miércoles, 31 de mayo de 2023

Libro Amanecer 2/3 por Josefina Bolinaga


LA CUEVA MALDITA


Pacita y Fernandito eran dos hermanos muy lindos, muy buenos y muy juguetones. Tenían una preciosa casita de campo que parecía un paraíso, con árboles frondosos, en cuyas ramas cantaban muchos pajaritos. Y cerca de allí un río donde se paseaban truchas y peces de colores.

Una tarde salieron a la pradera. Una pradera verdecita, por donde volaban muchas mariposas y corrían hormiguitas aladas y trabajadoras.

-¡Vamos a coger flores, Nando!
-Vamos, Pacita.

¡Ah las moradas espuelas de caballero, con sus ojitos amarillos! Y las amapolas, tan coloraditas como cerezas en sazón.
Y aquellas margaritas que, deshojándolas mimosamente, decían todos los secretos:
"¿Me quiere esta niña? Sí... No... Sí... No... "·

-Hacemos un ramo grandote y se lo regalamos a la mamá, ¿eh, Nando?
-Eso, Eso. Para mamaíta, que es tan buena que llora cuando somos malos.

¡Jesús, cuántas flores! Ya no cabían en el vestidillo de Pacita, un vestido blanco, bordado también con florecillas azules.
-Mira, Pacita -dijo Fernando-: En pasando aquellos árboles que se ven allá y aquel arroyo, ¡hay unas flores más bonitas!

-Está lejos, Nando.
-¡Qué va a estar lejos! En una carrera estamos allá. ¿Vamos?
-Vamos, hermanito.

II
Como jilguerillos bulliciosos, atravesaron la pradera. Llegaron al arroyo, que tenía mucha sed; por eso estaba seco.
-Dadme agua, niños buenos -dijo el arroyo.
-Buen arroyito, no podemos dártela. Tenemos la fuente y el botijo en casa.

Sólo había allí junquitos amarillos, guijarros relucientes y matorrales de espinos.
¿Dónde están  las flores, Nando? Yo no las veo.
-Más lejotes, hermanita.

De pronto, el cielo, que estaba como un tapiz azul, tornóse oscuro, con nubarrones que parecían fantasmas grises, y...

-¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!...  ¡Brrrrr!...
-¡Ay, Nandito, truena! -dijo Pacita temblorosa.
-¿Y qué? -dijo Nando, haciéndose el valiente-. Eso no es nada.

-¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!...
-¡Tengo miedo! ¡Mamá! -gritó la niña, aterrada.
-¡Ay, mamaíta! -repitió trémulo el niño.

Y como si a esta llamada tuviese el campo oídos, abrióse un montón de leña y apareció una horrible vieja desdentada, con muchas greñas y unas uñas muy largas.
-Hola, hijitos -dijo acariciándoles-. Venid, venid a mi casita. Ya veis cómo llueve, pichoncitos míos, y os vais a mojar.

-¡Mamá! -gritó desolada Pacita.
-Anda..., anda, corazón -barbotó la vieja-. Entrad, y en cuantito pase la tormenta, volveréis a vuestra casita.

-Gracias, buena señora -habló Pacita. Ya ve usted mi vestido nuevo cómo se me está poniendo. Mamá me regañará.
-¡Ay, mis zapatos de charol! -lloriqueó Fernando.
-¡Qué guapos! ¡Qué monos! ¡Qué tiernecitos que son! -peroró la vieja relamiéndose.

Suavemente los empujó a la cueva. Llamó con voz agria:
-¡Rosebunda! ¡Gumersinda! ¡Apolinaria!

Aparecieron otras tres horribles viejas.
-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! -dijo Rosebunda.
-¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! -dijo Gumersinda.
-¡Hu! ¡Hu! ¡Hu! -gruñó Apolinaria.

-¡Qué ricos!
-¡Qué sabrosos!
-¡Qué mantequitas deben tener!
 

III
-Esperad un poco, pimpollos míos.
Los niños estaban aterrados. Sus piernecitas temblaban y sus corazoncitos tenían rotas las alas. En los ojos apareció una luz de terror.

-¡Brrrrr!... ¡Brrrrr!... -Seguían los truenos.
-¡Hermano! ¡Hermanito mío! ¡Qué miedo!

-Calla, Pacita, y no tiembles. ¿No ves que yo soy casi un hombrecito? Pues teniéndome a mí no temas.
Y al decirlo la apretó contra su pechó.

Ellos no sabían dónde estaban. En La cueva maldita, de la cual huían todos haciendo la señal de la cruz. Allí había hombres malos, que de pequeñitos no siguieron los consejos de sus padres, y mujeres medio brujas, porque tampoco quisieron ser buenas desde chiquitas y fueron holgazanas, desobedientes y envidiosas.

Nadie las quería y tuvieron que refugiarse en aquella horrible cueva para seguir haciendo fechorías y malas obras. ¡Qué desgraciadas eran! Gozaban haciendo mal al prójimo.
-Hermano, ¿qué será de nosotros?
-Valor, hermanita mía.

IV
Entretanto, las mujeres aquellas, tan malas, se reunieron en conciliábulo.
-¿Les daremos bombones, hermana?
-Sí... Sí... Que sabrán a chocolate.
-¿Les daremos carame1os?
Sí... Sí... Que sabrán a azúcar.
-¿Les daremos dulce de ciruela?
-Sí... Sí... Que sabrán a mermelada.

-¡Hurra por los niños tiernos!
-¡Viva la carne humana!
-Pido el corazón de la niña.
-Yo los riñones del niño.
-Esos para mí.
-No, para mí.
-¡Gumersinda!
-¡Rosebunda!
-¡Envidiosa!
-¡Glotona!
-¡Vampiresa!
-¡Murciélaga!

-Calma, calma, hermanas -intervino Apolinaria-. Calma, que para todas habrá.
Y al decirlo se chupó el dedo meñique.

V
Abrazaditos estaban los niños, cuando, ¡Dios mío!, cuántas y qué ricas golosinas.
Bombones, yemas de San Leandro, panecillos de San Antón, rosquillas de San Isidro y huesos de Santo. Además, almendras de Alcalá y tortas de Alcázar. El cielo bajado en forma de confitería.
-Tomad... Tomad, queriditos. Esto es muy rico.

-Quiero ir con mamá -sollozó Pacita.
-Calla, cordera blanca. Cuando comáis un dulcecito y se pase la tormenta, os llevaré a casa a ti y a tu hermanito en un coche que yo tengo con una linda jaquita. ¡Ajajá! ¡Qué bien van a ir los niños.

¡Qué maternal acento el de la vieja!
Quedaron solos y no pudieron resistir las golosinas.

-¿Cuál quieres tú, Nandito?
-Yo, ese hueso de Santo.
-Pues yo, ese bombón
Ya estaban las manecitas sobre la bandeja, cuando...

VI
Apareció otra vieja, mucho más fea que las anteriores. Tenía ojos de dragón, nariz de lechuza y boca de lobo. Los niños dieron un grito.

-¡Chist! -suplicó la vieja.
-Que me muero, Fernando -dijo la niña casi desmayada.

Se acercó, arrastrándose, a los niños.
-No comáis nada... No toquéis nada. Vengo a salvaros. ¡Pobres niños indefensos! Dios me envía para salvaros. Dios, que tanto ama a los niños y que, cual amoroso Padre, separa de vuestro camino las espinas que pueden haceros daño.
 
Yo os salvaré. Pero antes quitadme esta espinita que llevo en la cabeza. Una espina tan pequeña y qué daño me hace. Me la clavaron mis hermanas las brujas porqué yo soy menos bruja que ellas. ¡Quitádmela, niños buenos!

Pacita y Fernandito se miraron consternados.
¡Cualquiera se acercaba a la vieja! ¡Sí, sí! Con los ojos que echaban chispas y el humo que salía por la nariz.
-Sufro mucho, niños míos -dijo muy dulce-. Sufro mucho.

Los niños se armaron de valor. Recordaron que hacer bien es la virtud más hermosa. Que la caridad es la reina de las virtudes.
-Vamos, Fernando -dijo decidida la niña. Mirándose a los ojos para darse valor, se acercaron. Uniéronse los rosados deditos cual un manojo de flores.

Los pardos ojos de la niña fulguraban, y los negros del niño, tan dulces, tenían una luz de bondad.
A la una... a las dos... y... ¡puf!, y qué apretada estaba. Al fin salió, y entonces, ¡oh prodigio!, desapareció la vieja y comenzaron a llover flores blancas, muchas flores blancas. Tantas, que los niños quedaron sepultados entre ellas.

-¡A comérnoslos! -vociferaban fuera.
-¡Qué rico festín!

Descorrieron con gran algazara los cerrojos.
Y como fieras hambrientas se lanzaron a capturar a los niños.
Pero allí había flores, muchas flores, mariposas de alas blancas que perfumaban el ambiente.

-¡Maldición!-rugieron-. Esto es una nueva hazaña de la bruja menos bruja.
-¡A por ella!
-¡A la horca!
-¡Clavémosla otra espina!
Pero la viejecita buena también se convirtió en flor.

VII
Se frotaron los ojos cual si salieran de un sueño. Estaban en la pradera, y el vestido de Pacita se desgranaba en flores: ¡Espuelas de caballero! ¡Rojas amapolas!  ¡Soñadoras margaritas!
El cielo estaba otra vez cual un limpio tapiz azulado.

Allí, entre las manos de Fernando, había un corazoncito de oro. Y en él estaba escrito lo siguiente:
"Soy el hada buena de los niños. No olvidéis que os he salvado la vida. Cuando miréis este corazón, él os recordará que toda buena acción tiene su recompensa".

VIII
Se levantaron presurosos. La hierba estaba húmeda.
La mamá salía a su encuentro con el miedo en las pupilas y el amor en sus manos.
Les habló dulce y a la par severa:
-Hijitos míos, ¿dónde os habéis metido? ¿Te has mojado, corazón mío? ¿Y tú, mi vida? A ver... A ver.

Palpaba, anhelante, las frágiles cabezas. Ellos sólo pudieron decir, colgándose a su cuello con mimo adorable:
-¡Mamá! ¡Mamaíta!

THE CURSED CAVE

Pacita and Fernandito were two very cute siblings, very good and very playful. They had a beautiful little house in the country that looked like a paradise, with leafy trees and many birds singing in the branches. Nearby there was a river with trout and goldfish.

One afternoon they went out to the meadow. It was a green meadow, where many butterflies flew about, and little winged, hard-working ants scurried about.

-Let's go and pick flowers, Nando!
-Come on, Pacita.

Ah, the purple delphiniums, with their little yellow eyes! And the poppies, as red as cherries in season!
And those daisies, which, when you plucked them tenderly, told all the secrets:
"Does this child love me? Yes... No... Yes... No... "-

-Let's make a big bouquet and give it to the mother, eh, Nando?
-That's it, that's it. For mummy, who's so good that she cries when we're bad.

Jesus, so many flowers! There was no more room in Pacita's dress, a white dress, also embroidered with little blue flowers.
-Look, Pacita," said Fernando, "past those trees over there and that stream, there are more beautiful flowers!

-It's far away, Nando.
-What's it going to be far? We'll be there in a hurry. Shall we go?
-Let's go, little brother.

II
Like boisterous little goldfinches, they crossed the meadow. They came to the brook, which was very thirsty, so it was dry.
-Give me water, good children," said the brook.
-Good little brook, we can't give it to you. We have the spring and the water-pot at home.

There were only yellow rushes, shiny pebbles and hawthorn bushes.
Where are the flowers, Nando? I don't see them.
-Further away, sis.

Suddenly, the sky, which was like a blue tapestry, turned dark, with clouds that looked like grey ghosts, and....

-Brrrrrrrr!... Brrrrrr!... Brrrrrr!....
-Oh, Nandito, thunder! -said Pacita, trembling.
-So what? -said Nando, pretending to be brave. That's nothing.

-Brrrrrrrr!... Brrrrrr!... Brrrrrr!....
-I'm scared! Mummy! -cried the little girl, terrified.
-Oh, mama! -repeated the child, trembling.

And as if the camp had ears to hear this call, a pile of firewood opened up, and a horrible old toothless woman appeared, with long hair and long nails.
-Hello, my children," she said, caressing them. Come, come to my little house. You see how it's raining, my little pigeons, and you're going to get wet.

-Mother! -cried Pacita desolately.
-Go on, go on, my dear," cried the old woman. Come in, and as soon as the storm is over, you shall go back to your little house.

-Thank you, good lady," said Pacita. You see how my new dress is getting on. Mamma will scold me.
Oh, my patent-leather shoes! -cried Fernando.
-How handsome, how cute, how tender they are! -cried the old woman, licking her lips.

Gently she pushed them into the cave. She called out in a sour voice:
-Rosebunda! Gumersinda! Polinaria!

Three other horrible old women appeared.
-Ah! Ah! Ah!" said Rosebunda.
-Oh! Oh! Oh!" said Gumersinda.
-Hu! Hu! Hu! Hu! -grunted Apolinaria.

-How tasty!
-How tasty!
-How buttery they must be!

-Wait a little while, my little blossoms.
The children were terrified. Their little legs trembled and their little hearts had broken wings. A light of terror flashed in their eyes.

-Brrrrrr!... Brrrrrr!.... -The thunder continued.
-Brother! My little brother! How frightening!

-Hush, Pacita, and don't tremble. Don't you see that I'm almost a little man? Well, if you have me, don't be afraid.
And as he said it, he pressed her to his breast.

They did not know where they were. In the accursed cave, from which they all fled, making the sign of the cross. There were bad men there, who did not follow their parents' advice when they were little, and women who were half-witches, because they did not want to be good when they were little and were lazy, disobedient and envious.

Nobody loved them and they had to take refuge in that horrible cave to continue doing misdeeds and evil deeds. How unhappy they were! They enjoyed doing evil to others.
-Brother, what will become of us?
-Courage, my little sister.

In the meantime, the women, who were so wicked, gathered in council.
-Shall we give them chocolates, sister?
-Yes... Yes... That will taste like chocolate.
-Shall we give them candy?
Yes... Yes... That will taste like sugar.
-We'll give them plum jam?
-Yes... Yes... That will taste like jam.

-Hurrah for the tender children! -Hurrah for the tender children!
-Long live human flesh!
-I ask for the child's heart.
-I'll have the kid's kidneys.
-Those for me.
-No, for me.
-Gumersinda!
-Rosebunda!
-Envious!
-Glotona!
-Vampiress!
-Murcielaga!

-Calm, calm, sisters," said Apolinaria. Calm down, there will be enough for everyone.
And as she said it, she sucked her little finger.

V
The children were hugging each other, when, my God, what a lot of goodies!
Bonbons, San Leandro yolks, San Antón rolls, San Isidro doughnuts and Saint's bones. In addition, almonds from Alcalá and cakes from Alcázar. The sky descended in the form of confectionery.
-Take it... Here, my darlings. This is very tasty.

-I want to go to mother," sobbed Pacita.
-Hush, white lamb. When you've had your sweetmeat, and the storm is over, I'll take you and your little brother home in a carriage I have with a nice little cage. Ah-ha-ha! How well the children will go.

What a motherly accent the old woman had!
They were left alone and couldn't resist the sweets.

-Which one do you want, Nandito?
-I'll have that saint's bone.
-Well, me, that bonbon.
The little hands were already on the tray, when....

VI
Another old woman appeared, much uglier than the previous ones. She had the eyes of a dragon, the nose of an owl and the mouth of a wolf. The children shouted.

-Chist!" begged the old woman.
-I'm dying, Fernando," said the girl, almost fainting.

She crawled towards the children.
-Don't eat anything... Don't touch anything. I have come to save you, poor defenceless children! God sent me to save you. God, who loves children so much and who, like a loving Father, removes from your path the thorns that can harm you.

I will save you. But first take away this little thorn I carry in my head. Such a small thorn, and how it hurts me. My sisters the witches put it in me because I am less of a witch than they are. Take it out, good children!

Pacita and Fernandito looked at each other in dismay.
Anyone would go near the old woman! Yes, yes! With eyes that sparkled and smoke coming out of their nostrils, they said, "I suffer a lot, my children.
-I suffer a lot, my children," she said very sweetly. I suffer so much.

The children took courage. They remembered that to do good is the most beautiful virtue. That charity is the queen of virtues.
-Let's go, Fernando," said the girl, determined. Looking into each other's eyes to give themselves courage, they approached each other. Their pink fingers joined like a bunch of flowers.

The girl's brown eyes sparkled, and the boy's black ones, so sweet, had a light of kindness in them.
One o'clock... two o'clock... and... Phew, and how tight it was. At last she came out, and then, oh wonder, the old woman disappeared and it began to rain white flowers, many white flowers. So many that the children were buried among them.

-Let's eat them! -they shouted outside.
-What a feast!

They unfastened the bolts with a great noise.
And like hungry wild beasts they rushed in to catch the children.
But there were flowers, many flowers, white-winged butterflies perfuming the air.

-Damn it," they roared. This is a new feat of the lesser witch.
-Let's get her!
-To the gallows!
-Let's nail her another thorn!
But the good old lady turned into a flower too.

VII
They rubbed their eyes as if they were coming out of a dream. They were in the meadow, and Pacita's dress was bursting into flowers: Spurs! Red poppies! Dreamy daisies!
The sky was again like a clean blue tapestry.

There, between Ferdinand's hands, was a little heart of gold. And on it was written the following:
"I am the good children's fairy. Don't forget that I have saved your lives. When you look at this heart, it will remind you that every good deed has its reward".

VIII
They got up in haste. The grass was wet.
The mother came out to meet them with fear in her eyes and love in her hands.
She spoke to them gently yet sternly:
-My children, where have you been? Have you got wet, my heart? And you, my life? Let's see... Let's see.

She felt, anxiously, the fragile heads. They could only say, clinging to her neck with adoring affection:
-Mummy! Mummy!



LA VIRGEN DE AZUCAR

Periquín era la travesura hecha carne. Tenía dotes de boxeador, como lo atestiguaban los chicos de la vecindad que habían recibido de él golpes a lo campeón. La carrera de acróbata le seducía. No había árbol ni farola por los que él no hubiera trepado.

También gustaba de ser escamoteador. En un segundo dejaba a una gallina sin sus confortables plumas, luciéndolas en una oreja Palomo, su perro favorito.
Periquín tenía diez años corridos y apenas si sabía el abecedario.

II
Un día vio un ir y venir inusitado en la casa. Llenaban la vieja maleta con sus trajes. Ahora, estos pantaloncitos. Después, el traje de los domingos.

-Hijo, por Dios -rogó señá Pepa-. Que seas cuidadoso con la ropa.
-Pero, ¿es que me voy? -preguntó Periquín.
-Sí, hijo, sí. A ver si te enmiendas al lado de tu tío José María. Ese tiene "mucha" mano dura.
A Periquín se le asomaron las lágrimas.

III
Allí estaba su tío, ante él, mirándole tras las gafas  curiosamente. Dióle dos tirones de orejas, diciendo:
-¡Granuja! ¡Te tengo yo de arreglar!

Periquín no veía ni escuchaba nada. Sus ojos eran tan sólo para contemplar aquella maravilla de huerto. Peras de Don Guindo, racimos de grosella, manzanas doraditas... Periquín sintió que la boca se le hacía agua, y comentó:

-¡Cuánta fruta!
Señá Pepa le abrazó suplicante:
-¡Adiós, hijo! Que te comportes bien.

Periquín no se enmendaba. Los ejercicios acrobáticos seguían en aumento. Todos los árboles del huertecillo temblaban ante él. Las gallinas se escondían con mayor miedo que si viesen a la raposa del cuento. En cuanto a los chicos de la aldea, si veían a Periquín, tomaban la carrera del galgo.
-Esto no lleva enmienda, Ignacia -decía don José María.


La señá Ignacia meneaba fatídicamente su cabeza. Una cabeza con embrollado moño, del que pendían mil horquillas. Sus ojos, al igual que los de las brujas de los cuentos, relucían furiosos.
Le temblaba la barbilla, que tenía la forma de un candil.

-Este tiene el demonio en el cuerpo.
-No digas eso, Ignacia. Santos muy grandes fueron antes malos y traviesos. Ahí tienes a San Agustín, a María Magdalena y a tantos otros. El Señor nos trocará a nuestro Periquín en un ángel.
-¡Cacatúa! ¡Cacatúa! -decía Periquín a señá Ignacia, sacándole la lengua.
-Mira, chiquito, no te dé unos azotes.
-¡Cacatúa! Sí... Sí...

IV
Llovía el sol sobre la aldea. Sesteaban los perros en las eras. Dormía el río, y en el sosiego de la tarde, las casitas desparramadas tenían sabor de paz.

Don José María tomó su misal, y descolgándose las gafas, atravesó el huerto.
-¿Vienes a Vísperas, Periquín'?
Periquín abrió unos ojos tamaños. Con voz velada por la sorpresa, musitó:
-¿Yo a Vísperas? ¡Amos! ¿Yo a Vísperas, tío...?

Precisamente aquella hora constituía su felicidad: Mientras las campanas repicaban y su tío era dichoso embelesado en sus oraciones. Periquín se dedicaba a las mayores travesuras. Por eso el humo del incienso le producía mareos, y el estar de rodillas, ¡Santo Dios!, le daba calambres en las piernas para toda la semana.

Don José María añadió en tono melifluo:
-Si vienes a Vísperas y estás quietecito... pues luego..., ejem…, ejem…, echamos a la rueda.
¿Aquella de los ganchitos punzantes y  que entre ellos bailan los caramelos? ¿Aquella, tío?
-La misma, Periquín.

¡Oh felicidad! De allí brotaban perros que parecían elefantes; santos con trazas de demonios; gallos que tenían mucho de hermosos alazanes.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Tocóle en suerte una virgencita minúscula, con escarchada corona y dorados botines.
Apenas la vieron sus ojos, porque su tío, admirador de imágenes, se la arrebató de las manos.

-Trae, trae, Periquín. La pondremos allí, en el despacho, junto al retrato del abuelito.
¡Dios mío! A Periquín se le arrasaron los ojos.
-¡Concho! ¡Y para esto he venido a Vísperas?

V
Aquel día hizo muchas visitas al retrato del abuelo.
La virgencita, toda de azúcar, le decía: "¡Cómeme!".
Y Periquín pasaba su golosa lengua por la imagen.


A la noche, y babeando de placer, dijo a su tío:
-¡Qué buena es la Virgen, tío! Me gusta mucho.
A don José María le temblaron las gafas de emoción.
-¡Ignacia!... ¡Ignacia!...
Vino la vieja, presurosa.
-Alabemos al Señor, Ignacia... Di, hijo mío... Di.

-Que me gusta mucho la Virgen. Que es muy buena.
-Las Vísperas de esta tarde, Ignacia. Ya te lo dije yo. Las Vísperas han convertido al diablillo, en un ángel. Pues ahora, y en recompensa, vamos a ver a la virgen de la rueda.

Las gafas de don José María vinieron al suelo.
¡Santo Dios! Allí estaba la virgen. Pero la virgen sin corona. La virgen sin ojos. La virgen sin nariz.
-¡Ay, mi virgen! -exclama desolado el tío-, ¡Ay mi virgen!

Seña Ignacia le hartaba de improperios.
-¡Ladrón! ¡Granuja! ¡Chupaimágenes! ¡Toma! ¡Toma buenos azotes, ladronazo! Y a la cama sin cenar.

VI
Periquín quedó mudo al pronto. Pero luego entre un borbotón de lágrimas se fue diciendo:
-¿Pues para qué era la virgen, sino para comerla? ¡Eso! Y para esto me hacen ir a Vísperas y estarme sin pestañear dos horas corridas. ¡Cas en diez!... Es mía... Eso es... Es mía... Que me tocó en la rueda.

-¡Hala! ¡Hala pa la cama! -gruñó señá Ignacia.
Pero él, ciego de ira, gritó:
-Pues han de saber ustedes que otra vez que eche a la rueda, me la como allí toda entera. Pero que enterita. ¡Cas en diez!

THE SUGAR VIRGIN

Periquín was mischief made flesh. He was a gifted boxer, as attested to by the boys in the neighbourhood who had received champion blows from him. The acrobat's career seduced him. There wasn't a tree or a lamppost he hadn't climbed.

He also liked to be a scamperer. In a second he would leave a hen without her comfortable feathers, showing them off on the ear of Palomo, his favourite dog.
Periquín was ten years old and barely knew the alphabet.

II
One day he saw an unusual comings and goings in the house. They filled the old suitcase with their suits. Now, these little trousers. Then the Sunday suit.

-Son, for God's sake," begged Senora Pepa. To be careful with the clothes.
-But am I leaving? -asked Periquín.
-Yes, son, yes. Let's see if you make amends with your uncle José María. He's got a "very" strong hand.
Periquín's tears came to his eyes.

III
There stood his uncle before him, looking at him curiously behind his glasses. He gave him two slaps on the ears, saying:
-I'll fix you, you rascal!

Periquín neither saw nor heard anything. His eyes were only to contemplate that marvellous orchard. Pears from Don Guindo, bunches of redcurrants, golden apples... Periquín felt his mouth water, and commented:

-So much fruit!
Señá Pepa hugged him imploringly:
-Goodbye, son! May you behave yourself.

Periquín did not mend his ways. The acrobatic exercises continued to increase. All the trees in the orchard trembled before him. The hens hid in greater fear than if they had seen the fox in the story. As for the boys in the village, if they saw Periquín, they would run the greyhound's race.
-This has no amendment, Ignacia," said Don José María.

Mrs. Ignacia would shake her head fatefully. It was a head with a tangled chignon, from which hung a thousand hairpins. Her eyes, like those of the witches in fairy tales, glittered furiously.
His chin, which was shaped like a lamp, trembled.

-This one has the devil in his body.
-Don't say that, Ignacia. Very great saints were once evil and mischievous. There you have St. Augustine, Mary Magdalene and so many others. The Lord will change our Periquín into an angel.
Cock-a-doodle-doo, cock-a-doodle-doo! -said Periquín to Ignacia, sticking his tongue out at her.
-Look here, little boy, don't let me spank you.
-Cockatoo! Yes... Yes...

IV
The sun was raining on the village. The dogs were napping in the threshing floors. The river slept, and in the quiet of the afternoon, the scattered houses had a taste of peace.

Don José María took his missal and, taking off his glasses, crossed the orchard.
-Are you coming to Vespers, Periquín'?
Periquín opened his eyes wide. In a voice veiled by surprise, he muttered:
-Me to Vespers? Come on! Me to Vespers, uncle...?

It was precisely at that hour that he was happy: while the bells were ringing and his uncle was blissfully enraptured in his prayers. Periquín was engaged in the greatest mischief. That was why the smoke of the incense made him dizzy, and being on his knees, good God, gave him cramps in his legs for the whole week.

Don José María added in a mellifluous tone:
-If you come to Vespers and stay still... then, ahem..., ahem..., ahem..., we'll go to the wheel.
The one with the sharp little hooks and the candy dancing between them? That one, man?
-The same one, Periquín.

Oh happiness! Dogs that looked like elephants, saints that looked like demons, roosters that looked like beautiful sorrels....
. . .  . . .  . . .
His lot fell to a tiny little virgin with a frosted crown and golden booties.
Hardly had his eyes seen it, for his uncle, an admirer of images, snatched it out of his hands.

-Bring it, bring it, Periquín. We'll put it there, in the office, next to grandfather's portrait.
Oh, my God! Periquín's eyes were devastated.
-Concho! And this is what I came to Vespers for?

V
That day he paid many visits to grandfather's portrait.
The little virgin, full of sugar, said to him: "Eat me!
And Periquín would run his greedy tongue over the picture.

In the evening, drooling with pleasure, he said to his uncle:
-How good the Virgin is, uncle! I like her very much.
Don José María's glasses trembled with emotion.
-Ignatia! Ignatia!
The old woman came in haste.
-Let us praise the Lord, Ignacia! Say, my son... Say.

-That I like the Virgin very much. That she is very good.
-Vespers this evening, Ignacia. I already told you. Vespers has turned the little devil into an angel. Well, now, as a reward, we're going to see the Virgin of the wheel.

Don José María's glasses fell to the ground.
Holy God! There was the virgin. But the virgin without a crown. The virgin without eyes. The virgin without a nose.
-Oh, my virgin! -exclaimed the uncle desolately, "Oh, my virgin!

Mrs. Ignacia was tiring him out with expletives.
Thief! Rascal! Image-sucker! Take that! Take a good whipping, thief! And off to bed without supper.

VI
Periquín was struck dumb at first. But then, with a flood of tears, he went away, saying:
-"Well, what was the virgin for, if not to eat her? And for this they make me go to Vespers and stay without blinking for two hours at a stretch, and then in ten! She's mine... It's mine... It's mine... She touched me on the wheel.

-Go! Go to bed! -grunted Ignacia.
But he, blind with anger, shouted:
-"Well, you must know that another time I throw her on the wheel, I'll eat her there all in one piece! But what a whole one... ten times!



HISTORIA DE UN ARBOLITO


Chiquito. Tierno y débil. Como son los niños cuando nacen. ¡Cuidado y qué trabajitos le costó crecer!

Venía el invierno con sus heladas, y el arbolito, tiritando, decía:
-¡Ay! ¡Ay! Me voy a morir. No tengo ropa con qué cubrirme. Mi tronco es muy delgadito. ¡Ay, qué frío! ¡Me voy a morir!

Luego venía el huracán:
-¡Bru! ¡Bru! ¡Bru!
-Don Viento -gemía el arbolito-, ¡tenga usted compasión de mí! ¿No me ve que soy muy pequeñito y me va a tronchar? Visite usted aquellos pinos tan fuertes o aquellas encinas tan viejas. Déjeme, don Viento, tenga piedad. Y así, despacito y valiente, fue creciendo.

Hasta que un día sonrió contento. -Ya soy casi un árbol -susurró.
Entre sus hojas asomaba un capullito blanco.
-¡Oh! -dijo trémulo el arbolito-. Trabajadoras abejas, venid aquí y encontraréis la miel.

Lindas mariposas, volad en mis ramas. Pajaritos columpiaos en mis tallos. Buenos niños, sentaos bajo mi sombra. ¡Ay! -sonrió dichoso-. ¡Cuán lindo me hizo Dios!

Pero la felicidad dura muy poquito en este pícaro mundo. Vino otro invierno, y cuando el arbolito era ya un arbolazo, una helada lo enfermó y el huracán desgajó sus hermosas ramas.
-¡Qué desgraciado soy! -se lamentó-. Ahora sí que me voy a morir.

Luchó. Luchó con todas sus fuerzas y logró vencer a la muerte. Pero ¡ah! quedó muy averiado. Las ramas secas caían a lo largo del cuerpo. Tan solo quedaron victoriosas dos ramas solitarias.

Llegó la primavera, y Dios dijo al Sol:
-Anda y tiende tu sombrilla de oro sobre aquel arbolito enfermo.
Y el Sol, padre bueno, acarició al árbol con sus besos.
-Arbolito: yo soy el médico mejor del mundo. Yo soy el médico que Dios te envía para curarte.


El árbol sonrió, y con los besos del Sol, brotaron capullitos en sus ramas, que luego fueron blancas flores.
Estaba cuajadito de flor. Estaba dichoso su cuerpo florido, cuando...
-Amos a cazar el árbol -gritaron desde un balcón.

-Sí, sí. Le cazaremos como aquel caballito salvaje que vimos ayer en el cine. Con una cuerda. El arbolito cerró los ojos angustiado. Las cuerdas se enlazaron en sus ramas, y...
-¡Zas! ¡Zas1 ¡Cuánta flor cae! Ya cacé una rama.

-¡Y yo otra! ¡Zis! ¡Zas!
¡Pobrecito!
-Esto es peor que un huracán -suspiró-.
¿Qué mal os hice yo, niños, para tratarme así?
El suelo estaba regado con sus flores. Las ramas tronchadas. El arbolito, moribundo, lloró.

III
A los pocos días vio el arbolito una niña nueva en el balcón. Blanca, rosada, angelical.
Luego, una joven muy linda. Después, una anciana de cara bondadosa.
-Abuelita -dijo la niña-: ¡Mira qué arbolito! ¡Debe de estar enfermo, abuela! ¿Quieres que lo cuidemos?

-Sí, hija mía. Hacer bien a los árboles es un deber.
La nena le regaba si le veía mustio.
Arrancaba las hojitas malas. Le besaba con mimo.

-Arbolito. Arbolito. Ya verás qué guapo te pongo.
Y vino una primavera... Y otra... Y otra...
Ya el árbol era otra vez un árbol hombre, más hermoso que antes.
Un árbol frondoso, cuajado de florecillas. ¡Cuántos pájaros en sus ramas!
¡Qué brisa daba el arbolito!
-Arbolito. Arbolito. ¿Ves qué guapo te puse yo?
El arbolito sacudió con mimo sus ramas.

-Niña hermosa: ¡Cuándo creceré mucho, hasta besar tu balcón!
¡Qué agradecido estaba!
-Buenos días, linda señora. Buenos días, abuelita.

Crecer... Crecer... Era su ilusión.
Hasta que una mañana sus dedos verdes asomaron temblorosos por los hierros del balcón.
-¡Buenos días! ¡Buenos días! Ya llegué... Aquel día fue feliz.
 

IV
Una mañana vio que en los ojos de la abuela había lágrimas.
-¿Qué ocurre? -preguntó inquieto.
-Que la nena está muy mala. Tiene fiebre.

El árbol se estremeció de angustia. Agitó sus verdes melenas y dijo:
-Yo la salvaré. No llores, abuela. ¿Acaso no sabes que mis hojas aplacan la fiebre? ¿Que soy un árbol medicinal? ¿No sabes que la divina Providencia puso en mi savia un rico jugo para curar la fiebre a los humanos? ¿Y para quién quiero yo mis hojas y todo mi cuerpo sino para salvar a la niña?

Dulcemente dijo:
-Córtame. Mutílame. Deshazme. No tengas compasión de mí. Quiero morir para que ella viva.
Arrancaban hojas del buen arbolito. El, a cada desgarre que sentía, iba diciendo.
-Más... Más...  Coged más.
Y movía    presuroso sus ramas para que la ofrenda cayera más presto.
Quedó mustio, seco, triste... Pero la nena se salvó.

V
-Buenos días, arbolito. ¿Tienes sed? Te traigo una regadera de agua fresquita, fresquita.
El árbol cerró los ojos dichoso. Ya estaba allí su reina. Su jardinera.
-Sí, niña hermosa. Dame agua y un beso. Vino la primavera y floreció venturoso y feliz.
Y el arbolito tuvo hijos, nietos y biznietos.
Y la niña buena fue una madre feliz a la sombra del arbolito.


STORY OF A LITTLE TREE

Small. Tender and weak. How children are when they are born, and what hard work it took to grow up!

Winter came with its frosts, and the little tree, shivering, said, "Ouch!
-Oh, I'm going to die. I have no clothes to cover myself with. My trunk is so thin, and I'm going to die, I'm going to die!

Then came the hurricane:
-Bru! Boo! Boo! Boo!
-Don Viento," the little tree moaned, "have pity on me! Can't you see I'm too small and you're going to cut me down? Visit those strong pines or those old oaks. Let me alone, Don Viento, have pity on me. And so, slowly and bravely, he grew up.

Until one day he smiled happily. -I am almost a tree now," he whispered.
A little white bud was peeping out from between its leaves.
-Oh," said the little tree, trembling. You hard-working bees, come here and you will find honey.

Pretty butterflies, fly on my branches. Little birds, swing on my stems. Good children, sit under my shade. Oh! -He smiled happily, "How beautiful God made me!

But happiness lasts but a short time in this naughty world. Another winter came, and when the little tree was already a big sapling, a frost made it sick, and the hurricane tore off its beautiful branches.
-What a wretch I am! -Now I'm really going to die.

He fought. He fought with all his might and succeeded in defeating death. But ah, he was badly damaged. Dry branches were falling along his body. Only two lonely branches were left victorious.

Spring came, and God said to the Sun:
-Go and spread your golden umbrella over that sick little tree.
And the Sun, good father, caressed the tree with his kisses.
-Little tree, I am the best doctor in the world. I am the doctor that God sent you to cure you.

The tree smiled, and with the Sun's kisses, little buds sprouted on its branches, which later became white flowers.
It was full of blossom. Its flowery body was blissful, when....
-Let's go and hunt the tree," they shouted from a balcony.

-Yes, yes. We'll hunt it like that wild horse we saw yesterday at the cinema. With a rope. The tree closed its eyes in anguish. The ropes looped around its branches, and...
-Ha! -Ha! 1 How many blossoms are falling! I've already caught a branch.

-And I've caught another! Zis! Zas!
Poor thing!
-This is worse than a hurricane," he sighed.
What wrong have I done to you children to treat me like this?
The ground was strewn with his flowers. The branches were broken. The little tree, dying, wept.

III
A few days later the little tree saw a new girl on the balcony. White, pink, angelic.
Then a pretty young woman. Then an old woman with a kind face.
-Grandma," said the little girl, "Look at that tree! It must be sick, grandma! Do you want us to look after it?

-Yes, my child. It is our duty to do good to the trees.
The little girl watered it if she saw it wilted.
She plucked off the bad leaves. She kissed him with affection.

-Small tree. Little tree. You'll see how handsome I'll make you.
And there came a spring... And another... And another...
And the tree was a man tree again, even more beautiful than before.
A leafy tree, full of little flowers. How many birds on its branches!
What a breeze the little tree gave!
-Little tree. Little tree. See how handsome I made you?
The little tree shook its branches with care.

-When I'll grow big enough to kiss your balcony!
How grateful I was!
-Good morning, pretty lady. Good morning, granny.

Grow... To grow up... That was his dream.
Until one morning her green fingers peeked trembling through the ironwork of the balcony.
-Good morning! Good morning! I'm home! That day was a happy day.

IV
One morning she saw tears in her grandmother's eyes.
-What's the matter? -he asked uneasily.
-The baby is very ill. She has a fever.

The tree trembled with anguish. It shook its green hair and said:
-I will save her. Don't cry, grandmother, don't you know that my leaves are good for fever, that I am a medicinal tree, don't you know that divine Providence has put in my sap a rich juice to cure fever in humans? And what do I want my leaves and my whole body for if not to save the child?

Gently he said:
-Cut me. Mutate me. Undo me. Have no pity on me. I want to die so that she may live.
They tore leaves from the good little tree. With each tearing he felt, he said.
-More... More...  Take more.
And he moved his branches hastily so that the offering would fall more quickly.
He was left withered, dry, sad... But the baby was saved.

V
-Good morning, little tree. Are you thirsty? I bring you a watering can of cool, cool water.
The tree happily closed its eyes. Its queen was already there. Its gardener.
-Yes, beautiful girl. Give me water and a kiss. Spring came and it blossomed happily and happily.
And the little tree had children, grandchildren and great-grandchildren.
And the good girl was a happy mother in the shade of the little tree.


DOÑA PEREJIL


Los ojos grandes, rasgados, interesantes. Pálida y triste la boca. El pelo, ensortijado, caía a lo largo de sus menudas espaldas como un manto de ébano.
Débil la voz. Tímido el carácter. Menuda la figura. Así era la nena doña Perejil.

En la escuela la apellidaban así... Porque un día dijo, brincándole los ojuelos:
-En mi casa tiene mi madre un cajón grandote, así de grande, todo lleno de perejil. Hay mucho perejil.

-Vaya con doña Perejil -voceó una niña traviesa.
Y desde entonces la llamaron así.

-Buenos días, doña Perejil.
-¿Cómo le va, doña Perejil?
-¿Sigue bien el perejil, doña Perejil?

Y la nena, toda humildad y timidez, recibía las burlas de sus compañeras con los ojitos nublados, pero sonriente la boca.

Era la más pobre de la escuela. ¡La hija de una trapera! Sus vestidos andaban siempre rotos. Sus abrigos, holgados. Los zapatones con grandes tachuelas.

-¿Os habéis fijado en el abrigo que trae hoy doña Perejil? Hijas, tiene más agujeros que un colador.
-Pues la bufanda está desteñida por el uso.
-Huele a miseria.
-Y a trapos viejos.

La pobre nena, arrinconada, con una dulcedumbre infinita en sus pardos ojos, soportaba, humilde, su pobreza. Solita, siempre solita.

II
Había una niña fea, desgarbada y flacucha. Se llamaba Juana. Esta era el mayor verdugo de la hija de la trapera. La atenazaba con sus pellizcos y, persuadida de su debilidad y timidez, la zahería constantemente.

Un día le dijo, brillantes los ojos de burla:
-Tu madre es una trapera.
La niña menudita echóse a llorar temblorosa.
¡Cómo deseaba que las clases terminasen!

Atravesó jadeante las calles. Comenzó a subir la empinada cuesta que a su casita conducía. ¡Qué lejos estaba! Primero aquella fila de pinares. Luego, la arboleda. Después, el monte.

En el umbral de la puerta quedó parada y triste.
-¿Qué tienes, hija? -preguntó la madre.
-Madre: ¿Es malo ser hija de una trapera? La señá Tomasa quedó muda de la sorpresa.

-¿Quién te ha dicho eso?
-Es que, madre, una niña...
-¿Una niña? -rugió la Tomasa-. Dime cuál es. Dímelo, hija, pa decirla cuatro cosas. ¡Pues no faltaba más! Ser una trapera no es una deshonra. Que una ha nacido pobre y na más. No te avergüences de ser pobre, hija mía, que Dios quiere mucho a los pobres.

Y el Niño Jesús bien pobrecito fue y lo mismo la Virgen María. Yo soy una trapera, pero tan honrada como la que más rica. Ven aquí, corazón mío. Que una trapera también sabe querer. Y tu madre no envidia a otra madre para saber querer a sus hijos. Cordera mía. Lucecita de mis ojos. No llores, corazón. Dime qué niña ha sido. Marujita, dímelo.
La niña no contestó.

III
-¡Qué contenta entró aquel día doña Perejil! La relumbraban los ojos. La boquita estaba golosa y las piernas cascabeleras.
Un bulto dormía en sus brazos. Muy arropado. Cuidadosamente mecido. En el recreo lo descubrió con respeto.


-¡Una muñeca! ¡Sí, es una muñeca! -dijo la niña.
-De trapo -dijo otra con desprecio.
-Y está rota.
-¿Y qué? -dijo valiente la niña-. Que lo esté. Yo la quiero.
-¿A que la encontró en la basura doña Perejil? La nena calló.
-¡Puf! Una muñeca de la basura tiene doña Perejil.

La niña sonrió triunfal. Aquel día no estaba sola. Tenía junto a su pecho aquel rebujo de trapo que la daba calor. ¡Con qué cariño la miraba! ¡Con cuánto embeleso iba acariciando su áspero cuerpecillo!
Sonreía feliz. Pero, de pronto, corriendo a grandes zancadas, apareció la Juana. Desgreñada; feroces los ojos.

-Dame esa muñeca, doña Perejil.
-No -dijo la pequeña, apretándola convulsa.
-Dámela, pero en seguidita.
-Es mía.
-¿Cómo tuya? Lo de la basura es de todos.
-Me la dio mi madre.
-Dámela -amenazó Juana.
Pero la niña, tan menuda, sacaba fuerzas insospechadas defendiendo su tesoro.
-Que me la des.
-No -gritó valerosa.

Entonces Juana dio un salto felino. Ya tenía conquistada la muñeca, cuando la pequeña, con un gesto bélico, impropio de sus fuerzas, se 1a arrebató de las manos dándola una sonora bofetada.
Quedó la muchacha trémula, Acarminada la parte dolorida. Con voz temblorosa tartamudeó:
-¡Me las has de pagar, comino! ¡Mosquita muerta!
IV
Pasaron muchos días. Doña Perejil convirtióse en la madrecita de la muñeca. Con ella comía. Dormía en su camita, y juntas caminaban por aquellos senderos solitarios.
Juana dejó de ir a la escuela. Se susurraba que estaba malita.

Un día la maestra dijo triste:
-Hijitas mías, recemos por vuestra compañera. Si es la voluntad de Dios, que devuelva la salud a su cuerpo, porque está grave.
Un remordimiento hondo, tenaz, dormía en el corazoncillo de la hija dela trapera.
 
Una angustia indefinida. Una gran ternura hacia aquel diablillo enfermo que fue siempre su verdugo.
-Si será por el cachete que la di -pensaba medrosa.

Y la nena, en vista de que Juana seguía mal, andaba triste, desganada y ojerosa. En su corazoncito labrado con miel, aquella huella de acíbar la lastimaba de un modo terrible.
Hasta que una tarde...

V
Los guindos estaban en flor. La brisa convidaba a soñar bondades. Y de las huertas llegaba un acariciador perfume.
Sin ser vista, cuesta abajo, vacilantes las piernecillas, agitada el alma, corría, corría la nena.

Las sienes hacían tris, tras. Y el corazón, talán, talán.
¡Qué lejos estaba el pueblo! Ya se divisaba la escuela con su veleta y sus rojos ladrillos.
-Allí... Allí fue -sollozó-. La verdad que fue una niña muy mala. ¡Pegar a "la Juana"!

Cuando tiró de la campanilla, ella misma se asombró.
¿A qué iba allí? ¡Qué vergüenza!
Tímidamente habló:
-¿Está "la Juana"?
-¡Pues no tiene de estar! -contestó la madre-. Si está la pobre muy malita... Entra... Entra.

En la puerta de la alcoba quedó inmóvil. Miró la enferma sin fiereza en los ojos. Abatida por la enfermedad. Empalidecidas las mejillas.
La niña dio unos pasos vacilantes.

-Hola, Marujita -habló la enferma.
¡Marujita! Aquel nombre la sonaba a música.
Era la primera vez que lo oía en boca de su compañera.

-Acércate, Marujita, acércate. Dame un beso. No me tengas miedo, tonta, que ya soy buena y te voy a querer mucho.

Sintió Marujita que un aguacero llenaba sus ojos. Puso su cálida boca en la cara de la niña y a prisa, emocionada, tremante (tembloroso), dejó en la cama algo.
-Es para ti -sollozó-. La muñeca. ¿Sabes? Para ti. Te la regalo.
VI
¡Ya no la besaría nunca! Ni la diría aquellas tiernas cancioncillas. Ni dormiría a su lado... Pero... Pero... ¡La tenía "la Juana"! Ya estaba pagada la ofensa que la hizo. Ya se había marchado aquel gusanillo de su alma. ¡Sí!... ¡Sí!... Estaba contenta. ¡Muy contenta! ¡Qué bonito el cielo!
¡Cómo la sonreían las flores! ¡Cómo cantaba su corazón! : ¡Marujita! ¡Marujita! Eres una niña buena.

VII
Cuando entró en la choza, su madre encendía el candil.
-Pero, hija, Marujita, ¿dónde has andado? No te me escapes por ahí, que no me gusta. Y los caminos están solos.
Ella se la quedó mirando fija, fijamente. Después, reprimiéndose las lágrimas, dijo:
-Madre, es... que... madre... la muñeca... pues... pues...
Y se colgó a su cuello para calmar su pena, con los ojitos llenos de lágrimas.

DONA PEREJIL

Large, slanting, interesting eyes. Her mouth was pale and sad. Her hair, curled, fell down her small shoulders like an ebony mantle.
Weak voice. Shy character. Small figure. That's what the girl Doña Perejil was like.

That was her surname at school... Because one day she said, her eyelids jumping:
-In my house my mother has a big drawer, this big, all full of parsley. There is a lot of parsley.

-Go with Doña Perejil," said a naughty little girl.
And from then on they called her that.

-Good morning, Doña Perejil.
-How are you doing, Mrs. Parsley?
-Is the parsley still doing well, Mrs. Parsley?

And the little girl, all humility and shyness, received the teasing of her classmates with cloudy eyes, but with a smile on her face.

She was the poorest in the school, the daughter of a trapera! Her dresses were always torn. Her coats were baggy. Her shoes had big studs on them.

-Have you noticed the coat Doña Perejil is wearing today? Daughters, it's got more holes than a sieve.
-Well, the scarf is faded from use.
-It smells of misery.
-And old rags.

The poor little girl, cornered, with an infinite sweetness in her brown eyes, bore her poverty humbly. Alone, always alone.

II
There was an ugly, ungainly, skinny little girl. Her name was Joan. She was the greatest tormentor of the rapiper's daughter. She pinched her with her pinches, and, persuaded of her weakness and shyness, she was constantly hurting her.

One day he said to her, his eyes sparkling with mockery:
-Your mother is a trapshooter.
The little girl burst into trembling tears.
How she longed for school to be over!

She walked panting through the streets. She began to climb the steep hill that led to her little house. How far it was! First that row of pine trees. Then the grove of trees. Then the mountain.

On the threshold of the door she stood sadly.
-What is it, child? -asked her mother.
-Mother, is it bad to be the daughter of a trapera? Tomasa was speechless with surprise.

-Who told you that?
-It's just that, mother, a girl....
-A girl? -Tomasa roared. Tell me which one it is. Tell me, child, to tell her four things. Well, that's all there is to it! To be a trapera is no disgrace. You were born poor and that's all. Don't be ashamed of being poor, my daughter, God loves the poor very much.

And the Child Jesus was very poor and so was the Virgin Mary. I'm a rag, but I'm as honourable as the richest. Come here, my heart. That a trapera also knows how to love. And your mother does not envy another mother to know how to love her children. My lamb. Little light of my eyes. Don't cry, my heart. Tell me which child it was. Marujita, tell me.
The girl didn't answer.

III
-How happy Doña Perejil came in that day! Her eyes were shining. Her mouth was greedy and her legs were rattling.
A lump was sleeping in her arms. Tucked up snugly. Carefully rocked. At recess she discovered it with respect.


-A doll! Yes, it's a doll! -said the girl.
-A rag doll," said another, contemptuously.
-And it's broken.
-So what? -said the girl bravely. Let her be. I love her.
-Didn't Doña Perejil find it in the rubbish? The girl kept quiet.
-Poof! A doll from the rubbish, Doña Perejil has a doll.

The girl smiled triumphantly. That day she was not alone. She had that little rag doll next to her breast, that gave her warmth, with what affection she looked at her, with how much affection she caressed her rough little body!
He smiled happily. But suddenly, running with great strides, Joan appeared. She was dishevelled; her eyes were fierce.

-Give me that doll, Dona Perejil.
-No," said the little girl, clutching it convulsively.
-Give it to me, but one at a time.
-It's mine.
-What do you mean, yours? The rubbish belongs to all of us.
-My mother gave it to me.
-Give it to me," Joan threatened.
But the little girl, so small, drew unexpected strength to defend her treasure.
-Give it to me.
-No," she shouted bravely.

Then Joan jumped up and down like a cat. She had already conquered the doll, when the little girl, with a warlike gesture, unworthy of her strength, snatched it out of her hands with a resounding slap.
The girl was left trembling, her sore spot stiffened. In a trembling voice she stammered:
-You're going to pay for this, you little dead mosquito!

IV
Many days passed. Dona Perejil became the doll's mother. She ate with her. She slept in her little bed, and together they walked along those lonely paths.
Juana stopped going to school. She whispered to herself that she was ill.

One day the teacher said sadly:
-My little girls, let us pray for your companion. If it is God's will, may he restore her body to health, for she is in a serious condition.
A deep, tenacious remorse slept in the little heart of the rapiper's daughter.

An indefinable anguish. A great tenderness for that sick little devil who had always been her tormentor.
-If it's because of the slap I gave her," she thought, meditatively.

And the girl, seeing that Juana was still unwell, walked around sad, listless and haggard. In her little heart carved with honey, that trace of acíbar hurt her in a terrible way.
Until one afternoon...

V
The cherry trees were in blossom. The breeze was inviting her to dream of good things. And from the orchards came a caressing perfume.
Unseen, downhill, her little legs wavering, her soul agitated, the baby ran, ran, ran.

Her temples were throbbing, throbbing. And the heart, thalan, thalan.
How far away was the village! You could already see the school with its weather vane and its red bricks.
-There... That's where she went," she sobbed. She was a very naughty girl, really. Hitting "la Juana"!

When she pulled the bell, she herself was astonished.
What was she going there for? Shame on her!
Timidly she spoke:
-Is "la Juana" there?
-Well, she mustn't be! -said her mother. The poor thing is very poorly.... Come in... Come in.

She stood motionless at the door of the alcove. She looked at the sick woman with no fierceness in her eyes. She was overcome by illness. Her cheeks pale.
The girl took a few hesitant steps.

-Hello, Marujita," said the sick woman.
Marujita! The name sounded like music to her.
It was the first time she had heard it from the mouth of her companion.

-Come closer, Marujita, come closer. Give me a kiss. Don't be afraid of me, silly, I'm already good and I'm going to love you very much.

Marujita felt a downpour fill her eyes. She put her warm mouth on the girl's face and hurriedly, excitedly, tremulously, she left something on the bed.
-It's for you," she sobbed. The doll. You know, for you. I give it to you.

VI
I would never kiss her again! Nor tell her those sweet little songs! Nor would I sleep beside her... But... But... I had her "la Juana"! The offence he had done to her had been paid for. That little worm had gone from her soul. Yes!... Yes!... She was happy. Very happy! How beautiful the sky was!
How the flowers smiled at her! How her heart sang! Marujita! Marujita! You're a good girl.

VII
When she entered the hut, her mother was lighting the candle.
-But, child, Marujita, where have you been? Don't run away from me, I don't like it. And the roads are lonely.
She stared at her fixedly, fixedly. Then, holding back her tears, she said:
-Mother, it's... that... Mother... the doll... well... well... well...
And she hung around his neck to soothe her sorrow, her eyes full of tears.



LA REINECITA


Allí había historia. Las colegialas cuchicheaban con misterio...
Cecilia era alta y fornida. Los ojos muy negros y con chispas relampagueantes. El pelo crespo y acastañado. Sonrosada la piel, gracioso el andar, y las carnes macizas.

Cecilia no debía tener ni alma ni corazón, sus ojos miraban siempre con dureza, y jamás en su boca vióse una sonrisa.

En cuanto a ella, era un capullo de rosa. La chiquitina del colegio. Rubia como un doblón. El pelo en sortijillas, los ojos de color violeta. La vocecita muy dulce y el andar muy quedo. La zarza y su flor. Así eran madre e hija.

A veces, Cecilia atravesaba el patio con paso ligero, cargada con el cesto de la ropa, y la pequeña, agrandados los ojitos, corría a ella, asiase a sus pomposas faldas y decía mimosa:
-¡Madre! ¿Cuándo vas a comprarme el vestido?

Pero Cecilia no la miraba. Apartábala de sí bruscamente, y con los ojos más huraños que nunca, refunfuñaba:
-Quita de ahí. Déjame en paz.
Y lavaba de prisa, con rabioso afán.

La ropa, ennegrecida, convertíase en espuma mantecosa, y luego, a la caricia del sol, tomaba albura de nieve...

II
La campanilla sonó a gloria. Aquel badajito, tan menudo y cascabelero, repiqueteaba en el corazón de las colegialas con alborozo bullanguero.


¡Al recreo! ¡Al recreo! -voceaba la campana algarera.
Y ellas salían, relumbrándolas los ojos, sintiendo saltarinas las piernas, cabrioleando la sangre que cantaba la juventud.

Entraban en el patio ebrias de placer. Era primavera, y el Sol, todavía poco audaz, las besaba con timidez de adolescente.
Entre el césped de los jardinillos aparecían cabecitas moradas, azules y amarillas. Violetas, pensamientos y miosotis, nacidos entre gritos y risas le aquellas otras flores de carne.
Jugaban al corro. ¡Rueda maravillosa, toda luz, toda esperanza, toda ilusión!

La hija de la lavandera miraba soñadora.
Su cuerpecito se encontraba cohibido en aquel delantalón de grandes volantes, y en sus pies, como botones de rosa bailaban en los zapatos grandes y claveteados.

¡El corro! ¡Círculo de ensueño! ¡Quién pudiera acercarse a él!
Los ojos de Rosita, emborrachados en tristeza, se tornaban más humildes.

Allí estaba el pavo real, alzada su testa roja, en círculo la gama deliciosa de su plumaje, cabrilleando los óvalos dorados como otros tantos topacios...

La pequeña lo miraba, engolosinados ahora los ojos, riente la boca, trémulas sus manitas.

¡Si ella pudiera vestir así! Entonces sería la reina, la reinecita de aquel corro que tanto envidiaba.
Cruzó Cecilia el patio. Venía sofocada por el trabajo.

Rosita corrió a ella. Tercamente, algo húmedos los ojos, suplicó:
-¡Madre! ¿Cuándo me lo compras?
-Déjame en paz -respondió Cecilia con acritud.

Observaban las colegialas. Historia... Misterio...
No tenía corazón.

III
Pero un día... Cecilia entró en el patio, transfigurado el semblante, bailarines los ojos, trémulos los labios y más encendida que de costumbre.
Cuando la pequeña corrió hacia ella, una nube triunfal alumbró su mirada.
Tomó la rubia cabecita en su mano temblorosa y suavemente la llevó al lavadero.

-A ver. Una mano, ángel mío. Otra. Así. Así.
Temblaba Rosita de emoción. Ante ella se desplegaba el vestidillo color rosa, dulce y suave como una flor. Vaporoso como un sueño de hadas. Y la voz de la lavandera parecía un trino de miel.

-¡Corazón mío! ¡Tesoro de tu madre! ¡Lucero! ¡Qué guapa está mi niña! Más que un sol.

¿Creías tú que no iba a llegar el vestido? ¡Pero cuánto me ha costado, cuánto, corazón! Los zapatitos, vamos a ver, ni pintados. Ven que te mire.

¡Otra! ¡Otra es hoy mi niña! ¡Ay, si tu madre pudiese, tesoro mío! No habría otra como tú. ¿Para quién trabaja tu madre, si no es para ti, mi vida? Los ojos violeta de Rosita miraban con asombro.

La voz de su madre era distinta de otras veces. Plena de amor, rebosando de amor. ¡Qué dichosa era! Tan dichosa, que apenas se fijaba en el vestido tenue como las alas de una mariposa. El corazoncillo caminaba ligero, muy ligero, -tic-tac, tic­tac-, y a los ojitos asomó algo como una lágrima.
 
IV
El corro estaba en su apogeo. Despacio, llegó Rosita, mirando triunfadora al cielo, al pavo real y a las flores.
Suspendieron las niñas sus cánticos. La sorpresa tornólas mudas.
De pronto, la rueda se deshizo, tornándose a cerrar. Y allí en medio, quedó la chiquitina, prisionera en su cárcel gloriosa.
Aquel día fue la reina... La reinecita del corro.
Algo extraño se escuchó.
Miráronse unas a otras llenas de sorpresa.
¿Qué era? ¿Qué era?
Pues que Cecilia, apoyada en la puerta, lloraba..., lloraba de alegría.

Niños que me leéis. Que vuestras bocas tengan siempre besos y sonrisas para los pobres. Pensad que la pobreza no es una mancha y que si ella va unida a la honradez y al trabajo, será la mejor corona que puede adornar nuestra frente.

THE LITTLE QUEEN

There was history there. The schoolgirls whispered in mystery...
Cecilia was tall and stout. Her eyes were very black and sparkling with lightning. Her hair was frizzy and brownish. Her skin was rosy, her gait graceful, and her flesh was solid.

Cecilia must have had neither heart nor soul, her eyes always looked hard, and never a smile on her mouth.

As for her, she was a rosebud. The little girl at school. Blonde as a doubloon. Her hair in little rings, her eyes the colour of violet. The sweet little voice and the quiet walk. The bramble and its flower. That's what mother and daughter were like.

Sometimes Cecilia would cross the courtyard with a light step, carrying a basket of clothes, and the little girl, her eyes widened, would run to her, clutching her pompous skirts, and say cuddly, "Mother!
-Mother, when are you going to buy me my dress?

But Cecilia would not look at her. She pushed her away abruptly, and with her eyes more sullen than ever, she grumbled:
-Get away from there. Leave me alone.
And she washed in a hurry, with furious eagerness.

The blackened clothes turned to buttery foam, and then, in the caress of the sun, they became like snow....

II
The bell rang out in glory. That little clapper, so small and rattling, rang in the hearts of the schoolgirls with boisterous glee.

To recess! To recess! -the bell of the Algarve was ringing.
And they would go out, their eyes sparkling, their legs jumping, their blood singing the song of youth.

They entered the courtyard drunk with pleasure. It was spring, and the sun, still not very bold, kissed them with adolescent shyness.
Little purple, blue and yellow heads appeared among the lawns of the little gardens. Violets, pansies and myosotis, born amidst the cries and laughter of those other flowers of flesh, played at running.
They were playing a game of chorus, a marvellous wheel, all light, all hope, all illusion!

The washerwoman's daughter looked dreamy.
Her little body was self-conscious in that apron of big ruffles, and on her feet, like rosebuds, they danced in the big, nailed shoes.

The circle of dreams, the circle of dreams, who could come near it!
Rosita's eyes, drunk with sadness, grew humbler.

There stood the peacock, its red head raised, the delicious range of its plumage circling, its golden ovals curling like so many topazes....

The little girl was looking at him, her eyes were now full, her mouth curled, her little hands trembling.

If only she could dress like that! Then she would be the queen, the little queen of that circle that she envied so much.
Cecilia crossed the courtyard. She was suffocating from her work.

Rosita ran to her. Thirdly, her eyes a little wet, she begged:
-Mother! When will you buy it for me?
-Leave me alone," Cecilia replied bitterly.

The schoolgirls watched. History... Mystery...
She had no heart.

III
But one day... Cecilia came into the courtyard, her countenance transfigured, her eyes dancing, her lips trembling, and more fiery than usual.
When the little girl ran towards her, a triumphant cloud lit up her gaze.
She took the little blonde head in her trembling hand and gently led it to the wash-stand.

-Let's see. One hand, my angel. Another. Like this. That's it.
Rosita trembled with emotion. Before her unfolded the pink dress, sweet and soft as a flower. As airy as a fairy's dream. And the washerwoman's voice sounded like a honeyed trill.

-My heart, my heart, your mother's treasure, my child, how beautiful she is! More than a sunshine.

Did you think the dress wouldn't come? But how much it cost me, how much, my heart! The little shoes, let's see, not even painted. Come, let me look at you.

Another one! Another one today, my child! Oh, if your mother could, my darling! There would be no other like you. Who does your mother work for, if not for you, my darling? Rosita's violet eyes stared in amazement.

Her mother's voice was different from other times. Full of love, overflowing with love. How happy she was! So happy, that she hardly noticed the dress as faint as a butterfly's wings. Her little heart walked lightly, very lightly, - tick-tock, tick-tock - and something like a tear appeared in her little eyes.

IV
The chorus was in full swing. Slowly, Rosita arrived, looking triumphantly at the sky, the peacock and the flowers.
The girls stopped their chanting. Surprise rendered them mute.
Suddenly, the wheel came apart and closed again. And there in the middle, the little girl remained, imprisoned in her glorious prison.

That day she was the queen... The little queen of the corro.
Something strange was heard.
They looked at each other in surprise.
What was it? What was it?
It was that Cecilia, leaning against the door, was crying..., crying with joy.

Children who read me. May your mouths always have kisses and smiles for the poor. Think that poverty is not a stain and that if it goes hand in hand with honesty and work, it will be the best crown that can adorn our foreheads.

***

Libro Amanecer 1/3 por Josefina Bolinaga


Títulos de los cuentos

La pastorcita rubia
El pájaro parlero
El ratoncito de oro
Sultán
Cuquito

La cueva maldita
La Virgen de azúcar
Historia de un arbolito
Doña perejil
La reinecita

La mariposa azul
El lobo-cordero
Quica, la pastora
Cuento de Navidad
Sol de ocaso
----
Es la vida una senda escabrosa
rodeada de pena y dolor.
Recorredla con fe valerosa;
cada espina contiene una flor.
----

Prólogo

Niños adorados. Pensando en vosotros escribí estas páginas. En vosotros que sois lo más adorable que tiene la existencia: tan adorable que un día dijo el Divino Maestro: “Dejad que los niños vengan a Mí, porque de ellos es el reino de los cielos”.

¡Un niño! Muñequito de carne que con sus risas y lágrimas derriba al hombre más coloso.

¡Un niño! Capullo que se entreabre a la vida.

Rocío de esa vida son mis cuentos. Que ellos sirvan para instruiros y deleitaros y enseñaros que la senda del trabajo y de la moral cristiana es la senda de la verdadera felicidad. Esa será mi recompensa.

Y que en vuestras inocentes bocas aletee una sonrisa hacia mí…

Hacia mí, que tanto os quiero, que os doy lo mejor de mi corazón.

JOSEFINA BOLINAGA

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***

LA PASTORCITA RUBIA


¡Qué guapa, qué linda era la pastora! El pelo rizoso, del color de la miel. La boquita como un ensueño que pedía caricias. Frágil el cuerpo cual una flor...

La pastorcita tenía un prodigio de corderos. Blancos con rizadas lanas. Dorados como el fuego. Con unos ojos inocentes y unas orejitas juguetonas.

-¡Hup! ¡Corderitos, a mí!... ¡Coralín!... ¡Diamante!... ¡Lucero!... ¡Hala! ¡Hala! Que ya despierta el sol... ¡Al monte! Cerquita del cielo. ¡Lejos de la aldea! ¡Corderitos, a mí! ...
Y los corderos, obedientes, trepaban por los ribazos con la pastorcita rubia.

¡Qué hierba más fresca! Todavía tenía rocío; las lágrimas que lloró la noche sobre ella... ¡Tris! ¡Tras!... hacían los dientecillos de los corderos. ¡Qué rica está! ¡Tris! ... ¡Tras! ...

La pastorcita, ya en el monte, lo primero que hizo fue la señal de la Cruz...
-Así, como madre me enseña, para que Dios guarde a mis corderitos del mal lobo que quiera devorarlos.

II
La pastorcita cogía flores... Caperucitas rojas... Caperucitas blancas... Juncos, a la vera del sendero... Florecitas rosadas de los espinos.

-Así. Una corona para mi cabecita, como si fuese una princesa... Princesita de aquel cuento que la abuela me contaba. Princesita rubia.

La corona se le cayó de las manos. La cara tornóse pálida, y en los lindos ojos fulguró una lucecita de terror.
.  .  .  .  .  .  .  .  .


¡El lobo! ¡Venía el lobo! ... ¡Un lobazo enorme que traía medroso al pueblo!
No pudo gritar. Quiso levantarse y las piernas se la doblaron.
Allí... Ante ella estaba el lobo. Movía nervioso su cola. Sus ojos, fijos en la pastora, arrojaban fuego, y las patazas escarbaban la hierba con furiosa delectación.

-Buenos días, pastorcita.
-Buenos días, señor lobo -tartamudeó.
-Ejem... Ejem... -dijo el lobo guiñando un ojo-. Qué airecillos más buenos se respiran por aquí, ¿eh?
-Muy buenos, señor lobo.

El lobo tomó un aire confidencial.
-Y tus corderos, ¿cómo van de salud?
La pastorcilla tembló.
-Pues también muy buenos.

Y al decirlo miró angustiada a los corderitos que, ajenos al peligro, rumiaban por entre peñas.
-El caso es -dijo el lobo rascándose la cabeza con una pata-, el caso es, pastorcita rubia, que yo tengo mucha hambre. La pastorcita calló.

-¿Has oído pequeñuela? Que tengo hambre.
-He oído, don lobo, ¡cuánto lo siento!
-Oye, pastora. Uno de tus corderitos me vendría de perilla. ¿No te parece?
-¿Uno de mis corderos?, -repitió ella, quebrada la voz.
Sí... Uno de tus corderos... Pero pronto... En seguida.

-¡Piedad, señor lobo!
-Ejem... Ejem... -dijo el lobo, echando chispas por sus ojos-.
No me hagas perder la paciencia. Tengo hambre.

III
La pastorcita tuvo una idea luminosa. Cogió su zurrón y se lo presentó al lobo llena de ternura.
-¡Ah, don lobo! No me acordaba. Aquí está la comida que madre me puso. Mira qué trozo de queso más rico. Mira qué pan más sabroso. Lo amasamos en casa. Mira qué nueces más frescas. Son de mi nogal. Y un frasquito con vino. Todo para ti. Todo, querido lobo..., pero deja a mis corderitos.

El lobo movió furiosamente la cola.
-No quiero nada de eso. No quiero melindres de pastores. Quiero un cordero. Pronto. Tráeme uno. Elige el que quieras. Ya ves si soy condescendiente.

IV
No había remedio. Había que elegir uno. Arrastrando las piernas y con la voz apagada por los sollozos, llamó:
-¡Coralín!...
Vino el cordero, saltarín y bullicioso, y el lobo fue a abalanzarse sobre él.
-Espera... Espera -gimió la pastora-. Este no me lo comas. ¿No ves qué chiquito es? Da lástima.
-¡Pronto! -gruñó el lobo-. ¡Pronto! Que venga otro.

-¡Lucero!
El lobo se relamió de gusto.
-Este sí que está gordo y tiernecito -dijo.
-Espera, don lobo. A éste se le murió la madre al nacer Le he criado yo. No me lo comas.
-Me estás tomando el pelo -amenazó el lobo-. Pues del lobo ni un pelo. No lo olvides.

¡Pronto, otro!
-No se incomode, señor lobo. ¡Diamante!...
¡Ah! Este sí que no puede ser. Le tengo apalabrao para mi hermanico el día de su santo.

-Oye, pastora rubia -dijo trémulo el lobo-, se me acaba la paciencia. ¿Lo oyes?
-Señor lobo de mi alma.
-Menos tratamiento y más pitanza -rugió.
-¡Lobito guapo! Si no puedo darte ninguno, porque los quiero a todos tanto... tanto...

-¡Pastora!
-¡Ten piedad, lobito!
-¡Sí, eh!... -vociferó el lobo echando centellas-. Pues cogeré yo el que me venga en gana. Pues no faltaba más... Para eso soy lobo. Esto me pasa a mí por ser bueno.
Y de dos zancadas llegó donde estaba el rebañito, que huyó loco de terror.

-Espera... Espera -gritó casi desmayada la pastora.
Estaba allí tan chiquito. Arrebujado al pie de una encina. Con las lanas temblorosas. Los ojitos asustados...
Tenía vendada una patita, porque se hirió al saltar una peña.

-Si no hay más remedio -sollozó la pastora-. Si no lo hay... Pues... entonces cómete éste... Quizá el pobrecito vaya a morir. Nació hace poco y... ¡Corderito! ¡Mi corderito! ¡Adiós!... ¡Adiós!... El corderito balaba tiritando y tenía muy abiertos los ojos, mirando a la pastora con indecible angustia.

El lobo, voraz, hambriento, relumbrándole los ojos de ventura, fue a echarse sobre él. Pero...

La pastorcita tuvo una lástima inmensa de aquel corderito enfermo e indefenso. Oyó su balido clamando piedad. Arrodillóse ante el lobo. Rodeó con sus bracitos el cuello fornido del animal y, sin percatarse del peligro, besaba sus orejas y su hocico, mientras le decía:

-¡Lobo de mi alma! ¡Lobito bueno! ¡Ten piedad de mi cordero!... Cómeme a mí, que también soy tiernecita... ¡Anda, lobito, cómeme a mí! Pero sé buenecito y no toques a mis corderos.

V
El lobo se echó atrás asombrado... Se le asomó un lagrimón a los ojos. Movió suavemente la cola. Puso sus dos patazas en los hombros de la pastora.

-Pastorcita -musitó-. Tus besos han sido los primeros que recibí en mi vida. ¡Qué dulces son los besos de una niña!... Ya no tengo hambre, pastora... Cuida de tus corderos... y adiós.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Monte abajo marchaba el lobo, dulces los ojos, trémula la boca... torpes las patazas.
Y la pastorcita, abrazada al cordero herido, creía soñar. Derramando alegría gritó:
-Bien decía mi madre que Dios guardaría mis corderitos. ¡Bendito seas, don lobo!... ¡Bendito seas!...

THE LITTLE BLONDE SHEPHERDESS

How beautiful, how pretty the shepherdess was! Her curly hair the colour of honey. Her little mouth like a dream, begging for caresses. Her body as frail as a flower...

The shepherdess had a prodigy of lambs. White with curly wool. Golden as fire. With innocent eyes and playful little ears.

-Hup! Little lambs, to me!... Coraline!... Diamante!... Lucero!... Hala! Hala! The sun is rising... To the mountain! Close to the sky. Away from the village! Little lambs, to me! ...
And the lambs, obedient, climbed up the banks with the little blonde shepherdess.

What fresh grass! It still had dew on it; the tears that night wept on it... Tris! Tris! ... made the little teeth of the lambs. How tasty it is! Tris! ... Tris! ...

The shepherdess, already on the mountain, the first thing she did was to make the sign of the cross...
-Thus, as a mother teaches me, so that God will keep my lambs from the evil wolf who would devour them.

II
The shepherdess picked flowers... Little red riding hoods... Little white hoods... Rushes, by the side of the path... Little pink flowers from the hawthorns....

-Like this. A crown for my little head, as if I were a princess... Little princess from that fairy tale that grandma used to tell me. Little blonde princess.

The crown fell from her hands. Her face turned pale, and a little light of terror flashed in her pretty eyes.
. . .  . . .  . . .
The wolf! The wolf was coming! A huge wolf that was bringing fear to the village!
She couldn't scream. She tried to get up and her legs buckled.
There... Before her stood the wolf. He wagged his tail nervously. His eyes, fixed on the shepherdess, were blazing, and his paws were digging in the grass with furious delight.

-Good morning, shepherdess.
-Good morning, Mr. Wolf," she stammered.
-Ahem... Ahem... -said the wolf with a wink. It's a fine air around here, isn't it?
-Very good, Mr. Wolf.

The wolf took on a confidential air.
-And how are your lambs' health?
The shepherdess shivered.
-Very good, too.

And as she said it, she looked anxiously at the little lambs, who, oblivious to the danger, were scurrying about among the rocks.
-The thing is," said the wolf, scratching his head with one paw, "the thing is, blond shepherdess, I am very hungry. The shepherdess fell silent.

-Did you hear that, little one? I'm hungry.
-I heard, Mr. Wolf, I'm so sorry!
-Listen, shepherdess. I could use one of your lambs. Don't you think so?
-One of my lambs," she repeated, her voice breaking.
Yes... One of your lambs... But soon... At once.

-Mercy, Mr. Wolf!
-Ahem... Ahem... -said the wolf, sparks shooting from his eyes.
Don't make me lose my patience. I'm hungry.

III
The little shepherd girl had a bright idea. She took her bag and tenderly presented it to the wolf.
- Oh, Mr. Wolf! I didn't remember. Here is the food that mother gave me. Look what a tasty piece of cheese. Look what a tasty piece of bread. We kneaded it at home. Look what fresh walnuts. They're from my walnut tree. And a little bottle of wine. All for you. Everything, dear wolf... but leave my little lambs.

The wolf wagged his tail furiously.
-I don't want any of that. I don't want shepherd's honey. I want a lamb. I want a lamb. Bring me one. Take your pick. You can see if I'm condescending.

IV
It was hopeless. One had to be chosen. Shuffling her legs and with her voice muffled by sobs, she called out:
-Coralin!
The lamb came, jumping and boisterous, and the wolf went to pounce on him.
-Wait... Wait," whimpered the shepherdess. Don't eat this one. Don't you see how small he is? It's pitiful.
-Soon! -growled the wolf. Quickly! Let another one come.

-Lucero!
The wolf licked his lips with pleasure.
-This one is fat and tender," he said.
-Wait, Don Lobo. This one's mother died at birth. I raised him myself. Don't eat him.
-You're pulling my leg," threatened the wolf. Well, not a hair of the wolf's head. Don't forget it.

Soon, another one!
-Don't be uncomfortable, Mr Wolf. -Diamond!...
Ah! This can't be it. I've got him for my little brother on his saint's day!

-Hey, blonde shepherdess," said the wolf, trembling, "I'm running out of patience. Do you hear?
-Mr. wolf of my soul.
-Less treatment, and more pittance," he roared.
-Handsome little wolf! If I can't give you any, because I love them all so... so... so much...

-Pastor!
-Have mercy, little wolf!
-Yes, eh! -said the wolf, and the wolf was scintillating. Well, I'll take the one I want. That's what I'm a wolf for. That's why I'm a wolf. That's what I get for being good.
And in two strides he reached the flock, which fled in terror.

-Wait... Wait," cried the shepherdess, almost fainting.
It was there, so small. Huddled at the foot of an oak tree. His wool trembling. His little eyes frightened...
He had a bandaged paw, because he had hurt himself jumping over a rock.

-If there's nothing else to do," sobbed the shepherdess. If there isn't... Well... then eat this one! Maybe the poor thing is going to die. He was born a little while ago and... Little lamb! My little lamb! Goodbye! Goodbye!... Goodbye!... The little lamb was bleating and shivering, and its eyes were wide open, looking at the shepherdess with unutterable anguish.

The wolf, ravenous, hungry, his eyes glittering with joy, went to pounce on him. But...

The shepherdess felt immense pity for that sick and defenceless little lamb. She heard his bleating cry for mercy. She knelt down before the wolf. She wrapped her little arms around the animal's chunky neck and, unaware of the danger, kissed its ears and muzzle, while she said to it:

-Wolf of my soul, good little wolf, have pity on my lamb..... Eat me, for I am also tender... Come on, little wolf, eat me! But be good and don't touch my lambs!

V
The wolf recoiled back in astonishment.... A tear came to his eye. He wagged his tail gently. He put his two paws on the shoulders of the shepherdess.

-Your kisses were the first I ever received in my life. How sweet are the kisses of a little girl.... I am no longer hungry, shepherdess.... Take care of your lambs... and good-bye.
. . .  . . .  . . .
Down the mountain marched the wolf, his eyes gentle, his mouth tremulous... his paws clumsy.
And the little shepherd girl, hugging the wounded lamb, thought she was dreaming. She cried out with joy:
-"My mother used to say that God would keep my lambs. Blessed are you, O wolf, blessed are you!

EL PÁJARO PARLERO

 
¡Y qué bonito que era!... Con plumas tornasoladas. El pico fuerte y amarillo. Rubios los ojos. Elegante el cuerpo. Lo trajeron de Oceanía.

El pajarillo poseía un prodigioso don. Decía la verdad siempre y conocía a las personas tal y como eran.

Cuando lo vio Pitusilla, palmoteó de gozo. Los ojitos turquesa la relumbraron. Pasó varias veces la rosada manecita por el plumaje del pájaro.

-¡Piss!... ¡Piss! Qué guapo, mamaíta -dijo. El pajarín se esponjó de gusto. Tendió sus alitas diciendo:
-Pío... Pío... Tú sí que eres linda como una flor. Pero eres muy traviesa, Pitusilla.

La Pitusa, muy agrandados los ojos, miró al pájaro asombrada. Luego se chupó un dedo, y agarrada al vestido de su madre:
-¿Quién se lo ha dicho, mamaíta? -susurró.
-Él, que lo sabe todo.
-No le quiero -dijo Pitusa, enfurruñada.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Un día faltaron unos ricos bombones.
-¿Quién ha sido? ¿Quién? -peroró la madre. Pitusilla sacudió sus rebeldes rizos.
-Yo no mamaíta.
Pero la mamá preguntó al pajarito:
-Pajarito, pajarito, dinos pronto la verdad.
-Pío, pío -dijo el pájaro brincando-. Fue la golosa de la Pitusilla quien se los comió.

La Pitusa se encorajinó, y mirando airada al pajarito, le dijo despreciativa:
-¡Meticón! ¡Cuentero!
-¡Golosa! -cantó el pajarito.
Desde entonces, Pitusa no le dio ni los buenos días.
Y el pajarito se puso triste.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Otro día, un jarrón de China apareció durmiendo en el suelo en muchos pedazos. Cada pedacito decía:
-¡Ay, pobrecito de mí, ya no volveré a ser jarrón, ni estaré sobre la mesa del emperador Young-Cantolín, aquel chino tan simpático que me llenaba de flores!

-Pajarito, pajarito, dinos pronto la verdad.
-Fue la chacha, que es una rompecacharros.

Catalina, que así se llamaba la chacha, tomó gran ojeriza al pajarito.
-No he de limpiarte más la jaula -gruñó-.
¡Habrá cotilla!… ¡Chismoso!
-Pío... pío -dijo el pajarillo entristecido.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
-¡Mi pitillera de plata! ¿Dónde está mi pitillera?
Vino la Pepa, una vieja ama de llaves.
-Yo señor... No creerá el señor...

Luego el chófer.
-Yo compré mi pitillera en la pasada feria.
-Pues yo -dijo Catalina- no fumo. Y en cuanto a mi novio...

-Pajarito, pajarito, dinos pronto la verdad.
 
-Fue Eduvigis, la cocinera, que se la ha regalado a Perico, el sorchi. Ese novio que no vale un cañamón.
¡La que se armó! Salió la cocinera con una sartén en la mano y las tenazas en la otra disponible. Echaba chispas por sus ojos.
-¡Canalla! ¡Tunante! ¡Chismógrafo! Con que sí, ¿eh? ¿Con que me has descubierto? Pues tengo que echarte perejil en la comida y ácido tártrico en el agua.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
¡Pobre pajarito! ¡Qué triste estaba! Nadie le quería, y todo por decir la verdad. Pero, señor, si él no había aprendido a mentir. Porque vamos a ver: ¿Quién le había dado aquel plumaje tornasol? ¿Y aquella garganta que era una caja de música?...

Pues Dios, sí señor, Dios: y él sabía muy bien que Dios era la Verdad y que no le gustaban las mentiras, y por eso el pajarito no quería mentir.

II
Un día vio, asombrado, cómo le hacían una preciosa jaula con barrotes de oro. El bebedero muy lindo y el bañito de mármol.

-¿Es para mí? -dijo brincando de gusto.
-Sí, pajarito -dijo el señor-. Es para llevarte muy lejos, donde puedas decir las verdades que se te antojen, porque aquí, ¡qué caramba!, no nos gustan las verdades.
Aquella noche el pajarito no durmió.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
-¡Adiós; adiós, Pitusilla! ¿No me das un beso en el piquito?
La Pitusa volvióle la espalda con desprecio.
-¡Hijo! Con la lengua larga que has tenido, pues sí que te voy a echar en falta. ¡Buen viaje! Ya no le dirán a mamá quién se come los bombones.

-¿Y tú, Catalina?
-Adiós y buena suerte.
La cocinera tornó a salir con el almirez en la mano, tocando el "Mambrú".
-Que te den cordilla y buen viento, charlatán. ¡Contar lo de la pitillera! ¡Habrá descaro!

III
-Tracatrá... Tracatrá... -cantaba el tren.
-¿Dónde me llevarán? -suspiró el pajarito.
-¡Vaya! -decía don Romualdo, recostado en el vagón-. Este pájaro le agradará mucho a mi hermano. A éste le encantan las verdades. Odia la mentira y...

IV
¡Tilín! ¡Tilín!
-Hola, hermano.
-Buenos días, Romualdo. ¿Cómo por estas tierras?
-Pues, ¡velay! Vengo a hacerte un regalito.
Una alhaja, mejor dicho.
-Veamos. Veamos.
-Mira, hermano, qué pájaro más soberbio.
Sólo por ti me desprendo de él.
-Hombre, pero tu mujer echará en falta el pajarito.
 
-Mi mujer, ¡pchs! Está buena.
-¿Y Pitusa?
-Pitusa, bien..., muy  bien.
.  .  .  .  .  .  .  .  .
-Bueno. Bueno. Mucho te agradezco el obsequio. Precisamente las aves raras son mi flaco... Muy bonito. Muy bonito -dijo examinando al pájaro.

-Hola, señor calvo -respondió el pajarito-.
Qué feo y qué simple eres.
-¡Hum! -dijo Romualdo, avergonzado.
-¿Qué dice, hermano?
-Pues que le gusta la casa.
-"San Pedro, como era calvo" -comenzó a cantar el pajarito, entre brinco y brinco.
-¿Eh?... ¡Eh! ...
-Llama a tu mujer -atajó Romualdo descompuesto.
-¡Tiburcia!... ¡Tiburcia!... ¡Tiburcia!...
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Vino doña Tiburcia muy emperejilada. Llevaba gran cofia de encaje, de la que pendía un soberbio lazo azul celeste que le rozaba la nariz. La cara parecía la de un payaso a fuerza de tantos polvos.

-Hola Romualdo, hermano. ¡Jesús, qué pájaro tan lindo!
-Fea -gritó el pajarito.
-¿Qué ha dicho? -barbotó doña Tiburcia.
-No sé -contestó Romualdo tembloroso-.
Creo que te ha dado los buenos días.

-Y qué mono y cuánta educación –zalamereó doña Tiburcia-. Dame la patita. Bross. Bross... La patita a mí.

-¡Coqueta! A lavarte la cara.
-¿Qué ha dicho? -contestó doña Tiburcia.
-Pues otra vez buenos días.

Doña Tiburcia se escamó. La cofia se bamboleó en su cabeza y tiró nerviosa de la cinta celeste.
Don Damián estaba consternado.
 
-¿Qué te parece, Tiburcia mía? ¿Qué te parece? Nos lo regala Romualdo.
-No quiero pájaros –dijo furiosa doña Tiburcia, saliendo y arrastrando su cola.

V
Pues señor, Romualdo sudaba. ¡Maldito pajarillo! ¿Qué hacer con él?
Hacía un día primaveral. Olía a capullos recién nacidos y a nubes embalsamadas. Los arpegios de los pajaritos caldeaban la atmósfera con un vaho de optimismo. La pradera se tendía indolente entre cojines de hierba. Bullían las hormiguitas. Escarceaban las mariposas, y las golondrinas hacían presurosas sus nidos...

-A la una... A las dos... Y... a... las... tres...
¡Hala, pajarito! ¡Adiós!... Que te vaya bien por el mundo del aire.

El pajarito, al verse libre, tendió sus alas tornasoladas. Le relucieron de gozo los ojuelos. Abrió el piquito para saturarse de aquel aire delicioso, y...
-¡Adiós!... ¡Adiós!... –dijo agradecido.

IV
Estaba en el reino de la verdad. Las flores, los pájaros, los insectos no sabían de mentiras.
-¡Hola, hormiguita! Qué fea eres, pero qué trabajadora. Bien sabes surtir tus graneros.
-Buenos días, pajarito. Qué plumas tan lindas tienes.
La hormiguita siguió andando hacia su cueva, llevando una miguita de pan entre sus negras mandíbulas.

-¡Hola, linda rosa! Qué perfume más rico exhalas, pero no te contonees vanidosa, que tu vida dura muy poco. La rosa abrió su corola, perfumando al pájaro.

-Bien venido, pajarito. Qué alas más lindas tienes.
-¡Hola, mula parda! Eres algo holgazana; y en lugar de arar bien la tierra, te entretienes en comerte el pienso.

La mula abrió sus pardos ojazos.
-Tienes razón. Bien venido, pajarito.

Sol de fuego. Estrellas bonitas. Briznas fres cas. Lirios del valle. Ríos parlanchines...
Todo el reino de la verdad, estremecido de alegría, repetía:
-Dios es la Verdad. Dios es la Verdad... Bien venido, pajarito. Bien venido, pajarito

THE TALKING BIRD

And how beautiful it was... With shimmering feathers. The strong yellow beak. Blond eyes. Elegant body. It was brought from Oceania.

The little bird had a prodigious gift. He always told the truth and knew people as they were.

When Pitusilla saw it, she clapped her hands with joy. The little turquoise eyes gleamed at her. She ran her pink hand over the bird's plumage several times.

-Piss! Piss! How cute, mama," she said. The little bird fluffed up with pleasure. He spread his little wings and said:
-Piss... Pio... You are as pretty as a flower. But you are very naughty, Pitusilla.

The Pitusa, her eyes wide, looked at the bird in astonishment. Then she licked her finger, and clutched her mother's dress:
-Who told you, mama? -she whispered.
-He who knows everything.
-I don't love him," said Pitusa, sulking.
. . .  . . .  . . .
One day some nice chocolates were missing.
-Who was it? Who? -her mother asked. Pitusilla shook her unruly curls.
-Not me, mama.
But the mother asked the little bird:
-"Little bird, little bird, tell us the truth soon.
-Peep, peep," said the bird hopping up and down. It was the greedy Pitusilla who ate them.

The Pitusilla got cold feet, and looking angrily at the little bird, she said scornfully:
-Meticon, you liar!
-You jerk! -sang the little bird.
From then on, Pitusa didn't even say good morning to him.
And the little bird became sad.
. . .  . . .  . . .
Another day, a China vase appeared sleeping on the floor in many pieces. Each little piece said:
-Alas, poor me, I will never be a vase again, nor will I be on the table of the emperor Young-Cantolin, that nice Chinese who showered me with flowers!

-Little bird, little bird, tell us the truth soon.
It was the chacha, who's a real scrap-breaker.

Catalina, that was the girl's name, took a great dislike to the little bird.
-I mustn't clean your cage any more," she growled.
You gossip! You gossip!
-Peep... peep," said the little bird, saddened.
. . .  . . .  . . .
My silver cigarette-case! Where is my silver cigarette-case?
Pepa, an old housekeeper, came in.
-I, sir... You don't believe, sir...

Then the chauffeur.
-I bought my cigarette case at the last fair.
-Well," said Catalina, "I don't smoke. And as for my boyfriend...

-Little bird, little bird, tell us the truth soon.
-It was Eduvigis, the cook, who gave her to Perico, the sorchi. That boyfriend who's not worth a hempen cane.
What a mess! The cook came out with a frying pan in her hand and the tongs in her other hand. She had sparks in her eyes.
-"You scoundrel! You dummy! Chismograph! So you have, have you? So you've found me out? Well, I must put parsley in your food and tartaric acid in your water!
. . .  . . .  . . .
Poor little bird, how sad he was! Nobody loved him, and all for telling the truth. But, sir, he had not learned to lie. For let's see: who had given him that iridescent plumage, and that throat that was a music box?

Well, God, yes sir, God: and he knew very well that God was the Truth and that he did not like lies, and that is why the little bird did not want to lie.

II
One day he was astonished to see how they made him a beautiful cage with golden bars. The drinking trough was very pretty, and the bath was made of marble.

-Is it for me? -he said, jumping up and down with delight.
-Yes, little bird," said the master. It's to take you far away, where you can tell whatever truths you like, because here, by Jove, we don't like truths.
That night the little bird did not sleep.
. . .  . . .  . . .
Bye-bye, Pitusilla, won't you give me a kiss on the little bird?
The Pitusa turned her back on him with contempt.
-Son! With the long tongue you've had, I'm really going to miss you. Bon voyage! They won't tell mother who eats the chocolates.

-And you, Catalina?
-Goodbye and good luck.
The cook came out again with a mortar in her hand, playing the "Mambrú".
And you'll have to tell about the cigarette-case! You've got some nerve!

III
-Tracatrá... Tracatrá... -the train sang.
-Where will they take me? -sighed the little bird.
-Well," said Don Romualdo, leaning back in the carriage. This bird will please my brother very much. He loves the truth. He hates lies and...

IV
Tilín! Tilín!
-Hello, brother. -Good morning, Romualdo.
-Good morning, Romualdo. -How are you in these parts?
-Well, good morning! I've come to give you a little present.
A jewel, or rather, a jewel.
-Let's see. -Let's see. Let's see.
-Look, brother, what a proud bird!
It's only for you that I'll part with it.
-Man, but your wife will miss the bird. -My wife, pchs!

-My wife, pchs! -My wife, pchs! She's hot.
-And Pitusa?
-Pitusa, good..., very good.
. . .  . . .  . . .
-Well. Well, well, well. Thank you very much for the gift. Precisely the rare birds are my weakness.... Very nice. Very nice," he said, examining the bird.

-Hello, Mr. Baldy," replied the little bird.
How ugly and how simple you are.
-Hum! -said Romualdo, embarrassed.
-What does he say, brother?
-Well, that he likes the house.
-St. Peter, since he was bald," the little bird began to sing, between hops.
-Hey, hey, hey!
-Call your wife," said Romualdo, discomposed.
-Tiburcia! Tiburcia! Tiburcia! Tiburcia! Tiburcia!
. . .  . . .  . . .
Doña Tiburcia came very dressed up. She wore a large lace bonnet, from which hung a superb sky-blue ribbon that brushed her nose. Her face looked like that of a clown with so much powder.

-Hello Romualdo, brother, what a beautiful bird!
-Ugly," cried the little bird.
-What did he say? -said Doña Tiburcia.
-I don't know," answered Romualdo, trembling.
I think he said good morning to you.

-And how cute and polite he was," said Doña Tiburcia. Give me your paw. Bross. Bross... Give me your paw.

-Coquette! Wash your face.
-What did she say? -said Doña Tiburcia.
-Well, good morning again.

Dona Tiburcia shivered. The bonnet swayed on her head and she tugged nervously at the light blue ribbon.
Don Damián was dismayed.

-What do you think, my Tiburcia? What do you think? Romualdo is giving it to us.
-I don't want any birds," said Doña Tiburcia furiously, and she went out and dragged her tail.

V
Well, sir, Romualdo was sweating. What should we do with him?
It was a spring day. It smelt of new-born buds and embalmed clouds. The arpeggios of the little birds warmed the atmosphere with a mist of optimism. The meadow stretched indolently between cushions of grass. Little ants swarmed. The butterflies were scurrying, and the swallows were hastily building their nests...

-One o'clock... Two o'clock... And... at... three o'clock...
Goodbye, little bird! Goodbye!... Fare thee well in the world of the air.

The little bird, on seeing himself free, spread his iridescent wings. His eyelids shone with joy. It opened its little beak to saturate itself with that delicious air, and....
-Farewell!... Farewell!... -he said gratefully.

IV
He was in the realm of truth. Flowers, birds and insects knew no lies.
-Hello, little ant! How ugly you are, but what a hard worker. You know how to stock your granaries.
-Good morning, little bird. What pretty feathers you have.
The little ant walked on towards his cave, carrying a crumb of bread between his black jaws.

-Hello, pretty rose! What a rich perfume you exhale, but don't wiggle vainly, your life is too short. The rose opened its corolla, perfuming the bird.

-Well come, little bird. What pretty wings you have.
-Hello, you brown mule! You're a little lazy; and instead of ploughing the land well, you're busy eating your feed.

The mule opened his big brown eyes.
-You are right. Welcome, little bird.

Sun of fire. Pretty stars. Fresh stalks of corn. Lilies of the valley. Talking rivers...
The whole realm of truth, trembling with joy, repeated:
-God is the Truth. God is the Truth... Welcome, little bird. Welcome, little bird

EL RATONCITO DE ORO

A Piluchi se le abrieron más los ojazos de terciopelo.

-Dámelo, mamaíta -palmoteó.
-Cuando seas mayor, Piluchi.
-Pero si ya soy grande... grande... ¿No ves?

Y Piluchi se alzaba sobre los tenues zapatitos, extendiendo con sus manos el vestidillo de gasa. Parecía una mariposa.

-Anda, mamaíta.
-No seas terca, Piluchi.
Y arrugando el hociquito, vio cómo su mamá colocaba el ratoncillo sobre la chimenea.

-Le llamaré Periquín -tremoló Piluchi.
¡Dios mío, qué lindo era el ratón! De oro. Con dos ojitos tornasoles que chispeaban. Y un rabito que se movía. Y un cuerpecito terso... reluciente.

II
Cuánto le quería Piluchi. De mañanita, su primer saludo era para él.
-Buenos días, Periquín. Mamá no me deja que te coja, pero... Yo te quiero mucho. ¿Sabes, Periquín?
Al ratoncito le relucían los ojos de gusto, y los cuatro pelos del bigote parecían moverse.

¡Qué guapa era la nena! Rubia como las espigas maduras. Con una boca que pedía besos, y unas manos suaves como plumas de paloma.

Durante el día eran numerosas las visitas.
-Hola, Periquín. ¿Te aburres? No seas tonto, ratoncito, que yo vendré muchas veces a verte.


III
La mamá había salido. La miss hacía labor en el gabinete. Y Piluchi contemplaba a Periquín, temblándole la naricilla de emoción.

-¡Sola! Solita la nena -se dijo.
Y de puntillas, despacito, se encaramó a la silla. ¡Ay, qué susto1 Ya estaba Periquín en su mano. El rabito le hacía cosquillas y los ojos la miraban con una mirada de ratonil emoción.

Piluchi se dio cuenta de su delito, porque ella sabía que Dios manda obedecer a los padres y que era una niña desobediente. Le temblaban las piernas. El corazoncillo corría... -tin... tin... -Aprisa. Aprisa.

-¿Dónde le esconderé'? -pensó.
Pisando menudo y mirando con recelo fue a su alcoba. Allí. Debajo del lavabo... No lo encontrarían… No.

Y el pobre Periquín vióse encerrado en aquella estrechez tan oscura.
-¡Puf! ,-pensó el ratoncillo-. ¡Esta niña está loca!
Pero Piluchi acariciaba las tiesas orejitas.

-No seas tonto, Periquín. Aquí estarás muy bien: Vendré a buscarte y te sacaré de paseo...
¿Vas a tener miedo, Periquín? En esta casa no hay ratones, ni brujas malas que se coman a los niños...
.  .  .  .  .  .  .  .  .
-¡E] ratoncillo de oro! ¿Dónde está Periquín? -gritó la mamá ya de vuelta a la casa.
-Yo no he sido, mamaíta -sinceróse Piluchi.
La mamá sonrió. El rabo de Periquín asomaba por debajo del lavabo. Pero sonrió y calló.

Piluchi andaba sobresaltada, nerviosa, inquieta.
-La nena no ha sido -dijo a la institutriz. Y en su vocecita había como un sollozo.

IV
Y llegó la noche. ¡Cómo lo deseaba Piluchi!
¡Estaba tan solo Periquín!

Ya en la camita, un calor dulce y suave acarició su cuerpo. El Ángel de la Guarda presidía su cabecera, tendiendo amoroso sus alas sobre Piluchi... Dulcemente comenzó: "Ángel de mi Guarda..."

El edredón la envolvía con mimos de madre…
Afuera, el viento hacía: ¡Brum!... ¡Brum!… La institutriz respiraba profundamente dormida.

Más Piluchi no podía dormir. Algo la arañaba en el corazoncillo haciéndole temblar. ¿Qué era? ¿Qué? ¡Ah! Sí... Sí... Se acordaba de aquella niña palidita y sin madre que llevaba rotos sus vestidos. ¡Qué frío tendría, qué frío! ¡Pobrecita! Periquín también tendría frío. Sin mantas. Sin abrigo. Debajo del lavabo, solito, y con el viento que seguía haciendo: ¡Brrr! ¡Brrr!

Arrojóse de la cama. La institutriz dio la luz, sobresaltada.
-¡Piluchi! ¡Nena! ¿Qué te ocurre?

Pero ya Piluchi, temblando de angustia, había cogido a Periquín. Le cubría de besos, abrigándolo con los encajes de su camisón, mientras decía gimoteando:

-Fue la nena. Fue la nena... Ya no seré desobediente. Pero, ¿sabes? Periquín tiene frío.

THE LITTLE GOLDEN MOUSE

Piluchi's velvet eyes opened wider.

-Give it to me, mama," she clapped her hands.
-When you're older, Piluchi.
-But I'm a big girl now.... big... Don't you see?

And Piluchi stood up on her little shoes, stretching out her gauze dress with her hands. She looked like a butterfly.

-Come on, mama.
-Don't be stubborn, Piluchi.
And wrinkling her little snout, she watched her mother place the little mouse on the chimney.

-I'll call him Periquín," Piluchi muttered.
My God, how cute the mouse was! Golden. With two little iridescent eyes that sparkled. And a little tail that wagged. And a smooth little body... glistening.

II
How Piluchi loved him. In the morning, his first greeting was to him.
-Good morning, Periquín. Mummy won't let me fuck you, but... I love you very much. I love you very much. You know, Periquín?
The little mouse's eyes sparkled with delight, and the four hairs on his moustache seemed to move.

What a pretty girl she was! Blonde as the ripe ears of corn. With a mouth that begged for kisses, and hands as soft as pigeon feathers.

During the day there were many visitors.
-Hello, Periquín. Are you bored? Don't be silly, little mouse, I'll come to see you many times.

III
Mother had gone out. The miss was working in the cabinet. And Piluchi looked at Periquín, his little nose trembling with emotion.

-Alone, all alone," she said to herself.
And on tiptoe, slowly, she climbed onto the chair. Oh, what a fright1 Periquín was already in her hand. His tail tickled and his eyes looked at her with a look of mousy excitement.

Piluchi realised her crime, because she knew that God commands obedience to parents and that she was a disobedient child. Her legs trembled. Her little heart was racing.... -tin... tin... -Hurry. Hurry up.

-Where shall I hide him'? -he thought.
Treading lightly and looking askance he went to his bedroom. There. Under the sink... They wouldn't find him... No.

And poor Periquín found himself locked up in that dark, narrow place.
-Poof! thought the little mouse, "This child is mad!
But Piluchi stroked the stiff little ears.

-Don't be silly, Budgie. You'll be all right here: I'll come and fetch you and take you for a walk....
Are you going to be afraid, Budgie? There are no mice in this house, no wicked witches to eat the children....
. . .  . . .  . . .
-T] he little golden mouse! Where is Budgie? -shouted the mother back in the house.
-It wasn't me, Mummy," said Piluchi.
The mother smiled. Periquín's tail was sticking out from under the sink. But she smiled and kept quiet.

Piluchi was startled, nervous, uneasy.
-It wasn't the baby," she said to the governess. And there was a sob in her little voice.

IV
And the night came, and how Piluchi longed for it!
Periquín was so lonely!

Already in his little bed, a sweet, soft warmth caressed his body. The Guardian Angel presided at his bedside, lovingly spreading his wings over Piluchi.... Sweetly he began: "My Guardian Angel..."

The quilt enveloped her with a mother's cuddles...
Outside, the wind was blowing: Boom!... Boom!... The governess was breathing deeply in her sleep.

But Piluchi couldn't sleep. Something was scratching at her little heart, making her tremble. What was it? What? Ah! Yes... Yes... She remembered that pale, motherless little girl whose clothes were torn. How cold she must have been, how cold! Poor thing! Periquín would be cold too. Without blankets. Without a coat. Under the washbasin, all alone, and with the wind still blowing: Brrrr! Brrrr!

He threw himself out of bed. The governess gave birth, startled.
-Piluchi, baby, what's the matter with you?

But Piluchi, trembling with anguish, had already seized Periquín. She was covering him with kisses, wrapping him in the lace of her nightdress, while she whimpered:

-It was the baby. It was the baby... I won't be disobedient any more. But, you know, Periquín is cold

SULTAN


¡Qué guapo era Sultán! Un borriquillo juguetón. Con el pelaje gris. Con el hocico de charol. Con unas pupilas que parecían cristales afelpados. ¡Qué candorosas eran las pupilas de Sultán! Sus cascos pisaban quedos, con mimos infantiles. Largas y enderezadas las orejas, inquieta siempre la cola.

Sultán era un borriquito muy vago. Nunca quiso llevar un haz de leña sobre su lomo. A lo sumo, a lo sumo, un manojo de tomillo, o un ramo de hierbabuena.

De chiquitín era ya un holgazán. Porque una vez su madre, la borriquita Perla, quiso que Sultán llevase hasta el pueblo un cuévano con paja, al borriquillo le dio tal pataleta, que por poco se muere.

Se revolcaba en la hierba. Daba coces en el aire. Rebuznaba de un modo lastimero.
-Yo no he nacido para burro de carga, madre.
¡Ea! Yo quiero ser borrico de circo. Con muchos lazos y muchos cascabeles que hagan trin, trin...

-Pero este hijo, ¡cómo será tan burro! -se lamentaba la Perla levantándole del suelo.
-Pues sí, madre. Pues sí. ¿No me ha contao usted que los señores que se llaman Sultán no trabajan y están siempre tendidos entre cojines con una pipa en la boca? Pues yo soy Sultán.

-La culpa tuvo tu padre en ponerte ese nombre.
-Pues a lo hecho, pecho, madre, y nada más.

Il
Y Sultán siguió siempre así. Holgazaneando y demostrando que sabía dar buenas cocecitas a quien le obligaba a trabajar. Pero un día las cosas cambiaron. Se murió la Perla y Sultán, que era hijo único, quedó solo en el mundo.

¡Ay! ¡Ay!... -rebuznó-. ¿Qué triste es la soledad ¿Quién me compra? ¿Quién?
-Pues mira, no es feo el borriquillo, que es muy majo y parece listo.

Así decía una aldeana, que se llamaba Lupe, a su marido.
-Pues, ¡hala! -dijo él-. Que se quede en casa.

Sultán enderezó las orejas. Resopló fuertemente y preguntó:
-¿Hay en esta casa mucho trabajo?
-¡Pchs! -dijo el marido-. Regularcillo

III
Al día siguiente vio Sultán con asombro que en un carro colocaban un cesto de coles. Luego, otro de pimientos. Luego, otro de patatas. Y luego, cestos y más cestos. Y que después le enganchaban al carrito, y con voz áspera, dijeron:
-¡Arre, Sultán, arre!

Sultán quedó parado en seco.
-Pero hombre -dijo-. Es usted más burro que yo. ¿Cómo comprende usted que un frágil borriquillo, como soy, pueda acarrear tanto cesto?

-¡Arre, borriquillo, arre!
-¡Que digo que no! Con lo mimao que me tenía mi difunta madre. ¡Tendría que ver!
-¡Arre!
-¡Soo! dijo para sí Sultán.

El campesino tomó otro giro. Su voz se hizo más dulce. Dejó la vara en el carro y dijo:
-Este burro ha debido de ser de algún señorito. Habrá que hacerle carantoñas.

Y sobando el lomo, las orejas y la cola de Sultán, decía:
-Amos, borriquito guapo. Borriquito elegante. Borriquito de carreras. Eres muy majo y mucho salao. ¿Quieres un manojito de hierbas?

-Venga -dijo Sultán enseñando los dientes.
-¿Quieres una cestita de cebada?
-Venga -dijo reluciéndole los cristales de sus ojos.
-¿Y una tortica recién cocida? ¡Eh!, guapo, monín. ¿La quieres?
-Venga -dijo el burro, encandiladas las pupilas.

-Luego, guapín, luego. Tú eres un burro muy trabajador y muy listo, que va llevarme este carrito a la ciudad por aquel senderito tan lindo. ¿Verdad, bonito?

-¡Hum! -dijo el burro.
Subió el campesino al carro. Fustigó la vara blandamente, y creyendo en el efecto de su oratoria:
-¡Arre! -dijo muy dulce.
Sultán no se movió.

IV
Lo dejaron para que jugara Titita con él. Cuando la nena lo vio, chocaron sus manecitas. Bailaron sus ojitos, y brincó de alegría.
-Made. Made. Quero a Tultán.

Sultán olfateó largamente. Miró tras sus cristales a la pequeñuela. Movió la cola algarero, y en un largo rebuzno, le dijo:
-Yo también te quiero, nena.
 

En sus lomos iba como una princesita. Fustigando con sus pies la pancita gris, dura y redonda.
-¡Arre, Tultán!... ¡Arre!

Y Sultán, el rey de los holgazanes, en llevando aquel muñeco de carne sobre su lomo, se volvió trotero. Sacudía con mimo sus pezuñas. Resoplaba feliz, y ¡Hala!... ¡Hala!... ¡Hala! Por los senderos cuajados de moras. Por aquel otro con tanta endrina. Luego, por la era peladita de mies. Más tarde, por la carretera, camino del pueblo. Luego, los domingos, camino de la iglesia.

Las campanas decían: Talán... Talán... Titita, en brazos de su madre contemplaba entre el chisporroteo de los cirios aquellos ojos tan lindos que tenía el Niño Jesús, y Sultán esperaba paciente en la pradera mordisqueando fresca hierba.

Talán... Talán... volteaban las campanas.
Ya salen... Se refocilaba el borriquillo, y ¡zis zas!, hacían las patitas de Sultán, levantando nubes de polvo en el camino. Y la vocecilla de Titita sonaba a campanillas de plata.
-¡Arre, Sultán, arre!

V
Un día notó Sultán que arriba andaban sigilosamente. Oyó sollozos comprimidos. Abrir y cerrar puertas con cuidado sumo.
Entró el campesino en la cuadra. Arregló a Sultán. Le puso un buen pienso y...
-¿Y Titita? -dijo Sultán.

El borriquito vio que en los ojos del padre asomaba una lágrima.
Sultán coceó impaciente.
-¿Cómo no baja la nena?

El campesino dijo tembloroso:
-Está malita.
-Pues no quiero comer -dijo Sultán.

Llegó la tarde. ¡Qué largo se le hacía el día al borriquillo! Allí solo, encerrado, pensando en la muñequita morena que no bajaba, no bajaba.
Sultán no cenó. Sultán no durmió.
Al día siguiente estaba su lomo lacio y apagados los cristales de sus ojos.

Suplicó rebuznando:
-¡Si me llevasen a ver a la nena...! ¡Quiero verla!
El padre le dio unos golpecitos en el lomo.
-Come, borriquillo, come.
-No quiero.
-Te morirás.
-No me importa.

Puso una pataza en el hombro del labrador.
-Oye: ¿No dicen que Dios quiere mucho a los niños?... Pues enséñame a rezar...
Después, muy dulce...
-Quiero verla -suplicó resoplando.

Lo llevaron. Resbalaban sus cascos en la crujiente escalera. Jadeaba el borriquillo con la emoción. Sin apenas pisar entró en el cuarto.

La nena le tendió los bracitos anhelantes de caricias.
-Tultán. Mi Tultán. Te quero.

Y el borriquillo, paso a paso, se acercó a la camita. Puso su hocico acharolado en la carita de la nena. Rebuznó triunfalmente, murmurando:
-Dios bueno, cura a mi Titita.
Y en sus pupilas, en aquellos ojazos afelpados, niñitos queridos míos, brilló una lágrima.

SULTAN

How handsome was Sultan! A playful little donkey. With grey fur. With a muzzle of patent leather. With pupils that looked like plush crystals. How candid were Sultan's pupils! His hooves stepped quietly, with childish cuddles. His ears were long and straight, and his tail was always fidgety.

Sultan was a very lazy little donkey. He never wanted to carry a bundle of firewood on his back. At most, at most, a bunch of thyme, or a bunch of mint.

As a little boy he was already a loafer. Because once his mother, the little donkey Perla, wanted Sultán to carry a basket of straw to the village, the little donkey threw such a tantrum that he nearly died.

He rolled in the grass. He kicked in the air. He brayed piteously.
-I wasn't born to be a pack donkey, mother.
I want to be a circus donkey. With lots of bows and lots of bells that go trill, trill, trill.....

-But this son, how can he be such a donkey! -lamented the Pearl, lifting him off the ground.
-Yes, mother, yes. Well, yes. Didn't you tell me that gentlemen who are called Sultan don't work and are always lying on cushions with a pipe in their mouths? Well, I am Sultan.

-It was your father's fault for giving you that name.
-Well, that's all there is to it, mother, and that's all there is to it.

Il
And Sultan went on like that. Slacking off and proving that he knew how to give a good job to whoever forced him to work. But one day things changed. The Pearl died and Sultan, who was an only child, was left alone in the world.

Alas! Alas! -How sad is loneliness! Who buys me? Who buys me? Who?
-Well, look, the little donkey is not ugly, he's very nice and looks smart.

This is what a villager called Lupe said to her husband.
-Well, go on! -he said. Let him stay at home.

Sultan straightened his ears. He snorted loudly and asked:
-Is there a lot of work in this house?
-Pchs! -said the husband. Regular

III
The next day Sultan was astonished to see a basket of cabbages placed on a cart. Then another of peppers. Then another of potatoes. And then baskets and more baskets. And then they hitched him to the cart, and in a harsh voice, they said:
-Giddy up, Sultan, giddy up!

Sultan stopped dead in his tracks.
-But, man," said he, "you are a bigger donkey than I. How can you understand that a frail little donkey like me can carry such a basket?

Giddy-up, donkey, giddy-up!
-I say no! My late mother used to spoil me so much. You'd have to see!
Giddy-up!
-Soo! said Sultan to himself.

The peasant took another turn. His voice grew sweeter. He left the stick in the cart and said:
-"This donkey must have belonged to some lord. We'll have to make him a little caress.

And rubbing Sultan's back, ears and tail, he said:
-Come on, you handsome donkey. Elegant little donkey. Little racing donkey. You're very nice and very salty. Do you want a bunch of herbs?

-Come on," said Sultan, baring his teeth.
-Do you want a basket of barley?
-Come on," he said, the lenses of his eyes glittering.
-And a freshly baked tortica? Hey, handsome, monkey, do you want it?
-Come on," said the donkey, his pupils dazzling.

-Later, handsome, later. You're a very hard-working and clever donkey, who's going to take this cart to the city by that pretty little path. Aren't you, handsome?

-Hum! -said the donkey.
The peasant climbed into the cart. He whipped the stick softly, and believing in the effect of his oratory:
-Giddy up! -he said very sweetly.
Sultan did not move.

IV
They left him for Titita to play with. When the baby saw him, their little hands collided. Their little eyes danced, and she jumped for joy.
-Made. Made. I love Tultan.

Sultan took a long sniff. He looked behind his glasses at the little one. He wagged his tail, and in a long bray, he said to her:
-I love you too, baby.

On his back he rode like a little princess. With her feet, she whipped her grey, hard, round belly.
-Giddy up, Tultan... Giddy up!

And Sultan, the king of the lazy ones, carrying that doll of flesh on his back, became a trotter. He shook his hooves with mime. He snorted happily, and he pulled... He pulled... He pulled... He pulled... He pulled... He pulled... Along the blackberry-studded paths. Along that other one with so many sloes. Then through the threshing floor bare of corn. Later, along the road, on the way to the village. Then, on Sundays, on the way to the church.

The bells would say: Talán... Talán... Titita, in her mother's arms, gazed into the crackling of the candles at the beautiful eyes of the Infant Jesus, and Sultan waited patiently in the meadow, nibbling fresh grass.

Talan... Talan... the bells were ringing.
They're coming out... The little donkey was fidgeting, and wham, wham, wham, Sultan's little paws were kicking up clouds of dust on the road. And Titita's little voice sounded like silver bells.
-Giddy up, Sultan, giddy up!

V
One day Sultan noticed that they were creeping upstairs. He heard compressed sobs. He opened and closed doors with the utmost care.
The peasant entered the stable. He groomed Sultan. He gave him a good feed and...
-What about Titita? -said Sultan.

The little donkey saw a tear in his father's eye.
Sultan impatiently lambasted him.
-Why doesn't the baby come down?

The peasant said trembling:
-She is ill.
-Well, I don't want to eat," said Sultan.

The afternoon came, and the day was getting long for the little donkey! Alone there, locked up, thinking about the little brown doll who wouldn't come down, wouldn't come down.
Sultan did not eat his supper. Sultan did not sleep.
The next day, his back was straight and the lenses of his eyes were dull.

He brayed and brayed:
-If only they would take me to see the child... I want to see her!
The father tapped him on the back.
-Eat, little donkey, eat.
-I don't want to.
-You'll die.
-I don't care.

He put a paw on the farmer's shoulder.
-Hey, don't they say that God loves children very much? Then teach me how to pray...
Then, very sweetly...
-I want to see her," he begged, sniffling.

They carried him away. His hoofs slipped on the creaking stairs. The little donkey was panting with excitement. Without hardly stepping he entered the room.

The baby held out her little arms to him, longing for caresses.
-Tultan. My Tultan. I love you.

And the little donkey, step by step, approached the bed. He put his chubby muzzle on the baby's little face. He brayed triumphantly, murmuring:
-Good God, heal my Titita.
And in her pupils, in those plush eyes, my dear little children, a tear shone.


CUQUITO


-¡Ay de mi niña! -gemía desolada, la madre.
Por allí... por aquella senda enmarañada se perdió. Tenía los ojos azabachados. Cortos los revoltosos rizos. Blancas las carnes.

Estaban en el molino esperando su molienda, cuando la nena, saltarina y traviesa, huyó de su lado.
-¡Ay de mi niña!

Cuquito la escuchaba muy abiertos sus ojazos de almendra: muy respingadilla la nariz, muy risueña la boca.
-Madre. ¡No llore! ¡Ea! Tengo yo de buscar a la Teresica.

-¿Tú? -sollozó la madre-. Cuitada de mí.
Si no abultas lo de un cañamón.

-¡A que sí madre ¡A que traigo a la niña
La madre miró a Cuquito entre un tropel de lágrimas.

¡Qué pequeño era el niño! Podía ocultarse en el cáliz de una flor.
Chiquitito: tan chiquitito, que era la burla de los demás niños.
Pero Cuquito tenía unos lindos ojos, un corazón muy bueno y una inteligencia sorprendente.

La madre abrazó condolida a Cuquito.
-¡Ay, mi niño! ¡Ay, mi hombrecito! ¿Qué será de tu hermanica?
Cuquito se escabulló del regazo materno. ¡Ver llorar a su madre! ¡Contra! Le ponía carne de gallina.
-¡Adiós, madre! Le traeré a la Teresica.
II
Volaba por los prados igual que una mariposa. Los piececillos de Cuquito eran alas. Atravesó un arroyo fresco y gentil. En sus aguas vio su figura diminuta.
-¡Ay, cuán pequeñito soy! -susurró Cuquito.

Luego se acercó a una hoja de lirio que se mecía entre las aguas.
-¿Quieres llevarme a la orillita, hojita de raso morado?
Y el lirio, bueno y cariñoso, le llevó en sus grupas.

¡Cuántas flores! ¡Cuánta margarita! ¡Cuánta amapola!
-Florecitas de los campos, ¿visteis a mi hermanica?
-Por aquí... por aquí pasó.

Retozaban los corderillos. Un pastorcillo cantaba una copla pastoril.
-Lindo pastorcillo. Bellos corderos. ¿Visteis a mi hermanica?
-Por aquí... por aquí pasó.

Luego vino una viejecita con la cara muy arrugada y la barbilla temblona. Estaba hilando una tela fina que olía a romero.

-Es para mi hija, niñito. Se casa el próximo mes con un genio del bosque. Tengo que hilar mucho, mucho.
Y la rueca iba de prisa, de prisa.

-Buena viejecita; decidme por favor, ¿visteis a mi hermanica?
-Por aquí... por aquí pasó -dijo ella sonriente.
 
III
Cuquito corría,  corría. Su corazoncillo brincaba en el pecho como un caballito desbocado.
-¡Ay de mi hermanica! ¿La encontraré?

En una era muy grande había una cigüeña.
-Cigüeñita, cigüeñita. Llévame sobre tus alas, que peso menos que un trocito de luna.
La cigüeña accedió. Cuquito iba sobre su cuerpo igual que en un avión. ¡Qué cosquillas le hacían las plumas!
¡Qué cerquita estaba del cielo!

-Llévame más lejos -suplicó Cuquito.
-Espera, niño guapo, voy a coger aquel lagarto.
-Vuela... Vuela otra vez por las nubes. Nubecitas que parecéis un copo de algodón, ¿visteis a mi hermanica?
-Por aquí... Por aquí pasó.

La cigüeña tornó a descender.
-¿Qué haces, cigüeñita?
-Espera, guapo niño. Allá lejos veo otro bicho.
-Eres muy tragona, cigüeñita.
-Son para mis hijitos -dijo dulcemente-.
¡Tengo unos cigüeñitos más guapos!... ¡Con unas patas más grandes!... Dios me ha regalado unos hijitos muy preciosos...

Vivimos en lo alto de la torre: por eso, como estamos tan cerquita de Dios, pues los angelitos guardan nuestro nido. Yo vuelo siempre en cruz ¿sabes? para ahuyentar al diablo.

-Vuela... Vuela
De pronto, Cuquito dio un grito.
-Aterriza, cigüeña, aterriza. ¡Veo a mi hermana! ¡La veo! Está allí, en aquel campo grandote, con unos gitanos. ¡Ay, mi hermanica! ¡Pronto, pronto; aterriza!
La cigüeña posó, cariñosa, en tierra a Cuquito.

-Adiós, niño bueno. No me olvides,
-Adiós cigüeñita. ¡Qué bien se va sobre tu cuerpo sedoso! Cuando retorne al pueblo haré una colección de bicharracos, y te los subiré a la torre de la iglesia para que engorden tus hijitos. Adiós.

IV
¡Ay, lindo cisne! ¡Si quisieras llevarme sobre tus plumitas, pasaría el río sin mojarme!
El cisne alargó su cuello de alabastro, y:
-¡Glu!... Glu… -dijo-. Pasa, guapo niño.
-Cisnecito: Si viene luego una niña, bella como un hada y tierna cual una flor, ¿la llevarás a la orilla?
-¡Glu!... ¡Glu!... Bueno, simpático niño.

Pum... Pum... Pum... Pum... Ya estaba allí.
La nena se echó en sus brazos.
-¡Ay, mi hermanico! ¡Ay, mi Cuquin! Él le dijo al oído:

-No lloriquees, que vengo a salvarte.
Luego habló muy cortés.
-Buenas tardes tenga la tribu gitana.
 

Los gitanos se miraron admirados al ver aquella miniatura de hombre.
Le palpaban. "Es de carne", decían.

-Un momento de silencio, señores -rogó Cuquito-. Van ustedes a ver un acróbata, saltimbanqui, titiritero, titirimundi, trepaárboles, escalatorres y todo lo que gusten mandar.

-¡Hum! ¡Hum! -dijeron los gitanos.
Cuquito empezó a hacer cosas archiprodigiosas. Dio varias volteretas en el aire, cayendo siempre de pie. Se encaramó en un árbol, y en la rama más alta bailó un tango. De allí saltó a las trenzas de una gitana y bailó una rumba. Brincó a la oreja de una gitana, cantando un bolero. Hizo otras piruetas, viniendo a descansar en el lomo de un mono, que por poco se desmaya del susto.

Luego se fijó en un oso que tenía un pandero en las manos, y agarróse a su cuello fuertemente. Sobre él bailó la jota aragonesa y unas sevillanas. Al animalito no le quedó más remedio que hacer el oso, y alzado en sus patas traseras, bailó con Cuquito un chotis.

Aquello fue el delirio. Los gitanos gritaban alborozados y las gitanas palmoteaban. Hasta un borriquillo esmirriado rebuznó largamente.

-Señores -dijo Cuquito-, ¿gusta mi trabajo?
-¡Bravo! ¡Bravo!
-Pues hala. Soltad a mi hermanica y aquí quedo yo.
-Bien... Bien... Que se vaya.

Teresica, que hasta entonces miraba a su hermano embobada, chupándose un dedito, se echó a llorar.
-¡Ay, mi hermano! Yo no me voy sin ti.
-¿Te quieres callar, bobona? -dijo Cuquito, un poco nublados los ojos-.

Anda a casa, que madre está triste sin ti. Por eso me quedo yo en tu lugar, porque quiero ser un buen hijo.
Luego añadió tembloroso:
-Dale un beso de mi parte.

Llegó la noche. En el cielo había muchas estrellas como gusanos de luz que rastreasen por un manto de gasa. Cuquito las miraba triste. Recordó que su madre le había dicho muchas veces que, en el cielo estrellado, era la Reina aquella Santa María que él quería tanto.

Por eso suplicó mimoso:
-Virgencita mía, llévame pronto junto a mi madre.
Los gitanos encendieron una gran hoguera. Parecían las llamas fantasmas rojos. Cuquito bailó todos los bailes de moda. Parecía un duendecillo brotado de la tierra.
Tempranito, con el rocío de la mañana, emprendieron la marcha.

Estaban los campos como sembrados de diamantes, y las flores tenían lágrimas en sus ojos perfumados.
-¡Hala!, ¡Hala!, borriquillo, no seas remolón -decía un gitano viejo con blancas barbas.
Y Cuquito, que iba en el bolsillo del gitano, se mecía suavemente.
Tris... Tras...

-No se va mal en este mercancías -pensó.
Llegaron a la carretera. A Cuquito se le detuvo el corazón. Carreterita, camino de su aldea. Allí estaría su madrecita pensando en él, ¡contra!

Pasó un carro con hortalizas.
-Este le conozco yo -pensó Cuquito-; es el de Sabina, la que vende aquellos pimientos morrones tan ricos.
No pudo resistir la tentación. Dio un brinco mortal y agarróse fuertemente a la cola del borriquillo que iba a su pueblo.

Pesaba tan poco, que el animal le creyó una de esas moscas tan pesadas.
-Zis... Zas... -resoplaba el borrico moviendo su cola.
-¡Arre! ¡Arre! -susurró Cuquito creyéndose en un columpio.
-Zis... Zas...
Cuquito se vio en un tobogán.
-Zis... Zas...-abanicó con su cola el borrico furioso.

-Pero hombre -dijo Cuquito amoscado, no seas tan burro.
-¿Eh? -resopló el borrico, enderezadas las orejas-. Diría que esa mosca habla.
-¡Arre!... ¡Arre!... Que ya llegamos.

Allí, en la cocina, estaba su madre. Llorando a gritos, repetía:
-¡Ay, mi Cuquito! No viviré sin él. ¡Ay, mi hijito querido!
De puntillas entró. Colgóse de un brinco al cuello materno, diciendo:
-¡A que sí! ¿A que traía a la hermanica?


CUQUITO

-Oh, my child! -the mother moaned desolately.
That way... along that tangled path she lost her way. Her eyes were blue. Her unruly curls were short. White flesh.

They were at the mill, waiting for their grinding, when the little girl, bouncy and mischievous, ran away from them.
-Oh, my child!

Cuquito listened to her, his almond eyes wide open, his nose very turned up, his mouth very laughing.
-Mother, don't cry! I've got to look for Teresica.

-You? -sobbed the mother. Take care of me.
If you're not as big as a cannon.

-Yes, mother, I'll bring the girl!
The mother looked at Cuquito with tears streaming down her cheeks.

How small the child was! He could hide in the calyx of a flower.
Little: so little that he was the mockery of the other children.
But Cuquito had beautiful eyes, a very good heart and a surprising intelligence.

The mother hugged Cuquito with condolences.
-Oh, my boy, oh, my little man, what will become of your little sister?
Cuquito slipped away from his mother's lap. To see his mother cry! Against! It gave him goose bumps.
-Goodbye, mother! I'll bring Teresica to you.

II
He flew over the meadows like a butterfly. Cuquito's little feet were wings. He crossed a cool and gentle brook. In its waters he saw his tiny figure.
-Oh, how tiny I am! -he whispered.

Then he approached a lily leaf swaying in the water.
-Will you take me to the shore, little purple satin leaf?
And the lily, kind and affectionate, carried him on its clutches.

How many flowers! How many daisies! How many poppies!
-Did you see my little sister, little flowers of the fields?
-This way... this way she passed.

The lambs were grazing. A shepherd boy sang a shepherd's song.
-Nice little shepherd boy. Beautiful lambs. Did you see my little sister?
-This way... this way she passed.

Then came a little old woman with a very wrinkled face and a trembling chin. She was spinning a fine cloth that smelled of rosemary.

-It's for my daughter, little boy. She's getting married next month to a genie from the forest. I have to spin a lot, a lot.
And the spinning-wheel was in a hurry, in a hurry.

-Good old lady, please tell me, have you seen my little sister?
-She passed this way," said she, smiling.

III
Cuquito was running, running. His little heart was jumping in his chest like a runaway horse.
-Oh, my little sister, will I ever find her?

In a big threshing floor there was a stork.
-Stork, stork, stork! Carry me on your wings, for I weigh less than a little piece of the moon.
The stork agreed. Little Stork was on his body as if he were in an aeroplane, and how the feathers tickled him!
How close he was to the sky!

-Take me further away," Cuquito begged.
-Wait, handsome boy, I'm going to catch that lizard.
-Fly... Fly again through the clouds. You cotton-flake clouds, did you see my little sister?
-This way... This way.

The stork came down again.
-What are you doing, little stork?
-Wait, handsome boy. Far away I see another bug.
-You're a big eater, little stork.
-They are for my little children," she said sweetly.
I have more beautiful little storks!... With bigger legs!... God has given me beautiful little children....

We live at the top of the tower: that's why, as we are so close to God, the little angels guard our nest. I always fly in a cross, you know? to scare the devil away.

-Fly... Fly
Suddenly, Cuquito screamed.
-Land, stork, land. I see my sister! I see her! She's over there, in that big field, with some gypsies. Oh, my little sister! Soon, soon, land!
The stork landed Cuquito, affectionately, on the ground.

-Farewell, good boy. Don't forget me,
-Farewell, little stork. How well it goes on your silky body! When I return to the village I'll make a collection of bugs, and I'll take them up to the church tower to fatten your little children. Farewell.

IV
Oh, pretty swan, if you would carry me on your little feathers, I could pass the river without getting wet!
The swan stretched out its alabaster neck, and said:
-Glu! Glu..." he said, "Come in, my handsome boy.
-Swan: If a little girl comes along, fair as a fairy and tender as a flower, will you take her to the shore?
-Glu!... Glu!... Well, nice boy.

Boom... Boom... Boom... Boom... It was already there.
The baby threw herself into his arms.
-Oh, my little brother! Oh, my Cuquin! He whispered in her ear:

-Don't whine, I've come to save you.
Then he spoke very politely.
-Good afternoon to the gypsy tribe.
The gypsies looked at each other in admiration at the sight of this miniature of a man.
They felt him up. "He is made of flesh," they said.

-A moment's silence, gentlemen," Cuquito begged. You are going to see an acrobat, acrobats, acrobats, puppeteers, puppeteers, tree-climbers, climbers, and whatever else you like to send.

-Hum! Hum! -said the gypsies.
Cuquito began to do archiprodigious things. He did several somersaults in the air, always landing on his feet. He climbed a tree, and on the highest branch he danced a tango. From there he jumped into the braids of a gypsy woman and danced a rumba. He jumped into the ear of a gypsy woman, singing a bolero. He did other pirouettes, coming to rest on the back of a monkey, who almost fainted from fright.

Then he noticed a bear with a tambourine in his hands, and clutched his neck tightly. On it he danced the Aragonese jota and some sevillanas. The little animal had no choice but to play the bear, and standing on his hind legs, he danced a chotis with Cuquito.

That was delirium. The gypsies shouted with joy and the gypsy women clapped their hands. Even a little, wiry donkey brayed for a long time.

-Gentlemen," said Cuquito, "do you like my work?
-Bravo! Bravo!
-Well, then. Let my little sister go, and I'll stay here.
-Well... Well then... Let her go.

Teresica, who until then had been gawking at her brother, sucking her little finger, burst into tears.
-Oh, my brother! I'm not leaving without you.
-Will you shut up, silly? -said Cuquito, his eyes a little misty.

Go home, mother is sad without you. That's why I'm staying in your place, because I want to be a good son.
Then he added, trembling:
-Give her a kiss from me.

Night came. In the sky there were many stars like worms of light crawling through a blanket of gauze. Cuquito looked at them sadly. He remembered that his mother had often told him that, in the starry sky, was the Queen, that Saint Mary he loved so much.

So he begged cuddly:
-My little Virgin, take me quickly to my mother.
The gypsies lit a great bonfire. The flames looked like red ghosts. Cuquito danced all the fashionable dances. He looked like a little elf sprung from the earth.
Early in the morning dew, they set out on their march.

The fields were as if sown with diamonds, and the flowers had tears in their perfumed eyes.
-Come on, come on, little donkey, don't be lazy," said an old gipsy with a white beard.
And Cuquito, who was in the gypsy's pocket, swayed gently.
Tris... Tris...

-It's not a bad way to go in this kind of merchandise," he thought.
They reached the road. Cuquito's heart stopped. A little road, on the way to his village. There his little mother would be thinking of him, contra!

A cart with vegetables passed by.
-I know this one," thought Cuquito; "it belongs to Sabina, the one who sells those delicious bell peppers.
He couldn't resist the temptation. He gave a mortal leap and held tightly to the tail of the donkey that was going to his village.

It weighed so little that the animal thought it was one of those heavy flies.
-Zis... Whack... -snorted the donkey, wagging his tail.
-Giddy up, giddy up! -whispered Cuquito, thinking he was on a swing.
-Zis... Wham...
Cuquito saw himself on a slide.
-Zis... Wham..." the furious donkey wagged his tail.

-But man," said Cuquito, "don't be such a donkey.
-Eh? -snorted the donkey, straightening his ears. I'd say that fly talks.
-Giddy up, giddy up! We're here.

There, in the kitchen, was his mother. Crying loudly, she kept repeating:
-Oh, my Cuquito! I won't live without him. Oh, my dear little son!
She tiptoed in. He jumped up and down on his mother's neck, saying, "Oh, yes!
-"Yes, he did, didn't he bring his little sister with him?

***

Vinculo

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