El Partido Popular
Sí. La razón para votarlo es la recuperación económica, el incremento del empleo y la estabilidad política que supondría la reconfirmación de Mariano Rajoy en la Moncloa. Se trataría de reconocer en las urnas la resurrección de la macroeconomía. El presidente heredó un país en situación crítica —desempleo, prima de riesgo, déficit, rescate al acecho— y lo devuelve aseado, razón por la cual se justificaría una prórroga de cuatro años en una inercia de crecimiento.
No. Las estadísticas conviven con una fractura social. Salirse, se ha salido de la crisis, la cuestión es cómo, quiénes y cuánto, sin olvidar que el presidente del Gobierno ha protagonizado un liderazgo de rodillo y de crispación. Ha gestionado con negligencia y pasividad la crisis catalana y ha sido implacable con los recortes. No sólo en Sanidad. La política en Educación y en Cultura —subida del IVA del 8 al 21%— ha sido vejatoria. Y ha sido ubicua la sombra de la corrupción.
El PSOE
Sí. Pedro Sánchez representa un relevo generacional en un partido histórico con las credenciales de un político honesto, elegido plebiscitariamente en unas primarias y abnegado en demostrar que el PSOE es la única alternativa real al recambio del PP. Es la razón por la que apela al voto útil, insistiendo en un programa que antepone la sensibilidad social y la defensa de lo público.
No. ¿Tiene Pedro Sánchez altura de estadista para un tiempo de crisis institucional, política, económica, social y de emergencias terroristas? Más allá de la duda, el líder socialista no ha logrado suficiente cohesión en su propio partido ni ha podido contener el surgimiento de una fuerza política de izquierdas, Podemos, cuya expectativa de voto amenaza con situar al PSOE en la peor posición de su historia. Pedro Sánchez soporta más los errores del pasado socialista que los propios.
Ciudadanos
Sí. Albert Rivera es el candidato robot ideal. Joven, pulcro, barcelonés y españolista, artífice de un partido a su imagen y semejanza que representa el cambio tranquilo, custodia la Constitución y emula la astucia de Suárez en los tiempos de la “primera” transición. La segunda es el leitmotiv de un político más experto de lo que demuestra su edad, mimado por los medios y, según el tópico, bendecido por el Ibex.
No. La ambigüedad de la bisagra es la gran duda de Ciudadanos en un partido que no es un partido todavía y que está especulando con sus apoyos los gobiernos de Madrid (PP) y Andalucía (PSOE). Demasiado progre para los conservadores, demasiado conservador para los progres, Rivera ha encontrado en el centro su sitio y sus dudas. Se le percibe como un liberal encubierto y se resiente su imagen de las posiciones en las políticas de género y de inmigración.
Podemos
Sí. La formación de Pablo Iglesias ha tenido un efecto catártico. Ha puesto a cavilar el sistema con sus exigencias éticas, políticas y de transparencia. Ha sido por añadidura un revulsivo en la izquierda y ha dotado de cuerpo y de programa el movimiento del 15-M. Las mareas han favorecido la inercia y han conquistado las plazas de Madrid y Barcelona, prefigurando una experiencia de gobierno con ambiciones nacionales.
No. Pablo Iglesias es el líder de un partido mutante. Tanto, que la ambición electoral ha rectificado la adhesión al chavismo, el anticapitalismo y el anti-atlantismo, dando forma así a un partido socialdemócrata que mudó conceptualmente de Suecia a Grecia cuando Tsipras fue llamado al orden por Angela Merkel. El problema de Podemos es el salto de la oportunidad al oportunismo.
Izquierda Unida
Sí. Alberto Garzón tiene la virtud de la coherencia. Por eso rechazó la invitación de Podemos y erigirse en el rostro joven de un partido viejo reivindicando una ideología pacifista, anticapitalista y euroescéptica que otorga al Estado superpoderes y que eleva los impuestos a las clases pudientes en la doctrina de la redistribución de la riqueza. Quien vota a Garzón sabe por qué lo hace.
No. IU es una formación en situación agónica y fagocitada por Podemos que va a perder el rango de grupo parlamentario —el CIS le estima un 3,6% de voto— y que plantea un programa voluntarista y anacrónico.a