martes, 28 de marzo de 2017

La Sultana Susana ©

Crónica de la Andalucía corrupta

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Romance)    14 – Abril – 2014


Allá por tierras del sur,
de la antigua morería,
reinaba una sultana
de nombre Susana Díaz,
mujer de rancio abolengo
y de noble dinastía.

Tuvo por antecesores
en su genealogía,
a los Chaves y Griñán,
ambos famosos califas,
parientes de Alí Babá
al que en nada desdecían,
que de tan grande maestro
sus lecciones aprendían,
de esta forma heredó
el reino por lotería,
sin ganarlo en las urnas,
que eso son fruslerías,
ocurrencias de pendejos
que abundan hoy en día.

Mucha fue su instrucción,
fémina de gran valía,
lo suyo no era nesciencia,
a Averroes leía,
y en su tierna infancia
cursaba filosofía,
nunca estaba en las nubes,
gustaba la astronomía,
y estudió a Maimónides
pues con todo se atrevía.

Tan vasto era el cortijo
que ella sola no podía,
y para bien ordeñarlo
buscó malas compañías,
se acuadrilló con la hampa,
la ramplona progresía,
de la más baja estofa,
de los antros de Sevilla.

Mandaba en la vivienda
consejera comunista,
y al asignar las casas
todo fueron tropelías,
no hubo lista de espera
en la corrala Utopía,
más que finca de vecinos
semejaba mancebía,
y a los compinches les dio
lo que no correspondía.

La sultana montó en cólera,
de cara a la galería,
simuló que le afrentaba
tamaña alevosía,
y quitó las competencias
a la izquierdosa hundida.
¡En esta la mía patria,
para gónadas las mías!

Y llegó Al-a-Kran Cayo,
grande fue la algarabía,
triunfante de la aceifa,
el visir liberticida,
respaldando a sus huestes
a implantar la golfería,
sostenella y no enmedalla,
que eso es gallardía.

No mentaré a tu madre,
tú no mentes a la mía,
que entre EREs y los cursos,
los dineros se perdían,
y en buenas mariscadas,
engordamos las mejillas.

Y el príncipe cristiano,
en las crónicas, Bonilla,
ofreció a la sultana
apoyo de su partida,
que rechazó displicente
pues de infiel nada tendría.

El pacto estaba en peligro,
aquello no convenía
al gran emir Rub-al-Kaba
que otros planes tenía,
reyezuelo de la taifa,
que en Madrid él había.

Mandó recado con propio
a leerle la cartilla,
la puso cara a La Meca
hincándola de rodillas,
teniendo que desdecirse
sin haber pasado un día.

La paz volvió al corral,
Susana a su canonjía,
que el quedar en ridículo
a ella le importa una higa,
que en San Telmo no se suda,
ni el sol da apoplejía,
que cogiendo aceitunas
el zurriagazo te endiña,
y si hay que tragar, se tragan
carretas de ancha vía,
arrastradas por seis bueyes
en parejas de tres filas.

Desde la Sierra Morena
al mar de Punta Umbría,
de los patios de naranjos
al espejo de Almería,
se escucha este quejido:
¡Ay de mi Andalucía! 


 



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