Felipe VI ha sido cauto y prudente con las palabras, borbónico, pero esta vez no había necesidad de leer entre líneas. Se fue al Palacio Real a pronunciarlas y podría haber rematado el golpe de efecto saliendo al balcón para dar su bendición. Francisco, en la plaza de San Pedro, a Roma y al mundo. Felipe, en la plaza de Oriente, a España y los españoles:
«Que los Santos Apóstoles Pedro y Mariano, en cuyo poder y autoridad confiamos, intercedan por nosotros ante el Señor porque la pluralidad política, expresada en las urnas, conlleva una forma de ejercer la política basada en el diálogo, la concertación y el compromiso».
«Que por las oraciones y los méritos de santa
María, siempre Virgen, de san
Pablo Iglesias, de san
Albert Rivera, de los santos Apóstoles Pedro y Mariano y de todos los Santos, Dios todopoderoso tenga misericordia de vosotros y conduzca a España a una nueva legislatura que requiere todos los esfuerzos, las energías y las voluntades».
«Que el Señor omnipotente y misericordioso os conceda la indulgencia, la absolución y la remisión de todos vuestros pecados, porque la imposición de una idea o de un proyecto de unos sobre la voluntad de los demás españoles sólo nos ha conducido en nuestra Historia a la decadencia, al empobrecimiento y al aislamiento».
«Y la bendición de Dios omnipotente (Pare, Hijo y Espíritu Santo) descienda sobre vosotros y sobre nuestro orden constitucional y permanezca para siempre».
Todos: «Amén»
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