miércoles, 31 de mayo de 2023

Libro Amanecer 1/3 por Josefina Bolinaga


Títulos de los cuentos

La pastorcita rubia
El pájaro parlero
El ratoncito de oro
Sultán
Cuquito

La cueva maldita
La Virgen de azúcar
Historia de un arbolito
Doña perejil
La reinecita

La mariposa azul
El lobo-cordero
Quica, la pastora
Cuento de Navidad
Sol de ocaso
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Es la vida una senda escabrosa
rodeada de pena y dolor.
Recorredla con fe valerosa;
cada espina contiene una flor.
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Prólogo

Niños adorados. Pensando en vosotros escribí estas páginas. En vosotros que sois lo más adorable que tiene la existencia: tan adorable que un día dijo el Divino Maestro: “Dejad que los niños vengan a Mí, porque de ellos es el reino de los cielos”.

¡Un niño! Muñequito de carne que con sus risas y lágrimas derriba al hombre más coloso.

¡Un niño! Capullo que se entreabre a la vida.

Rocío de esa vida son mis cuentos. Que ellos sirvan para instruiros y deleitaros y enseñaros que la senda del trabajo y de la moral cristiana es la senda de la verdadera felicidad. Esa será mi recompensa.

Y que en vuestras inocentes bocas aletee una sonrisa hacia mí…

Hacia mí, que tanto os quiero, que os doy lo mejor de mi corazón.

JOSEFINA BOLINAGA

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***

LA PASTORCITA RUBIA


¡Qué guapa, qué linda era la pastora! El pelo rizoso, del color de la miel. La boquita como un ensueño que pedía caricias. Frágil el cuerpo cual una flor...

La pastorcita tenía un prodigio de corderos. Blancos con rizadas lanas. Dorados como el fuego. Con unos ojos inocentes y unas orejitas juguetonas.

-¡Hup! ¡Corderitos, a mí!... ¡Coralín!... ¡Diamante!... ¡Lucero!... ¡Hala! ¡Hala! Que ya despierta el sol... ¡Al monte! Cerquita del cielo. ¡Lejos de la aldea! ¡Corderitos, a mí! ...
Y los corderos, obedientes, trepaban por los ribazos con la pastorcita rubia.

¡Qué hierba más fresca! Todavía tenía rocío; las lágrimas que lloró la noche sobre ella... ¡Tris! ¡Tras!... hacían los dientecillos de los corderos. ¡Qué rica está! ¡Tris! ... ¡Tras! ...

La pastorcita, ya en el monte, lo primero que hizo fue la señal de la Cruz...
-Así, como madre me enseña, para que Dios guarde a mis corderitos del mal lobo que quiera devorarlos.

II
La pastorcita cogía flores... Caperucitas rojas... Caperucitas blancas... Juncos, a la vera del sendero... Florecitas rosadas de los espinos.

-Así. Una corona para mi cabecita, como si fuese una princesa... Princesita de aquel cuento que la abuela me contaba. Princesita rubia.

La corona se le cayó de las manos. La cara tornóse pálida, y en los lindos ojos fulguró una lucecita de terror.
.  .  .  .  .  .  .  .  .


¡El lobo! ¡Venía el lobo! ... ¡Un lobazo enorme que traía medroso al pueblo!
No pudo gritar. Quiso levantarse y las piernas se la doblaron.
Allí... Ante ella estaba el lobo. Movía nervioso su cola. Sus ojos, fijos en la pastora, arrojaban fuego, y las patazas escarbaban la hierba con furiosa delectación.

-Buenos días, pastorcita.
-Buenos días, señor lobo -tartamudeó.
-Ejem... Ejem... -dijo el lobo guiñando un ojo-. Qué airecillos más buenos se respiran por aquí, ¿eh?
-Muy buenos, señor lobo.

El lobo tomó un aire confidencial.
-Y tus corderos, ¿cómo van de salud?
La pastorcilla tembló.
-Pues también muy buenos.

Y al decirlo miró angustiada a los corderitos que, ajenos al peligro, rumiaban por entre peñas.
-El caso es -dijo el lobo rascándose la cabeza con una pata-, el caso es, pastorcita rubia, que yo tengo mucha hambre. La pastorcita calló.

-¿Has oído pequeñuela? Que tengo hambre.
-He oído, don lobo, ¡cuánto lo siento!
-Oye, pastora. Uno de tus corderitos me vendría de perilla. ¿No te parece?
-¿Uno de mis corderos?, -repitió ella, quebrada la voz.
Sí... Uno de tus corderos... Pero pronto... En seguida.

-¡Piedad, señor lobo!
-Ejem... Ejem... -dijo el lobo, echando chispas por sus ojos-.
No me hagas perder la paciencia. Tengo hambre.

III
La pastorcita tuvo una idea luminosa. Cogió su zurrón y se lo presentó al lobo llena de ternura.
-¡Ah, don lobo! No me acordaba. Aquí está la comida que madre me puso. Mira qué trozo de queso más rico. Mira qué pan más sabroso. Lo amasamos en casa. Mira qué nueces más frescas. Son de mi nogal. Y un frasquito con vino. Todo para ti. Todo, querido lobo..., pero deja a mis corderitos.

El lobo movió furiosamente la cola.
-No quiero nada de eso. No quiero melindres de pastores. Quiero un cordero. Pronto. Tráeme uno. Elige el que quieras. Ya ves si soy condescendiente.

IV
No había remedio. Había que elegir uno. Arrastrando las piernas y con la voz apagada por los sollozos, llamó:
-¡Coralín!...
Vino el cordero, saltarín y bullicioso, y el lobo fue a abalanzarse sobre él.
-Espera... Espera -gimió la pastora-. Este no me lo comas. ¿No ves qué chiquito es? Da lástima.
-¡Pronto! -gruñó el lobo-. ¡Pronto! Que venga otro.

-¡Lucero!
El lobo se relamió de gusto.
-Este sí que está gordo y tiernecito -dijo.
-Espera, don lobo. A éste se le murió la madre al nacer Le he criado yo. No me lo comas.
-Me estás tomando el pelo -amenazó el lobo-. Pues del lobo ni un pelo. No lo olvides.

¡Pronto, otro!
-No se incomode, señor lobo. ¡Diamante!...
¡Ah! Este sí que no puede ser. Le tengo apalabrao para mi hermanico el día de su santo.

-Oye, pastora rubia -dijo trémulo el lobo-, se me acaba la paciencia. ¿Lo oyes?
-Señor lobo de mi alma.
-Menos tratamiento y más pitanza -rugió.
-¡Lobito guapo! Si no puedo darte ninguno, porque los quiero a todos tanto... tanto...

-¡Pastora!
-¡Ten piedad, lobito!
-¡Sí, eh!... -vociferó el lobo echando centellas-. Pues cogeré yo el que me venga en gana. Pues no faltaba más... Para eso soy lobo. Esto me pasa a mí por ser bueno.
Y de dos zancadas llegó donde estaba el rebañito, que huyó loco de terror.

-Espera... Espera -gritó casi desmayada la pastora.
Estaba allí tan chiquito. Arrebujado al pie de una encina. Con las lanas temblorosas. Los ojitos asustados...
Tenía vendada una patita, porque se hirió al saltar una peña.

-Si no hay más remedio -sollozó la pastora-. Si no lo hay... Pues... entonces cómete éste... Quizá el pobrecito vaya a morir. Nació hace poco y... ¡Corderito! ¡Mi corderito! ¡Adiós!... ¡Adiós!... El corderito balaba tiritando y tenía muy abiertos los ojos, mirando a la pastora con indecible angustia.

El lobo, voraz, hambriento, relumbrándole los ojos de ventura, fue a echarse sobre él. Pero...

La pastorcita tuvo una lástima inmensa de aquel corderito enfermo e indefenso. Oyó su balido clamando piedad. Arrodillóse ante el lobo. Rodeó con sus bracitos el cuello fornido del animal y, sin percatarse del peligro, besaba sus orejas y su hocico, mientras le decía:

-¡Lobo de mi alma! ¡Lobito bueno! ¡Ten piedad de mi cordero!... Cómeme a mí, que también soy tiernecita... ¡Anda, lobito, cómeme a mí! Pero sé buenecito y no toques a mis corderos.

V
El lobo se echó atrás asombrado... Se le asomó un lagrimón a los ojos. Movió suavemente la cola. Puso sus dos patazas en los hombros de la pastora.

-Pastorcita -musitó-. Tus besos han sido los primeros que recibí en mi vida. ¡Qué dulces son los besos de una niña!... Ya no tengo hambre, pastora... Cuida de tus corderos... y adiós.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Monte abajo marchaba el lobo, dulces los ojos, trémula la boca... torpes las patazas.
Y la pastorcita, abrazada al cordero herido, creía soñar. Derramando alegría gritó:
-Bien decía mi madre que Dios guardaría mis corderitos. ¡Bendito seas, don lobo!... ¡Bendito seas!...

THE LITTLE BLONDE SHEPHERDESS

How beautiful, how pretty the shepherdess was! Her curly hair the colour of honey. Her little mouth like a dream, begging for caresses. Her body as frail as a flower...

The shepherdess had a prodigy of lambs. White with curly wool. Golden as fire. With innocent eyes and playful little ears.

-Hup! Little lambs, to me!... Coraline!... Diamante!... Lucero!... Hala! Hala! The sun is rising... To the mountain! Close to the sky. Away from the village! Little lambs, to me! ...
And the lambs, obedient, climbed up the banks with the little blonde shepherdess.

What fresh grass! It still had dew on it; the tears that night wept on it... Tris! Tris! ... made the little teeth of the lambs. How tasty it is! Tris! ... Tris! ...

The shepherdess, already on the mountain, the first thing she did was to make the sign of the cross...
-Thus, as a mother teaches me, so that God will keep my lambs from the evil wolf who would devour them.

II
The shepherdess picked flowers... Little red riding hoods... Little white hoods... Rushes, by the side of the path... Little pink flowers from the hawthorns....

-Like this. A crown for my little head, as if I were a princess... Little princess from that fairy tale that grandma used to tell me. Little blonde princess.

The crown fell from her hands. Her face turned pale, and a little light of terror flashed in her pretty eyes.
. . .  . . .  . . .
The wolf! The wolf was coming! A huge wolf that was bringing fear to the village!
She couldn't scream. She tried to get up and her legs buckled.
There... Before her stood the wolf. He wagged his tail nervously. His eyes, fixed on the shepherdess, were blazing, and his paws were digging in the grass with furious delight.

-Good morning, shepherdess.
-Good morning, Mr. Wolf," she stammered.
-Ahem... Ahem... -said the wolf with a wink. It's a fine air around here, isn't it?
-Very good, Mr. Wolf.

The wolf took on a confidential air.
-And how are your lambs' health?
The shepherdess shivered.
-Very good, too.

And as she said it, she looked anxiously at the little lambs, who, oblivious to the danger, were scurrying about among the rocks.
-The thing is," said the wolf, scratching his head with one paw, "the thing is, blond shepherdess, I am very hungry. The shepherdess fell silent.

-Did you hear that, little one? I'm hungry.
-I heard, Mr. Wolf, I'm so sorry!
-Listen, shepherdess. I could use one of your lambs. Don't you think so?
-One of my lambs," she repeated, her voice breaking.
Yes... One of your lambs... But soon... At once.

-Mercy, Mr. Wolf!
-Ahem... Ahem... -said the wolf, sparks shooting from his eyes.
Don't make me lose my patience. I'm hungry.

III
The little shepherd girl had a bright idea. She took her bag and tenderly presented it to the wolf.
- Oh, Mr. Wolf! I didn't remember. Here is the food that mother gave me. Look what a tasty piece of cheese. Look what a tasty piece of bread. We kneaded it at home. Look what fresh walnuts. They're from my walnut tree. And a little bottle of wine. All for you. Everything, dear wolf... but leave my little lambs.

The wolf wagged his tail furiously.
-I don't want any of that. I don't want shepherd's honey. I want a lamb. I want a lamb. Bring me one. Take your pick. You can see if I'm condescending.

IV
It was hopeless. One had to be chosen. Shuffling her legs and with her voice muffled by sobs, she called out:
-Coralin!
The lamb came, jumping and boisterous, and the wolf went to pounce on him.
-Wait... Wait," whimpered the shepherdess. Don't eat this one. Don't you see how small he is? It's pitiful.
-Soon! -growled the wolf. Quickly! Let another one come.

-Lucero!
The wolf licked his lips with pleasure.
-This one is fat and tender," he said.
-Wait, Don Lobo. This one's mother died at birth. I raised him myself. Don't eat him.
-You're pulling my leg," threatened the wolf. Well, not a hair of the wolf's head. Don't forget it.

Soon, another one!
-Don't be uncomfortable, Mr Wolf. -Diamond!...
Ah! This can't be it. I've got him for my little brother on his saint's day!

-Hey, blonde shepherdess," said the wolf, trembling, "I'm running out of patience. Do you hear?
-Mr. wolf of my soul.
-Less treatment, and more pittance," he roared.
-Handsome little wolf! If I can't give you any, because I love them all so... so... so much...

-Pastor!
-Have mercy, little wolf!
-Yes, eh! -said the wolf, and the wolf was scintillating. Well, I'll take the one I want. That's what I'm a wolf for. That's why I'm a wolf. That's what I get for being good.
And in two strides he reached the flock, which fled in terror.

-Wait... Wait," cried the shepherdess, almost fainting.
It was there, so small. Huddled at the foot of an oak tree. His wool trembling. His little eyes frightened...
He had a bandaged paw, because he had hurt himself jumping over a rock.

-If there's nothing else to do," sobbed the shepherdess. If there isn't... Well... then eat this one! Maybe the poor thing is going to die. He was born a little while ago and... Little lamb! My little lamb! Goodbye! Goodbye!... Goodbye!... The little lamb was bleating and shivering, and its eyes were wide open, looking at the shepherdess with unutterable anguish.

The wolf, ravenous, hungry, his eyes glittering with joy, went to pounce on him. But...

The shepherdess felt immense pity for that sick and defenceless little lamb. She heard his bleating cry for mercy. She knelt down before the wolf. She wrapped her little arms around the animal's chunky neck and, unaware of the danger, kissed its ears and muzzle, while she said to it:

-Wolf of my soul, good little wolf, have pity on my lamb..... Eat me, for I am also tender... Come on, little wolf, eat me! But be good and don't touch my lambs!

V
The wolf recoiled back in astonishment.... A tear came to his eye. He wagged his tail gently. He put his two paws on the shoulders of the shepherdess.

-Your kisses were the first I ever received in my life. How sweet are the kisses of a little girl.... I am no longer hungry, shepherdess.... Take care of your lambs... and good-bye.
. . .  . . .  . . .
Down the mountain marched the wolf, his eyes gentle, his mouth tremulous... his paws clumsy.
And the little shepherd girl, hugging the wounded lamb, thought she was dreaming. She cried out with joy:
-"My mother used to say that God would keep my lambs. Blessed are you, O wolf, blessed are you!

EL PÁJARO PARLERO

 
¡Y qué bonito que era!... Con plumas tornasoladas. El pico fuerte y amarillo. Rubios los ojos. Elegante el cuerpo. Lo trajeron de Oceanía.

El pajarillo poseía un prodigioso don. Decía la verdad siempre y conocía a las personas tal y como eran.

Cuando lo vio Pitusilla, palmoteó de gozo. Los ojitos turquesa la relumbraron. Pasó varias veces la rosada manecita por el plumaje del pájaro.

-¡Piss!... ¡Piss! Qué guapo, mamaíta -dijo. El pajarín se esponjó de gusto. Tendió sus alitas diciendo:
-Pío... Pío... Tú sí que eres linda como una flor. Pero eres muy traviesa, Pitusilla.

La Pitusa, muy agrandados los ojos, miró al pájaro asombrada. Luego se chupó un dedo, y agarrada al vestido de su madre:
-¿Quién se lo ha dicho, mamaíta? -susurró.
-Él, que lo sabe todo.
-No le quiero -dijo Pitusa, enfurruñada.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Un día faltaron unos ricos bombones.
-¿Quién ha sido? ¿Quién? -peroró la madre. Pitusilla sacudió sus rebeldes rizos.
-Yo no mamaíta.
Pero la mamá preguntó al pajarito:
-Pajarito, pajarito, dinos pronto la verdad.
-Pío, pío -dijo el pájaro brincando-. Fue la golosa de la Pitusilla quien se los comió.

La Pitusa se encorajinó, y mirando airada al pajarito, le dijo despreciativa:
-¡Meticón! ¡Cuentero!
-¡Golosa! -cantó el pajarito.
Desde entonces, Pitusa no le dio ni los buenos días.
Y el pajarito se puso triste.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Otro día, un jarrón de China apareció durmiendo en el suelo en muchos pedazos. Cada pedacito decía:
-¡Ay, pobrecito de mí, ya no volveré a ser jarrón, ni estaré sobre la mesa del emperador Young-Cantolín, aquel chino tan simpático que me llenaba de flores!

-Pajarito, pajarito, dinos pronto la verdad.
-Fue la chacha, que es una rompecacharros.

Catalina, que así se llamaba la chacha, tomó gran ojeriza al pajarito.
-No he de limpiarte más la jaula -gruñó-.
¡Habrá cotilla!… ¡Chismoso!
-Pío... pío -dijo el pajarillo entristecido.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
-¡Mi pitillera de plata! ¿Dónde está mi pitillera?
Vino la Pepa, una vieja ama de llaves.
-Yo señor... No creerá el señor...

Luego el chófer.
-Yo compré mi pitillera en la pasada feria.
-Pues yo -dijo Catalina- no fumo. Y en cuanto a mi novio...

-Pajarito, pajarito, dinos pronto la verdad.
 
-Fue Eduvigis, la cocinera, que se la ha regalado a Perico, el sorchi. Ese novio que no vale un cañamón.
¡La que se armó! Salió la cocinera con una sartén en la mano y las tenazas en la otra disponible. Echaba chispas por sus ojos.
-¡Canalla! ¡Tunante! ¡Chismógrafo! Con que sí, ¿eh? ¿Con que me has descubierto? Pues tengo que echarte perejil en la comida y ácido tártrico en el agua.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
¡Pobre pajarito! ¡Qué triste estaba! Nadie le quería, y todo por decir la verdad. Pero, señor, si él no había aprendido a mentir. Porque vamos a ver: ¿Quién le había dado aquel plumaje tornasol? ¿Y aquella garganta que era una caja de música?...

Pues Dios, sí señor, Dios: y él sabía muy bien que Dios era la Verdad y que no le gustaban las mentiras, y por eso el pajarito no quería mentir.

II
Un día vio, asombrado, cómo le hacían una preciosa jaula con barrotes de oro. El bebedero muy lindo y el bañito de mármol.

-¿Es para mí? -dijo brincando de gusto.
-Sí, pajarito -dijo el señor-. Es para llevarte muy lejos, donde puedas decir las verdades que se te antojen, porque aquí, ¡qué caramba!, no nos gustan las verdades.
Aquella noche el pajarito no durmió.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
-¡Adiós; adiós, Pitusilla! ¿No me das un beso en el piquito?
La Pitusa volvióle la espalda con desprecio.
-¡Hijo! Con la lengua larga que has tenido, pues sí que te voy a echar en falta. ¡Buen viaje! Ya no le dirán a mamá quién se come los bombones.

-¿Y tú, Catalina?
-Adiós y buena suerte.
La cocinera tornó a salir con el almirez en la mano, tocando el "Mambrú".
-Que te den cordilla y buen viento, charlatán. ¡Contar lo de la pitillera! ¡Habrá descaro!

III
-Tracatrá... Tracatrá... -cantaba el tren.
-¿Dónde me llevarán? -suspiró el pajarito.
-¡Vaya! -decía don Romualdo, recostado en el vagón-. Este pájaro le agradará mucho a mi hermano. A éste le encantan las verdades. Odia la mentira y...

IV
¡Tilín! ¡Tilín!
-Hola, hermano.
-Buenos días, Romualdo. ¿Cómo por estas tierras?
-Pues, ¡velay! Vengo a hacerte un regalito.
Una alhaja, mejor dicho.
-Veamos. Veamos.
-Mira, hermano, qué pájaro más soberbio.
Sólo por ti me desprendo de él.
-Hombre, pero tu mujer echará en falta el pajarito.
 
-Mi mujer, ¡pchs! Está buena.
-¿Y Pitusa?
-Pitusa, bien..., muy  bien.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
-Bueno. Bueno. Mucho te agradezco el obsequio. Precisamente las aves raras son mi flaco... Muy bonito. Muy bonito -dijo examinando al pájaro.

-Hola, señor calvo -respondió el pajarito-.
Qué feo y qué simple eres.
-¡Hum! -dijo Romualdo, avergonzado.
-¿Qué dice, hermano?
-Pues que le gusta la casa.
-"San Pedro, como era calvo" -comenzó a cantar el pajarito, entre brinco y brinco.
-¿Eh?... ¡Eh! ...
-Llama a tu mujer -atajó Romualdo descompuesto.
-¡Tiburcia!... ¡Tiburcia!... ¡Tiburcia!...
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Vino doña Tiburcia muy emperejilada. Llevaba gran cofia de encaje, de la que pendía un soberbio lazo azul celeste que le rozaba la nariz. La cara parecía la de un payaso a fuerza de tantos polvos.

-Hola Romualdo, hermano. ¡Jesús, qué pájaro tan lindo!
-Fea -gritó el pajarito.
-¿Qué ha dicho? -barbotó doña Tiburcia.
-No sé -contestó Romualdo tembloroso-.
Creo que te ha dado los buenos días.

-Y qué mono y cuánta educación –zalamereó doña Tiburcia-. Dame la patita. Bross. Bross... La patita a mí.

-¡Coqueta! A lavarte la cara.
-¿Qué ha dicho? -contestó doña Tiburcia.
-Pues otra vez buenos días.

Doña Tiburcia se escamó. La cofia se bamboleó en su cabeza y tiró nerviosa de la cinta celeste.
Don Damián estaba consternado.
 
-¿Qué te parece, Tiburcia mía? ¿Qué te parece? Nos lo regala Romualdo.
-No quiero pájaros –dijo furiosa doña Tiburcia, saliendo y arrastrando su cola.

V
Pues señor, Romualdo sudaba. ¡Maldito pajarillo! ¿Qué hacer con él?
Hacía un día primaveral. Olía a capullos recién nacidos y a nubes embalsamadas. Los arpegios de los pajaritos caldeaban la atmósfera con un vaho de optimismo. La pradera se tendía indolente entre cojines de hierba. Bullían las hormiguitas. Escarceaban las mariposas, y las golondrinas hacían presurosas sus nidos...

-A la una... A las dos... Y... a... las... tres...
¡Hala, pajarito! ¡Adiós!... Que te vaya bien por el mundo del aire.

El pajarito, al verse libre, tendió sus alas tornasoladas. Le relucieron de gozo los ojuelos. Abrió el piquito para saturarse de aquel aire delicioso, y...
-¡Adiós!... ¡Adiós!... –dijo agradecido.

IV
Estaba en el reino de la verdad. Las flores, los pájaros, los insectos no sabían de mentiras.
-¡Hola, hormiguita! Qué fea eres, pero qué trabajadora. Bien sabes surtir tus graneros.
-Buenos días, pajarito. Qué plumas tan lindas tienes.
La hormiguita siguió andando hacia su cueva, llevando una miguita de pan entre sus negras mandíbulas.

-¡Hola, linda rosa! Qué perfume más rico exhalas, pero no te contonees vanidosa, que tu vida dura muy poco. La rosa abrió su corola, perfumando al pájaro.

-Bien venido, pajarito. Qué alas más lindas tienes.
-¡Hola, mula parda! Eres algo holgazana; y en lugar de arar bien la tierra, te entretienes en comerte el pienso.

La mula abrió sus pardos ojazos.
-Tienes razón. Bien venido, pajarito.

Sol de fuego. Estrellas bonitas. Briznas fres cas. Lirios del valle. Ríos parlanchines...
Todo el reino de la verdad, estremecido de alegría, repetía:
-Dios es la Verdad. Dios es la Verdad... Bien venido, pajarito. Bien venido, pajarito

THE TALKING BIRD

And how beautiful it was... With shimmering feathers. The strong yellow beak. Blond eyes. Elegant body. It was brought from Oceania.

The little bird had a prodigious gift. He always told the truth and knew people as they were.

When Pitusilla saw it, she clapped her hands with joy. The little turquoise eyes gleamed at her. She ran her pink hand over the bird's plumage several times.

-Piss! Piss! How cute, mama," she said. The little bird fluffed up with pleasure. He spread his little wings and said:
-Piss... Pio... You are as pretty as a flower. But you are very naughty, Pitusilla.

The Pitusa, her eyes wide, looked at the bird in astonishment. Then she licked her finger, and clutched her mother's dress:
-Who told you, mama? -she whispered.
-He who knows everything.
-I don't love him," said Pitusa, sulking.
. . .  . . .  . . .
One day some nice chocolates were missing.
-Who was it? Who? -her mother asked. Pitusilla shook her unruly curls.
-Not me, mama.
But the mother asked the little bird:
-"Little bird, little bird, tell us the truth soon.
-Peep, peep," said the bird hopping up and down. It was the greedy Pitusilla who ate them.

The Pitusilla got cold feet, and looking angrily at the little bird, she said scornfully:
-Meticon, you liar!
-You jerk! -sang the little bird.
From then on, Pitusa didn't even say good morning to him.
And the little bird became sad.
. . .  . . .  . . .
Another day, a China vase appeared sleeping on the floor in many pieces. Each little piece said:
-Alas, poor me, I will never be a vase again, nor will I be on the table of the emperor Young-Cantolin, that nice Chinese who showered me with flowers!

-Little bird, little bird, tell us the truth soon.
It was the chacha, who's a real scrap-breaker.

Catalina, that was the girl's name, took a great dislike to the little bird.
-I mustn't clean your cage any more," she growled.
You gossip! You gossip!
-Peep... peep," said the little bird, saddened.
. . .  . . .  . . .
My silver cigarette-case! Where is my silver cigarette-case?
Pepa, an old housekeeper, came in.
-I, sir... You don't believe, sir...

Then the chauffeur.
-I bought my cigarette case at the last fair.
-Well," said Catalina, "I don't smoke. And as for my boyfriend...

-Little bird, little bird, tell us the truth soon.
-It was Eduvigis, the cook, who gave her to Perico, the sorchi. That boyfriend who's not worth a hempen cane.
What a mess! The cook came out with a frying pan in her hand and the tongs in her other hand. She had sparks in her eyes.
-"You scoundrel! You dummy! Chismograph! So you have, have you? So you've found me out? Well, I must put parsley in your food and tartaric acid in your water!
. . .  . . .  . . .
Poor little bird, how sad he was! Nobody loved him, and all for telling the truth. But, sir, he had not learned to lie. For let's see: who had given him that iridescent plumage, and that throat that was a music box?

Well, God, yes sir, God: and he knew very well that God was the Truth and that he did not like lies, and that is why the little bird did not want to lie.

II
One day he was astonished to see how they made him a beautiful cage with golden bars. The drinking trough was very pretty, and the bath was made of marble.

-Is it for me? -he said, jumping up and down with delight.
-Yes, little bird," said the master. It's to take you far away, where you can tell whatever truths you like, because here, by Jove, we don't like truths.
That night the little bird did not sleep.
. . .  . . .  . . .
Bye-bye, Pitusilla, won't you give me a kiss on the little bird?
The Pitusa turned her back on him with contempt.
-Son! With the long tongue you've had, I'm really going to miss you. Bon voyage! They won't tell mother who eats the chocolates.

-And you, Catalina?
-Goodbye and good luck.
The cook came out again with a mortar in her hand, playing the "Mambrú".
And you'll have to tell about the cigarette-case! You've got some nerve!

III
-Tracatrá... Tracatrá... -the train sang.
-Where will they take me? -sighed the little bird.
-Well," said Don Romualdo, leaning back in the carriage. This bird will please my brother very much. He loves the truth. He hates lies and...

IV
Tilín! Tilín!
-Hello, brother. -Good morning, Romualdo.
-Good morning, Romualdo. -How are you in these parts?
-Well, good morning! I've come to give you a little present.
A jewel, or rather, a jewel.
-Let's see. -Let's see. Let's see.
-Look, brother, what a proud bird!
It's only for you that I'll part with it.
-Man, but your wife will miss the bird. -My wife, pchs!

-My wife, pchs! -My wife, pchs! She's hot.
-And Pitusa?
-Pitusa, good..., very good.
. . .  . . .  . . .
-Well. Well, well, well. Thank you very much for the gift. Precisely the rare birds are my weakness.... Very nice. Very nice," he said, examining the bird.

-Hello, Mr. Baldy," replied the little bird.
How ugly and how simple you are.
-Hum! -said Romualdo, embarrassed.
-What does he say, brother?
-Well, that he likes the house.
-St. Peter, since he was bald," the little bird began to sing, between hops.
-Hey, hey, hey!
-Call your wife," said Romualdo, discomposed.
-Tiburcia! Tiburcia! Tiburcia! Tiburcia! Tiburcia!
. . .  . . .  . . .
Doña Tiburcia came very dressed up. She wore a large lace bonnet, from which hung a superb sky-blue ribbon that brushed her nose. Her face looked like that of a clown with so much powder.

-Hello Romualdo, brother, what a beautiful bird!
-Ugly," cried the little bird.
-What did he say? -said Doña Tiburcia.
-I don't know," answered Romualdo, trembling.
I think he said good morning to you.

-And how cute and polite he was," said Doña Tiburcia. Give me your paw. Bross. Bross... Give me your paw.

-Coquette! Wash your face.
-What did she say? -said Doña Tiburcia.
-Well, good morning again.

Dona Tiburcia shivered. The bonnet swayed on her head and she tugged nervously at the light blue ribbon.
Don Damián was dismayed.

-What do you think, my Tiburcia? What do you think? Romualdo is giving it to us.
-I don't want any birds," said Doña Tiburcia furiously, and she went out and dragged her tail.

V
Well, sir, Romualdo was sweating. What should we do with him?
It was a spring day. It smelt of new-born buds and embalmed clouds. The arpeggios of the little birds warmed the atmosphere with a mist of optimism. The meadow stretched indolently between cushions of grass. Little ants swarmed. The butterflies were scurrying, and the swallows were hastily building their nests...

-One o'clock... Two o'clock... And... at... three o'clock...
Goodbye, little bird! Goodbye!... Fare thee well in the world of the air.

The little bird, on seeing himself free, spread his iridescent wings. His eyelids shone with joy. It opened its little beak to saturate itself with that delicious air, and....
-Farewell!... Farewell!... -he said gratefully.

IV
He was in the realm of truth. Flowers, birds and insects knew no lies.
-Hello, little ant! How ugly you are, but what a hard worker. You know how to stock your granaries.
-Good morning, little bird. What pretty feathers you have.
The little ant walked on towards his cave, carrying a crumb of bread between his black jaws.

-Hello, pretty rose! What a rich perfume you exhale, but don't wiggle vainly, your life is too short. The rose opened its corolla, perfuming the bird.

-Well come, little bird. What pretty wings you have.
-Hello, you brown mule! You're a little lazy; and instead of ploughing the land well, you're busy eating your feed.

The mule opened his big brown eyes.
-You are right. Welcome, little bird.

Sun of fire. Pretty stars. Fresh stalks of corn. Lilies of the valley. Talking rivers...
The whole realm of truth, trembling with joy, repeated:
-God is the Truth. God is the Truth... Welcome, little bird. Welcome, little bird

EL RATONCITO DE ORO

A Piluchi se le abrieron más los ojazos de terciopelo.

-Dámelo, mamaíta -palmoteó.
-Cuando seas mayor, Piluchi.
-Pero si ya soy grande... grande... ¿No ves?

Y Piluchi se alzaba sobre los tenues zapatitos, extendiendo con sus manos el vestidillo de gasa. Parecía una mariposa.

-Anda, mamaíta.
-No seas terca, Piluchi.
Y arrugando el hociquito, vio cómo su mamá colocaba el ratoncillo sobre la chimenea.

-Le llamaré Periquín -tremoló Piluchi.
¡Dios mío, qué lindo era el ratón! De oro. Con dos ojitos tornasoles que chispeaban. Y un rabito que se movía. Y un cuerpecito terso... reluciente.

II
Cuánto le quería Piluchi. De mañanita, su primer saludo era para él.
-Buenos días, Periquín. Mamá no me deja que te coja, pero... Yo te quiero mucho. ¿Sabes, Periquín?
Al ratoncito le relucían los ojos de gusto, y los cuatro pelos del bigote parecían moverse.

¡Qué guapa era la nena! Rubia como las espigas maduras. Con una boca que pedía besos, y unas manos suaves como plumas de paloma.

Durante el día eran numerosas las visitas.
-Hola, Periquín. ¿Te aburres? No seas tonto, ratoncito, que yo vendré muchas veces a verte.


III
La mamá había salido. La miss hacía labor en el gabinete. Y Piluchi contemplaba a Periquín, temblándole la naricilla de emoción.

-¡Sola! Solita la nena -se dijo.
Y de puntillas, despacito, se encaramó a la silla. ¡Ay, qué susto1 Ya estaba Periquín en su mano. El rabito le hacía cosquillas y los ojos la miraban con una mirada de ratonil emoción.

Piluchi se dio cuenta de su delito, porque ella sabía que Dios manda obedecer a los padres y que era una niña desobediente. Le temblaban las piernas. El corazoncillo corría... -tin... tin... -Aprisa. Aprisa.

-¿Dónde le esconderé'? -pensó.
Pisando menudo y mirando con recelo fue a su alcoba. Allí. Debajo del lavabo... No lo encontrarían… No.

Y el pobre Periquín vióse encerrado en aquella estrechez tan oscura.
-¡Puf! ,-pensó el ratoncillo-. ¡Esta niña está loca!
Pero Piluchi acariciaba las tiesas orejitas.

-No seas tonto, Periquín. Aquí estarás muy bien: Vendré a buscarte y te sacaré de paseo...
¿Vas a tener miedo, Periquín? En esta casa no hay ratones, ni brujas malas que se coman a los niños...
.  .  .  .  .  .  .  .  .
-¡E] ratoncillo de oro! ¿Dónde está Periquín? -gritó la mamá ya de vuelta a la casa.
-Yo no he sido, mamaíta -sinceróse Piluchi.
La mamá sonrió. El rabo de Periquín asomaba por debajo del lavabo. Pero sonrió y calló.

Piluchi andaba sobresaltada, nerviosa, inquieta.
-La nena no ha sido -dijo a la institutriz. Y en su vocecita había como un sollozo.

IV
Y llegó la noche. ¡Cómo lo deseaba Piluchi!
¡Estaba tan solo Periquín!

Ya en la camita, un calor dulce y suave acarició su cuerpo. El Ángel de la Guarda presidía su cabecera, tendiendo amoroso sus alas sobre Piluchi... Dulcemente comenzó: "Ángel de mi Guarda..."

El edredón la envolvía con mimos de madre…
Afuera, el viento hacía: ¡Brum!... ¡Brum!… La institutriz respiraba profundamente dormida.

Más Piluchi no podía dormir. Algo la arañaba en el corazoncillo haciéndole temblar. ¿Qué era? ¿Qué? ¡Ah! Sí... Sí... Se acordaba de aquella niña palidita y sin madre que llevaba rotos sus vestidos. ¡Qué frío tendría, qué frío! ¡Pobrecita! Periquín también tendría frío. Sin mantas. Sin abrigo. Debajo del lavabo, solito, y con el viento que seguía haciendo: ¡Brrr! ¡Brrr!

Arrojóse de la cama. La institutriz dio la luz, sobresaltada.
-¡Piluchi! ¡Nena! ¿Qué te ocurre?

Pero ya Piluchi, temblando de angustia, había cogido a Periquín. Le cubría de besos, abrigándolo con los encajes de su camisón, mientras decía gimoteando:

-Fue la nena. Fue la nena... Ya no seré desobediente. Pero, ¿sabes? Periquín tiene frío.

THE LITTLE GOLDEN MOUSE

Piluchi's velvet eyes opened wider.

-Give it to me, mama," she clapped her hands.
-When you're older, Piluchi.
-But I'm a big girl now.... big... Don't you see?

And Piluchi stood up on her little shoes, stretching out her gauze dress with her hands. She looked like a butterfly.

-Come on, mama.
-Don't be stubborn, Piluchi.
And wrinkling her little snout, she watched her mother place the little mouse on the chimney.

-I'll call him Periquín," Piluchi muttered.
My God, how cute the mouse was! Golden. With two little iridescent eyes that sparkled. And a little tail that wagged. And a smooth little body... glistening.

II
How Piluchi loved him. In the morning, his first greeting was to him.
-Good morning, Periquín. Mummy won't let me fuck you, but... I love you very much. I love you very much. You know, Periquín?
The little mouse's eyes sparkled with delight, and the four hairs on his moustache seemed to move.

What a pretty girl she was! Blonde as the ripe ears of corn. With a mouth that begged for kisses, and hands as soft as pigeon feathers.

During the day there were many visitors.
-Hello, Periquín. Are you bored? Don't be silly, little mouse, I'll come to see you many times.

III
Mother had gone out. The miss was working in the cabinet. And Piluchi looked at Periquín, his little nose trembling with emotion.

-Alone, all alone," she said to herself.
And on tiptoe, slowly, she climbed onto the chair. Oh, what a fright1 Periquín was already in her hand. His tail tickled and his eyes looked at her with a look of mousy excitement.

Piluchi realised her crime, because she knew that God commands obedience to parents and that she was a disobedient child. Her legs trembled. Her little heart was racing.... -tin... tin... -Hurry. Hurry up.

-Where shall I hide him'? -he thought.
Treading lightly and looking askance he went to his bedroom. There. Under the sink... They wouldn't find him... No.

And poor Periquín found himself locked up in that dark, narrow place.
-Poof! thought the little mouse, "This child is mad!
But Piluchi stroked the stiff little ears.

-Don't be silly, Budgie. You'll be all right here: I'll come and fetch you and take you for a walk....
Are you going to be afraid, Budgie? There are no mice in this house, no wicked witches to eat the children....
. . .  . . .  . . .
-T] he little golden mouse! Where is Budgie? -shouted the mother back in the house.
-It wasn't me, Mummy," said Piluchi.
The mother smiled. Periquín's tail was sticking out from under the sink. But she smiled and kept quiet.

Piluchi was startled, nervous, uneasy.
-It wasn't the baby," she said to the governess. And there was a sob in her little voice.

IV
And the night came, and how Piluchi longed for it!
Periquín was so lonely!

Already in his little bed, a sweet, soft warmth caressed his body. The Guardian Angel presided at his bedside, lovingly spreading his wings over Piluchi.... Sweetly he began: "My Guardian Angel..."

The quilt enveloped her with a mother's cuddles...
Outside, the wind was blowing: Boom!... Boom!... The governess was breathing deeply in her sleep.

But Piluchi couldn't sleep. Something was scratching at her little heart, making her tremble. What was it? What? Ah! Yes... Yes... She remembered that pale, motherless little girl whose clothes were torn. How cold she must have been, how cold! Poor thing! Periquín would be cold too. Without blankets. Without a coat. Under the washbasin, all alone, and with the wind still blowing: Brrrr! Brrrr!

He threw himself out of bed. The governess gave birth, startled.
-Piluchi, baby, what's the matter with you?

But Piluchi, trembling with anguish, had already seized Periquín. She was covering him with kisses, wrapping him in the lace of her nightdress, while she whimpered:

-It was the baby. It was the baby... I won't be disobedient any more. But, you know, Periquín is cold

SULTAN


¡Qué guapo era Sultán! Un borriquillo juguetón. Con el pelaje gris. Con el hocico de charol. Con unas pupilas que parecían cristales afelpados. ¡Qué candorosas eran las pupilas de Sultán! Sus cascos pisaban quedos, con mimos infantiles. Largas y enderezadas las orejas, inquieta siempre la cola.

Sultán era un borriquito muy vago. Nunca quiso llevar un haz de leña sobre su lomo. A lo sumo, a lo sumo, un manojo de tomillo, o un ramo de hierbabuena.

De chiquitín era ya un holgazán. Porque una vez su madre, la borriquita Perla, quiso que Sultán llevase hasta el pueblo un cuévano con paja, al borriquillo le dio tal pataleta, que por poco se muere.

Se revolcaba en la hierba. Daba coces en el aire. Rebuznaba de un modo lastimero.
-Yo no he nacido para burro de carga, madre.
¡Ea! Yo quiero ser borrico de circo. Con muchos lazos y muchos cascabeles que hagan trin, trin...

-Pero este hijo, ¡cómo será tan burro! -se lamentaba la Perla levantándole del suelo.
-Pues sí, madre. Pues sí. ¿No me ha contao usted que los señores que se llaman Sultán no trabajan y están siempre tendidos entre cojines con una pipa en la boca? Pues yo soy Sultán.

-La culpa tuvo tu padre en ponerte ese nombre.
-Pues a lo hecho, pecho, madre, y nada más.

Il
Y Sultán siguió siempre así. Holgazaneando y demostrando que sabía dar buenas cocecitas a quien le obligaba a trabajar. Pero un día las cosas cambiaron. Se murió la Perla y Sultán, que era hijo único, quedó solo en el mundo.

¡Ay! ¡Ay!... -rebuznó-. ¿Qué triste es la soledad ¿Quién me compra? ¿Quién?
-Pues mira, no es feo el borriquillo, que es muy majo y parece listo.

Así decía una aldeana, que se llamaba Lupe, a su marido.
-Pues, ¡hala! -dijo él-. Que se quede en casa.

Sultán enderezó las orejas. Resopló fuertemente y preguntó:
-¿Hay en esta casa mucho trabajo?
-¡Pchs! -dijo el marido-. Regularcillo

III
Al día siguiente vio Sultán con asombro que en un carro colocaban un cesto de coles. Luego, otro de pimientos. Luego, otro de patatas. Y luego, cestos y más cestos. Y que después le enganchaban al carrito, y con voz áspera, dijeron:
-¡Arre, Sultán, arre!

Sultán quedó parado en seco.
-Pero hombre -dijo-. Es usted más burro que yo. ¿Cómo comprende usted que un frágil borriquillo, como soy, pueda acarrear tanto cesto?

-¡Arre, borriquillo, arre!
-¡Que digo que no! Con lo mimao que me tenía mi difunta madre. ¡Tendría que ver!
-¡Arre!
-¡Soo! dijo para sí Sultán.

El campesino tomó otro giro. Su voz se hizo más dulce. Dejó la vara en el carro y dijo:
-Este burro ha debido de ser de algún señorito. Habrá que hacerle carantoñas.

Y sobando el lomo, las orejas y la cola de Sultán, decía:
-Amos, borriquito guapo. Borriquito elegante. Borriquito de carreras. Eres muy majo y mucho salao. ¿Quieres un manojito de hierbas?

-Venga -dijo Sultán enseñando los dientes.
-¿Quieres una cestita de cebada?
-Venga -dijo reluciéndole los cristales de sus ojos.
-¿Y una tortica recién cocida? ¡Eh!, guapo, monín. ¿La quieres?
-Venga -dijo el burro, encandiladas las pupilas.

-Luego, guapín, luego. Tú eres un burro muy trabajador y muy listo, que va llevarme este carrito a la ciudad por aquel senderito tan lindo. ¿Verdad, bonito?

-¡Hum! -dijo el burro.
Subió el campesino al carro. Fustigó la vara blandamente, y creyendo en el efecto de su oratoria:
-¡Arre! -dijo muy dulce.
Sultán no se movió.

IV
Lo dejaron para que jugara Titita con él. Cuando la nena lo vio, chocaron sus manecitas. Bailaron sus ojitos, y brincó de alegría.
-Made. Made. Quero a Tultán.

Sultán olfateó largamente. Miró tras sus cristales a la pequeñuela. Movió la cola algarero, y en un largo rebuzno, le dijo:
-Yo también te quiero, nena.
 

En sus lomos iba como una princesita. Fustigando con sus pies la pancita gris, dura y redonda.
-¡Arre, Tultán!... ¡Arre!

Y Sultán, el rey de los holgazanes, en llevando aquel muñeco de carne sobre su lomo, se volvió trotero. Sacudía con mimo sus pezuñas. Resoplaba feliz, y ¡Hala!... ¡Hala!... ¡Hala! Por los senderos cuajados de moras. Por aquel otro con tanta endrina. Luego, por la era peladita de mies. Más tarde, por la carretera, camino del pueblo. Luego, los domingos, camino de la iglesia.

Las campanas decían: Talán... Talán... Titita, en brazos de su madre contemplaba entre el chisporroteo de los cirios aquellos ojos tan lindos que tenía el Niño Jesús, y Sultán esperaba paciente en la pradera mordisqueando fresca hierba.

Talán... Talán... volteaban las campanas.
Ya salen... Se refocilaba el borriquillo, y ¡zis zas!, hacían las patitas de Sultán, levantando nubes de polvo en el camino. Y la vocecilla de Titita sonaba a campanillas de plata.
-¡Arre, Sultán, arre!

V
Un día notó Sultán que arriba andaban sigilosamente. Oyó sollozos comprimidos. Abrir y cerrar puertas con cuidado sumo.
Entró el campesino en la cuadra. Arregló a Sultán. Le puso un buen pienso y...
-¿Y Titita? -dijo Sultán.

El borriquito vio que en los ojos del padre asomaba una lágrima.
Sultán coceó impaciente.
-¿Cómo no baja la nena?

El campesino dijo tembloroso:
-Está malita.
-Pues no quiero comer -dijo Sultán.

Llegó la tarde. ¡Qué largo se le hacía el día al borriquillo! Allí solo, encerrado, pensando en la muñequita morena que no bajaba, no bajaba.
Sultán no cenó. Sultán no durmió.
Al día siguiente estaba su lomo lacio y apagados los cristales de sus ojos.

Suplicó rebuznando:
-¡Si me llevasen a ver a la nena...! ¡Quiero verla!
El padre le dio unos golpecitos en el lomo.
-Come, borriquillo, come.
-No quiero.
-Te morirás.
-No me importa.

Puso una pataza en el hombro del labrador.
-Oye: ¿No dicen que Dios quiere mucho a los niños?... Pues enséñame a rezar...
Después, muy dulce...
-Quiero verla -suplicó resoplando.

Lo llevaron. Resbalaban sus cascos en la crujiente escalera. Jadeaba el borriquillo con la emoción. Sin apenas pisar entró en el cuarto.

La nena le tendió los bracitos anhelantes de caricias.
-Tultán. Mi Tultán. Te quero.

Y el borriquillo, paso a paso, se acercó a la camita. Puso su hocico acharolado en la carita de la nena. Rebuznó triunfalmente, murmurando:
-Dios bueno, cura a mi Titita.
Y en sus pupilas, en aquellos ojazos afelpados, niñitos queridos míos, brilló una lágrima.

SULTAN

How handsome was Sultan! A playful little donkey. With grey fur. With a muzzle of patent leather. With pupils that looked like plush crystals. How candid were Sultan's pupils! His hooves stepped quietly, with childish cuddles. His ears were long and straight, and his tail was always fidgety.

Sultan was a very lazy little donkey. He never wanted to carry a bundle of firewood on his back. At most, at most, a bunch of thyme, or a bunch of mint.

As a little boy he was already a loafer. Because once his mother, the little donkey Perla, wanted Sultán to carry a basket of straw to the village, the little donkey threw such a tantrum that he nearly died.

He rolled in the grass. He kicked in the air. He brayed piteously.
-I wasn't born to be a pack donkey, mother.
I want to be a circus donkey. With lots of bows and lots of bells that go trill, trill, trill.....

-But this son, how can he be such a donkey! -lamented the Pearl, lifting him off the ground.
-Yes, mother, yes. Well, yes. Didn't you tell me that gentlemen who are called Sultan don't work and are always lying on cushions with a pipe in their mouths? Well, I am Sultan.

-It was your father's fault for giving you that name.
-Well, that's all there is to it, mother, and that's all there is to it.

Il
And Sultan went on like that. Slacking off and proving that he knew how to give a good job to whoever forced him to work. But one day things changed. The Pearl died and Sultan, who was an only child, was left alone in the world.

Alas! Alas! -How sad is loneliness! Who buys me? Who buys me? Who?
-Well, look, the little donkey is not ugly, he's very nice and looks smart.

This is what a villager called Lupe said to her husband.
-Well, go on! -he said. Let him stay at home.

Sultan straightened his ears. He snorted loudly and asked:
-Is there a lot of work in this house?
-Pchs! -said the husband. Regular

III
The next day Sultan was astonished to see a basket of cabbages placed on a cart. Then another of peppers. Then another of potatoes. And then baskets and more baskets. And then they hitched him to the cart, and in a harsh voice, they said:
-Giddy up, Sultan, giddy up!

Sultan stopped dead in his tracks.
-But, man," said he, "you are a bigger donkey than I. How can you understand that a frail little donkey like me can carry such a basket?

Giddy-up, donkey, giddy-up!
-I say no! My late mother used to spoil me so much. You'd have to see!
Giddy-up!
-Soo! said Sultan to himself.

The peasant took another turn. His voice grew sweeter. He left the stick in the cart and said:
-"This donkey must have belonged to some lord. We'll have to make him a little caress.

And rubbing Sultan's back, ears and tail, he said:
-Come on, you handsome donkey. Elegant little donkey. Little racing donkey. You're very nice and very salty. Do you want a bunch of herbs?

-Come on," said Sultan, baring his teeth.
-Do you want a basket of barley?
-Come on," he said, the lenses of his eyes glittering.
-And a freshly baked tortica? Hey, handsome, monkey, do you want it?
-Come on," said the donkey, his pupils dazzling.

-Later, handsome, later. You're a very hard-working and clever donkey, who's going to take this cart to the city by that pretty little path. Aren't you, handsome?

-Hum! -said the donkey.
The peasant climbed into the cart. He whipped the stick softly, and believing in the effect of his oratory:
-Giddy up! -he said very sweetly.
Sultan did not move.

IV
They left him for Titita to play with. When the baby saw him, their little hands collided. Their little eyes danced, and she jumped for joy.
-Made. Made. I love Tultan.

Sultan took a long sniff. He looked behind his glasses at the little one. He wagged his tail, and in a long bray, he said to her:
-I love you too, baby.

On his back he rode like a little princess. With her feet, she whipped her grey, hard, round belly.
-Giddy up, Tultan... Giddy up!

And Sultan, the king of the lazy ones, carrying that doll of flesh on his back, became a trotter. He shook his hooves with mime. He snorted happily, and he pulled... He pulled... He pulled... He pulled... He pulled... He pulled... Along the blackberry-studded paths. Along that other one with so many sloes. Then through the threshing floor bare of corn. Later, along the road, on the way to the village. Then, on Sundays, on the way to the church.

The bells would say: Talán... Talán... Titita, in her mother's arms, gazed into the crackling of the candles at the beautiful eyes of the Infant Jesus, and Sultan waited patiently in the meadow, nibbling fresh grass.

Talan... Talan... the bells were ringing.
They're coming out... The little donkey was fidgeting, and wham, wham, wham, Sultan's little paws were kicking up clouds of dust on the road. And Titita's little voice sounded like silver bells.
-Giddy up, Sultan, giddy up!

V
One day Sultan noticed that they were creeping upstairs. He heard compressed sobs. He opened and closed doors with the utmost care.
The peasant entered the stable. He groomed Sultan. He gave him a good feed and...
-What about Titita? -said Sultan.

The little donkey saw a tear in his father's eye.
Sultan impatiently lambasted him.
-Why doesn't the baby come down?

The peasant said trembling:
-She is ill.
-Well, I don't want to eat," said Sultan.

The afternoon came, and the day was getting long for the little donkey! Alone there, locked up, thinking about the little brown doll who wouldn't come down, wouldn't come down.
Sultan did not eat his supper. Sultan did not sleep.
The next day, his back was straight and the lenses of his eyes were dull.

He brayed and brayed:
-If only they would take me to see the child... I want to see her!
The father tapped him on the back.
-Eat, little donkey, eat.
-I don't want to.
-You'll die.
-I don't care.

He put a paw on the farmer's shoulder.
-Hey, don't they say that God loves children very much? Then teach me how to pray...
Then, very sweetly...
-I want to see her," he begged, sniffling.

They carried him away. His hoofs slipped on the creaking stairs. The little donkey was panting with excitement. Without hardly stepping he entered the room.

The baby held out her little arms to him, longing for caresses.
-Tultan. My Tultan. I love you.

And the little donkey, step by step, approached the bed. He put his chubby muzzle on the baby's little face. He brayed triumphantly, murmuring:
-Good God, heal my Titita.
And in her pupils, in those plush eyes, my dear little children, a tear shone.


CUQUITO


-¡Ay de mi niña! -gemía desolada, la madre.
Por allí... por aquella senda enmarañada se perdió. Tenía los ojos azabachados. Cortos los revoltosos rizos. Blancas las carnes.

Estaban en el molino esperando su molienda, cuando la nena, saltarina y traviesa, huyó de su lado.
-¡Ay de mi niña!

Cuquito la escuchaba muy abiertos sus ojazos de almendra: muy respingadilla la nariz, muy risueña la boca.
-Madre. ¡No llore! ¡Ea! Tengo yo de buscar a la Teresica.

-¿Tú? -sollozó la madre-. Cuitada de mí.
Si no abultas lo de un cañamón.

-¡A que sí madre ¡A que traigo a la niña
La madre miró a Cuquito entre un tropel de lágrimas.

¡Qué pequeño era el niño! Podía ocultarse en el cáliz de una flor.
Chiquitito: tan chiquitito, que era la burla de los demás niños.
Pero Cuquito tenía unos lindos ojos, un corazón muy bueno y una inteligencia sorprendente.

La madre abrazó condolida a Cuquito.
-¡Ay, mi niño! ¡Ay, mi hombrecito! ¿Qué será de tu hermanica?
Cuquito se escabulló del regazo materno. ¡Ver llorar a su madre! ¡Contra! Le ponía carne de gallina.
-¡Adiós, madre! Le traeré a la Teresica.
II
Volaba por los prados igual que una mariposa. Los piececillos de Cuquito eran alas. Atravesó un arroyo fresco y gentil. En sus aguas vio su figura diminuta.
-¡Ay, cuán pequeñito soy! -susurró Cuquito.

Luego se acercó a una hoja de lirio que se mecía entre las aguas.
-¿Quieres llevarme a la orillita, hojita de raso morado?
Y el lirio, bueno y cariñoso, le llevó en sus grupas.

¡Cuántas flores! ¡Cuánta margarita! ¡Cuánta amapola!
-Florecitas de los campos, ¿visteis a mi hermanica?
-Por aquí... por aquí pasó.

Retozaban los corderillos. Un pastorcillo cantaba una copla pastoril.
-Lindo pastorcillo. Bellos corderos. ¿Visteis a mi hermanica?
-Por aquí... por aquí pasó.

Luego vino una viejecita con la cara muy arrugada y la barbilla temblona. Estaba hilando una tela fina que olía a romero.

-Es para mi hija, niñito. Se casa el próximo mes con un genio del bosque. Tengo que hilar mucho, mucho.
Y la rueca iba de prisa, de prisa.

-Buena viejecita; decidme por favor, ¿visteis a mi hermanica?
-Por aquí... por aquí pasó -dijo ella sonriente.
 
III
Cuquito corría,  corría. Su corazoncillo brincaba en el pecho como un caballito desbocado.
-¡Ay de mi hermanica! ¿La encontraré?

En una era muy grande había una cigüeña.
-Cigüeñita, cigüeñita. Llévame sobre tus alas, que peso menos que un trocito de luna.
La cigüeña accedió. Cuquito iba sobre su cuerpo igual que en un avión. ¡Qué cosquillas le hacían las plumas!
¡Qué cerquita estaba del cielo!

-Llévame más lejos -suplicó Cuquito.
-Espera, niño guapo, voy a coger aquel lagarto.
-Vuela... Vuela otra vez por las nubes. Nubecitas que parecéis un copo de algodón, ¿visteis a mi hermanica?
-Por aquí... Por aquí pasó.

La cigüeña tornó a descender.
-¿Qué haces, cigüeñita?
-Espera, guapo niño. Allá lejos veo otro bicho.
-Eres muy tragona, cigüeñita.
-Son para mis hijitos -dijo dulcemente-.
¡Tengo unos cigüeñitos más guapos!... ¡Con unas patas más grandes!... Dios me ha regalado unos hijitos muy preciosos...

Vivimos en lo alto de la torre: por eso, como estamos tan cerquita de Dios, pues los angelitos guardan nuestro nido. Yo vuelo siempre en cruz ¿sabes? para ahuyentar al diablo.

-Vuela... Vuela
De pronto, Cuquito dio un grito.
-Aterriza, cigüeña, aterriza. ¡Veo a mi hermana! ¡La veo! Está allí, en aquel campo grandote, con unos gitanos. ¡Ay, mi hermanica! ¡Pronto, pronto; aterriza!
La cigüeña posó, cariñosa, en tierra a Cuquito.

-Adiós, niño bueno. No me olvides,
-Adiós cigüeñita. ¡Qué bien se va sobre tu cuerpo sedoso! Cuando retorne al pueblo haré una colección de bicharracos, y te los subiré a la torre de la iglesia para que engorden tus hijitos. Adiós.

IV
¡Ay, lindo cisne! ¡Si quisieras llevarme sobre tus plumitas, pasaría el río sin mojarme!
El cisne alargó su cuello de alabastro, y:
-¡Glu!... Glu… -dijo-. Pasa, guapo niño.
-Cisnecito: Si viene luego una niña, bella como un hada y tierna cual una flor, ¿la llevarás a la orilla?
-¡Glu!... ¡Glu!... Bueno, simpático niño.

Pum... Pum... Pum... Pum... Ya estaba allí.
La nena se echó en sus brazos.
-¡Ay, mi hermanico! ¡Ay, mi Cuquin! Él le dijo al oído:

-No lloriquees, que vengo a salvarte.
Luego habló muy cortés.
-Buenas tardes tenga la tribu gitana.
 

Los gitanos se miraron admirados al ver aquella miniatura de hombre.
Le palpaban. "Es de carne", decían.

-Un momento de silencio, señores -rogó Cuquito-. Van ustedes a ver un acróbata, saltimbanqui, titiritero, titirimundi, trepaárboles, escalatorres y todo lo que gusten mandar.

-¡Hum! ¡Hum! -dijeron los gitanos.
Cuquito empezó a hacer cosas archiprodigiosas. Dio varias volteretas en el aire, cayendo siempre de pie. Se encaramó en un árbol, y en la rama más alta bailó un tango. De allí saltó a las trenzas de una gitana y bailó una rumba. Brincó a la oreja de una gitana, cantando un bolero. Hizo otras piruetas, viniendo a descansar en el lomo de un mono, que por poco se desmaya del susto.

Luego se fijó en un oso que tenía un pandero en las manos, y agarróse a su cuello fuertemente. Sobre él bailó la jota aragonesa y unas sevillanas. Al animalito no le quedó más remedio que hacer el oso, y alzado en sus patas traseras, bailó con Cuquito un chotis.

Aquello fue el delirio. Los gitanos gritaban alborozados y las gitanas palmoteaban. Hasta un borriquillo esmirriado rebuznó largamente.

-Señores -dijo Cuquito-, ¿gusta mi trabajo?
-¡Bravo! ¡Bravo!
-Pues hala. Soltad a mi hermanica y aquí quedo yo.
-Bien... Bien... Que se vaya.

Teresica, que hasta entonces miraba a su hermano embobada, chupándose un dedito, se echó a llorar.
-¡Ay, mi hermano! Yo no me voy sin ti.
-¿Te quieres callar, bobona? -dijo Cuquito, un poco nublados los ojos-.

Anda a casa, que madre está triste sin ti. Por eso me quedo yo en tu lugar, porque quiero ser un buen hijo.
Luego añadió tembloroso:
-Dale un beso de mi parte.

Llegó la noche. En el cielo había muchas estrellas como gusanos de luz que rastreasen por un manto de gasa. Cuquito las miraba triste. Recordó que su madre le había dicho muchas veces que, en el cielo estrellado, era la Reina aquella Santa María que él quería tanto.

Por eso suplicó mimoso:
-Virgencita mía, llévame pronto junto a mi madre.
Los gitanos encendieron una gran hoguera. Parecían las llamas fantasmas rojos. Cuquito bailó todos los bailes de moda. Parecía un duendecillo brotado de la tierra.
Tempranito, con el rocío de la mañana, emprendieron la marcha.

Estaban los campos como sembrados de diamantes, y las flores tenían lágrimas en sus ojos perfumados.
-¡Hala!, ¡Hala!, borriquillo, no seas remolón -decía un gitano viejo con blancas barbas.
Y Cuquito, que iba en el bolsillo del gitano, se mecía suavemente.
Tris... Tras...

-No se va mal en este mercancías -pensó.
Llegaron a la carretera. A Cuquito se le detuvo el corazón. Carreterita, camino de su aldea. Allí estaría su madrecita pensando en él, ¡contra!

Pasó un carro con hortalizas.
-Este le conozco yo -pensó Cuquito-; es el de Sabina, la que vende aquellos pimientos morrones tan ricos.
No pudo resistir la tentación. Dio un brinco mortal y agarróse fuertemente a la cola del borriquillo que iba a su pueblo.

Pesaba tan poco, que el animal le creyó una de esas moscas tan pesadas.
-Zis... Zas... -resoplaba el borrico moviendo su cola.
-¡Arre! ¡Arre! -susurró Cuquito creyéndose en un columpio.
-Zis... Zas...
Cuquito se vio en un tobogán.
-Zis... Zas...-abanicó con su cola el borrico furioso.

-Pero hombre -dijo Cuquito amoscado, no seas tan burro.
-¿Eh? -resopló el borrico, enderezadas las orejas-. Diría que esa mosca habla.
-¡Arre!... ¡Arre!... Que ya llegamos.

Allí, en la cocina, estaba su madre. Llorando a gritos, repetía:
-¡Ay, mi Cuquito! No viviré sin él. ¡Ay, mi hijito querido!
De puntillas entró. Colgóse de un brinco al cuello materno, diciendo:
-¡A que sí! ¿A que traía a la hermanica?


CUQUITO

-Oh, my child! -the mother moaned desolately.
That way... along that tangled path she lost her way. Her eyes were blue. Her unruly curls were short. White flesh.

They were at the mill, waiting for their grinding, when the little girl, bouncy and mischievous, ran away from them.
-Oh, my child!

Cuquito listened to her, his almond eyes wide open, his nose very turned up, his mouth very laughing.
-Mother, don't cry! I've got to look for Teresica.

-You? -sobbed the mother. Take care of me.
If you're not as big as a cannon.

-Yes, mother, I'll bring the girl!
The mother looked at Cuquito with tears streaming down her cheeks.

How small the child was! He could hide in the calyx of a flower.
Little: so little that he was the mockery of the other children.
But Cuquito had beautiful eyes, a very good heart and a surprising intelligence.

The mother hugged Cuquito with condolences.
-Oh, my boy, oh, my little man, what will become of your little sister?
Cuquito slipped away from his mother's lap. To see his mother cry! Against! It gave him goose bumps.
-Goodbye, mother! I'll bring Teresica to you.

II
He flew over the meadows like a butterfly. Cuquito's little feet were wings. He crossed a cool and gentle brook. In its waters he saw his tiny figure.
-Oh, how tiny I am! -he whispered.

Then he approached a lily leaf swaying in the water.
-Will you take me to the shore, little purple satin leaf?
And the lily, kind and affectionate, carried him on its clutches.

How many flowers! How many daisies! How many poppies!
-Did you see my little sister, little flowers of the fields?
-This way... this way she passed.

The lambs were grazing. A shepherd boy sang a shepherd's song.
-Nice little shepherd boy. Beautiful lambs. Did you see my little sister?
-This way... this way she passed.

Then came a little old woman with a very wrinkled face and a trembling chin. She was spinning a fine cloth that smelled of rosemary.

-It's for my daughter, little boy. She's getting married next month to a genie from the forest. I have to spin a lot, a lot.
And the spinning-wheel was in a hurry, in a hurry.

-Good old lady, please tell me, have you seen my little sister?
-She passed this way," said she, smiling.

III
Cuquito was running, running. His little heart was jumping in his chest like a runaway horse.
-Oh, my little sister, will I ever find her?

In a big threshing floor there was a stork.
-Stork, stork, stork! Carry me on your wings, for I weigh less than a little piece of the moon.
The stork agreed. Little Stork was on his body as if he were in an aeroplane, and how the feathers tickled him!
How close he was to the sky!

-Take me further away," Cuquito begged.
-Wait, handsome boy, I'm going to catch that lizard.
-Fly... Fly again through the clouds. You cotton-flake clouds, did you see my little sister?
-This way... This way.

The stork came down again.
-What are you doing, little stork?
-Wait, handsome boy. Far away I see another bug.
-You're a big eater, little stork.
-They are for my little children," she said sweetly.
I have more beautiful little storks!... With bigger legs!... God has given me beautiful little children....

We live at the top of the tower: that's why, as we are so close to God, the little angels guard our nest. I always fly in a cross, you know? to scare the devil away.

-Fly... Fly
Suddenly, Cuquito screamed.
-Land, stork, land. I see my sister! I see her! She's over there, in that big field, with some gypsies. Oh, my little sister! Soon, soon, land!
The stork landed Cuquito, affectionately, on the ground.

-Farewell, good boy. Don't forget me,
-Farewell, little stork. How well it goes on your silky body! When I return to the village I'll make a collection of bugs, and I'll take them up to the church tower to fatten your little children. Farewell.

IV
Oh, pretty swan, if you would carry me on your little feathers, I could pass the river without getting wet!
The swan stretched out its alabaster neck, and said:
-Glu! Glu..." he said, "Come in, my handsome boy.
-Swan: If a little girl comes along, fair as a fairy and tender as a flower, will you take her to the shore?
-Glu!... Glu!... Well, nice boy.

Boom... Boom... Boom... Boom... It was already there.
The baby threw herself into his arms.
-Oh, my little brother! Oh, my Cuquin! He whispered in her ear:

-Don't whine, I've come to save you.
Then he spoke very politely.
-Good afternoon to the gypsy tribe.
The gypsies looked at each other in admiration at the sight of this miniature of a man.
They felt him up. "He is made of flesh," they said.

-A moment's silence, gentlemen," Cuquito begged. You are going to see an acrobat, acrobats, acrobats, puppeteers, puppeteers, tree-climbers, climbers, and whatever else you like to send.

-Hum! Hum! -said the gypsies.
Cuquito began to do archiprodigious things. He did several somersaults in the air, always landing on his feet. He climbed a tree, and on the highest branch he danced a tango. From there he jumped into the braids of a gypsy woman and danced a rumba. He jumped into the ear of a gypsy woman, singing a bolero. He did other pirouettes, coming to rest on the back of a monkey, who almost fainted from fright.

Then he noticed a bear with a tambourine in his hands, and clutched his neck tightly. On it he danced the Aragonese jota and some sevillanas. The little animal had no choice but to play the bear, and standing on his hind legs, he danced a chotis with Cuquito.

That was delirium. The gypsies shouted with joy and the gypsy women clapped their hands. Even a little, wiry donkey brayed for a long time.

-Gentlemen," said Cuquito, "do you like my work?
-Bravo! Bravo!
-Well, then. Let my little sister go, and I'll stay here.
-Well... Well then... Let her go.

Teresica, who until then had been gawking at her brother, sucking her little finger, burst into tears.
-Oh, my brother! I'm not leaving without you.
-Will you shut up, silly? -said Cuquito, his eyes a little misty.

Go home, mother is sad without you. That's why I'm staying in your place, because I want to be a good son.
Then he added, trembling:
-Give her a kiss from me.

Night came. In the sky there were many stars like worms of light crawling through a blanket of gauze. Cuquito looked at them sadly. He remembered that his mother had often told him that, in the starry sky, was the Queen, that Saint Mary he loved so much.

So he begged cuddly:
-My little Virgin, take me quickly to my mother.
The gypsies lit a great bonfire. The flames looked like red ghosts. Cuquito danced all the fashionable dances. He looked like a little elf sprung from the earth.
Early in the morning dew, they set out on their march.

The fields were as if sown with diamonds, and the flowers had tears in their perfumed eyes.
-Come on, come on, little donkey, don't be lazy," said an old gipsy with a white beard.
And Cuquito, who was in the gypsy's pocket, swayed gently.
Tris... Tris...

-It's not a bad way to go in this kind of merchandise," he thought.
They reached the road. Cuquito's heart stopped. A little road, on the way to his village. There his little mother would be thinking of him, contra!

A cart with vegetables passed by.
-I know this one," thought Cuquito; "it belongs to Sabina, the one who sells those delicious bell peppers.
He couldn't resist the temptation. He gave a mortal leap and held tightly to the tail of the donkey that was going to his village.

It weighed so little that the animal thought it was one of those heavy flies.
-Zis... Whack... -snorted the donkey, wagging his tail.
-Giddy up, giddy up! -whispered Cuquito, thinking he was on a swing.
-Zis... Wham...
Cuquito saw himself on a slide.
-Zis... Wham..." the furious donkey wagged his tail.

-But man," said Cuquito, "don't be such a donkey.
-Eh? -snorted the donkey, straightening his ears. I'd say that fly talks.
-Giddy up, giddy up! We're here.

There, in the kitchen, was his mother. Crying loudly, she kept repeating:
-Oh, my Cuquito! I won't live without him. Oh, my dear little son!
She tiptoed in. He jumped up and down on his mother's neck, saying, "Oh, yes!
-"Yes, he did, didn't he bring his little sister with him?

***

Vinculo

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