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La cabra del señor Seguin (Alphonse Daudet)
El Sr. Seguín nunca había tenido alegrías con sus cabras. Las perdía todas del mismo modo: una buena mañana, rompían su cuerda, se iban a la montaña y, allá arriba, el lobo se las comía.
Ni las caricias de su dueño ni el miedo al lobo, nada las retenía. Eran, al parecer, cabras independientes, que buscaban a toda costa el espacio abierto y la libertad.
El bueno del Sr. Seguín, que no entendía nada del carácter de sus animales, estaba consternado. Se decía:
- Se acabó. Las cabras se aburren en mi casa. No guardaré ni una.
Sin embargo, no se desanimó y, después de haber perdido seis cabras de la misma manera, compró una séptima; aunque esta vez, tomó la precaución de cogerla jovencita para que se acostumbrara a quedarse en su casa.
¡Qué hermosa era la pequeña cabra del Sr. Seguín! ¡Qué hermosa era con sus ojos dulces, su perilla de suboficial, sus pezuñas negras y brillantes, sus cuernos cebrados y sus largos pelos blancos que le hacían una hopalanda!
Era casi tan encantadora como la cabrita de Esmeralda. Y dócil, cariñosa, dejándose ordeñar sin moverse, sin poner su pie en la escudilla. Un amor de cabrita...
El Sr. Seguín tenía detrás de su casa un cercado rodeado de espinos blancos. Ahí es donde instaló a la nueva inquilina. La ató a una estaca en el lugar más bello del prado, cuidando de dejarle mucha cuerda, y, de vez en cuando, iba para ver si estaba bien.
La cabra se encontraba muy feliz y pacía la hierba de tan buen grado que el Sr. Seguín estaba encantado.
- Por fin, -pensaba el pobre hombre- ¡he aquí una que no se aburrirá en mi casa!
El Sr. Seguín se equivocaba. Su cabra se aburrió. Un día, se dijo mirando la montaña:
- ¡Qué bien se debe estar arriba! ¡Qué placer brincar en el brezo, sin esta maldita cuerda que le desgarra a una el cuello! ¡ Está bien para el asno o para el buey lo de pacer en un cercado!...
A las cabras nos hace falta espacio.
Desde ese momento, la hierba del cercado le pareció insípida. Le vino el aburrimiento. Adelgazó. Su leche se hizo escasa.
Daba lástima verla tirar cada día de su correa, la cabeza girada hacia el monte, con el hocico abierto, haciendo “¡Meee!” tristemente.
El Sr. Seguín se daba cuenta de que a su cabra le pasaba algo, pero no sabía lo que era... Una mañana, tras ordeñarla, la cabra se volvió y le dijo en su jerga:
- Escuche, señor Seguín. Languidezco en su casa. Déjeme ir a la montaña.
- ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Tú también! -gritó el Sr. Seguín estupefacto y, de pronto, dejó caer su escudilla. Entonces, sentándose en la hierba al lado de su cabra, le dijo:
- ¡Cómo, Blanchette, quieres dejarme!
Y Blanchette respondió:
- Sí, señor Seguín.
- ¿Acaso te falta la hierba aquí?
- ¡Oh, no! señor Seguín.
- A lo mejor estás atada demasiado corto. ¿Quieres que te alargue la cuerda?
- No es necesario, señor Seguín.
- Entonces... ¿Qué te hace falta? ¿Qué es lo que quieres?
- Quiero ir a la montaña, señor Seguín.
- Pero, pobrecita... ¿No sabes que está el lobo en la montaña? ¿Qué harás cuando venga?...
- Le daré cornadas, señor Seguín.
- Al lobo le traen sin cuidado tus cuernos. Me comió cabras con cuernos más grandes que los tuyos. Ya sabes, la pobre vieja "Renaude" que estaba aquí el año pasado.
Una señora cabra, fuerte y brava como un macho cabrío. Se peleó con el lobo toda la noche y por la mañana el lobo se la comió.
- Vaya ¡Pobre "Renaude"!... No importa, señor Seguín... Déjeme ir a la montaña.
- ¡Santo Dios! -dijo el Sr. Seguín- Pero... ¿Qué les pasa a mis cabras? Otra más que el lobo se me va a comer... Pues no… ¡Te salvaré a tu pesar, bribona!
Y por miedo a que rompas tu cuerda voy a encerrarte en el establo y te quedarás allí siempre.
Con estas palabras, el Sr. Seguín llevó a la cabra a un establo totalmente negro y cerró la puerta con dos vueltas.
Desgraciadamente, había olvidado cerrar la ventana y, en cuanto se giró, la pequeña se escapó.
Cuando la cabra blanca llegó a la montaña fue un encantamiento general. Jamás los viejos abetos habían visto cosa tan hermosa. Se la recibió como a una pequeña reina.
Los castaños bajaban hasta la tierra para acariciarla con la punta de sus ramas. Las genistas se abrían a su paso y olían tan bien como podían. Toda la montaña le hizo un fiesta.
No más cuerda, no más estaca… Nada que le impidiera brincar, pacer a su gusto... ¡Ahí sí que había hierba! ¡Hasta por encima de los cuernos! ¡Y qué hierba! Sabrosa, fina, dentellada, hecha de mil plantas...
Era algo bien distinto al césped del cercado. ¡Y las flores! Grandes campánulas azules, digitales de púrpura con largos cálices,...
¡Todo un bosque de flores salvajes que rebosaban de jugos embriagadores! La cabra blanca, medio borracha, se revolcaba por ahí patas arriba y rodaba a lo largo de los taludes, mezclándose con las hojas caídas y las castañas...
Luego, de repente, se erguía de un brinco sobre sus patas. ¡Hop! Otra vez en marcha con la cabeza por delante, cruzando matorrales y zarzales, ora sobre un pico, ora en el fondo de un barranco, arriba, abajo, por todos lados…
Parecía que había diez cabras de Sr. Seguín en la montaña. Y es que no le temía a nada, Blanchette.
Atravesaba de un salto grandes torrentes que la salpicaban al pasar con polvo húmedo y espuma; después, chorreando entera, iba a tumbarse sobre alguna roca lisa y se dejaba secar por el sol...
Una vez, adelantándose hasta el borde de una meseta con una flor de cítiso entre los dientes, percibió abajo, muy abajo en la llanura, la casa de Sr. Seguín con el cercado detrás. Esto la hizo llorar de risa.
- ¡Qué pequeño es! -se dijo- ¿Cómo pude caber allí dentro?
¡Pobrecilla! Al verse tan alta, se creía por lo menos tan grande como el mundo...
En suma, fue un buen día para la cabra del Sr. Seguín. Hacia mediodía, corriendo de derecha a izquierda, se topó con un rebaño de rebecos que masticaban una lambrusca a dentelladas. Nuestra pequeña corredora con vestido blanco causó sensación.
Le cedieron el mejor sitio en torno a la lambrusca y todos esos caballeros fueron muy galantes... Parece ser que un rebeco joven con pelaje negro tuvo la buena fortuna de gustarle a Blanchette.
Los dos enamorados se extraviaron en el bosque una hora o dos... Y si queréis saber lo que se dijeron, pregúntale a los manantiales cotillas que corren invisibles entre el musgo.
De repente, el viento se enfrió. La montaña se tornó violeta... Era la noche.
- ¡Ya! -Dijo la pequeña cabra y se paró muy asombrada.
Abajo, los campos estaban inundados de bruma. El cercado del Sr. Seguín desaparecía entre la niebla y de la casita ya no se veía más que el tejado con un poco de humo.
Escuchó los cascabeles de un rebaño que volvía y sintió una gran tristeza en el alma... Un gavilán, que volvía, la rozó con sus alas al pasar. Se estremeció... Luego resonó un aullido en la montaña:
- ¡Hou! ¡Hou!
Pensó en el lobo. En todo el día, la loca no había pensado en él. Al mismo tiempo, una trompa sonó muy lejos en el valle. Era el bueno del Sr. Seguin quien intentaba un último esfuerzo.
- ¡Hou! Hou!... -hacía el lobo.
- ¡Vuelve! ¡Vuelve!... -gritaba la trompa.
Blanchette tuvo ganas de volver; pero recordando la estaca, la cuerda, el seto del cercado,..., pensó que ahora ya no podría hacerse a esa vida y que más valía quedarse.
La trompa dejó de sonar... La cabra oyó detrás de ella un ruido de hojas. Se volvió y vió en la sombra dos orejas cortas, totalmente rectas, con dos ojos que relucían...
Era el lobo. Enorme, inmóvil, sentado en su gran trasero, estaba ahí mirando a la pequeña cabra blanca, saboreándola de antemano.
Como sabía bien que se la comería, el lobo no se apresuraba. Únicamente, cuando se dio la vuelta, se echó a reír con maldad.
- ¡Ha! ¡Ha! ¡La pequeña cabra de Sr. Seguín! -y pasó su gruesa lengua roja sobre sus morros de yesca.
Blanchette se sintió perdida... Por un momento, recordando la historia de la vieja "Renaude, que se había peleado toda la noche para acabar comida por la mañana, se dijo que más valdría dejarse comer en seguida; luego, cambiando de opinión, se puso en guardia, la cabeza baja y el cuerno adelante, como la brava cabra del Sr. Seguín que era...
No es que tuviera la esperanza de matar al lobo (las cabras no matan al lobo) sino tan sólo para ver si podía aguantar tanto tiempo como "Renaude... Luego, el monstruo avanzó y los cuernecitos entraron en danza.
¡Ah! ¡La valiente cabra! ¡Cómo se defendía! Más de diez veces, no miento, forzó al lobo a retroceder para retomar aliento. Durante estas treguas de un minuto, la golosa recogía aprisa aún alguna brizna de su querida hierba; luego regresaba al combate, con la boca llena...
Esto duró toda la noche. De vez en cuando la cabra del Sr. Seguín miraba a las estrellas bailar en el cielo claro y se decía:
- ¡Oh! ¡Mientras resista hasta el alba...!
Una tras otra, las estrellas se apagaron. Blanchette redobló sus cornadas, el lobo sus mordiscos... Una luz pálida apareció en el horizonte. El canto del gallo subió desde una granja.
- ¡Por fin! -dijo el pobre animal que tan solo esperaba al día para morir; y se tumbó en el suelo con su bella piel blanca toda manchada de sangre... Entonces el lobo se lanzó sobre la pequeña cabra y se la comió.
La historia que habéis oído no es un cuento de mi invención.
Si alguna vez venís a Provenza, nuestros granjeros os hablarán a menudo de “la cabro de moussu Séguin, que se battégue touto la neui emé lou loup, e piei lou matin lou loup la mangé”
***
La chèvre de Monsieur Seguin
Ah! qu’elle était jolie la petite chèvre de M. Seguin! Qu’elle était jolie avec ses yeux doux, sa barbiche de sous-officier, ses sabots noirs et luisants, ses cornes zébrées et ses longs poils blancs qui lui faisaient une houppelande!
Et puis, docile, caressante, se laissant traire sans bouger, sans mettre son pied dans l’écuelle. Un
amour de petite chèvre!
M. Seguin avait derrière sa maison un clos entouré d’aubépines. Il avait attaché la petite chèvre à un pieu, au plus bel endroit du pré, en ayant bien soin de lui laisser beaucoup de corde.
Mais un jour, elle se dit en regardant la montagne: «Comme on doit être bien là-haut .Quel plaisir de gambader dans la bruyère sans cette maudite longe qui vous écorche le cou!»
A partir de ce moment, l’herbe du clos lui parut fade. Elle maigrit, son lait se fit rare. C’était pitié de la voir tirer tout le jour sur sa longe, la tête tournée du côté de la montagne en faisant Mê! tristement.
M. Seguin s’apercevait bien que sa chèvre avait quelque chose, mais il ne savait pas ce que c’était...
Un matin, comme il achevait de la traire, elle se retourna et lui dit dans son patois: «Écoutez, monsieur Seguin, je me languis chez vous, laissez-moi aller dans la montagne.
- Ah! mon Dieu! Blanquette, tu veux me quitter!
- Oui, monsieur Seguin.
- Tu es peut-être attachée de trop court, veux-tu que j’allonge la corde?
- Ce n’est pas la peine, monsieur Seguin.
- Alors, qu’est-ce qu’il te faut? Qu’est-ce que tu veux?
- Je veux aller dans la montagne, monsieur Seguin.
- Mais, malheureuse, tu ne sais pas qu’il y a le loup dans la montagne...
Que feras-tu quand il viendra?
- Je lui donnerai des coups de cornes, monsieur Seguin.
- Le loup se moque bien de tes cornes. Il m’a mangé de biques autrement encornées que toi...
Tu sais bien, la vieille Renaude qui était ici l’an dernier? une maîtresse chèvre, forte et méchante comme un bouc.
Elle s’est battue avec le loup toute la nuit... puis, le matin, le loup l’a mangée.
- Pauvre Renaude! Ça ne fait rien, monsieur Seguin, laissez-moi aller dans la montagne
- Bonté divine! dit M. Seguin. Encore une que le loup va manger... Eh bien, non... je te sauverai malgré toi, coquine! et de peur que tu ne rompes ta corde, je vais t’enfermer dans l’étable, et tu y resteras toujours.»
Là-dessus, M. Seguin emporta la chèvre dans une étable toute noire dont il ferma la porte à double tour. Malheureusement, il avait oublié la fenêtre, et à peine eut-il le dos tourné que la petite s’en alla.
Quand elle arriva dans la montagne, ce fut un ravissement général. Jamais les vieux sapins
n’avaient rien vu d’aussi joli. On la reçut comme une petite reine.
Les châtaigniers se baissaient jusqu’à terre pour la caresser du bout de leurs branches. Les genêts d’or s’ouvraient sur son passage et sentaient bon tant qu’ils pouvaient. Toute la montagne lui fit fête.
Plus de corde, plus de pieu... rien qui l’empêchât de brouter à sa guise. Et quelle herbe!
Savoureuse, fine, dentelée, faite de mille plantes. Et les fleurs! De grandes campanules bleues, des digitales de pourpre à longs calices, toute une forêt de fleurs sauvages débordant de sucs capiteux !
La chèvre blanche se vautrait là-dedans et roulait le long des talus, pêle-mêle avec les feuilles tombées et es châtaignes. Puis, tout à coup, elle se redressait d’un coup sur ses pattes.
Hop! la voilà partie la tête en avant, à travers le maquis.
Elle s’avança au bord d’un plateau, une fleur de cystise aux dents, et aperçu en bas, tout en bas dans la pleine, la maison de M. Seguin avec le clos derrière. Cela la fit rire aux larmes.
«Que c’est petit! Comment ai-je pu tenir là-dedans?» se dit-elle.
Tout à coup, le vent fraîchit. La montagne devint violette; c’était le soir. En bas, le clos de M. Seguin disparaissait dans le brouillard, et de la maisonnette on ne voyait plus que le toit avec un peu de fumée.
Un gerfaut la frôla de ses ailes en passant. Elle tressaillit. Puis ce fut un hurlement dans la montagne: «Hou! hou!»
Elle pensa au loup. Au même moment une trompe sonna bien loin dans la vallée. C’était ce bon M. Seguin.
- Hou! hou! faisait le loup.
- Reviens! reviens! criait la trompe.
Blanquette eut envie de rentrer; mais en se rappelant le pieu, la corde, la haie du clos, elle pensa qu’elle ne pourrait plus se faire à cette vie et qu’il valait mieux rester.
La chèvre entendit derrière elle un bruit de feuilles. Elle se retourna, et vit dans l’ombre deux oreilles courtes, toutes droites, avec deux yeux qui reluisaient. C’était le loup.
Énorme, immobile, il était là, regardant la petite chèvre blanche et la dégustant par avance. Comme il savait qu’il la mangerait, le loup ne se pressait pas.
Blanquette se sentit perdue... Un moment, en se rappelant l’histoire de la vieille Renaude, qui s’était battue toute la nuit pour être mangée le matin, elle se dit qu’il vaudrait peut-être mieux se laisser manger tout de suite; puis, s’étant ravisée, elle tomba en garde, la tête basse et la corne en avant, comme une brave chèvre de M. Seguin qu’elle était.
Seulement pour voir si elle pourrait tenir aussi longtemps que la Renaude...
Le monstre s’avança, et les petites cornes entrèrent en danse. Ah! la brave chevrette! Plus de dix fois, elle força le loup à reculer pour reprendre haleine.
Alors, la gourmande cueillait en hâte encore un brin de sa chère herbe, puis elle retournait au combat, la bouche pleine.
Cela dura toute la nuit. De temps en temps la chèvre de M. Seguin regardait les étoiles danser dans le ciel clair et elle se disait: «Oh! pourvu que je tienne jusqu’à l’aube...»
L’une après l’autre, les étoiles s’éteignirent. Blanquette redoubla de coups de cornes, le loup de coups de dents... Le chant du coq monta d’une métairie.
- Enfin! dit la pauvre bête, qui n’attendait plus que le jour pour mourir; et elle s’allongea par terre dans sa belle fourrure blanche toute tachée de sang.
Alors le loup se jeta sur la petite chèvre et la mangea.
***
Die Ziege von Monsieur Seguin (Alphonse Daudet)
Herr Seguin war mit seinen Ziegen nie glücklich gewesen. Er verlor sie alle auf die gleiche Weise: Eines schönen Morgens rissen sie sich los, stiegen auf den Berg, und dort oben fraß sie der Wolf.
Weder die Streicheleinheiten ihres Besitzers noch die Angst vor dem Wolf, nichts konnte sie aufhalten. Sie waren, so scheint es, unabhängige Ziegen, die um jeden Preis den Freiraum und die Freiheit suchten.
Der gute Herr Seguín, der nichts von dem Charakter seiner Tiere verstand, war bestürzt. Es wurde gesagt:
- Es ist vorbei. Die Ziegen langweilen sich in meinem Haus. Ich werde nicht eine einzige behalten.
Aber er ließ sich nicht entmutigen, und nachdem er sechs Ziegen auf die gleiche Weise verloren hatte, kaufte er eine siebte; allerdings nahm er diesmal vorsichtshalber eine junge Ziege, damit sie sich an den Aufenthalt in seinem Haus gewöhnte.
Wie schön war die kleine Ziege von Herrn Seguin, mit ihren süßen Augen, ihrem Unteroffiziersbart, ihren glänzenden schwarzen Hufen, ihren zebraähnlichen Hörnern und ihren langen weißen Haaren, die sie zu einer Hopalanda machten!
Sie war fast so charmant wie Esmeraldas kleine Ziege. Und fügsam, anhänglich, ließ sich melken, ohne sich zu bewegen, ohne den Fuß in die Schüssel zu stecken. Sie war eine liebe Ziege...
Herr Seguín hatte hinter seinem Haus einen Zaun, der von Weißdornen umgeben war. Dort brachte er die neue Mieterin unter. Er band sie an einem Pfahl an der schönsten Stelle der Wiese an, wobei er darauf achtete, ihr viel Seil zu lassen, und von Zeit zu Zeit ging er hin, um nachzusehen, ob es ihr gut ging.
Die Ziege war sehr glücklich und graste das Gras so bereitwillig ab, dass Herr Seguin sehr zufrieden war.
- Endlich", dachte der arme Mann, "hier ist eine, der es in meinem Haus nicht langweilig wird!
Herr Seguin irrte sich. Seine Ziege langweilte sich sehr wohl. Eines Tages sagte er zu sich selbst, als er den Berg betrachtete:
- Wie schön muss es sein, dort oben zu sein! Was für ein Vergnügen, über die Heide zu springen, ohne dieses verdammte Seil, das einem den Hals zerreißt! Es ist gut für den Esel oder den Ochsen, in einem Gehege zu grasen....
Wir Ziegen brauchen Platz.
Von diesem Moment an erschien ihm das Gras im Gehege fade. Langeweile machte sich breit. Sie wurde dünner. Ihre Milch wurde spärlich.
Es war erbärmlich zu sehen, wie sie jeden Tag an der Leine zerrte, den Kopf zum Gebüsch gewandt, die Schnauze offen und traurig "Meeee!
Herr Seguín erkannte, dass mit seiner Ziege etwas nicht stimmte, aber er wusste nicht, was es war... Eines Morgens, nachdem er sie gemolken hatte, drehte sich die Ziege um und sagte in ihrem Jargon zu ihm:
- Hören Sie, Herr Seguin. Ich schmachte in Ihrem Haus. Lassen Sie mich auf den Berg gehen.
- Oh, mein Gott, du auch! -rief Herr Seguin fassungslos und ließ plötzlich seine Schüssel fallen. Dann setzte er sich auf das Gras neben seiner Ziege und sagte zu ihr:
- Wie, Blanchette, willst du mich verlassen?
Und Blanchette antwortete:
- Ja, Monsieur Seguin.
- Vermissen Sie hier das Gras?
- Oh nein, Monsieur Seguin.
- Vielleicht sind Sie zu kurz angebunden. Soll ich das Seil verlängern?
- Nicht nötig, Monsieur Seguin.
- Nun, dann... Was brauchen Sie? Was wollen Sie?
- Ich möchte auf den Berg, Monsieur Seguin.
- Aber, armes Ding... Wissen Sie nicht, dass der Wolf in den Bergen ist? Was werden Sie tun, wenn er kommt...
- Ich werde ihn aufschlitzen, Herr Seguin.
- Der Wolf schert sich nicht um deine Hörner. Er hat Ziegen gefressen, die größere Hörner hatten als du. Weißt du, die arme alte Renaude, die letztes Jahr hier war?
Ein Ziegenmädchen, stark und mutig wie ein Ziegenbock. Sie kämpfte die ganze Nacht mit dem Wolf, und am Morgen fraß der Wolf sie auf.
- Die arme Renaude... Das macht nichts, Herr Seguin... Lassen Sie mich auf den Berg gehen.
- Ach, du lieber Himmel! -...sagte Herr Seguin. Aber... Was ist denn mit meinen Ziegen los? Noch eine, die der Wolf fressen wird... Aber nein... Ich rette dich trotzdem, du Schuft!
Und aus Angst, dass du dein Seil zerreißt, sperre ich dich in den Stall und du bleibst für immer dort!
Mit diesen Worten führte Herr Seguin die Ziege in einen stockdunklen Stall und schloss die Tür mit zwei Drehungen.
Leider hatte er vergessen, das Fenster zu schließen, und sobald er sich umdrehte, entkam die kleine Ziege.
Als die weiße Ziege den Berg erreichte, herrschte allgemeine Verwunderung. Noch nie hatten die alten Tannen etwas so Schönes gesehen. Sie wurde wie eine kleine Königin empfangen.
Die Kastanienbäume reichten bis zum Boden und streichelten sie mit den Spitzen ihrer Äste. Die Genistäen öffneten sich ihr und rochen so gut sie konnten. Der ganze Berg feierte ein Fest für sie.
Kein Seil mehr, keine Pfähle... Nichts hinderte ihn daran, zu springen, zu grasen, wie es ihm gefiel... Dort gab es Gras, sogar über seinen Hörnern! Und was für Gras! Schmackhaft, fein, zerklüftet, aus tausend Pflanzen gemacht...
Es war etwas ganz anderes als das Gras im Gehege. Und die Blumen! Große blaue Glockenblumen, violette Zistrosen mit langen Blütenkelchen....
Ein ganzer Wald von Wildblumen, die vor berauschenden Säften nur so strotzen! Die weiße Ziege, halb betrunken, wälzte sich auf dem Kopf herum und rollte die Hänge entlang, vermischte sich mit den gefallenen Blättern und den Kastanien...
Dann, plötzlich, sprang sie auf ihre Pfoten. Hopp! Und schon ging es wieder los, kopfüber, durch Büsche und Brombeeren, mal auf einen Gipfel, mal auf den Grund einer Schlucht, hoch, runter, überall hin...
Es schien, als ob zehn Ziegen von Herrn Seguin auf dem Berg wären. Er hatte vor nichts Angst, Blanchette.
Sie sprang über große Sturzbäche, die sie mit nassem Staub und Schaum bespritzten, wenn sie vorbeikam; dann legte sie sich, völlig durchnässt, auf einen glatten Felsen und ließ sich von der Sonne trocknen...
Einmal, als sie mit einer Zistrosenblüte zwischen den Zähnen bis an den Rand eines Plateaus vordrang, sah sie unten, weit unten in der Ebene, das Haus von Herrn Seguin mit dem Zaun dahinter. Das brachte sie zum Weinen vor Lachen.
- Wie klein es ist! -sie sagte zu sich selbst: "Wie soll ich denn da reinpassen?
Armes kleines Ding! Als sie sich so groß sah, dachte sie, sie sei mindestens so groß wie die Welt....
Alles in allem war es ein guter Tag für die Ziege von Herrn Seguin. Gegen Mittag, als er von rechts nach links lief, stieß er auf eine Herde Gämsen, die mit ihren Zähnen an einer Lambrusca knabberten. Unsere kleine Läuferin im weißen Kleid erregte Aufsehen.
Man gab ihr den besten Platz um die Lambrusca und die Herren waren sehr galant.... Es scheint, dass eine junge Gämse mit schwarzem Fell das Glück hatte, sich in Blanchette zu verlieben.
Die beiden Liebenden verirrten sich für ein oder zwei Stunden in den Wald... Und wenn du wissen willst, was sie sich gesagt haben, dann frag die klatschenden Quellen, die unsichtbar durch das Moos fließen.
Plötzlich kühlte der Wind ab. Der Berg färbte sich violett... Es war Nacht.
- Jetzt! -sagte die kleine Ziege und richtete sich erstaunt auf.
Unten waren die Felder in Nebel getaucht. Das Gehege von Herrn Seguin verschwand im Nebel, und von dem kleinen Haus war nur noch das Dach und ein wenig Rauch zu sehen.
Er hörte das Klappern eines zurückkehrenden Schwarmes und fühlte eine große Traurigkeit in seiner Seele... Ein zurückkehrender Sperber streifte sie mit seinen Flügeln, als er vorbeiflog. Sie erschauderte... Dann ertönte ein Heulen in den Bergen:
- Hou! Hou!
Sie dachte an den Wolf. Den ganzen Tag hatte die Verrückte nicht an ihn gedacht. Zur gleichen Zeit ertönte weit weg im Tal ein Horn. Es war der gute Herr Seguin, der einen letzten Versuch unternahm.
- Hou! Hou! -war der Wolf.
- Komm zurück! Komm zurück!... -rief das Horn.
Blanchette wollte zurückgehen, aber als sie sich an den Pfahl, das Seil und die Hecke erinnerte, dachte sie, dass sie sich jetzt kein Leben mehr aufbauen konnte und dass es besser wäre, zu bleiben.
Das Horn hörte auf zu blasen..... Die Ziege hörte ein Rascheln von Blättern hinter sich. Sie drehte sich um und sah im Schatten zwei kurze, gerade Ohren mit zwei leuchtenden Augen....
Es war der Wolf. Riesig, unbeweglich, auf seinem dicken Hintern sitzend, stand er da und betrachtete das kleine weiße Zicklein und kostete es vorher.
Da er wusste, dass er es fressen würde, beeilte sich der Wolf nicht. Erst als er sich umdrehte, lachte er bösartig.
- Ha! Ha! Die kleine Ziege von Herrn Seguin! -Und er fuhr mit seiner dicken roten Zunge über seine Zunderschnauze.
Blanchette fühlte sich verloren... Einen Augenblick lang erinnerte sie sich an die Geschichte der alten Renaude, die die ganze Nacht gekämpft hatte, um am Morgen ihr Futter zu bekommen, und sagte sich, dass es besser wäre, sich sofort fressen zu lassen; dann änderte sie ihre Meinung und stand auf der Hut, den Kopf gesenkt und das Horn nach vorne gerichtet, wie die tapfere Ziege von Herrn Seguin, die sie war....
Nicht, dass er hoffte, den Wolf zu töten (Ziegen töten keine Wölfe), sondern nur, um zu sehen, ob er so lange durchhalten würde wie "Renaude...". Dann rückte das Ungeheuer vor und die kleinen Hörner begannen zu tanzen.
Ach, die tapfere Ziege, wie sie sich wehrte! Mehr als zehn Mal, ich lüge nicht, zwang sie den Wolf zum Rückzug, um zu verschnaufen. Während dieser einminütigen Ruhepausen sammelte die gierige Ziege noch hastig einen Halm ihres geliebten Grases ein; dann kehrte sie mit vollem Maul in den Kampf zurück...
Das ging die ganze Nacht so weiter. Von Zeit zu Zeit sah die Ziege von Herrn Seguin die Sterne am klaren Himmel tanzen und sagte zu sich selbst: "Oh, solange ich bis zum Ende der Nacht durchhalten kann!
- Oh, so lange ich bis zum Morgengrauen durchhalte...!
Einer nach dem anderen erloschen die Sterne. Blanchette verdoppelte ihren Stachel, der Wolf seine Bisse.... Ein fahles Licht erschien am Horizont. Der Hahn krähte aus einem Bauernhof.
- Na endlich! -sagte das arme Tier, das nur auf den Tag gewartet hatte, um zu sterben; und es legte sich auf den Boden mit seiner schönen weißen Haut, die mit Blut befleckt war.... Dann stürzte sich der Wolf auf die kleine Ziege und fraß sie.
***
Mr. Seguin's goat (Alphonse Daudet)
Mr. Seguin had never been happy with his goats. He lost them all in the same way: one fine morning, they would break their rope, go up the mountain and, up there, the wolf would eat them.
Neither the caresses of their owner nor the fear of the wolf, nothing could keep them. They were, it seems, independent goats, seeking open space and freedom at all costs.
The good Mr Seguín, who understood nothing of the character of his animals, was dismayed. It was said:
- It's over. The goats are bored in my house. I won't keep a single one.
However, he was not discouraged and, after having lost six goats in the same way, he bought a seventh; although this time, he took the precaution of taking it young so that it would get used to staying in his house.
How beautiful was Mr. Seguin's little goat, with her sweet eyes, her NCO's goatee, her shiny black hooves, her zebra-like horns, and her long white hairs that made her a hopalanda!
She was almost as charming as Esmeralda's little goat. And docile, affectionate, allowing herself to be milked without moving, without putting her foot in the basin. She was a love of a goat...
Mr Seguín had a fence behind his house surrounded by white hawthorns. That's where he installed the new tenant. He tied her to a stake in the most beautiful spot in the meadow, taking care to leave her plenty of rope, and from time to time he went to see if she was well.
The goat was very happy and grazed the grass so willingly that Mr. Seguin was delighted.
- At last," thought the poor man, "here's one that won't get bored in my house!
Mr. Seguin was wrong. His goat did get bored. One day, he said to himself, looking at the mountain:
- How good it must be to be up there! What a pleasure to jump on the heather, without this damned rope that tears one's neck! It's good for the donkey or the ox to graze in an enclosure....
We goats need space.
From that moment on, the grass in the enclosure seemed insipid to him. Boredom set in. She grew thinner. Her milk became scarce.
It was pitiful to see her tugging at her leash every day, her head turned towards the bush, her muzzle open, "Meeee!" sadly.
Mr Seguín realised that there was something wrong with his goat, but he didn't know what it was... One morning, after milking her, the goat turned around and said to him in his jargon:
- Listen, Mr Seguin. I am languishing in your house. Let me go to the mountain.
- Oh, my God, you too! -cried Mr. Seguin in astonishment and suddenly dropped his bowl. Then, sitting down on the grass beside his goat, he said to her:
- How, Blanchette, do you want to leave me!
And Blanchette answered:
- Yes, Mr. Seguin.
- Do you lack grass here?
- Oh no, Monsieur Seguin.
- Maybe you're tied too short. Do you want me to lengthen the rope?
- It's not necessary, Mr. Seguin.
- So... then... What do you need? What do you want?
- I want to go to the mountain, Mr. Seguin.
- But, poor thing... Don't you know that the wolf is in the mountain? What will you do when he comes...
- I'll gore him, Mr. Seguin.
- The wolf doesn't care about your horns. He ate goats with bigger horns than yours. You know, the poor old "Renaude" that was here last year?
A lady goat, strong and brave as a billy goat. She fought with the wolf all night and in the morning the wolf ate her.
- Poor "Renaude"!... Never mind, Mr Seguin... Let me go to the mountain.
- Good God! -said Mr. Seguin, but... What's wrong with my goats? Another one that the wolf is going to eat... Well, no... I'll save you in spite of yourself, you rascal!
And for fear that you'll break your rope, I'll lock you in the stable and you'll stay there forever!
With these words, Mr. Seguin led the goat into a pitch-black stable and closed the door with two turns.
Unfortunately, he had forgotten to close the window and, as soon as he turned around, the little goat escaped.
When the white goat reached the mountain it was a general enchantment. Never had the old fir-trees seen anything so beautiful. She was welcomed like a little queen.
The chestnut trees reached down to the ground to caress her with the tips of their branches. The genistae opened up to her and smelled as good as they could. The whole mountain threw her a party.
No more rope, no more stake... Nothing to stop him from jumping, grazing as he pleased... There was grass there, even above his horns! And what grass! Tasty, fine, jagged, made of a thousand plants...
It was something quite different from the grass of the enclosure. And the flowers! Big blue bluebells, purple digitiforms with long calyxes....
A whole forest of wild flowers overflowing with intoxicating juices! The white goat, half-drunk, rolled around upside down and rolled along the slopes, mingling with the fallen leaves and the chestnuts...
Then, suddenly, she would jump up on her paws. Hop! Off again, head first, through bushes and brambles, sometimes on a peak, sometimes at the bottom of a ravine, up, down, all over the place...
It seemed as if there were ten of Mr. Seguin's goats on the mountain. He was not afraid of anything, Blanchette.
She would leap across great torrents that splashed her with wet dust and foam as she passed; then, dripping all over, she would lie down on a smooth rock and let the sun dry her...
Once, going forward to the edge of a plateau with a cistus blossom in her teeth, she saw below, far down on the plain, Mr. Seguin's house with the fence behind it. This made her weep with laughter.
- How small it is! -she said to herself, "How could I fit in there?
Poor little thing! Seeing herself so tall, she thought she was at least as big as the world....
All in all, it was a good day for Mr. Seguin's goat. Towards midday, running from right to left, he came across a herd of chamois that were chewing a lambrusca with their teeth. Our little runner in a white dress caused a sensation.
She was given the best place around the lambrusca and all these gentlemen were very gallant.... It seems that a young chamois with black fur had the good fortune to take Blanchette's fancy.
The two lovers strayed into the forest for an hour or two... And if you want to know what they said to each other, ask the gossiping springs that run invisibly through the moss.
Suddenly, the wind cooled. The mountain turned violet... It was night.
- Now! -said the little goat and stood up in amazement.
Below, the fields were awash with mist. Mr. Seguin's enclosure was disappearing in the mist, and all that could be seen of the little house was the roof and a little smoke.
He heard the rattles of a returning flock and felt a great sadness in his soul... A returning sparrowhawk brushed her with its wings as it passed. She shuddered... Then a howl resounded in the mountain:
- Hou! Hou!
She thought of the wolf. All day, the madwoman had not thought of him. At the same time, a horn sounded far away in the valley. It was the good Mr. Seguin who was trying a last effort.
- Hou! Hou! -was the wolf.
- Come back! Come back!... -cried the horn.
Blanchette felt like going back; but remembering the stake, the rope, the hedge of the hedge,..., she thought that now she could no longer make a life for herself and that it would be better to stay.
The horn stopped blowing..... The goat heard a rustling of leaves behind it. It turned and saw in the shadow two short, straight ears, with two gleaming eyes....
It was the wolf. Huge, motionless, sitting on his big backside, he stood there looking at the little white goat, tasting it beforehand.
As he knew well that he would eat it, the wolf did not hurry. Only, when he turned around, he laughed viciously.
- Ha! Ha! Mr. Seguin's little goat! -And he ran his thick red tongue over his tinder snouts.
Blanchette felt lost... For a moment, remembering the story of the old "Renaude, who had fought all night to finish food in the morning, she said to herself that it would be better to let herself be eaten at once; then, changing her mind, she stood on her guard, her head low and her horn forward, like the brave goat of Mr. Seguin that she was....
Not that he hoped to kill the wolf (goats don't kill wolves) but only to see if he could hold out as long as "Renaude...". Then the monster advanced and the little horns began to dance.
Ah, the brave goat, how it fought back! More than ten times, I lie not, he forced the wolf to retreat to catch his breath. During these truces of a minute, the greedy goat would still hastily gather a blade of her beloved grass; then she would return to the fight, with her mouth full...
This went on all night. From time to time, Mr. Seguin's goat would watch the stars dancing in the clear sky and say to himself, "Oh, as long as I can hold out until the end of the night!
- Oh, as long as I hold out until dawn...!
One after another, the stars went out. Blanchette redoubled her goring, the wolf his bites.... A pale light appeared on the horizon. The cock crowing rose from a farm.
- At last! -said the poor animal who was only waiting for the day to die; and he lay down on the ground with his beautiful white skin all stained with blood.... Then the wolf pounced on the little goat and ate it.
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Le loup et les 7 chevreaux (Google play)
Le petit chaperon rouge (Google play)
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Analizamos "La cabra del señor Seguin" de Alphonse Daudet! con ChatGPT
En este cuento, el Sr. Seguín aprende a retener a su cabra y a mantenerla segura de los lobos. Descubre cómo el amor y la paciencia pueden hacer una gran diferencia en la vida de un animal.
Preguntas:
¿Cómo logra el Sr. Seguín mantener a su cabra segura?
El Sr. Seguín logra mantener a su cabra segura encerrándola en un establo totalmente negro y cerrando la puerta con dos vueltas, después de que el lobo se comiera varias de sus cabras anteriores.
¿Qué características hacen que la pequeña cabra sea tan hermosa?
La pequeña cabra del Sr. Seguín es descrita como hermosa debido a sus ojos dulces, su perilla de suboficial, sus pezuñas negras y brillantes, sus cuernos cebrados y sus largos pelos blancos que le hacían una hopalanda.
¿Qué lecciones podemos aprender sobre el cuidado de los animales a partir de este cuento?
A partir de este cuento, podemos aprender que el amor y la paciencia son fundamentales en el cuidado de los animales. El Sr. Seguín aprende a retener a su cabra y mantenerla segura de los lobos al demostrarle cariño y atención constante. Además, también aprende que es importante conocer el carácter de los animales para poder cuidarlos adecuadamente.
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La chèvre de Monsieur Seguin: résumé fait par les élèves à partir du texte original
chapitre 1
Monsieur Seguin avait déjà perdu 6 chèvres.
Elles cassaient leur corde pour aller dans la montagne.
Et là-haut, le loup les mangeait.
Alors Monsieur Seguin acheta une septième chèvre.
Il acheta une petite chèvre avec de longs poils blancs.
Il l'appela Blanchette.
Blanchette semblait heureuse, alors Monsieur Seguin pensa qu'elle ne partirait pas.
chapitre 2
Blanchette voulait aller jouer, gambader et manger dans la montagne.
Blanchette rêvait et oubliait de manger.
Dans le seau, il n'y avait plus que quelques gouttes de lait quand Monsieur Seguin venait la traire.
"Es-tu malade ?" demandait Monsieur Seguin.
"Mê ... Mê ..."répondait Blanchette.
Ce qui voulait dire:"Je m'ennuie. Je veux aller jouer, gambader et manger dans la montagne.
chapitre 3
Monsieur Seguin ne voulait pas que Blanchette parte.
Blanchette lui répondait qu'elle avait déjà mangé toutes les fleurs et que le jardin était trop petit.
Monsieur Seguin lui parlait du loup.
Mais Blanchette disait qu'elle donnerait des coups de cornes au loup.
Monsieur Seguin expliquait que le loup s'en moquait et qu'il avait déjà mangé des chèvres plus grosses que Blanchette.
Et Monsieur Seguin enferma Blanchette dans une étable toute noire.
Mais Blanchette se sauva par la fenêtre.
chapitre 4
Blanchette arrive dans la montagne.
Les sapins caressent Blanchette.
Blanchette saute, roule les pattes en l'air, grimpe sur les rochers.
Blanchette entend Monsieur Seguin qui crie ; "Reviens ! Reviens!".
Mais Blanchette n'obéit pas.
chapitre 5
Blanchette entend un bruit dans les buissons.
Quand elle se retourne, elle voit 2 oreilles pointues et 2 yeux jaunes et brillants.
C'est un loup énorme.
Le loup a tout son temps.
En voyant Blanchette, il se met à rire méchamment et il se lèche les babines.
Blanchette décide de se battre.
Elle se met en garde, la tête baissée et les cornes en avant.
Blanchette veut savoir si elle pourra se battre aussi longtemps que la vieille Renaude.
chapitre 6
Blanchette est courageuse et le loup recule car il a peur des coups de cornes de Blanchette.
Blanchette mange encore un peu d'herbe.
Parfois, elle regarde les étoiles qui dansent dans le ciel.
Elle attend le lever du soleil.
Blanchette entend le "cocorico" d'un coq qui chante dans une ferme.
Alors elle s'allonge dans l'herbe ... et le loup la mange.
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