Una tarde salieron a la pradera. Una pradera verdecita, por donde volaban muchas mariposas y corrían hormiguitas aladas y trabajadoras.
-¡Vamos a coger flores, Nando!
-Vamos, Pacita.
¡Ah las moradas espuelas de caballero, con sus ojitos amarillos! Y las amapolas, tan coloraditas como cerezas en sazón.
Y aquellas margaritas que, deshojándolas mimosamente, decían todos los secretos:
"¿Me quiere esta niña? Sí... No... Sí... No... "·
-Hacemos un ramo grandote y se lo regalamos a la mamá, ¿eh, Nando?
-Eso, Eso. Para mamaíta, que es tan buena que llora cuando somos malos.
¡Jesús, cuántas flores! Ya no cabían en el vestidillo de Pacita, un vestido blanco, bordado también con florecillas azules.
-Mira, Pacita -dijo Fernando-: En pasando aquellos árboles que se ven allá y aquel arroyo, ¡hay unas flores más bonitas!
-Está lejos, Nando.
-¡Qué va a estar lejos! En una carrera estamos allá. ¿Vamos?
-Vamos, hermanito.
II
Como jilguerillos bulliciosos, atravesaron la pradera. Llegaron al arroyo, que tenía mucha sed; por eso estaba seco.
-Dadme agua, niños buenos -dijo el arroyo.
-Buen arroyito, no podemos dártela. Tenemos la fuente y el botijo en casa.
Sólo había allí junquitos amarillos, guijarros relucientes y matorrales de espinos.
¿Dónde están las flores, Nando? Yo no las veo.
-Más lejotes, hermanita.
De pronto, el cielo, que estaba como un tapiz azul, tornóse oscuro, con nubarrones que parecían fantasmas grises, y...
-¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!...
-¡Ay, Nandito, truena! -dijo Pacita temblorosa.
-¿Y qué? -dijo Nando, haciéndose el valiente-. Eso no es nada.
-¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!...
-¡Tengo miedo! ¡Mamá! -gritó la niña, aterrada.
-¡Ay, mamaíta! -repitió trémulo el niño.
Y como si a esta llamada tuviese el campo oídos, abrióse un montón de leña y apareció una horrible vieja desdentada, con muchas greñas y unas uñas muy largas.
-Hola, hijitos -dijo acariciándoles-. Venid, venid a mi casita. Ya veis cómo llueve, pichoncitos míos, y os vais a mojar.
-¡Mamá! -gritó desolada Pacita.
-Anda..., anda, corazón -barbotó la vieja-. Entrad, y en cuantito pase la tormenta, volveréis a vuestra casita.
-Gracias, buena señora -habló Pacita. Ya ve usted mi vestido nuevo cómo se me está poniendo. Mamá me regañará.
-¡Ay, mis zapatos de charol! -lloriqueó Fernando.
-¡Qué guapos! ¡Qué monos! ¡Qué tiernecitos que son! -peroró la vieja relamiéndose.
Suavemente los empujó a la cueva. Llamó con voz agria:
-¡Rosebunda! ¡Gumersinda! ¡Apolinaria!
Aparecieron otras tres horribles viejas.
-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! -dijo Rosebunda.
-¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! -dijo Gumersinda.
-¡Hu! ¡Hu! ¡Hu! -gruñó Apolinaria.
-¡Qué ricos!
-¡Qué sabrosos!
-¡Qué mantequitas deben tener!
III
-Esperad un poco, pimpollos míos.
Los niños estaban aterrados. Sus piernecitas temblaban y sus corazoncitos tenían rotas las alas. En los ojos apareció una luz de terror.
-¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!... -Seguían los truenos.
-¡Hermano! ¡Hermanito mío! ¡Qué miedo!
-Calla, Pacita, y no tiembles. ¿No ves que yo soy casi un hombrecito? Pues teniéndome a mí no temas.
Y al decirlo la apretó contra su pechó.
Ellos no sabían dónde estaban. En La cueva maldita, de la cual huían todos haciendo la señal de la cruz. Allí había hombres malos, que de pequeñitos no siguieron los consejos de sus padres, y mujeres medio brujas, porque tampoco quisieron ser buenas desde chiquitas y fueron holgazanas, desobedientes y envidiosas.
Nadie las quería y tuvieron que refugiarse en aquella horrible cueva para seguir haciendo fechorías y malas obras. ¡Qué desgraciadas eran! Gozaban haciendo mal al prójimo.
-Hermano, ¿qué será de nosotros?
-Valor, hermanita mía.
IV
-¿Les daremos bombones, hermana?
-Sí... Sí... Que sabrán a chocolate.
-¿Les daremos carame1os?
Sí... Sí... Que sabrán a azúcar.
-¿Les daremos dulce de ciruela?
-Sí... Sí... Que sabrán a mermelada.
-¡Hurra por los niños tiernos!
-¡Viva la carne humana!
-Pido el corazón de la niña.
-Yo los riñones del niño.
-Esos para mí.
-No, para mí.
-¡Gumersinda!
-¡Rosebunda!
-¡Envidiosa!
-¡Glotona!
-¡Vampiresa!
-¡Murciélaga!
-Calma, calma, hermanas -intervino Apolinaria-. Calma, que para todas habrá.
Y al decirlo se chupó el dedo meñique.
V
Abrazaditos estaban los niños, cuando, ¡Dios mío!, cuántas y qué ricas golosinas.
Bombones, yemas de San Leandro, panecillos de San Antón, rosquillas de San Isidro y huesos de Santo. Además, almendras de Alcalá y tortas de Alcázar. El cielo bajado en forma de confitería.
-Tomad... Tomad, queriditos. Esto es muy rico.
-Quiero ir con mamá -sollozó Pacita.
-Calla, cordera blanca. Cuando comáis un dulcecito y se pase la tormenta, os llevaré a casa a ti y a tu hermanito en un coche que yo tengo con una linda jaquita. ¡Ajajá! ¡Qué bien van a ir los niños.
¡Qué maternal acento el de la vieja!
Quedaron solos y no pudieron resistir las golosinas.
-¿Cuál quieres tú, Nandito?
-Yo, ese hueso de Santo.
-Pues yo, ese bombón
Ya estaban las manecitas sobre la bandeja, cuando...
VI
Apareció otra vieja, mucho más fea que las anteriores. Tenía ojos de dragón, nariz de lechuza y boca de lobo. Los niños dieron un grito.
-¡Chist! -suplicó la vieja.
-Que me muero, Fernando -dijo la niña casi desmayada.
Se acercó, arrastrándose, a los niños.
-No comáis nada... No toquéis nada. Vengo a salvaros. ¡Pobres niños indefensos! Dios me envía para salvaros. Dios, que tanto ama a los niños y que, cual amoroso Padre, separa de vuestro camino las espinas que pueden haceros daño.
Pacita y Fernandito se miraron consternados.
¡Cualquiera se acercaba a la vieja! ¡Sí, sí! Con los ojos que echaban chispas y el humo que salía por la nariz.
-Sufro mucho, niños míos -dijo muy dulce-. Sufro mucho.
Los niños se armaron de valor. Recordaron que hacer bien es la virtud más hermosa. Que la caridad es la reina de las virtudes.
-Vamos, Fernando -dijo decidida la niña. Mirándose a los ojos para darse valor, se acercaron. Uniéronse los rosados deditos cual un manojo de flores.
Los pardos ojos de la niña fulguraban, y los negros del niño, tan dulces, tenían una luz de bondad.
A la una... a las dos... y... ¡puf!, y qué apretada estaba. Al fin salió, y entonces, ¡oh prodigio!, desapareció la vieja y comenzaron a llover flores blancas, muchas flores blancas. Tantas, que los niños quedaron sepultados entre ellas.
-¡A comérnoslos! -vociferaban fuera.
-¡Qué rico festín!
Descorrieron con gran algazara los cerrojos.
Y como fieras hambrientas se lanzaron a capturar a los niños.
Pero allí había flores, muchas flores, mariposas de alas blancas que perfumaban el ambiente.
-¡Maldición!-rugieron-. Esto es una nueva hazaña de la bruja menos bruja.
-¡A por ella!
-¡A la horca!
-¡Clavémosla otra espina!
Pero la viejecita buena también se convirtió en flor.
VII
Se frotaron los ojos cual si salieran de un sueño. Estaban en la pradera, y el vestido de Pacita se desgranaba en flores: ¡Espuelas de caballero! ¡Rojas amapolas! ¡Soñadoras margaritas!
El cielo estaba otra vez cual un limpio tapiz azulado.
Allí, entre las manos de Fernando, había un corazoncito de oro. Y en él estaba escrito lo siguiente:
"Soy el hada buena de los niños. No olvidéis que os he salvado la vida. Cuando miréis este corazón, él os recordará que toda buena acción tiene su recompensa".
VIII
Se levantaron presurosos. La hierba estaba húmeda.
La mamá salía a su encuentro con el miedo en las pupilas y el amor en sus manos.
Les habló dulce y a la par severa:
-Hijitos míos, ¿dónde os habéis metido? ¿Te has mojado, corazón mío? ¿Y tú, mi vida? A ver... A ver.
Palpaba, anhelante, las frágiles cabezas. Ellos sólo pudieron decir, colgándose a su cuello con mimo adorable:
-¡Mamá! ¡Mamaíta!
THE CURSED CAVE
Pacita and Fernandito were two very cute siblings, very good and very playful. They had a beautiful little house in the country that looked like a paradise, with leafy trees and many birds singing in the branches. Nearby there was a river with trout and goldfish.
One afternoon they went out to the meadow. It was a green meadow, where many butterflies flew about, and little winged, hard-working ants scurried about.
-Let's go and pick flowers, Nando!
-Come on, Pacita.
Ah, the purple delphiniums, with their little yellow eyes! And the poppies, as red as cherries in season!
And those daisies, which, when you plucked them tenderly, told all the secrets:
"Does this child love me? Yes... No... Yes... No... "-
-Let's make a big bouquet and give it to the mother, eh, Nando?
-That's it, that's it. For mummy, who's so good that she cries when we're bad.
Jesus, so many flowers! There was no more room in Pacita's dress, a white dress, also embroidered with little blue flowers.
-Look, Pacita," said Fernando, "past those trees over there and that stream, there are more beautiful flowers!
-It's far away, Nando.
-What's it going to be far? We'll be there in a hurry. Shall we go?
-Let's go, little brother.
II
Like boisterous little goldfinches, they crossed the meadow. They came to the brook, which was very thirsty, so it was dry.
-Give me water, good children," said the brook.
-Good little brook, we can't give it to you. We have the spring and the water-pot at home.
There were only yellow rushes, shiny pebbles and hawthorn bushes.
Where are the flowers, Nando? I don't see them.
-Further away, sis.
Suddenly, the sky, which was like a blue tapestry, turned dark, with clouds that looked like grey ghosts, and....
-Brrrrrrrr!... Brrrrrr!... Brrrrrr!....
-Oh, Nandito, thunder! -said Pacita, trembling.
-So what? -said Nando, pretending to be brave. That's nothing.
-Brrrrrrrr!... Brrrrrr!... Brrrrrr!....
-I'm scared! Mummy! -cried the little girl, terrified.
-Oh, mama! -repeated the child, trembling.
And as if the camp had ears to hear this call, a pile of firewood opened up, and a horrible old toothless woman appeared, with long hair and long nails.
-Hello, my children," she said, caressing them. Come, come to my little house. You see how it's raining, my little pigeons, and you're going to get wet.
-Mother! -cried Pacita desolately.
-Go on, go on, my dear," cried the old woman. Come in, and as soon as the storm is over, you shall go back to your little house.
-Thank you, good lady," said Pacita. You see how my new dress is getting on. Mamma will scold me.
Oh, my patent-leather shoes! -cried Fernando.
-How handsome, how cute, how tender they are! -cried the old woman, licking her lips.
Gently she pushed them into the cave. She called out in a sour voice:
-Rosebunda! Gumersinda! Polinaria!
Three other horrible old women appeared.
-Ah! Ah! Ah!" said Rosebunda.
-Oh! Oh! Oh!" said Gumersinda.
-Hu! Hu! Hu! Hu! -grunted Apolinaria.
-How tasty!
-How tasty!
-How buttery they must be!
-Wait a little while, my little blossoms.
The children were terrified. Their little legs trembled and their little hearts had broken wings. A light of terror flashed in their eyes.
-Brrrrrr!... Brrrrrr!.... -The thunder continued.
-Brother! My little brother! How frightening!
-Hush, Pacita, and don't tremble. Don't you see that I'm almost a little man? Well, if you have me, don't be afraid.
And as he said it, he pressed her to his breast.
They did not know where they were. In the accursed cave, from which they all fled, making the sign of the cross. There were bad men there, who did not follow their parents' advice when they were little, and women who were half-witches, because they did not want to be good when they were little and were lazy, disobedient and envious.
Nobody loved them and they had to take refuge in that horrible cave to continue doing misdeeds and evil deeds. How unhappy they were! They enjoyed doing evil to others.
-Brother, what will become of us?
-Courage, my little sister.
In the meantime, the women, who were so wicked, gathered in council.
-Shall we give them chocolates, sister?
-Yes... Yes... That will taste like chocolate.
-Shall we give them candy?
Yes... Yes... That will taste like sugar.
-We'll give them plum jam?
-Yes... Yes... That will taste like jam.
-Hurrah for the tender children! -Hurrah for the tender children!
-Long live human flesh!
-I ask for the child's heart.
-I'll have the kid's kidneys.
-Those for me.
-No, for me.
-Gumersinda!
-Rosebunda!
-Envious!
-Glotona!
-Vampiress!
-Murcielaga!
-Calm, calm, sisters," said Apolinaria. Calm down, there will be enough for everyone.
And as she said it, she sucked her little finger.
V
The children were hugging each other, when, my God, what a lot of goodies!
Bonbons, San Leandro yolks, San Antón rolls, San Isidro doughnuts and Saint's bones. In addition, almonds from Alcalá and cakes from Alcázar. The sky descended in the form of confectionery.
-Take it... Here, my darlings. This is very tasty.
-I want to go to mother," sobbed Pacita.
-Hush, white lamb. When you've had your sweetmeat, and the storm is over, I'll take you and your little brother home in a carriage I have with a nice little cage. Ah-ha-ha! How well the children will go.
What a motherly accent the old woman had!
They were left alone and couldn't resist the sweets.
-Which one do you want, Nandito?
-I'll have that saint's bone.
-Well, me, that bonbon.
The little hands were already on the tray, when....
VI
Another old woman appeared, much uglier than the previous ones. She had the eyes of a dragon, the nose of an owl and the mouth of a wolf. The children shouted.
-Chist!" begged the old woman.
-I'm dying, Fernando," said the girl, almost fainting.
She crawled towards the children.
-Don't eat anything... Don't touch anything. I have come to save you, poor defenceless children! God sent me to save you. God, who loves children so much and who, like a loving Father, removes from your path the thorns that can harm you.
I will save you. But first take away this little thorn I carry in my head. Such a small thorn, and how it hurts me. My sisters the witches put it in me because I am less of a witch than they are. Take it out, good children!
Pacita and Fernandito looked at each other in dismay.
Anyone would go near the old woman! Yes, yes! With eyes that sparkled and smoke coming out of their nostrils, they said, "I suffer a lot, my children.
-I suffer a lot, my children," she said very sweetly. I suffer so much.
The children took courage. They remembered that to do good is the most beautiful virtue. That charity is the queen of virtues.
-Let's go, Fernando," said the girl, determined. Looking into each other's eyes to give themselves courage, they approached each other. Their pink fingers joined like a bunch of flowers.
The girl's brown eyes sparkled, and the boy's black ones, so sweet, had a light of kindness in them.
One o'clock... two o'clock... and... Phew, and how tight it was. At last she came out, and then, oh wonder, the old woman disappeared and it began to rain white flowers, many white flowers. So many that the children were buried among them.
-Let's eat them! -they shouted outside.
-What a feast!
They unfastened the bolts with a great noise.
And like hungry wild beasts they rushed in to catch the children.
But there were flowers, many flowers, white-winged butterflies perfuming the air.
-Damn it," they roared. This is a new feat of the lesser witch.
-Let's get her!
-To the gallows!
-Let's nail her another thorn!
But the good old lady turned into a flower too.
VII
They rubbed their eyes as if they were coming out of a dream. They were in the meadow, and Pacita's dress was bursting into flowers: Spurs! Red poppies! Dreamy daisies!
The sky was again like a clean blue tapestry.
There, between Ferdinand's hands, was a little heart of gold. And on it was written the following:
"I am the good children's fairy. Don't forget that I have saved your lives. When you look at this heart, it will remind you that every good deed has its reward".
VIII
They got up in haste. The grass was wet.
The mother came out to meet them with fear in her eyes and love in her hands.
She spoke to them gently yet sternly:
-My children, where have you been? Have you got wet, my heart? And you, my life? Let's see... Let's see.
She felt, anxiously, the fragile heads. They could only say, clinging to her neck with adoring affection:
-Mummy! Mummy!
LA VIRGEN DE AZUCAR
Periquín era la travesura hecha carne. Tenía dotes de boxeador, como lo atestiguaban los chicos de la vecindad que habían recibido de él golpes a lo campeón. La carrera de acróbata le seducía. No había árbol ni farola por los que él no hubiera trepado.
También gustaba de ser escamoteador. En un segundo dejaba a una gallina sin sus confortables plumas, luciéndolas en una oreja Palomo, su perro favorito.
Periquín tenía diez años corridos y apenas si sabía el abecedario.
II
Un día vio un ir y venir inusitado en la casa. Llenaban la vieja maleta con sus trajes. Ahora, estos pantaloncitos. Después, el traje de los domingos.
-Hijo, por Dios -rogó señá Pepa-. Que seas cuidadoso con la ropa.
-Pero, ¿es que me voy? -preguntó Periquín.
-Sí, hijo, sí. A ver si te enmiendas al lado de tu tío José María. Ese tiene "mucha" mano dura.
A Periquín se le asomaron las lágrimas.
III
Allí estaba su tío, ante él, mirándole tras las gafas curiosamente. Dióle dos tirones de orejas, diciendo:
-¡Granuja! ¡Te tengo yo de arreglar!
Periquín no veía ni escuchaba nada. Sus ojos eran tan sólo para contemplar aquella maravilla de huerto. Peras de Don Guindo, racimos de grosella, manzanas doraditas... Periquín sintió que la boca se le hacía agua, y comentó:
-¡Cuánta fruta!
Señá Pepa le abrazó suplicante:
-¡Adiós, hijo! Que te comportes bien.
Periquín no se enmendaba. Los ejercicios acrobáticos seguían en aumento. Todos los árboles del huertecillo temblaban ante él. Las gallinas se escondían con mayor miedo que si viesen a la raposa del cuento. En cuanto a los chicos de la aldea, si veían a Periquín, tomaban la carrera del galgo.
-Esto no lleva enmienda, Ignacia -decía don José María.
La señá Ignacia meneaba fatídicamente su cabeza. Una cabeza con embrollado moño, del que pendían mil horquillas. Sus ojos, al igual que los de las brujas de los cuentos, relucían furiosos.
Le temblaba la barbilla, que tenía la forma de un candil.
-Este tiene el demonio en el cuerpo.
-No digas eso, Ignacia. Santos muy grandes fueron antes malos y traviesos. Ahí tienes a San Agustín, a María Magdalena y a tantos otros. El Señor nos trocará a nuestro Periquín en un ángel.
-¡Cacatúa! ¡Cacatúa! -decía Periquín a señá Ignacia, sacándole la lengua.
-Mira, chiquito, no te dé unos azotes.
-¡Cacatúa! Sí... Sí...
IV
Llovía el sol sobre la aldea. Sesteaban los perros en las eras. Dormía el río, y en el sosiego de la tarde, las casitas desparramadas tenían sabor de paz.
Don José María tomó su misal, y descolgándose las gafas, atravesó el huerto.
-¿Vienes a Vísperas, Periquín'?
Periquín abrió unos ojos tamaños. Con voz velada por la sorpresa, musitó:
-¿Yo a Vísperas? ¡Amos! ¿Yo a Vísperas, tío...?
Precisamente aquella hora constituía su felicidad: Mientras las campanas repicaban y su tío era dichoso embelesado en sus oraciones. Periquín se dedicaba a las mayores travesuras. Por eso el humo del incienso le producía mareos, y el estar de rodillas, ¡Santo Dios!, le daba calambres en las piernas para toda la semana.
Don José María añadió en tono melifluo:
-Si vienes a Vísperas y estás quietecito... pues luego..., ejem…, ejem…, echamos a la rueda.
¿Aquella de los ganchitos punzantes y que entre ellos bailan los caramelos? ¿Aquella, tío?
-La misma, Periquín.
¡Oh felicidad! De allí brotaban perros que parecían elefantes; santos con trazas de demonios; gallos que tenían mucho de hermosos alazanes.
. . . . . . . . .
Tocóle en suerte una virgencita minúscula, con escarchada corona y dorados botines.
Apenas la vieron sus ojos, porque su tío, admirador de imágenes, se la arrebató de las manos.
-Trae, trae, Periquín. La pondremos allí, en el despacho, junto al retrato del abuelito.
¡Dios mío! A Periquín se le arrasaron los ojos.
-¡Concho! ¡Y para esto he venido a Vísperas?
V
Aquel día hizo muchas visitas al retrato del abuelo.
La virgencita, toda de azúcar, le decía: "¡Cómeme!".
Y Periquín pasaba su golosa lengua por la imagen.
A la noche, y babeando de placer, dijo a su tío:
-¡Qué buena es la Virgen, tío! Me gusta mucho.
A don José María le temblaron las gafas de emoción.
-¡Ignacia!... ¡Ignacia!...
Vino la vieja, presurosa.
-Alabemos al Señor, Ignacia... Di, hijo mío... Di.
-Que me gusta mucho la Virgen. Que es muy buena.
-Las Vísperas de esta tarde, Ignacia. Ya te lo dije yo. Las Vísperas han convertido al diablillo, en un ángel. Pues ahora, y en recompensa, vamos a ver a la virgen de la rueda.
Las gafas de don José María vinieron al suelo.
¡Santo Dios! Allí estaba la virgen. Pero la virgen sin corona. La virgen sin ojos. La virgen sin nariz.
-¡Ay, mi virgen! -exclama desolado el tío-, ¡Ay mi virgen!
Seña Ignacia le hartaba de improperios.
-¡Ladrón! ¡Granuja! ¡Chupaimágenes! ¡Toma! ¡Toma buenos azotes, ladronazo! Y a la cama sin cenar.
VI
Periquín quedó mudo al pronto. Pero luego entre un borbotón de lágrimas se fue diciendo:
-¿Pues para qué era la virgen, sino para comerla? ¡Eso! Y para esto me hacen ir a Vísperas y estarme sin pestañear dos horas corridas. ¡Cas en diez!... Es mía... Eso es... Es mía... Que me tocó en la rueda.
-¡Hala! ¡Hala pa la cama! -gruñó señá Ignacia.
Pero él, ciego de ira, gritó:
-Pues han de saber ustedes que otra vez que eche a la rueda, me la como allí toda entera. Pero que enterita. ¡Cas en diez!
THE SUGAR VIRGIN
Periquín was mischief made flesh. He was a gifted boxer, as attested to by the boys in the neighbourhood who had received champion blows from him. The acrobat's career seduced him. There wasn't a tree or a lamppost he hadn't climbed.
He also liked to be a scamperer. In a second he would leave a hen without her comfortable feathers, showing them off on the ear of Palomo, his favourite dog.
Periquín was ten years old and barely knew the alphabet.
II
One day he saw an unusual comings and goings in the house. They filled the old suitcase with their suits. Now, these little trousers. Then the Sunday suit.
-Son, for God's sake," begged Senora Pepa. To be careful with the clothes.
-But am I leaving? -asked Periquín.
-Yes, son, yes. Let's see if you make amends with your uncle José María. He's got a "very" strong hand.
Periquín's tears came to his eyes.
III
There stood his uncle before him, looking at him curiously behind his glasses. He gave him two slaps on the ears, saying:
-I'll fix you, you rascal!
Periquín neither saw nor heard anything. His eyes were only to contemplate that marvellous orchard. Pears from Don Guindo, bunches of redcurrants, golden apples... Periquín felt his mouth water, and commented:
-So much fruit!
Señá Pepa hugged him imploringly:
-Goodbye, son! May you behave yourself.
Periquín did not mend his ways. The acrobatic exercises continued to increase. All the trees in the orchard trembled before him. The hens hid in greater fear than if they had seen the fox in the story. As for the boys in the village, if they saw Periquín, they would run the greyhound's race.
-This has no amendment, Ignacia," said Don José María.
Mrs. Ignacia would shake her head fatefully. It was a head with a tangled chignon, from which hung a thousand hairpins. Her eyes, like those of the witches in fairy tales, glittered furiously.
His chin, which was shaped like a lamp, trembled.
-This one has the devil in his body.
-Don't say that, Ignacia. Very great saints were once evil and mischievous. There you have St. Augustine, Mary Magdalene and so many others. The Lord will change our Periquín into an angel.
Cock-a-doodle-doo, cock-a-doodle-doo! -said Periquín to Ignacia, sticking his tongue out at her.
-Look here, little boy, don't let me spank you.
-Cockatoo! Yes... Yes...
IV
The sun was raining on the village. The dogs were napping in the threshing floors. The river slept, and in the quiet of the afternoon, the scattered houses had a taste of peace.
Don José María took his missal and, taking off his glasses, crossed the orchard.
-Are you coming to Vespers, Periquín'?
Periquín opened his eyes wide. In a voice veiled by surprise, he muttered:
-Me to Vespers? Come on! Me to Vespers, uncle...?
It was precisely at that hour that he was happy: while the bells were ringing and his uncle was blissfully enraptured in his prayers. Periquín was engaged in the greatest mischief. That was why the smoke of the incense made him dizzy, and being on his knees, good God, gave him cramps in his legs for the whole week.
Don José María added in a mellifluous tone:
-If you come to Vespers and stay still... then, ahem..., ahem..., ahem..., we'll go to the wheel.
The one with the sharp little hooks and the candy dancing between them? That one, man?
-The same one, Periquín.
Oh happiness! Dogs that looked like elephants, saints that looked like demons, roosters that looked like beautiful sorrels....
. . . . . . . . .
His lot fell to a tiny little virgin with a frosted crown and golden booties.
Hardly had his eyes seen it, for his uncle, an admirer of images, snatched it out of his hands.
-Bring it, bring it, Periquín. We'll put it there, in the office, next to grandfather's portrait.
Oh, my God! Periquín's eyes were devastated.
-Concho! And this is what I came to Vespers for?
V
That day he paid many visits to grandfather's portrait.
The little virgin, full of sugar, said to him: "Eat me!
And Periquín would run his greedy tongue over the picture.
In the evening, drooling with pleasure, he said to his uncle:
-How good the Virgin is, uncle! I like her very much.
Don José María's glasses trembled with emotion.
-Ignatia! Ignatia!
The old woman came in haste.
-Let us praise the Lord, Ignacia! Say, my son... Say.
-That I like the Virgin very much. That she is very good.
-Vespers this evening, Ignacia. I already told you. Vespers has turned the little devil into an angel. Well, now, as a reward, we're going to see the Virgin of the wheel.
Don José María's glasses fell to the ground.
Holy God! There was the virgin. But the virgin without a crown. The virgin without eyes. The virgin without a nose.
-Oh, my virgin! -exclaimed the uncle desolately, "Oh, my virgin!
Mrs. Ignacia was tiring him out with expletives.
Thief! Rascal! Image-sucker! Take that! Take a good whipping, thief! And off to bed without supper.
VI
Periquín was struck dumb at first. But then, with a flood of tears, he went away, saying:
-"Well, what was the virgin for, if not to eat her? And for this they make me go to Vespers and stay without blinking for two hours at a stretch, and then in ten! She's mine... It's mine... It's mine... She touched me on the wheel.
-Go! Go to bed! -grunted Ignacia.
But he, blind with anger, shouted:
-"Well, you must know that another time I throw her on the wheel, I'll eat her there all in one piece! But what a whole one... ten times!
HISTORIA DE UN ARBOLITO
Chiquito. Tierno y débil. Como son los niños cuando nacen. ¡Cuidado y qué trabajitos le costó crecer!
Venía el invierno con sus heladas, y el arbolito, tiritando, decía:
-¡Ay! ¡Ay! Me voy a morir. No tengo ropa con qué cubrirme. Mi tronco es muy delgadito. ¡Ay, qué frío! ¡Me voy a morir!
Luego venía el huracán:
-¡Bru! ¡Bru! ¡Bru!
-Don Viento -gemía el arbolito-, ¡tenga usted compasión de mí! ¿No me ve que soy muy pequeñito y me va a tronchar? Visite usted aquellos pinos tan fuertes o aquellas encinas tan viejas. Déjeme, don Viento, tenga piedad. Y así, despacito y valiente, fue creciendo.
Hasta que un día sonrió contento. -Ya soy casi un árbol -susurró.
Entre sus hojas asomaba un capullito blanco.
-¡Oh! -dijo trémulo el arbolito-. Trabajadoras abejas, venid aquí y encontraréis la miel.
Lindas mariposas, volad en mis ramas. Pajaritos columpiaos en mis tallos. Buenos niños, sentaos bajo mi sombra. ¡Ay! -sonrió dichoso-. ¡Cuán lindo me hizo Dios!
Pero la felicidad dura muy poquito en este pícaro mundo. Vino otro invierno, y cuando el arbolito era ya un arbolazo, una helada lo enfermó y el huracán desgajó sus hermosas ramas.
-¡Qué desgraciado soy! -se lamentó-. Ahora sí que me voy a morir.
Luchó. Luchó con todas sus fuerzas y logró vencer a la muerte. Pero ¡ah! quedó muy averiado. Las ramas secas caían a lo largo del cuerpo. Tan solo quedaron victoriosas dos ramas solitarias.
Llegó la primavera, y Dios dijo al Sol:
-Anda y tiende tu sombrilla de oro sobre aquel arbolito enfermo.
Y el Sol, padre bueno, acarició al árbol con sus besos.
-Arbolito: yo soy el médico mejor del mundo. Yo soy el médico que Dios te envía para curarte.
El árbol sonrió, y con los besos del Sol, brotaron capullitos en sus ramas, que luego fueron blancas flores.
Estaba cuajadito de flor. Estaba dichoso su cuerpo florido, cuando...
-Amos a cazar el árbol -gritaron desde un balcón.
-Sí, sí. Le cazaremos como aquel caballito salvaje que vimos ayer en el cine. Con una cuerda. El arbolito cerró los ojos angustiado. Las cuerdas se enlazaron en sus ramas, y...
-¡Zas! ¡Zas1 ¡Cuánta flor cae! Ya cacé una rama.
-¡Y yo otra! ¡Zis! ¡Zas!
¡Pobrecito!
-Esto es peor que un huracán -suspiró-.
¿Qué mal os hice yo, niños, para tratarme así?
El suelo estaba regado con sus flores. Las ramas tronchadas. El arbolito, moribundo, lloró.
III
A los pocos días vio el arbolito una niña nueva en el balcón. Blanca, rosada, angelical.
Luego, una joven muy linda. Después, una anciana de cara bondadosa.
-Abuelita -dijo la niña-: ¡Mira qué arbolito! ¡Debe de estar enfermo, abuela! ¿Quieres que lo cuidemos?
-Sí, hija mía. Hacer bien a los árboles es un deber.
La nena le regaba si le veía mustio.
Arrancaba las hojitas malas. Le besaba con mimo.
-Arbolito. Arbolito. Ya verás qué guapo te pongo.
Y vino una primavera... Y otra... Y otra...
Ya el árbol era otra vez un árbol hombre, más hermoso que antes.
Un árbol frondoso, cuajado de florecillas. ¡Cuántos pájaros en sus ramas!
¡Qué brisa daba el arbolito!
-Arbolito. Arbolito. ¿Ves qué guapo te puse yo?
El arbolito sacudió con mimo sus ramas.
-Niña hermosa: ¡Cuándo creceré mucho, hasta besar tu balcón!
¡Qué agradecido estaba!
-Buenos días, linda señora. Buenos días, abuelita.
Crecer... Crecer... Era su ilusión.
Hasta que una mañana sus dedos verdes asomaron temblorosos por los hierros del balcón.
-¡Buenos días! ¡Buenos días! Ya llegué... Aquel día fue feliz.
IV
Una mañana vio que en los ojos de la abuela había lágrimas.
-¿Qué ocurre? -preguntó inquieto.
-Que la nena está muy mala. Tiene fiebre.
El árbol se estremeció de angustia. Agitó sus verdes melenas y dijo:
-Yo la salvaré. No llores, abuela. ¿Acaso no sabes que mis hojas aplacan la fiebre? ¿Que soy un árbol medicinal? ¿No sabes que la divina Providencia puso en mi savia un rico jugo para curar la fiebre a los humanos? ¿Y para quién quiero yo mis hojas y todo mi cuerpo sino para salvar a la niña?
Dulcemente dijo:
-Córtame. Mutílame. Deshazme. No tengas compasión de mí. Quiero morir para que ella viva.
Arrancaban hojas del buen arbolito. El, a cada desgarre que sentía, iba diciendo.
-Más... Más... Coged más.
Y movía presuroso sus ramas para que la ofrenda cayera más presto.
Quedó mustio, seco, triste... Pero la nena se salvó.
V
-Buenos días, arbolito. ¿Tienes sed? Te traigo una regadera de agua fresquita, fresquita.
El árbol cerró los ojos dichoso. Ya estaba allí su reina. Su jardinera.
-Sí, niña hermosa. Dame agua y un beso. Vino la primavera y floreció venturoso y feliz.
Y el arbolito tuvo hijos, nietos y biznietos.
Y la niña buena fue una madre feliz a la sombra del arbolito.
STORY OF A LITTLE TREE
Small. Tender and weak. How children are when they are born, and what hard work it took to grow up!
Winter came with its frosts, and the little tree, shivering, said, "Ouch!
-Oh, I'm going to die. I have no clothes to cover myself with. My trunk is so thin, and I'm going to die, I'm going to die!
Then came the hurricane:
-Bru! Boo! Boo! Boo!
-Don Viento," the little tree moaned, "have pity on me! Can't you see I'm too small and you're going to cut me down? Visit those strong pines or those old oaks. Let me alone, Don Viento, have pity on me. And so, slowly and bravely, he grew up.
Until one day he smiled happily. -I am almost a tree now," he whispered.
A little white bud was peeping out from between its leaves.
-Oh," said the little tree, trembling. You hard-working bees, come here and you will find honey.
Pretty butterflies, fly on my branches. Little birds, swing on my stems. Good children, sit under my shade. Oh! -He smiled happily, "How beautiful God made me!
But happiness lasts but a short time in this naughty world. Another winter came, and when the little tree was already a big sapling, a frost made it sick, and the hurricane tore off its beautiful branches.
-What a wretch I am! -Now I'm really going to die.
He fought. He fought with all his might and succeeded in defeating death. But ah, he was badly damaged. Dry branches were falling along his body. Only two lonely branches were left victorious.
Spring came, and God said to the Sun:
-Go and spread your golden umbrella over that sick little tree.
And the Sun, good father, caressed the tree with his kisses.
-Little tree, I am the best doctor in the world. I am the doctor that God sent you to cure you.
The tree smiled, and with the Sun's kisses, little buds sprouted on its branches, which later became white flowers.
It was full of blossom. Its flowery body was blissful, when....
-Let's go and hunt the tree," they shouted from a balcony.
-Yes, yes. We'll hunt it like that wild horse we saw yesterday at the cinema. With a rope. The tree closed its eyes in anguish. The ropes looped around its branches, and...
-Ha! -Ha! 1 How many blossoms are falling! I've already caught a branch.
-And I've caught another! Zis! Zas!
Poor thing!
-This is worse than a hurricane," he sighed.
What wrong have I done to you children to treat me like this?
The ground was strewn with his flowers. The branches were broken. The little tree, dying, wept.
III
A few days later the little tree saw a new girl on the balcony. White, pink, angelic.
Then a pretty young woman. Then an old woman with a kind face.
-Grandma," said the little girl, "Look at that tree! It must be sick, grandma! Do you want us to look after it?
-Yes, my child. It is our duty to do good to the trees.
The little girl watered it if she saw it wilted.
She plucked off the bad leaves. She kissed him with affection.
-Small tree. Little tree. You'll see how handsome I'll make you.
And there came a spring... And another... And another...
And the tree was a man tree again, even more beautiful than before.
A leafy tree, full of little flowers. How many birds on its branches!
What a breeze the little tree gave!
-Little tree. Little tree. See how handsome I made you?
The little tree shook its branches with care.
-When I'll grow big enough to kiss your balcony!
How grateful I was!
-Good morning, pretty lady. Good morning, granny.
Grow... To grow up... That was his dream.
Until one morning her green fingers peeked trembling through the ironwork of the balcony.
-Good morning! Good morning! I'm home! That day was a happy day.
IV
One morning she saw tears in her grandmother's eyes.
-What's the matter? -he asked uneasily.
-The baby is very ill. She has a fever.
The tree trembled with anguish. It shook its green hair and said:
-I will save her. Don't cry, grandmother, don't you know that my leaves are good for fever, that I am a medicinal tree, don't you know that divine Providence has put in my sap a rich juice to cure fever in humans? And what do I want my leaves and my whole body for if not to save the child?
Gently he said:
-Cut me. Mutate me. Undo me. Have no pity on me. I want to die so that she may live.
They tore leaves from the good little tree. With each tearing he felt, he said.
-More... More... Take more.
And he moved his branches hastily so that the offering would fall more quickly.
He was left withered, dry, sad... But the baby was saved.
V
-Good morning, little tree. Are you thirsty? I bring you a watering can of cool, cool water.
The tree happily closed its eyes. Its queen was already there. Its gardener.
-Yes, beautiful girl. Give me water and a kiss. Spring came and it blossomed happily and happily.
And the little tree had children, grandchildren and great-grandchildren.
And the good girl was a happy mother in the shade of the little tree.
DOÑA PEREJIL
Los ojos grandes, rasgados, interesantes. Pálida y triste la boca. El pelo, ensortijado, caía a lo largo de sus menudas espaldas como un manto de ébano.
Débil la voz. Tímido el carácter. Menuda la figura. Así era la nena doña Perejil.
En la escuela la apellidaban así... Porque un día dijo, brincándole los ojuelos:
-En mi casa tiene mi madre un cajón grandote, así de grande, todo lleno de perejil. Hay mucho perejil.
-Vaya con doña Perejil -voceó una niña traviesa.
Y desde entonces la llamaron así.
-Buenos días, doña Perejil.
-¿Cómo le va, doña Perejil?
-¿Sigue bien el perejil, doña Perejil?
Y la nena, toda humildad y timidez, recibía las burlas de sus compañeras con los ojitos nublados, pero sonriente la boca.
Era la más pobre de la escuela. ¡La hija de una trapera! Sus vestidos andaban siempre rotos. Sus abrigos, holgados. Los zapatones con grandes tachuelas.
-¿Os habéis fijado en el abrigo que trae hoy doña Perejil? Hijas, tiene más agujeros que un colador.
-Pues la bufanda está desteñida por el uso.
-Huele a miseria.
-Y a trapos viejos.
La pobre nena, arrinconada, con una dulcedumbre infinita en sus pardos ojos, soportaba, humilde, su pobreza. Solita, siempre solita.
II
Había una niña fea, desgarbada y flacucha. Se llamaba Juana. Esta era el mayor verdugo de la hija de la trapera. La atenazaba con sus pellizcos y, persuadida de su debilidad y timidez, la zahería constantemente.
Un día le dijo, brillantes los ojos de burla:
-Tu madre es una trapera.
La niña menudita echóse a llorar temblorosa.
¡Cómo deseaba que las clases terminasen!
Atravesó jadeante las calles. Comenzó a subir la empinada cuesta que a su casita conducía. ¡Qué lejos estaba! Primero aquella fila de pinares. Luego, la arboleda. Después, el monte.
En el umbral de la puerta quedó parada y triste.
-¿Qué tienes, hija? -preguntó la madre.
-Madre: ¿Es malo ser hija de una trapera? La señá Tomasa quedó muda de la sorpresa.
-¿Quién te ha dicho eso?
-Es que, madre, una niña...
-¿Una niña? -rugió la Tomasa-. Dime cuál es. Dímelo, hija, pa decirla cuatro cosas. ¡Pues no faltaba más! Ser una trapera no es una deshonra. Que una ha nacido pobre y na más. No te avergüences de ser pobre, hija mía, que Dios quiere mucho a los pobres.
Y el Niño Jesús bien pobrecito fue y lo mismo la Virgen María. Yo soy una trapera, pero tan honrada como la que más rica. Ven aquí, corazón mío. Que una trapera también sabe querer. Y tu madre no envidia a otra madre para saber querer a sus hijos. Cordera mía. Lucecita de mis ojos. No llores, corazón. Dime qué niña ha sido. Marujita, dímelo.
La niña no contestó.
III
-¡Qué contenta entró aquel día doña Perejil! La relumbraban los ojos. La boquita estaba golosa y las piernas cascabeleras.
Un bulto dormía en sus brazos. Muy arropado. Cuidadosamente mecido. En el recreo lo descubrió con respeto.
-¡Una muñeca! ¡Sí, es una muñeca! -dijo la niña.
-De trapo -dijo otra con desprecio.
-Y está rota.
-¿Y qué? -dijo valiente la niña-. Que lo esté. Yo la quiero.
-¿A que la encontró en la basura doña Perejil? La nena calló.
-¡Puf! Una muñeca de la basura tiene doña Perejil.
La niña sonrió triunfal. Aquel día no estaba sola. Tenía junto a su pecho aquel rebujo de trapo que la daba calor. ¡Con qué cariño la miraba! ¡Con cuánto embeleso iba acariciando su áspero cuerpecillo!
Sonreía feliz. Pero, de pronto, corriendo a grandes zancadas, apareció la Juana. Desgreñada; feroces los ojos.
-Dame esa muñeca, doña Perejil.
-No -dijo la pequeña, apretándola convulsa.
-Dámela, pero en seguidita.
-Es mía.
-¿Cómo tuya? Lo de la basura es de todos.
-Me la dio mi madre.
-Dámela -amenazó Juana.
Pero la niña, tan menuda, sacaba fuerzas insospechadas defendiendo su tesoro.
-Que me la des.
-No -gritó valerosa.
Entonces Juana dio un salto felino. Ya tenía conquistada la muñeca, cuando la pequeña, con un gesto bélico, impropio de sus fuerzas, se 1a arrebató de las manos dándola una sonora bofetada.
Quedó la muchacha trémula, Acarminada la parte dolorida. Con voz temblorosa tartamudeó:
-¡Me las has de pagar, comino! ¡Mosquita muerta!
Pasaron muchos días. Doña Perejil convirtióse en la madrecita de la muñeca. Con ella comía. Dormía en su camita, y juntas caminaban por aquellos senderos solitarios.
Juana dejó de ir a la escuela. Se susurraba que estaba malita.
Un día la maestra dijo triste:
-Hijitas mías, recemos por vuestra compañera. Si es la voluntad de Dios, que devuelva la salud a su cuerpo, porque está grave.
Un remordimiento hondo, tenaz, dormía en el corazoncillo de la hija dela trapera.
-Si será por el cachete que la di -pensaba medrosa.
Y la nena, en vista de que Juana seguía mal, andaba triste, desganada y ojerosa. En su corazoncito labrado con miel, aquella huella de acíbar la lastimaba de un modo terrible.
Hasta que una tarde...
V
Los guindos estaban en flor. La brisa convidaba a soñar bondades. Y de las huertas llegaba un acariciador perfume.
Sin ser vista, cuesta abajo, vacilantes las piernecillas, agitada el alma, corría, corría la nena.
Las sienes hacían tris, tras. Y el corazón, talán, talán.
¡Qué lejos estaba el pueblo! Ya se divisaba la escuela con su veleta y sus rojos ladrillos.
-Allí... Allí fue -sollozó-. La verdad que fue una niña muy mala. ¡Pegar a "la Juana"!
Cuando tiró de la campanilla, ella misma se asombró.
¿A qué iba allí? ¡Qué vergüenza!
Tímidamente habló:
-¿Está "la Juana"?
-¡Pues no tiene de estar! -contestó la madre-. Si está la pobre muy malita... Entra... Entra.
En la puerta de la alcoba quedó inmóvil. Miró la enferma sin fiereza en los ojos. Abatida por la enfermedad. Empalidecidas las mejillas.
La niña dio unos pasos vacilantes.
-Hola, Marujita -habló la enferma.
¡Marujita! Aquel nombre la sonaba a música.
Era la primera vez que lo oía en boca de su compañera.
-Acércate, Marujita, acércate. Dame un beso. No me tengas miedo, tonta, que ya soy buena y te voy a querer mucho.
Sintió Marujita que un aguacero llenaba sus ojos. Puso su cálida boca en la cara de la niña y a prisa, emocionada, tremante (tembloroso), dejó en la cama algo.
-Es para ti -sollozó-. La muñeca. ¿Sabes? Para ti. Te la regalo.
¡Ya no la besaría nunca! Ni la diría aquellas tiernas cancioncillas. Ni dormiría a su lado... Pero... Pero... ¡La tenía "la Juana"! Ya estaba pagada la ofensa que la hizo. Ya se había marchado aquel gusanillo de su alma. ¡Sí!... ¡Sí!... Estaba contenta. ¡Muy contenta! ¡Qué bonito el cielo!
¡Cómo la sonreían las flores! ¡Cómo cantaba su corazón! : ¡Marujita! ¡Marujita! Eres una niña buena.
VII
Cuando entró en la choza, su madre encendía el candil.
-Pero, hija, Marujita, ¿dónde has andado? No te me escapes por ahí, que no me gusta. Y los caminos están solos.
Ella se la quedó mirando fija, fijamente. Después, reprimiéndose las lágrimas, dijo:
-Madre, es... que... madre... la muñeca... pues... pues...
Y se colgó a su cuello para calmar su pena, con los ojitos llenos de lágrimas.
DONA PEREJIL
Large, slanting, interesting eyes. Her mouth was pale and sad. Her hair, curled, fell down her small shoulders like an ebony mantle.
Weak voice. Shy character. Small figure. That's what the girl Doña Perejil was like.
That was her surname at school... Because one day she said, her eyelids jumping:
-In my house my mother has a big drawer, this big, all full of parsley. There is a lot of parsley.
-Go with Doña Perejil," said a naughty little girl.
And from then on they called her that.
-Good morning, Doña Perejil.
-How are you doing, Mrs. Parsley?
-Is the parsley still doing well, Mrs. Parsley?
And the little girl, all humility and shyness, received the teasing of her classmates with cloudy eyes, but with a smile on her face.
She was the poorest in the school, the daughter of a trapera! Her dresses were always torn. Her coats were baggy. Her shoes had big studs on them.
-Have you noticed the coat Doña Perejil is wearing today? Daughters, it's got more holes than a sieve.
-Well, the scarf is faded from use.
-It smells of misery.
-And old rags.
The poor little girl, cornered, with an infinite sweetness in her brown eyes, bore her poverty humbly. Alone, always alone.
II
There was an ugly, ungainly, skinny little girl. Her name was Joan. She was the greatest tormentor of the rapiper's daughter. She pinched her with her pinches, and, persuaded of her weakness and shyness, she was constantly hurting her.
One day he said to her, his eyes sparkling with mockery:
-Your mother is a trapshooter.
The little girl burst into trembling tears.
How she longed for school to be over!
She walked panting through the streets. She began to climb the steep hill that led to her little house. How far it was! First that row of pine trees. Then the grove of trees. Then the mountain.
On the threshold of the door she stood sadly.
-What is it, child? -asked her mother.
-Mother, is it bad to be the daughter of a trapera? Tomasa was speechless with surprise.
-Who told you that?
-It's just that, mother, a girl....
-A girl? -Tomasa roared. Tell me which one it is. Tell me, child, to tell her four things. Well, that's all there is to it! To be a trapera is no disgrace. You were born poor and that's all. Don't be ashamed of being poor, my daughter, God loves the poor very much.
And the Child Jesus was very poor and so was the Virgin Mary. I'm a rag, but I'm as honourable as the richest. Come here, my heart. That a trapera also knows how to love. And your mother does not envy another mother to know how to love her children. My lamb. Little light of my eyes. Don't cry, my heart. Tell me which child it was. Marujita, tell me.
The girl didn't answer.
III
-How happy Doña Perejil came in that day! Her eyes were shining. Her mouth was greedy and her legs were rattling.
A lump was sleeping in her arms. Tucked up snugly. Carefully rocked. At recess she discovered it with respect.
-A doll! Yes, it's a doll! -said the girl.
-A rag doll," said another, contemptuously.
-And it's broken.
-So what? -said the girl bravely. Let her be. I love her.
-Didn't Doña Perejil find it in the rubbish? The girl kept quiet.
-Poof! A doll from the rubbish, Doña Perejil has a doll.
The girl smiled triumphantly. That day she was not alone. She had that little rag doll next to her breast, that gave her warmth, with what affection she looked at her, with how much affection she caressed her rough little body!
He smiled happily. But suddenly, running with great strides, Joan appeared. She was dishevelled; her eyes were fierce.
-Give me that doll, Dona Perejil.
-No," said the little girl, clutching it convulsively.
-Give it to me, but one at a time.
-It's mine.
-What do you mean, yours? The rubbish belongs to all of us.
-My mother gave it to me.
-Give it to me," Joan threatened.
But the little girl, so small, drew unexpected strength to defend her treasure.
-Give it to me.
-No," she shouted bravely.
Then Joan jumped up and down like a cat. She had already conquered the doll, when the little girl, with a warlike gesture, unworthy of her strength, snatched it out of her hands with a resounding slap.
The girl was left trembling, her sore spot stiffened. In a trembling voice she stammered:
-You're going to pay for this, you little dead mosquito!
IV
Many days passed. Dona Perejil became the doll's mother. She ate with her. She slept in her little bed, and together they walked along those lonely paths.
Juana stopped going to school. She whispered to herself that she was ill.
One day the teacher said sadly:
-My little girls, let us pray for your companion. If it is God's will, may he restore her body to health, for she is in a serious condition.
A deep, tenacious remorse slept in the little heart of the rapiper's daughter.
An indefinable anguish. A great tenderness for that sick little devil who had always been her tormentor.
-If it's because of the slap I gave her," she thought, meditatively.
And the girl, seeing that Juana was still unwell, walked around sad, listless and haggard. In her little heart carved with honey, that trace of acíbar hurt her in a terrible way.
Until one afternoon...
V
The cherry trees were in blossom. The breeze was inviting her to dream of good things. And from the orchards came a caressing perfume.
Unseen, downhill, her little legs wavering, her soul agitated, the baby ran, ran, ran.
Her temples were throbbing, throbbing. And the heart, thalan, thalan.
How far away was the village! You could already see the school with its weather vane and its red bricks.
-There... That's where she went," she sobbed. She was a very naughty girl, really. Hitting "la Juana"!
When she pulled the bell, she herself was astonished.
What was she going there for? Shame on her!
Timidly she spoke:
-Is "la Juana" there?
-Well, she mustn't be! -said her mother. The poor thing is very poorly.... Come in... Come in.
She stood motionless at the door of the alcove. She looked at the sick woman with no fierceness in her eyes. She was overcome by illness. Her cheeks pale.
The girl took a few hesitant steps.
-Hello, Marujita," said the sick woman.
Marujita! The name sounded like music to her.
It was the first time she had heard it from the mouth of her companion.
-Come closer, Marujita, come closer. Give me a kiss. Don't be afraid of me, silly, I'm already good and I'm going to love you very much.
Marujita felt a downpour fill her eyes. She put her warm mouth on the girl's face and hurriedly, excitedly, tremulously, she left something on the bed.
-It's for you," she sobbed. The doll. You know, for you. I give it to you.
VI
I would never kiss her again! Nor tell her those sweet little songs! Nor would I sleep beside her... But... But... I had her "la Juana"! The offence he had done to her had been paid for. That little worm had gone from her soul. Yes!... Yes!... She was happy. Very happy! How beautiful the sky was!
How the flowers smiled at her! How her heart sang! Marujita! Marujita! You're a good girl.
VII
When she entered the hut, her mother was lighting the candle.
-But, child, Marujita, where have you been? Don't run away from me, I don't like it. And the roads are lonely.
She stared at her fixedly, fixedly. Then, holding back her tears, she said:
-Mother, it's... that... Mother... the doll... well... well... well...
And she hung around his neck to soothe her sorrow, her eyes full of tears.
LA REINECITA
Allí había historia. Las colegialas cuchicheaban con misterio...
Cecilia era alta y fornida. Los ojos muy negros y con chispas relampagueantes. El pelo crespo y acastañado. Sonrosada la piel, gracioso el andar, y las carnes macizas.
Cecilia no debía tener ni alma ni corazón, sus ojos miraban siempre con dureza, y jamás en su boca vióse una sonrisa.
En cuanto a ella, era un capullo de rosa. La chiquitina del colegio. Rubia como un doblón. El pelo en sortijillas, los ojos de color violeta. La vocecita muy dulce y el andar muy quedo. La zarza y su flor. Así eran madre e hija.
A veces, Cecilia atravesaba el patio con paso ligero, cargada con el cesto de la ropa, y la pequeña, agrandados los ojitos, corría a ella, asiase a sus pomposas faldas y decía mimosa:
-¡Madre! ¿Cuándo vas a comprarme el vestido?
Pero Cecilia no la miraba. Apartábala de sí bruscamente, y con los ojos más huraños que nunca, refunfuñaba:
-Quita de ahí. Déjame en paz.
Y lavaba de prisa, con rabioso afán.
La ropa, ennegrecida, convertíase en espuma mantecosa, y luego, a la caricia del sol, tomaba albura de nieve...
II
La campanilla sonó a gloria. Aquel badajito, tan menudo y cascabelero, repiqueteaba en el corazón de las colegialas con alborozo bullanguero.
¡Al recreo! ¡Al recreo! -voceaba la campana algarera.
Y ellas salían, relumbrándolas los ojos, sintiendo saltarinas las piernas, cabrioleando la sangre que cantaba la juventud.
Entraban en el patio ebrias de placer. Era primavera, y el Sol, todavía poco audaz, las besaba con timidez de adolescente.
Entre el césped de los jardinillos aparecían cabecitas moradas, azules y amarillas. Violetas, pensamientos y miosotis, nacidos entre gritos y risas le aquellas otras flores de carne.
Jugaban al corro. ¡Rueda maravillosa, toda luz, toda esperanza, toda ilusión!
La hija de la lavandera miraba soñadora.
Su cuerpecito se encontraba cohibido en aquel delantalón de grandes volantes, y en sus pies, como botones de rosa bailaban en los zapatos grandes y claveteados.
¡El corro! ¡Círculo de ensueño! ¡Quién pudiera acercarse a él!
Los ojos de Rosita, emborrachados en tristeza, se tornaban más humildes.
Allí estaba el pavo real, alzada su testa roja, en círculo la gama deliciosa de su plumaje, cabrilleando los óvalos dorados como otros tantos topacios...
La pequeña lo miraba, engolosinados ahora los ojos, riente la boca, trémulas sus manitas.
¡Si ella pudiera vestir así! Entonces sería la reina, la reinecita de aquel corro que tanto envidiaba.
Cruzó Cecilia el patio. Venía sofocada por el trabajo.
Rosita corrió a ella. Tercamente, algo húmedos los ojos, suplicó:
-¡Madre! ¿Cuándo me lo compras?
-Déjame en paz -respondió Cecilia con acritud.
Observaban las colegialas. Historia... Misterio...
No tenía corazón.
III
Pero un día... Cecilia entró en el patio, transfigurado el semblante, bailarines los ojos, trémulos los labios y más encendida que de costumbre.
Cuando la pequeña corrió hacia ella, una nube triunfal alumbró su mirada.
Tomó la rubia cabecita en su mano temblorosa y suavemente la llevó al lavadero.
-A ver. Una mano, ángel mío. Otra. Así. Así.
Temblaba Rosita de emoción. Ante ella se desplegaba el vestidillo color rosa, dulce y suave como una flor. Vaporoso como un sueño de hadas. Y la voz de la lavandera parecía un trino de miel.
-¡Corazón mío! ¡Tesoro de tu madre! ¡Lucero! ¡Qué guapa está mi niña! Más que un sol.
¿Creías tú que no iba a llegar el vestido? ¡Pero cuánto me ha costado, cuánto, corazón! Los zapatitos, vamos a ver, ni pintados. Ven que te mire.
¡Otra! ¡Otra es hoy mi niña! ¡Ay, si tu madre pudiese, tesoro mío! No habría otra como tú. ¿Para quién trabaja tu madre, si no es para ti, mi vida? Los ojos violeta de Rosita miraban con asombro.
La voz de su madre era distinta de otras veces. Plena de amor, rebosando de amor. ¡Qué dichosa era! Tan dichosa, que apenas se fijaba en el vestido tenue como las alas de una mariposa. El corazoncillo caminaba ligero, muy ligero, -tic-tac, tictac-, y a los ojitos asomó algo como una lágrima.
El corro estaba en su apogeo. Despacio, llegó Rosita, mirando triunfadora al cielo, al pavo real y a las flores.
Suspendieron las niñas sus cánticos. La sorpresa tornólas mudas.
De pronto, la rueda se deshizo, tornándose a cerrar. Y allí en medio, quedó la chiquitina, prisionera en su cárcel gloriosa.Aquel día fue la reina... La reinecita del corro.
Algo extraño se escuchó.
Miráronse unas a otras llenas de sorpresa.
¿Qué era? ¿Qué era?
Pues que Cecilia, apoyada en la puerta, lloraba..., lloraba de alegría.
Niños que me leéis. Que vuestras bocas tengan siempre besos y sonrisas para los pobres. Pensad que la pobreza no es una mancha y que si ella va unida a la honradez y al trabajo, será la mejor corona que puede adornar nuestra frente.
THE LITTLE QUEEN
There was history there. The schoolgirls whispered in mystery...
Cecilia was tall and stout. Her eyes were very black and sparkling with lightning. Her hair was frizzy and brownish. Her skin was rosy, her gait graceful, and her flesh was solid.
Cecilia must have had neither heart nor soul, her eyes always looked hard, and never a smile on her mouth.
As for her, she was a rosebud. The little girl at school. Blonde as a doubloon. Her hair in little rings, her eyes the colour of violet. The sweet little voice and the quiet walk. The bramble and its flower. That's what mother and daughter were like.
Sometimes Cecilia would cross the courtyard with a light step, carrying a basket of clothes, and the little girl, her eyes widened, would run to her, clutching her pompous skirts, and say cuddly, "Mother!
-Mother, when are you going to buy me my dress?
But Cecilia would not look at her. She pushed her away abruptly, and with her eyes more sullen than ever, she grumbled:
-Get away from there. Leave me alone.
And she washed in a hurry, with furious eagerness.
The blackened clothes turned to buttery foam, and then, in the caress of the sun, they became like snow....
II
The bell rang out in glory. That little clapper, so small and rattling, rang in the hearts of the schoolgirls with boisterous glee.
To recess! To recess! -the bell of the Algarve was ringing.
And they would go out, their eyes sparkling, their legs jumping, their blood singing the song of youth.
They entered the courtyard drunk with pleasure. It was spring, and the sun, still not very bold, kissed them with adolescent shyness.
Little purple, blue and yellow heads appeared among the lawns of the little gardens. Violets, pansies and myosotis, born amidst the cries and laughter of those other flowers of flesh, played at running.
They were playing a game of chorus, a marvellous wheel, all light, all hope, all illusion!
The washerwoman's daughter looked dreamy.
Her little body was self-conscious in that apron of big ruffles, and on her feet, like rosebuds, they danced in the big, nailed shoes.
The circle of dreams, the circle of dreams, who could come near it!
Rosita's eyes, drunk with sadness, grew humbler.
There stood the peacock, its red head raised, the delicious range of its plumage circling, its golden ovals curling like so many topazes....
The little girl was looking at him, her eyes were now full, her mouth curled, her little hands trembling.
If only she could dress like that! Then she would be the queen, the little queen of that circle that she envied so much.
Cecilia crossed the courtyard. She was suffocating from her work.
Rosita ran to her. Thirdly, her eyes a little wet, she begged:
-Mother! When will you buy it for me?
-Leave me alone," Cecilia replied bitterly.
The schoolgirls watched. History... Mystery...
She had no heart.
III
But one day... Cecilia came into the courtyard, her countenance transfigured, her eyes dancing, her lips trembling, and more fiery than usual.
When the little girl ran towards her, a triumphant cloud lit up her gaze.
She took the little blonde head in her trembling hand and gently led it to the wash-stand.
-Let's see. One hand, my angel. Another. Like this. That's it.
Rosita trembled with emotion. Before her unfolded the pink dress, sweet and soft as a flower. As airy as a fairy's dream. And the washerwoman's voice sounded like a honeyed trill.
-My heart, my heart, your mother's treasure, my child, how beautiful she is! More than a sunshine.
Did you think the dress wouldn't come? But how much it cost me, how much, my heart! The little shoes, let's see, not even painted. Come, let me look at you.
Another one! Another one today, my child! Oh, if your mother could, my darling! There would be no other like you. Who does your mother work for, if not for you, my darling? Rosita's violet eyes stared in amazement.
Her mother's voice was different from other times. Full of love, overflowing with love. How happy she was! So happy, that she hardly noticed the dress as faint as a butterfly's wings. Her little heart walked lightly, very lightly, - tick-tock, tick-tock - and something like a tear appeared in her little eyes.
IV
The chorus was in full swing. Slowly, Rosita arrived, looking triumphantly at the sky, the peacock and the flowers.
The girls stopped their chanting. Surprise rendered them mute.
Suddenly, the wheel came apart and closed again. And there in the middle, the little girl remained, imprisoned in her glorious prison.
That day she was the queen... The little queen of the corro.
Something strange was heard.
They looked at each other in surprise.
What was it? What was it?
It was that Cecilia, leaning against the door, was crying..., crying with joy.
Children who read me. May your mouths always have kisses and smiles for the poor. Think that poverty is not a stain and that if it goes hand in hand with honesty and work, it will be the best crown that can adorn our foreheads.
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