"Un amor más fuerte que el poder": así suena la canción viral de la carta publicada por Pedro Sánchez |
La mujer de Nixon por Pedro J. Ramírez
En septiembre de 1952 la plácida campaña electoral que llevaba en volandas a la Casa Blanca al general Eisenhower, héroe de la Segunda Guerra Mundial, se vio abruptamente alterada por un escándalo que afectaba a su candidato a la vicepresidencia Richard Nixon.
A él y a su esposa Pat.
Casi antes de que la mayoría de los norteamericanos supieran de qué se trataba, empezaron a escuchar de labios del propio Nixon que su esposa y él estaban siendo víctimas de una campaña de difamación orquestada por los "comunistas", sus amigos "corruptos" del establishment progresista de Nueva York y Washington y algún periodista "hijo de puta".
El asunto no era delictivo, pero resultaba muy poco estético, en la medida en que generaba sospechas de un potencial tráfico de influencias. Se trataba de la existencia de un fondo, mantenido en secreto, en el que se ingresaban donativos de simpatizantes o "sponsors" y con el que luego se pagaban gastos políticos de carácter operativo, pero también algunos gastos personales de los Nixon.
Entraba dentro del sentido común que los donantes tenían al menos la expectativa de que si Nixon ganaba, se cobrarían con creces los favores.
No eran grandes cantidades, pues el límite de los donativos eran mil dólares -unos 12.000 de ahora- y la disponibilidad del fondo rondaba los 16.000. Nunca llegó a lo que hoy serían 200.000 euros. Pero Nixon se había erigido en látigo de la "corrupción" demócrata por cuestiones parecidas y empezó a recibir su propia medicina.
Gran parte de la prensa liberal le acusó de hipocresía y la más agresiva le presentó como "un lobista" de sus donantes e incluso como "el perrito faldero de un grupo de ricachones californianos con intereses concretos".
Nixon lo llevaba fatal. Nixon no soportaba a la prensa liberal y veía comunistas y extremistas en todos los periódicos que no le bailaban el agua.
Su problema no era, sin embargo, la prensa sino el fondo secreto. El presidente del Partido Demócrata hizo una declaración muy contenida, pero frotando la verdadera llaga de la herida: "Nixon sabe que, moralmente, eso está mal; Eisenhower sabe que, moralmente, eso está mal; y el pueblo americano sabe que, moralmente, eso está mal".
Aquello podía no ser un delito, pero atentaba contra cualquier apariencia de ejemplaridad.
Los medios más afines a la derecha y la extrema derecha, incondicionales de Nixon por ideología e intereses, contratacaron presentando la denuncia como "una apestosa maniobra de izquierdistas, comunistas y compañeros de viaje". Era la prueba de la connivencia entre gran parte de la prensa liberal, los poderes fácticos que controlaban Washington y los comunistas emboscados entre la élite intelectual.
El punto de no retorno llegó cuando en una parada de su tren electoral, Nixon se encontró con un grupo agresivo de manifestantes que se encaró con su esposa: "¿Qué vas a hacer con el dinero de las mordidas, Pat?". Uno incluso le acusó de llevar "abrigos de visón", pagados por sus donantes. Algunos periódicos demócratas llevaron escandalosamente la frase a los titulares.
Nixon amaba a Pat. Llevaban doce años casados, tenían dos hijas y ella siempre había estado a su lado. Sabía que no le fallaría nunca y no podía soportar que alguien la arrojara de esa manera al fango, sobre la base de flagrantes mentiras. Pat era su verdadera, su única línea roja.
Por otra parte, ya sabía cual podía ser el veredicto popular: la mujer de Nixon no sólo debía ser honrada, sino que tenía que parecerlo.
¿Merecía la pena seguir adelante en la lucha por salvar a los Estados Unidos de la ola comunista que se extendía por el mundo libre, si eso implicaba ver a su querida esposa vilipendidada y calumniada?
Lo que ella le dijo, le reprochó, o le pidió queda para los secretos de alcoba.
"La idea de tirar la toalla rondaba la cabeza de Nixon, pero a la vez deseaba el poder como ninguna otra cosa en la vida"
En cuestión de horas Nixon pasó de la indignación al "shock", acrecentado por los rumores de que el ascético Eisenhower podía estar pensando en sustituirle por otro compañero de candidatura.
Su angustia se acentuó cuando supo que el general había encargado una auditoria de su fondo a Price Waterhouse y ya empezaban a pedirle documentos. Tanto sus gastos como los de su esposa iban a estar pues bajo la lupa de una investigación. Eso era intolerable.
La idea de tirar la toalla estaba en su cabeza, pero a la vez deseaba el poder como ninguna otra cosa en la vida. ¿Qué hacer? Fue entonces cuando decidió dirigirse directamente, sin incómodos intermediarios, a todos y cada uno de los norteamericanos.
Quería abrirles su corazón y establecer con ellos una relación, basada en la complicidad emocional, más allá de los circuitos de la política.
Era una oportunidad de demostrar su audacia. De llevar a cabo el leit motiv que le acompañaría siempre: hacer de la necesidad virtud.
***
Medio siglo antes de que existieran las redes sociales, Nixon recurrió a la ya implantada televisión en blanco y negro, convenciendo al Comité Nacional del Partido Republicano de que comprara media hora en prime time en 60 emisoras de la NBC.
Poco antes de empezar su intervención, recibió una llamada del gobernador de Nueva York, Thomas Dewey, haciéndole saber que Eisenhower aprobaba el plan, siempre y cuando el discurso terminara con el anuncio de su retirada, por el bien del país y del partido. Con astuta ambigüedad, Nixon no le dijo ni que sí ni que no.
Tenía que hacer un planteamiento en el que cupieran los dos desenlaces, fuera para aferrarse al cargo o irse por la puerta grande.
Encerrado con la propia Pat y dos ayudantes en el teatro El Capitán de Hollywood, Nixon pergeñó su discurso a solas, manteniendo a su equipo vergonzantemente a oscuras. Arropado por el escenario de una sala de estar de familia media, Nixon comenzó diciendo que más que como candidato a vicepresidente les hablaba "como un ser humano", dolido porque su "integridad" había sido "cuestionada".
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Tras dar someras explicaciones del propósito y funcionamiento del fondo secreto, Nixon empezó a hablar de su vida familiar –"Nunca fuimos ricos, vivimos modestamente, pagamos 80 dólares de alquiler…"- como quien le cuenta a un vecino sus cuitas.
A continuación, llegó el primero de sus dos grandes golpes de efecto. Explicó que como senador había preferido no contratar a una taquígrafa a costa del erario porque "Pat es una taquígrafa maravillosa" y a menudo le ayudaba como voluntaria. Entonces el plano de la cámara se abrió y mostró a la señora Nixon sonriente, en un sillón al lado de la mesa de su marido. Llevaba un modesto vestido de punto, fruto de la labor de ganchillo de unos simpatizantes.
Mirando alternativamente a ella y a la cámara, Nixon explicó: "Pat y yo podemos decir con satisfacción que cada céntimo que tenemos lo hemos ganado honestamente. Y debo añadir que Pat no tiene ningún abrigo de visón. Pero tiene un respetable abrigo de paño republicano. Y siempre le digo que está guapa, lleve lo que lleve".
"La democracia estaba 'en peligro' en América, y Nixon estaba dispuesto a salvar a su país de esa infección si los buenos republicanos se lo pedían"
Con más de 60 millones de espectadores enganchados a lo que ya era un ejercicio de intimidad compartida sin precedentes en la política americana, un culebrón antes de que se inventaran los culebrones, el candidato sacó su definitivo as de la manga. Explicó que, en medio de la polémica suscitada sobre las donaciones a la campaña, un votante republicano escuchó a Pat comentar en una emisora de Tejas que a sus hijas les gustaría tener un perrito.
"Y créanlo o no, la víspera de iniciar esta campaña nos avisaron de que teníamos un paquete en la estación de Baltimore… Era un perrita cocker spaniel que había llegado desde Tejas en una caja. Con manchas negras y blancas. Y Tricia, nuestra pequeña de seis años, la llamó Checkers. Y ya saben, las niñas como todas las niñas adoran al perro y quiero decirles ahora mismo que, al margen de lo que opine cualquiera, vamos a quedarnos con el perro".
Nada humaniza a un político como una declaración de amor a su esposa, con dos hijas y una perrita cerca. Esa noche América fue un clamor: "¡Que nadie obligue a los Nixon a devolver a Checkers!".
Faltaba la traca final, es decir el mensaje político que daba sentido a la lucha que Nixon pretendía continuar. "Amo a mi país y mi país está en peligro".
Ese era el resumen del resumen. La democracia estaba "en peligro" en América porque en los últimos años "los comunistas" se habían "apoderado de seiscientos millones de personas" en todo el mundo. Y él estaba dispuesto a salvar a su país de esa infección… si los buenos republicanos se lo pedían.
Nixon añadió que dejaba la decisión de su continuidad o no en manos del Comité Nacional Republicano: "Que decidan ellos si mi posición en la candidatura ayuda o perjudica. Y les pido a ustedes que les ayuden a decidir. Escriban y telegrafíen al Comité Nacional Republicano, diciéndoles si debo continuar o retirarme. Acataré la decisión cualquiera que sea".
"Y déjenme decirles una última cosa. Al margen de lo que suceda voy a continuar esta lucha. Voy a seguir haciendo campaña de un lado a otro de América hasta que echemos de Washington a los ladrones, a los comunistas y a los que los defienden".
Firmado, Richard Nixon.
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No fue necesario que transcurrieran cinco días para que cuatro millones de mensajes telefónicos, cartas, postales y telegramas de apoyo a Nixon comenzaran a llegar masivamente al cuartel general republicano.
Cuatro millones, no eran docenas de miles. Incluso para América, eran cuatro millones. Muchos incluían donativos para contribuir a la "lucha contra el comunismo" y no faltaban los envíos de comida, juguetes y collares para "Checkers".
De ninguna manera había que permitir que "los comunistas" arrastraran por el fango a Pat y obligaran a los Nixon a devolver a la perrita que hacía felices a sus hijas. Ese era el denominador común.
Nixon había apelado a las bases de la América profunda con su anticomunismo primario y las bases de la América profunda se habían movilizado contra ese enemigo real o imaginario, proporcionándole un apoyo que perduraría hasta su muerte. Incluso después del caso Watergate y su ominosa salida del poder.
"Con Nixon, la simiente de la demagogia y la confrontación quedó plantada en EEUU, y Trump ha sido su fruto más tóxico"
Nixon saboreó las mieles del caudillismo, pero la decisión final le correspondía en todo caso a una persona concreta, distinta de todas las que le habían pedido que siguiera. Un ticket electoral es como un matrimonio y era imprescindible el consentimiento de Eisenhower. Hacía él iba dirigida la presión de Nixon a través de las bases. No sólo era la otra mitad de la pareja, sino quien en definitiva llevaba la voz cantante.
Eisenhower se hizo de rogar. Aunque en cuestión de horas había felicitado a Nixon por el impacto de su discurso, tardó varios días más en recibirle, dar su brazo a torcer y pedirle que continuara en el puesto bajo la mirada severa de su edecán.
A corto plazo acertó en su decisión, pues la popularidad de Nixon, catapultada por el que enseguida comenzó a ser conocido como el "discurso Checkers", no sólo le dio el empujón definitivo para conquistar la Casa Blanca, sino que proporcionó a los republicanos la mayoría en las dos cámaras. Cuestión distinta fue la simiente de la demagogia y la confrontación que quedó plantada en el corazón de la democracia más poderosa de la tierra. Trump ha sido su fruto más tóxico.
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"Nixon había salvado su pellejo y su carrera, pero ¿a qué costa?", se preguntaba recientemente el autor de La era de Eisenhower, William Hitchcock. "Desde entonces Ike le trató con suspicacia y un cierto desdén… Podía admirar la forma en que Nixon había luchado por su supervivencia, pero ya nunca podría confiar en él".
A la mayoría de los norteamericanos, desprovistos de ese espíritu de cruzada contra quienes no pensaban como ellos y conscientes de las artimañas de Nixon para polarizar a la sociedad en beneficio propio, comenzó a pasarles lo mismo.
A medida que el ya bautizado como Dick "el Tramposo" fue acercándose al abismo del oprobio, en el que le precipitaron sus mentiras, muchos pensaron en el refrán chino que dice que es mucho más fácil subirse a un tigre que bajarse de él.
Ese es el gran problema de todo líder narcisista con ínfulas mesíanicas: cuándo y cómo quitarse de en medio antes de que llegue la factura inexorable que la razón siempre le cobra al populismo.
"La tragedia de Nixon perdura en el tiempo como advertencia de que quien no quiera terminar igual, no debe hacer lo mismo"
Nixon perdió su gran oportunidad en 1952. Qué mejor motivo, pretexto o coartada que el fango vertido sobre la esposa amada para bajarse del tigre. Habría sido el hombre más admirado de América y se habría hecho multimillonario dando conferencias y ejerciendo de abogado de grandes multinacionales.
Pero él todavía no había sido vicepresidente, todavía no había sido presidente, todavía no había aplastado a sus oponentes dentro del partido, todavía no había perseguido a sus adversarios políticos como a enemigos, todavía no se había dado el gustazo de poner en la picota a periodistas con nombres y apellidos, todavía no se había explayado contra los jueces, todavía no había tratado de enterrar sus mentiras bajo pactos espúreos.
Cuando Nixon quiso darse cuenta de lo que le pasaba, el tigre ya le había devorado. Su tragedia perdura en el tiempo como advertencia de que quien no quiera terminar igual, no debe hacer lo mismo.
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Nixon's wife by Pedro J. Ramírez
In September 1952, the placid election campaign that was carrying World War II hero General Eisenhower to the White House was abruptly disrupted by a scandal involving his vice-presidential candidate Richard Nixon.
Him and his wife Pat.
Almost before most Americans knew what it was about, they began to hear from Nixon himself that he and his wife were the victims of a smear campaign orchestrated by ‘communists’, his ‘corrupt’ friends in the progressive establishment in New York and Washington and some ‘son of a bitch’ journalists.
The matter was not criminal, but it was highly unsightly, insofar as it raised suspicions of potential influence peddling. It was about the existence of a fund, kept secret, into which donations from supporters or ‘sponsors’ were paid and which then paid for political operating expenses, but also for some of the Nixons' personal expenses.
It was common sense that donors had at least an expectation that if Nixon won, the favours would be more than repaid.
These were not large amounts, as the donation limit was $1,000 - about $12,000 today - and the availability of the fund was around $16,000. It never reached what today would be 200,000 euros. But Nixon had become a whipping boy for Democratic ‘corruption’ over similar issues and began to get a taste of his own medicine.
Much of the liberal press accused him of hypocrisy and the more aggressive press portrayed him as ‘a lobbyist’ for his donors and even as ‘the lapdog of a group of wealthy Californians with vested interests’.
Nixon took it badly. Nixon could not stand the liberal press and saw communists and extremists in every paper that would not dance to his tune.
His problem, however, was not the press but the secret background. The chairman of the Democratic Party made a very restrained statement, but it rubbed at the real sore of the wound: ‘Nixon knows that, morally, this is wrong; Eisenhower knows that, morally, this is wrong; and the American people know that, morally, this is wrong’.
That might not be a crime, but it was an attack on any semblance of exemplarity.
The right-wing and extreme right-wing media, staunch supporters of Nixon in terms of ideology and interests, countered by presenting the accusation as ‘a stinking manoeuvre by leftists, communists and fellow travellers’. It was proof of the collusion between much of the liberal press, the powers that be in control of Washington and the communists ambushed among the intellectual elite.
The point of no return came when, at a stop on his election train, Nixon was confronted by an aggressive group of protesters who confronted his wife: ‘What are you going to do with the kickback money, Pat? One even accused him of wearing ‘mink coats’, paid for by his donors. Some Democratic newspapers scandalously carried the phrase into the headlines.
Nixon loved Pat. They had been married for twelve years, had two daughters, and she had always been by his side. He knew she would never fail him, and he couldn't bear to have someone throw her into the mud like that, on the basis of blatant lies. Pat was her true, her only red line.
On the other hand, she already knew what the popular verdict might be: Nixon's wife not only had to be honest, she had to look honest.
Was it worth continuing the fight to save America from the communist wave sweeping the free world if it meant seeing his beloved wife vilified and slandered?
What she told him, reproached him, or asked him remains for bedroom secrets.
‘The idea of throwing in the towel was on Nixon's mind, but at the same time he wanted power like nothing else in life.
Within hours Nixon went from indignation to ‘shock’, heightened by rumours that the ascetic Eisenhower might be thinking of replacing him with another running mate.
His anguish was heightened when he learned that the General had commissioned an audit of his fund from Price Waterhouse and was already asking for documents. Both his and his wife's expenses were therefore going to be under the scrutiny of an investigation. This was intolerable.
The idea of throwing in the towel was in his head, but at the same time he wanted power more than anything else in life. What to do? It was then that he decided to address himself directly, without awkward intermediaries, to each and every American.
He wanted to open his heart to them and establish a relationship with them, based on emotional complicity, beyond the circuits of politics.
It was an opportunity to demonstrate his audacity. To carry out the leitmotiv that would always accompany him: to make a virtue out of necessity.
***
Half a century before social media existed, Nixon turned to black-and-white television, convincing the Republican National Committee to buy a half-hour prime time slot on 60 NBC stations.
Shortly before he began his speech, he received a call from New York Governor Thomas Dewey, letting him know that Eisenhower approved of the plan, provided the speech ended with an announcement of his retirement, for the good of the country and the party. With astute ambiguity, Nixon told him neither yes nor no. He had to make a pitch.
He had to make an approach that would accommodate both outcomes, either to hold on to office or to walk out the door.
Locked up with Pat herself and two aides in Hollywood's El Capitan theatre, Nixon plotted his speech alone, keeping his team shamefully in the dark. Tucked against the backdrop of an average family living room, Nixon began by saying that rather than as a vice-presidential candidate he was speaking to them ‘as a human being’, hurt that his ‘integrity’ had been ‘questioned’.
[Begoña, Michelle, Brigitte or Jill: why the 'first ladies' have no instruction manual].
After giving brief explanations of the purpose and workings of the secret fund, Nixon began to talk about his family life - ‘We were never rich, we live modestly, we pay 80 dollars in rent...’ - like someone telling a neighbour about his troubles.
Then came the first of his two big coups. He explained that as a senator he had chosen not to hire a stenographer at public expense because ‘Pat is a wonderful stenographer’ and often helped him as a volunteer. Then the camera shot opened up to show a smiling Mrs Nixon in an armchair next to her husband's desk. She was wearing a modest knitted dress, the result of crocheting by sympathisers.
Looking alternately at her and the camera, Nixon explained: ‘Pat and I can say with satisfaction that every penny we have is honestly earned. And I might add that Pat has no mink coat. But she has a respectable Republican cloth coat. And I always tell her she looks nice, whatever she wears.’
‘Democracy was “endangered” in America, and Nixon was willing to save his country from that infection if the good Republicans asked him to.’
With more than 60 million viewers hooked on what was already an exercise in shared intimacy unprecedented in American politics, a soap opera before soap operas were invented, the candidate pulled his definitive ace out of the hole. He explained that, in the midst of the controversy over campaign donations, a Republican voter heard Pat comment on a Texas radio station that his daughters would like a puppy.
‘And believe it or not, the day before we started this campaign we got word that we had a package at the Baltimore station... It was a little cocker spaniel dog that had come all the way from Texas in a box. With black and white spots. And Tricia, our little six-year-old, named her Checkers. And you know, the girls like all the girls love the dog and I want to tell you right now, no matter what anybody else thinks, we're going to keep the dog.
Nothing humanises a politician like a declaration of love for his wife, with two daughters and a little dog nearby. That night America was a cry: ‘Nobody force the Nixons to return Checkers!
The final straw was missing, namely the political message that gave meaning to the fight Nixon intended to continue. ‘I love my country and my country is in danger’.
That was the summary of the summary. Democracy was ‘in danger’ in America because in recent years ‘communists’ had ‘taken over six hundred million people’ around the world. And he was prepared to save his country from that infection... if the good Republicans asked him to do so.
Nixon added that he left the decision on whether or not he would continue to run to the Republican National Committee: ‘Let them decide whether my position on the ticket helps or hurts. And I ask you to help them decide. Write and telegraph the Republican National Committee, telling them whether I should continue or withdraw. I will abide by whatever the decision is.’
‘And let me tell you one last thing. No matter what happens I'm going to continue this fight. I will continue to campaign from one side of America to the other until we drive the thieves, the Communists and their defenders out of Washington’.
Signed, Richard Nixon.
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It didn't take five days for four million phone messages, letters, postcards and telegrams of support for Nixon to start pouring into Republican headquarters.
Four million, not tens of thousands. Even for America, it was four million. Many included donations to help in the ‘fight against communism’ and there was no shortage of food, toys and necklaces for ‘Checkers’.
There was no way ‘the communists’ could be allowed to drag Pat through the mud and force the Nixons to return the little dog that made their daughters happy. That was the common denominator.
Nixon had appealed to the grassroots of deep America with his primal anti-communism and the grassroots of deep America had rallied against that real or imagined enemy, providing him with support that would last until his death. Even after the Watergate affair and his ominous departure from power.
‘With Nixon, the seeds of demagoguery and confrontation were planted in the US, and Trump has been its most toxic fruit’.
Nixon tasted the sweetness of caudillismo, but the final decision was in any case up to a specific person, distinct from all those who had asked him to follow. An electoral ticket is like a marriage and Eisenhower's consent was essential. It was to him that Nixon's grassroots pressure was directed. He was not only the other half of the couple, but ultimately the one who called the shots.
Eisenhower was a long time coming. Although within hours he had congratulated Nixon on the impact of his speech, it took him several more days before he received him, gave his arm, and asked him to remain in office under the stern gaze of his aide-de-camp.
In the short term, he was right in his decision, for Nixon's popularity, catapulted by what quickly became known as the ‘Checkers speech’, not only gave him the final push to win the White House, but also gave the Republicans a majority in both houses. A different matter was the seed of demagoguery and confrontation that was planted in the heart of the most powerful democracy on earth. Trump has been its most toxic fruit.
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‘Nixon had saved his skin and his career, but at what cost?’ the author of The Age of Eisenhower, William Hitchcock, recently wondered. ‘He could admire the way Nixon had fought for his survival, but he could never trust him again.
Most Americans, devoid of that crusading spirit against those who did not think as they did and aware of Nixon's tricks to polarise society for his own benefit, began to do the same.
As the now christened Dick ‘the Cheat’ approached the abyss of opprobrium into which his lies precipitated him, many thought of the Chinese saying that it is much easier to get on a tiger than to get off it.
That is the great problem of any narcissistic leader with messianic pretensions: when and how to get out of the way before the inexorable bill that reason always takes its toll on populism arrives.
‘Nixon's tragedy stands as a warning that anyone who does not want to end up the same should not do the same’.
Nixon missed his big chance in 1952. What better motive, pretext or alibi than the slime poured on his beloved wife to get off the tiger. He would have been the most admired man in America and would have become a multimillionaire lecturing and acting as a lawyer for large multinationals.
But he had not yet been vice-president, he had not yet been president, he had not yet crushed his opponents within the party, he had not yet persecuted his political adversaries as enemies, he had not yet taken the pleasure of pillorying journalists with names and surnames, he had not yet railed against judges, he had not yet tried to bury his lies under spurious pacts.
By the time Nixon realised what was happening to him, the tiger had already devoured him. His tragedy stands as a warning that anyone who does not want to end up the same should not do the same.
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Un Amor Más Fuerte Que el PoderMuchas veces se nos olvida
que tras los políticos hay personas.
Yo soy un hombre
profundamente enamorado
de mi mujer.
Necesito parar y reflexionar
No soy un ingenuo.
Soy consciente
de que denuncian a Begoña
solo por ser mi esposa,
Necesito parar y reflexionar
No soy un ingenuo.
Soy consciente
de que denuncian a Begoña
solo por ser mi esposa,
porque saben que no hay caso.
-coro-
Llegados a este punto,
la pregunta que legítimamente me hago es
¿merece la pena todo esto?
Sinceramente, no lo sé
¿merece la pena todo esto?
Sinceramente, no lo sé
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La extrema derecha y la derechita cobarde "SIGUEN ALIMENTANDO LA POLARIZACIÓN"
¡DENUNCIA! QUE AUNQUE LUEGO SE DEMUESTRE QUE NO HABÍA CASO YA HEMOS MACHACADO AL ADVERSARIO POLÍTICO
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Juan del Val está alucinando pepinillos.
El tertuliano reflexionó sobre la carta del presidente del Gobierno socialcomunista y dijo bien claro que lo único que debía haber anunciado era su decisión, no que iba a tomarse unos días de meditación:
Yo puedo hablar de los hechos y los hechos son lo que él cuenta en la carta. La primera valoración que hago es que la gente no anuncia una reflexión. Anuncia la decisión que ha tomado después de reflexionar. El decir, señores, perdón un momento que me voy a reflexionar. Esto no tiene, carece completamente de sentido. Tú, después de reflexionar, dices, oye, mira, me marcho, por los motivos que sean, o me quedo y en ese caso no dirías nada.
Yo creo que los motivos que él aduce, que tienen que ver con esa admisión a trámite de unas diligencias sobre el supuesto caso de corrupción de su mujer, yo creo, y lo dije aquí hace más de un mes, yo creo que eso no tiene ningún recorrido judicial. Entonces, sobre una denuncia que no va a ningún sitio de una organización que evidentemente tiene muchísimos aspectos dudosos, el presidente del Gobierno se plantea dimitir, es una cosa que a mí me parece, en principio, infantil. Es la primera valoración que hago.
Criticó esa táctica empleada por el inquilino de La Moncloa de victimizarse:
Luego, aparte de eso, creo que estamos en un tiempo en el que el victimismo se compra de una manera desaforada en España. Y cualquier persona, por el hecho de sentirse víctima, inmediatamente se le da la razón. Y luego creo que la carta, y sigo porque yo no voy a especular de lo que va a hacer, creo que hay algo muy perverso, que tiene que ver con volver a trazar una línea entre los buenos y los malos. Los buenos son los que a mí me apoyan y los malos son los que ponen en cuestión cualquier movimiento que yo haga, y, por supuesto, se impide la crítica a cualquier cosa que pudiera haber hecho su mujer.
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"TRADUZCO A HUMANO LA CARTA DE PEDRO SÁNCHEZ. LO QUE EN VERDAD DICE." en YouTube
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