es qué ha fallado para que los talibanes se hayan hecho con el Gobierno de Afganistán sin un exceso de violencia en tan poco tiempo.
***
El segundo derribo de nuestras tres Torres Gemelas
Es verdad que, como ha explicado brillantemente Guillermo Ortiz,
Afganistán ha caído cual fruta madura en las rudas manos de los talibanes por mor de la dialéctica del “amo y el esclavo”, aquella doctrina de la “servidumbre voluntaria” que esbozara hace cinco siglos Étienne de la Boétie.
Todos los totalitarismos la han reeditado desde entonces en los más diversos lares y sólo han fracasado cuando la causa de la libertad ha logrado movilizar a sus mejores paladines.
El 16 de septiembre de 2001 -sólo cinco días después del ataque y destrucción de las Torres Gemelas- publiqué un artículo titulado 'Recordad a Polifemo', advirtiendo del tremendo error que suponía responder a un ataque terrorista con una Declaración de Guerra convencional como la que estaba anticipando Bush, movilizando reservistas megáfono en mano.
“Una cosa es que estando ‘en guerra’ permanente contra el terrorismo, como lo estamos contra el tráfico de drogas o contra la propagación del sida, la gravedad e ignominia de los ataques del martes requiera una respuesta ejemplar e implacable”, escribí entonces. “Pero otra muy distinta es que esa respuesta sea ‘la Guerra’”.
“Como ya nos enseñó Homero con la historia del gigante Polifemo, pretender vengarse estando cegado por una lanzada no es la mejor garantía de eficacia”.
Aún se desenterraban cadáveres bajo lo que fue el World Trade Center, cuando concreté esa advertencia: “Diría muy poco de nuestro modelo de civilización terminar viendo al gran imperio americano encaramado a los riscos de la historia, lanzando descomunales piedras entre rugidos de ira, mientras una diminuta nave escabulle su pequeñez en el oleaje”.
Pues bien, eso es lo que ocurrió. Como Bush no logró encontrar ni a Bin Laden ni a la plana mayor de Al Qaeda, invadió primero Afganistán y después Irak.
Lo que en el primer acto era una forma de canalizar esa ira, fruto de la humillación tras aquel Pearl Harbour en el corazón de Manhattan, se convirtió en el segundo acto en puro cálculo electoral. Ya que los altos cargos de la CIA no cumplían su compromiso de traerle la cabeza del perpetrador del ataque del 11-S en una caja, tocaba sustituirla a tiempo por la de Sadam Hussein.
Bush consiguió su anhelado segundo mandato gracias a esa sobrevenida condición de comandante en jefe, pero se encontró sin saber qué hacer con los dos países conquistados.
Entre tanto, una oleada de tremendos atentados -incluido nuestro 11-M- repartía por el mundo entero las reverberaciones de los pedruscos que el tejano había lanzado alocada e indiscriminadamente contra el océano de la conciencia islámica.
Si el único motivo de la intervención hubiera sido, como dijo Biden, “atrapar a quienes nos atacaron”, la presencia norteamericana habría cesado hace diez años cuando los comandos especiales enviados por Obama descubrieron que Bin Laden no estaba en una cueva de Afganistán sino en una ciudad de Pakistán; y le mataron sin tan siquiera intentar detenerle.
Y si ese motivo implicaba además “asegurarnos de que Al Qaeda no pudiera usar Afganistán para volver a atacarnos”, ya nos explicará Biden cómo va a impedir que los talibanes restablezcan sus lazos con el terrorismo integrista ahora que cuentan con mucho más respaldo internacional que entonces.
Porque lo que sí es cierto es que ni China, ni Rusia, ni la propia Pakistán -muy dependiente de la ayuda americana- se opusieron en 2001 al ataque masivo de unos Estados Unidos que en definitiva acababan de ganar la Guerra Fría.
***
Es tan viejo como el mundo, diría Hegel.
Cuando tú tienes miedo a morir y yo no lo tengo, lo normal es que yo pueda ejercer determinada fuerza sobre ti, y tú tengas que aceptarla. El grado de esa fuerza, por supuesto, la determinaré yo, que soy el amo.
Tú has preferido ser esclavo porque, de alguna manera, te compensa, es un mal menor. Podrías rebelarte y luchar, pero entiendes que hay más que perder ahí: no sólo la vida sino el dolor, la vergüenza, las consecuencias sobre los tuyos. Así, por ejemplo, Afganistán en los últimos dos meses.
Con todo el foco puesto en cómo y por qué salieron las tropas internacionales del país, quizá falte aún un análisis concienzudo de qué falló para que los talibanes se hayan hecho con el Gobierno sin un exceso de violencia en tan poco tiempo.
En cuanto se han quitado de en medio los extranjeros, el paseo hasta Kabul ha sido relativamente plácido. Podemos discutir sobre lo bien o mal armado que estaba el ejército gubernamental afgano o sobre la cantidad de efectivos con los que contaba. Lo cierto es que decidió no combatir y ahí no hay grandes estrategias que valgan: el soldado que no ejerce como tal es un activo para el bando contrario.
¿Por qué no combatió el ejército afgano? Porque estaba agotado. Porque lleva veinte años de guerra civil, más otros doce en escaramuzas de poder, más los nueve anteriores luchando de aquella manera contra la Unión Soviética. Los afganos no han dejado de matarse, sin saber muy bien por qué, desde 1978 como poco.
Los afganos, y esto es una generalización que por supuesto merecerá matices, se han cansado de pelear y están dispuestos a seguir lo que les diga el que sí tiene capacidad para seguir con la guerra. No en vano, como se aprecia en el gráfico inferior, cuando los integristas han querido hacer daño, no han ido a por las tropas internacionales: han ido a por los civiles.
Un país inexistente
Eso nos obliga a considerar cómo se vive desde el propio país la insurgencia talibán. Que nos parezcan a los occidentales gente abyecta, no implica que no tengan apoyo dentro de la población afgana.
Aunque se trate de un movimiento de origen paquistaní, al final se trata de una banda más dentro de un país lleno de bandas que van controlando pequeñas parcelas de poder. Cuando Estados Unidos (EEUU) entró en 2001, se encontró con que el problema no eran tanto los famosos talibanes sino los llamados "señores de la guerra". Los que defienden lo suyo y les da igual si eso implica que un señor en Kabul diga no sé qué de la sharía o si el que disfruta del gimnasio en Palacio es un hombre que habla perfecto inglés.
Los primeros meses de intervención estadounidense fueron un caos político porque Afganistán siempre ha sido así desde la deposición de Mohamed Zahir Shah en 1973. Biden afirmaba el otro día en rueda de prensa que EEUU "no entró ahí para construir un país", idea que ha repetido varias veces desde su segunda etapa como vicepresidente con Barack Obama.
Esa es la principal cuestión: que Afganistán no es un Estado, que no hay capacidad de establecer una autoridad única que controle todo el territorio más allá de los intereses locales... y que los intereses locales, ya quedó dicho, son volubles en sus afectos.
La activista Nadia Gulam, víctima de la violencia talibán durante los años noventa y refugiada en España, se cansó de repetir en su momento que no era buena idea repartir armas entre la población para defenderse. Cabe preguntarse cuánto de milicia había en el Ejército afgano y cuánto puede confiar un Gobierno en una milicia. Es probable que, en su avance sobre Kabul, los talibanes hayan conseguido el apoyo de una parte de esa población armada a la que le dieron un uniforme, un cargo y un fusil.
Existe también el riesgo, por supuesto, de que la otra parte de esas armas se utilicen ahora para combatir el fundamentalismo y continuar así una guerra civil eterna.
Más apoyo ahora
Con todo, la sensación que dejan las imágenes y el transcurso de los eventos en las últimas semanas invita a pensar lo contrario. De entrada, los talibanes tienen apoyo externo. Esto es importante porque nunca había pasado antes. En los años noventa, su mandato se basaba en el terror porque sólo el terror podía mantenerles en el poder.
Palo y zanahoria, de nuevo. El mulá Omar no sólo era un fanático religioso, era un sanguinario. Y eligió mal sus compañías, a cambio, es de suponer, de una descomunal cantidad de dinero. Cuando George W. Bush decidió bombardear y luego invadir Afganistán en 2001, nadie dijo nada. No hubo ni una protesta internacional, ni una manifestación, ni un "no a la guerra".
Los talibanes no tenían por entonces ningún apoyo más allá del de Pakistán... y Pakistán tenía las manos atadas. Pakistán necesitaba la colaboración estadounidense en su permanente conflicto con India y desde luego no iba a jugársela por unos tarados formados en madrasas del norte. Llegado el momento, Pervez Musharraf no sólo no levantó un dedo para apoyar a sus supuestos aliados, sino que puso toda clase de facilidades a la coalición internacional para que bombardeara a gusto.
Combatientes talibanes montan guardia en Kabul. Reuters |
Sin nadie poderoso decidido al menos mediar en el conflicto -Arabia Saudí estaba furiosa ante la decisión de Omar de esconder a Osama Bin Laden y los jeques de los emiratos no tenían aún el poder en Occidente que tienen ahora-, una parte de la banda se marchó donde pudo, otra combatió con lo que encontró a mano... y la gran mayoría se cambió de traje y siguió con su vida bajo otro nombre.
Eso es lo que quizá no ha entendido bien EEUU. Los talibanes no son una fuerza de ocupación extranjera. Los talibanes comparten cultura, costumbres e historia con el resto de afganos porque son afganos.
Por supuesto, lo que oímos continuamente en televisión es la réplica opositora, la de los héroes que lucharon contra ellos sin importarles lo que eso suponía y los que han colaborado este tiempo con las fuerzas extranjeras por su convencimiento de que la libertad y la democracia son los bienes mayores en una sociedad. Pero no son los únicos. Ni mucho menos.
La dominación de la mujer por parte del hombre no es algo exclusivo de los talibanes ni de los afganos. Es una interpretación fanática e integrista del islam que lleva en boga los últimos 40 años en demasiados países.
Cuando tú lanzas el mensaje de que los talibanes aún pueden ser controlados "durante noventa días" antes de la potencial caída de Kabul (informe del Pentágono filtrado el mes pasado), lo que en realidad estás diciendo es "los talibanes pueden ser controlados durante noventa días... si los que se enfrentan a ellos eligen luchar y morir como perros para, total, a los tres meses ver cómo su lucha ha sido inútil". Y puede que no sea un destino muy apetecible para quien se tiene que quedar ahí a protagonizarlo.
El poder del mulá
Pensar que algo que tenía de Ejército sólo la nomenclatura iba a luchar por su libertad, entendiendo su libertad como el ejercicio de los derechos que se consideran fundamentales en Occidente, era demasiado inocente. Sometido al terror de los atentados y las batidas -sólo en 2019 hubo 1.750 ataques terroristas en Afganistán para un total de 17.258 en la década de 2010-, en cuanto le han dejado, el afgano ha elegido ser esclavo pero que esto pare ya.
Ha elegido vivir aunque su vida sea intolerable y aunque la de los demás penda de un hilo. Para cuando el embajador de EEUU arrió la bandera de su país y se marchó de la embajada, el presidente Ghani ya llevaba un tiempo fugado.
Quedan las imágenes épicas. Quedan los que llenaron desesperados el aeropuerto porque entienden el horror que se les viene encima. Porque recuerdan y prevén la violencia desmedida, el control de la cotidianidad, las costumbres medievales. Pero no son mayoría. Una mayoría habría parado el paso a esos salvajes mucho antes. Ahora, ya digo, será mucho más difícil.
Las embajadas de China y Rusia siguen abiertas, como la de India. El apoyo de los Emiratos es total y el de Arabia Saudí no tiene por qué fallar. La propia Nadia Gulam declaraba recientemente su pánico a una guerra civil, pero no tiene pinta de que ese vaya a ser el escenario a corto plazo.
Más bien lo contrario. Más bien una dictadura fundamentalista sostenida por apoyos externos poderosos que puede que obligue a los gobernantes a moderar el discurso y tener algún detalle de cara a la galería. Eso, en Kabul. Eso, en Kandahar o Jalalabad.
En el resto del país, lo de siempre: el matonismo y el desorden. El yo mando porque yo mando. No hay mucha geopolítica en la ley del más fuerte. ¿Cuánto durarán en el poder? Lo que tarden en volver a pasarse de frenada en términos puramente terroristas... o lo que tarden sus aliados en cansarse de ellos.
Al fin y al cabo, resulta que buena parte de esos aliados son también los nuestros, lo que, en esta ocasión, nos ata las manos a nosotros. Si, por lo que fuera, el mulá de turno perdiera el favor de China, Rusia y los jeques... y se percibiera una voluntad de cambio medianamente organizada en el país, puede que hubiera un nuevo giro de guión.
No hablo de invasiones, porque creo que de eso ya hemos aprendido todos en estas décadas, pero sí de algún amago de revolución, de golpe de Estado. Ejército en Afganistán no habrá nunca. Ni muy formado ni poco. Generales, por el contrario, habrá siempre.
Los derechos fundamentales de millones de seres humanos van a depender, parece claro, de luchas de poder interno y no de grandes discursos morales. Amos y esclavos. Como siempre.
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Número de bajas estadounidenses en distintas guerras:
Guerra de la Revolución (1775-1783): 4.435
Guerra de 1812 (1812-1815): 2.260
Guerra con México (1846-1848): 13.283
Guerra Civil (1861-1865): 364.511
Guerra española-estadounidense (1898): 2.446
Primera Guerra Mundial (1917-1918): 116.516
Segunda Guerra Mundial (1941-1946): 405.399
Guerra de Corea (1950-1953): 36.574
Guerra de Vietnam (1964-1973): 58.220
Guerra del Golfo (1990-1991): 383
Guerra en Afganistán (2001-2021): 2.448*
*Desde el inicio de la guerra contra el Talibán en 2001, se han registrado más de 3.500 muertes de la coalición. Un total de 2.448 soldados estadounidenses han muerto en el conflicto armado, a los que hay que sumar las 66.000 muertes de militares y policías afganos, 47.245 civiles y 444 trabajadores humanitarios. La presencia de España en el país asiático también dejó un total de 102 muertos.
***
11-S del 2001 - Un recuerdo casi 20 años después
Eran las 8:46 de la mañana en Nueva York, cuando el vuelo 11 de American
Airlines, que salió de Boston con destino a Los Ángeles, con 81
pasajeros a bordo, incluyendo a los cinco secuestradores, se impactó
entre los pisos 93 y 98 de la Torre Norte.
Comenzaron a sonar las alarmas y se dio la orden de evacuación, sin
embargo, durante los primeros minutos, nadie sabía qué había sucedido.
Los noticieros hablaban de un posible accidente.
En la Torre Sur, los empleados comenzaron a bajar, siguiendo una orden
de evacuación preventiva, que poco después fue cancelada. “El peligro
pasó. Pueden salir o regresar a sus lugares de trabajo”, sin embargo, el
peligro no había pasado.
17 minutos después, a las 9:03, el vuelo 175 de United Airlines, también
proveniente de Boston y con destino a Los Ángeles, con 37 pasajeros,
incluyendo a los cinco secuestradores, se impactó entre los pisos 78 y
84 de la Torre Sur.
Fue en ese momento, cuando los ojos del mundo voltearon a ver qué es lo que pasaba en Estados Unidos, el país de mayor potencia.
Los atentados terroristas suicidas del 11 de septiembre de 2001 se
produjeron por miembros de la red yihadista Al Qaeda, mediante el
secuestro de aviones comerciales para ser impactados contra diversos
objetivos, (las Torres Gemelas) en Nueva York y graves daños en El
Pentágono (en el estado de Virginia) causando la muerte a cerca de 3.000
personas, y más de 6.000 heridos.
Este episodio precedería a la guerra de Afganistán y a la adopción por
el Gobierno estadounidense y sus aliados de la política denominada
Guerra contra el terrorismo.
Los atentados fueron cometidos por diecinueve miembros de la red
yihadista Al Qaeda, divididos en cuatro grupos de secuestradores, cada
uno de ellos con un terrorista piloto que se encargaría de pilotar el
avión una vez ya reducida la tripulación de la cabina.
Los aviones de los vuelos 11 de American Airlines y 175 de United
Airlines fueron los primeros en ser secuestrados, siendo ambos
estrellados contra las dos torres gemelas del World Trade Center.
El tercer avión secuestrado pertenecía al vuelo 77 de American Airlines y
fue empleado para ser impactado contra una de las fachadas del
Pentágono, en Virginia.
El cuarto avión, perteneciente al vuelo 93 de United Airlines, no
alcanzó ningún objetivo al resultar estrellado en campo abierto, cerca
de Shanksville, en Pensilvania, tras perder el control en cabina como
consecuencia del enfrentamiento de los pasajeros y tripulantes con el
comando terrorista. Tendría como eventual objetivo el Capitolio de los
Estados Unidos, ubicado en la ciudad de Washington.
***
EXTRACTO del "Discurso sobre la servidumbre voluntaria"
Hay tres tipos de tiranos.
Unos, reinan por elección del pueblo, otros por la fuerza de las armas, y los del tercer tipo reinan por sucesión de casta.
Aquellos que han adquirido el poder por el derecho de guerra, a ello ajustan su comportamiento, sabiéndolo y proclamándolo como en país conquistado.
Aquellos que nacen reyes no son, en general, mucho mejores. Nacidos y alimentados en el seno de la tiranía, desde su lactancia maman todo aquello que es propio del tirano y ven a los pueblos que les están sometidos como si fuesen sus siervos hereditarios. Según su tendencia dominante -avaros o pródigos-, usan del reino como de su herencia.
En cuanto a aquel que ha recibido su poder del pueblo, parece que debería ser más soportable; y creo que lo sería si una vez alzado por encima de todos los demás, animado por eso que suele denominarse como "grandeza", aunque yo no sé bien qué es, tomase la decisión de no cambiar por ello.
Pero, casi siempre, el que a tal situación llega considera que debe transmitir el poder a sus hijos. Y una vez que han adoptado tal opinión, sorprende ver cómo superan en vicios y crueldades a todos los demás tiranos. No encuentran mejor medio de asegurar su nueva tiranía que el reforzamiento de la servidumbre, arrancando las ideas de libertad del espíritu de sus súbditos con tanta eficacia que, por reciente que sea el recuerdo de ellas, queden pronto borradas de su memoria.
A decir verdad, entre estos tiranos veo algunas diferencias, pero ninguna cualitativa, pues, aunque llegan al trono por medios diversos, su manera de gobernar es siempre más o menos la misma.
Los que son elegidos por el pueblo, le tratan como toro a domar; los conquistadores, como si fuese su presa; y los que llegan al trono por sucesión, como a rebaño de esclavos que les pertenece por naturaleza.
Yo haría esta pregunta: si por azar naciesen hoy en día algunas personas totalmente nuevas, que no estén acostumbradas a la sumisión ni hayan conocido el dulce sabor de la libertad, ignorando incluso el nombre de una y otra condición, ¿qué elegirían si se les propusiese escoger entre estar sometidos o vivir libres?
Sin ninguna duda, preferirían obedecer solamente a la razón en vez de servir a un hombre, a menos que sean como aquellas gentes de Israel que, sin estar sometidas a necesidad o imposición, se dieron un tirano.
Nunca leo su historia sin experimentar un despecho tan profundo que casi me lleva al borde de sentirme inhumano y alegrarme de todos los males que les ocurrieron. Pues para que los hombres, en tanto que son hombres, se dejen someter es preciso que sean obligados a ello o que sean engañados. Obligados por los ejércitos extranjeros, como lo fueron Esparta y Atenas por los ejércitos de Alejandro, o engañados por tal o cual facción, como lo fue el gobierno de Atenas, caído antes en manos de Pisistrato.
Con frecuencia, los hombres pierden su libertad por ser engañados, pero engañados por sí mismos con más frecuencia que seducidos por otro. Así, el pueblo de Siracusa, capital de Sicilia, presionado por las guerras y tomando en cuenta solamente el peligro inmediato, eligió a Dionisio I y le dio el mando de su ejército, sin darse cuenta de que le había hecho tan poderoso que cuando este malvado retornó, triunfal como si hubiera vencido a sus conciudadanos más que a sus enemigos, se proclamó primero general, luego rey y finalmente rey tirano.
Resulta increíble ver como el pueblo, una vez que se encuentra sometido, cae frecuentemente en un olvido tan profundo de su libertad que le resulta imposible despertar para reconquistarla. Sirve tan bien y tan voluntariamente que se diría que no sólo ha perdido su libertad sino que ha ganado su servidumbre.
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OTROS ARTÍCULOS
domingo, 4 de diciembre de 2016
Reforma de la justicia
La Dama de la Justicia es una de las figuras y simbolos esculpidos más reconocidos en el mundo.
La mujer con los ojos vendados con la espada y la balanza simboliza la
administración imparcial de la justicia, sin corrupción o favoritismo.
De entre todas las reformas que se precisan,
la Reforma de la Justicia es la más necesaria.
La búsqueda de justicia que es una tarea azarosa, terrible, compleja,
agónica y muy contradictoria nos da tanta pereza que dejamos justamente
de buscar justicia para intentar buscar culpables.
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