Todos los reyes de España desde 1800 han pasado por el exilio. Juan Carlos I no será una excepción
La Casa Real ha confirmado los rumores difundidos durante las últimas semanas sobre el destino del rey emérito. El torrente de informaciones y escándalos publicados durante el último año habían colocado en una posición compleja tanto al padre, Juan Carlos I, como al hijo, Felipe VI, vigente jefe de Estado.
Sus labores como comisionista, sus relaciones extramatrimoniales, su pequeña fortuna labrada desde su posición de privilegio... Nada que contribuyera a la "tranquilidad" y al "sosiego" de la monarquía.
Quien personificara la restauración de la familia Borbón culmina así un largo ocaso iniciado a finales de 2012 durante su expedición a Botsuana. Aquella cacería marcó un antes y un después en la imagen pública del monarca. Juan Carlos I se vería obligado a abdicar dos años más tarde.
El paso del tiempo y la publicación de sus turbias relaciones con empresarios, monarcas y supuestos testaferros de una gran fortuna hicieron el resto. Hace algunos meses Felipe VI le desgajaba de la Casa Real. Sin dotación, sin vínculos.
Carlos IV
El punto de inicio a tan turbulenta historia lo marca Carlos IV, monarca poco dotado en tiempos de extraordinaria volatilidad política. Durante los diez últimos años de su reinado, Carlos IV debió acostumbrarse a la ascendencia militar de la Francia napoleónica, incómoda cuestión que terminaría con la ocupación de parte del país entre 1807 y 1808. Carlos IV y su valido, Godoy, partidarios de entablar buenas relaciones con Francia, se vieron obligados a abjurar de su gobierno tras el motín de Aranjuez.
Aquel acontecimiento, mitad levantamiento popular mitad golpe palaciego, fue instigado por su propio hijo, el futuro Fernando VII. Carlos IV se vio obligado a abdicar la corona, cuestión que no agradó a Napoleón. A la altura de 1808, el emperador francés convocó a todas las partes implicadas en Bayona. Presionado a distintos niveles, Fernando accedió a devolver el trono a su padre, Carlos IV, ignorante por completo del destino fatal del mismo. Para entonces, Carlos IV ya había pactado su traspaso a Napoleón.
El resto de la historia es conocida. Carlos IV pasó así a un segundo plano, sin ánimo alguno de recuperar su posición y destronado no una, sino dos veces. Reo de Napoleón, deambula por diversas propiedades palaciegas entre Compiègne, Niza y Marsella. Cuando el fin de la epopeya imperial francesa se salda con el exilio de Napoleón y el Congreso de Viena, Carlos IV recuperará su libertad de movimientos, trasladándose a Roma primero y a Nápoles después. Moriría aquejado de gota, sin que su hijo, ya en el trono, le permitiera jamás volver a España.
Fernando VII
Su hijo y heredero, Fernando VII, gozaría de un reinado prolongado, si bien en absoluto placentero. Su primer exilio caminaría en paralelo al de su padre. Las abdicaciones de Bayona también hicieron de él un prisionero. Napoleón le enviaría al castillo de Valençay, en el centro de Francia, donde pasaría sus días (plácidamente, debe decirse) hasta el final de la Guerra de la Independencia. Regresaría en 1814 tras la derrota de la Grande Armée en Arapiles, signo indeleble de la decadencia napoleónica.
Originalmente El Deseado, Fernando VII arramblaría con el sistema constitucional instaurado por las Cortes de Cádiz y restauraría las instituciones del Antiguo Régimen. Aquel periplo duró seis años, el tiempo que necesitaron las fuerzas liberales para tomar el poder. El Trienio Liberal, sin embargo, no se saldaría con su exilio, remota como pudiera antojarse cualquier idea de República. Fernando VII juraría la Constitución para, tras la intervención de las potencias europeas, instaurarse en el trono absolutista. No saldría de España hasta su muerte, en 1833.
Isabel II
Como quiera que las fuerzas de la historia jamás quedan congeladas por la acción de un solo hombre, el fallecimiento de Fernando VII y la ausencia de un heredero varón y mayor de edad sirvieron de pretexto para el inicio de una guerra civil, carlista, entre las fuerzas liberales y las fuerzas tradicionalistas. Las primeras servirían de muleta a la futura Isabel II, por aquel entonces una niña, ante la amenaza legitimista de su tío, Carlos María Isidro. España se adentraría en el parlamentarismo para no salir de él hasta prácticamente un siglo después.
Aquel parlamentarismo estaría marcado por la inestabilidad, los golpes palaciegos, las disputas políticas y la figura siempre explosiva y controvertida de la monarquía. Isabel II, casi siempre detestada por las versiones más radicales del liberalismo español, experimentaría las mieles del exilio a partir de 1868, cuando la gloriosa revolución sacudiera los cimientos del sistema isabelino. Aquel levantamiento tendría primero un carácter democrático, si bien monárquico, y más tarde republicano.
Para el caso que nos ocupa, Isabel partió de San Sebastián hacia Francia, donde fue acogida por Napoleón III, por aquel entonces al frente del Segundo Imperio. Jamás regresaría España. Dos años más tarde abdicaría en favor de su hijo, el futuro Alfonso XII, mientras el caótico parlamento nacional debatía sobre la figura que debiera encarnar y dirigir, rota la tradición borbónica, una nueva monarquía constitucional.
Amadeo de Saboya
Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II, primer rey de Italia tras la unificación, y víctima de los tejemanejes de la clase política española durante la recta final del siglo XIX.
En 1870, Amadeo sería elegido por votación en el Congreso (no exenta de giros cómicos, como la recepción de ocho votos para un hipotético rey Espartero) y su reinado jamás colmaría sus expectativas de placidez y buen vivir. Muy al contrario, viviría sumergido en el permanente caos.
El asesinato de Prim y la caída de su coalición de gobierno, crítica para el mantenimiento de un reinado sostenido con alfileres, precipitaron su "despido" a la altura de 1873. Amadeo correría raudo y presto a refugiarse en la embajada italiana. La I República se declararía poco después. En su carta de renuncia a las Cortes, declararía lo siguiente:
(...)
creía que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar sería suplida por la lealtad de mi carácter y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultaban a mi vista en las simpatías de todos los españoles, amantes de su patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas. Conozco que me engañó mi buen deseo.
Regresaría a Turín, su ciudad natal, donde pasaría el resto de sus días.
antecedentes
Nada más desembarcar en España el 30 de diciembre de 1870 le comunicaron la noticia de que el general Prim, su principal valedor, había muerto víctima de un atentado que había tenido lugar en Madrid tres días antes cuando se dirigía del Congreso a su domicilio, lo que privó a Amadeo I de un apoyo indispensable.
Amadeo I contaba con la oposición de los republicanos, los carlistas, de una parte de la aristocracia que añoraba a los borbones y de la iglesia. El pueblo tampoco aceptó bien la presencia de un rey extranjero, a pesar de vivir sin ostentaciones en un limitado espacio de palacio, donde se restringía hasta el consumo de la iluminación. Su menguado séquito estaba constituido por dos italianos, Locatelli y el fiel Dragonetti, y algún español de categoría secundaria. Su desconocimiento del idioma le sirvió también para que se le tildara de falto de entendederas.
Amadeo I sabía que necesitaba ganarse la confianza de los españoles y advertía que en ningún momento se impondría al deseo de su patria de adopción. En un primer momento contó con el apoyo de los progresistas, unionistas y demócratas pero el fraccionamiento de estos grupos dificultó el desarrollo de su breve reinado. Amadeo I pretendió establecer un turno pacífico de gobierno entre las principales facciones en que se había dividido el partido progresista: la constitucional de Sagasta –algo más tolerante– y la radical representada por Ruiz Zorrilla. Pero el intento fracasó, llevándose al traste también cualquier tentativa de mejorar el caos económico que se había heredado del gobierno de Isabel II.
La principal oposición la encontró en el sector republicano y especialmente en los carlistas, que iniciarion en 1872 una nueva Guerra. El conflicto independentista en Cuba terminó por agravar la situación, dejando la continuidad de Amadeo de Saboya como rey pendiente de un hilo.
La impotencia para resolver todos los frentes de contestación abiertos en su contra y la división y enfrentamiento entre los propios españoles, para la que no halló solución dentro de la legalidad le obligaron a enviar su carta de abdicación a las Cortes. A pesar de los intentos de Ruiz Zorrilla por pedir tiempo para convencer al monarca de que regresara, una alianza entre republicanos y parte de los radicales (mayoría) dio por válida la renuncia al trono.
A las tres de la tarde del 11 de febrero de 1873, el Congreso y el Senado, constituidos en Asamblea Nacional, proclamaron la Primera República por 258 votos contra 32.
Alfonso XII y Alfonso XIII
Padre e hijo se encaminarían hacia el exilio en periodos opuestos de sus respectivas vidas. Alfonso XII lo hizo antes de acceder al trono, cuando su madre, Isabel II, tuvo que marcharse a Francia tras la revolución de 1868. No regresaría a tierras españolas hasta 1874, una vez las fuerzas conservadoras, con Cánovas del Castillo a la cabeza, lograron deponer la primera intentona republicana y restauraron el gobierno borbónico, isabelino.
Para entonces, Isabel II había delegado todas las funciones de gobierno en su hijo, cuya jefatura de Estado estaría caracterizada por cierta estabilidad, al menos en comparación a sus predecesores. Moriría en 1885, apenas once años después de acceder al trono, dejando a un heredero no nato en el vientre de su esposa, María Cristina de Habsburgo-Lorena. Alfonso XIII pasaría así los primeros años de su vida consciente de su inminente herencia. Sería coronado rey en 1902, diecisiete años después de la muerte de su padre y sin haber cumplido la mayoría de edad.
Cualquier conato de estabilidad que disfrutara su progenitor se disipó pronto. El reinado de Alfonso XIII se contaría entre los más traumáticos de la muy traumática historia contemporánea de España. Su periplo terminaría célebremente el 14 de abril de 1931, cuando unas elecciones municipales precipitaron la declaración de la II República. Acusado de alta traición por las Cortes Republicanas, Alfonso XIII se marcharía a Roma, desde donde apoyaría con entusiasmo la causa franquista.
Cualquier vana esperanza de restauración monárquica tras el fin de la guerra se esfumaría durante los compases finales del conflicto. Alfonso XIII, resignado a vivir el resto de sus días en el exilio, entregaría sus derechos dinásticos a su hijo Juan, quien a su vez, en un giro aún más fatalista del destino, jamás llegaría a coronarse. Sería su hijo mayor, Juan Carlos I, quien restaurara a la corona tras la muerte de Franco, y quien iniciara un periodo de inédita estabilidad para la monarquía española. Uno desconocido, al menos, desde principios del siglo XIX.
Juan Carlos I
De forma un tanto inesperada, sin embargo, Juan Carlos I ha seguido el camino de todos sus predecesores. El exilio.
Con el rico y el poderoso es preciso ser orgulloso. (Historias de Filadelfia)
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Mi amigo el Rey está hecho un chaval.
Lo sacan en procesión para que se luzca un poco y el cambio de aires le
abra el apetito, porque desde el trastazo con la entrañable amiga
Corinna en Botswana, es que no levanta cabeza ni ningún otro apéndice.
Tiene que limpiar su decaída imagen ante el pueblo siempre servil y agradecido con los poderosos, aunque les desplumen.
Le han llevado a una misa en Palma de Mallorca, junto con parte de la
familia. A los trincones Cristina y Urdanga los han dejado fuera para
que no desenfoquen la pulcra fotografía.
La celebración religiosa le importaba un pito, pero era ocasión para darse un baño de multitudes.
Y unos días antes a Juan Carlos I, el Comisionista, le montaron un
improvisado viaje a sus países favoritos, los del Golfo Pérsico. Había
que hacer caja. Allí se siente en casa.
Si hubiera sido un viaje de Estado, habría sido planificado con todo detalle por el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Pero no ha sido así. De las empresas a las que llamaron para acompañarle
unas rehusaron la invitación y otras se vieron forzadas a ir por
cortesía.
Tales han sido las críticas que hasta Rafael Spottorno, jefe de la Casa
Real, ha tenido que salir a dar vaselina y echar balones fuera.
El Rey “está muy satisfecho”, ha dicho. No es para menos, él si ha conseguido facturar. Ahora os digo cuanto.
En esos países las empresas españolas de construcción e ingeniería
tienen mucho que decir, son apreciadas y se han ganado un gran
prestigio.
Es una labor de años que hay que mimar, y eso exige planificar con todo detalle los encuentros y tener objetivos definidos.
No vale “vamos a darnos un garbeo y ver si cae algo”, que es lo que ha ocurrido.
Se visitó Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, y tras una breve vista al primero, el ministro Margallo se marchó a otro compromiso.
Sencillamente vergonzoso.
Spottorno expresa que “el rey no firma contratos ni obtiene licitaciones”.
Así es, pero el Rey engrasa voluntades y abre puertas y eso tienen que pagarlo las empresas. ¿Cómo?
Ya os expliqué que el problema de Jorge Pujol, según Pascual Maragall,
era del 3 %, pero para cuadrar las cifras de la fortuna en España, y más
fuera, hay que irse al 5%.
Y eso que este personaje era el reyezuelo de la taifa catalana.
Pero mi amigo Juan Carlos tiene más caché, que para eso es el Rey de
España, y él no se mueve por menos de un problema del 10 %, aunque según
qué circunstancias puede llegar a ser del 15 %.
Y la pista nos la da el ínclito Ansón, que se licua hablando del Rey y hay que ir tras él con la fregona recogiendo tanta baba.
Descubre que han sido 3.280 millones de euros firmados por las empresas
españolas, y esto es solo “el pájaro en mano. Hay ciento volando”.
El 10 % son 328 millones de euros.
Próximamente irá a Omán y Barhréin.
Me alegra que las empresas españolas tengan muchos contratos, porque sacarán del desempleo a unos cuantos.
El Juglar del
pueblo
Eladio Arnaiz ©
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CORRUPCIÓN EN ARONA
Un grupo de empresarios de Arona que quiere un gobierno dócil a sus intereses
La democracia es el arte de pedir el voto al pobre y trabajador, para ponerlo al servicio del rico y explotador.
Hay que ver la que está liada Arona : la bomba de relojería del socialismo tinerfeño. El PSOE exige al alcalde y al exconcejal de Urbanismo que renuncien a sus actas. El alcalde José Julián Mena, se niega a dimitir • Un gran pelotazo urbanístico fractura al PSOE de Arona.
Se construye sobre la casa de Los Domínguez, como creo que popularmente se denominaba al lugar.
En el proyecto la orilla no se toca, simplemente se pretende restaurar un espacio que en su origen fue una casa familiar para ubicar en él una instalación de una inversión privada para el disfrute público en el que se harán exposiciones, habrá tiendas, espacios para el ocio y la restauración.
El partido actúa contra
Mena y el presidente de esta formación política en Arona,
Agustín Marichal, después de que el regidor municipal no haya acatado las directrices, también dadas por la ejecutiva federal, de que se renuncie al cargo y deje el Ayuntamiento para resolver la crisis interna que ha dividido en dos al grupo de gobierno
.
Al parecer PSOE de Arona y Adeje es una banda de "servidores públicos", camuflados de vulgares CORRUPTOS , el trasfondo está la gestión de Urbanismo, cuyo concejal aronero Luis García ejerce de funcionario público del ayuntamiento adejero, respecto a la supuesta situación irregular de un complejo construido en El Camisón, CENTRO COMERCIAL ARTS que incurre en una grave ilegalidad así como la recalificación propuesta en el diagnóstico del nuevo Plan General de Ordenación (PGO) de más de 600.000 metros cuadrados situados en LLANOS DE CHAYOFA , pasando de suelo rústico de reserva a un uso compartido turístico, de ocio y esparcimiento, según ha trascendido públicamente.
Asuntos relacionados con la siniestra corrupción: Plan Urbanístico de CHAYOFA,
Centro Comercial ARTS, etc.
Redes clientelares y lobbys empresariales que desembarcan por Tenerife Sur, cuyo cuartel general de negocios turbios e inconfesables tienen ubicados por edificio público CDTCA (Centro Desarrollo Turístico Costa Adeje),
dirigidos por los codiciosos y oligarcas empresarios GOMEROS: Agustín Marichal alias "Papito", Carlos Magdalena alias "Llorona", José Fernando Cabrera alias "Monoplaya", Pepe Benchijigua alias "Borrachito", Casimiro Garajonay alias "Telaraña", José Luis Rodríguez Herrera alias "Pelinor", Jorge Marichal alias "Bambino", etc.